Solo diez años nos quedan para salvar al mundo como lo conocemos y evitar sufrir peores impactos. La explotación de la Mina Invierno en Magallanes implica más carbón, por tanto, más aumento del nivel del mar, más sequías y más ciudadanos impactados innecesariamente. Es fundamental que el tema climático y energético esté abordado seriamente en los programas de Gobierno, incluyendo el apagón fósil y la transición justa para los trabajadores de ese sector, que deberán relocalizarse en trabajos vinculados al desarrollo de energías limpias. De otra manera, deberemos enfrentarnos a un dilema existencial: o actuamos urgentemente, teniendo en cuenta el mundo que dejamos, o empecemos a armar las valijas para dejarlo antes de lo previsto.
Naciones Unidas estableció el 28 de enero como el Día Mundial por la Reducción de Emisiones de CO2, como un recordatorio de uno de los mayores desafíos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI. El año que dejamos atrás estuvo marcado por eventos climáticos extremos, como los incendios forestales en Grecia y California, olas de calor en Medio Oriente, inundaciones de Nigeria a Japón, o un supertifón en Filipinas. Y Chile no se queda atrás. Según un estudio de la organización Germanwatch, está entre los diez países más afectados por los impactos del cambio climático: mayores sequías, incendios forestales y riesgo por el aumento del nivel del mar.
De acuerdo a la Organización Meteorológica Mundial, los últimos veinte años estuvieron entre los 22 más cálidos de la historia; los últimos cuatro encabezan el ranking, en 2017 siguieron aumentando y el año que acaba de terminar llevó las emisiones a su máximo histórico. La última vez que el planeta había tenido una concentración de CO2 comparable a la actual, fue hace alrededor de tres y cinco millones de años, cuando el nivel del mar estaba veinte veces más elevado y el hombre aún no habitaba estas tierras.
Según el informe sobre riesgos globales del Foro Económico Mundial, las tres principales amenazas a la economía global están vinculadas al cambio climático causado por la actividad humana. Y, sin embargo, la comunidad global está haciendo muy poco para revertir la crisis. O, incluso, para evitar que siga profundizándose.
¿Cómo llegamos a este punto? La quema de combustibles fósiles y la deforestación se incrementaron a tasas astronómicas desde la Revolución Industrial para satisfacer la insaciable demanda de recursos de la sociedad de consumo global y, principalmente, para enriquecer a parte del 1% más rico del planeta. La situación es alarmante y la comodidad de los líderes para actuar en detrimento de los intereses económicos de varios de sus amigos, está poniendo en debate nuestra propia extinción, junto a la de miles de especies. Sin embargo, todavía hay una ventana de oportunidad y se juega en la próxima década.
El último informe del Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC), máxima autoridad científica en materia climática, demostró que es posible mantener el aumento de la temperatura global por debajo del umbral de 1.5°C en relación con la era preindustrial, meta acordada por la comunidad global en el Acuerdo de París. Para lograrlo, sin embargo, estamos obligados a reducir a la mitad las emisiones de gases de efecto invernadero para 2030. Esto implica un cambio revolucionario y que las numerosas reuniones climáticas globales dejen la zona de confort y tomen medidas transformadoras y radicales en la forma en la que producen y consumen energía.
Si nos tomamos en serio dejar un mundo habitable, en la próxima década la quema de carbón tiene que reducirse, al menos, un 80 por ciento, el petróleo casi un 40 y el gas un 25. Todos los combustibles fósiles tienen que ir en picada a escala global. Cualquier nuevo proyecto de carbón, u otros fósiles, es un crimen humanitario que solo verá algún beneficio en los balances de algunas corporaciones fósiles transnacionales. El 40 por ciento de la electricidad de Chile proviene de la quema de carbón, y esta semana se reactivaron las tronaduras para extraer el mineral más contaminante del planeta de Mina Invierno.
En un año en el que Chile debe dar el ejemplo como anfitrión de la Cumbre del Clima de la ONU (COP25), el Gobierno comenzó fallando y dando las peores señales de cara al gran desafío que tiene por delante. Más carbón es más aumento del nivel del mar, más sequías y más ciudadanos impactados innecesariamente.
Así de claro, y en la cara del establishment global, lo denunció Greta Thunberg, una estudiante y activista sueca de 16 años, en el Foro Económico Mundial de Davos hace unos días: “No quiero que estén esperanzados, quiero que estén en pánico y que actúen como si la casa se estuviera quemando, porque la casa se está quemando”.
Más de dieciséis mil chicos salieron a las calles en Bélgica el último viernes en un “paro escolar” para exigir acción climática. Cada vez se suman más en distintos países de Europa. Y esto tiene una sencilla razón: los adultos que gobiernan el mundo se están comportando como niños irresponsables y poniendo en riesgo el futuro de los chicos que actúan con un coraje que a los líderes les falta.
Hay razones para esperanzarse, porque las renovables crecen, sus precios caen y la conciencia sobre el problema está más arraigada. Pero ante todo tenemos que estar hartos de nuestro liderazgo local y global; tenemos que exigir alternativas que estén a la altura del desafío. Mientras que el informe Climatescope 2018, producido por la agencia Bloomberg, pone a Chile como el mercado más atractivo para las energías renovables, el liderazgo político insiste en la extracción de carbón, sostiene la quema en zonas de sacrificio y no toma en serio la amenaza a la que nos enfrentamos. El carbón debe estar fuera de la matriz energética chilena en una década, y ser reemplazado directamente por el exponencial crecimiento de energías renovables.
La COP25 pondrá los ojos del mundo en las acciones que tome el país. En un año clave para aumentar drásticamente la ambición climática, que es lo que hace falta para limitar el aumento de temperatura en no más de 1,5°C, que la comunidad global llegue a un país con un uso creciente del carbón sería una pésima señal. Si bien hay señales positivas, el voluntarismo y las medidas gradualistas no alcanzan. El carbón debe llegar a su fin en la próxima década.
Solo diez años nos quedan para salvar al mundo como lo conocemos y evitar sufrir peores impactos. Es fundamental que el tema climático y energético esté abordado seriamente en los programas de Gobierno, incluyendo el apagón fósil y la transición justa para los trabajadores de ese sector, que deberán relocalizarse en trabajos vinculados al desarrollo de energías limpias. De otra manera, deberemos enfrentarnos a un dilema existencial: o actuamos urgentemente, teniendo en cuenta el mundo que dejamos, o empecemos a armar las valijas para dejarlo antes de lo previsto.