¿Por qué se ha venezolanizado tanto nuestra diplomacia? Las razones internacionales podrá explicarlas el Gobierno ante el Congreso, lo que todavía está pendiente, pero llama la atención el énfasis cotidiano en el tema Venezuela en la retórica gubernamental. La respuesta es una sola: porque le conviene en política interna. Porque al colocar el tema Venezuela se divide a la oposición, ya que la DC, el PPD y otros condenan al gobierno de Maduro, pero el PC lo apoya, y porque el tema divide al Frente Amplio. La ecuación es simple: mientras más se hable de Venezuela en Chile, más se divide a la oposición chilena, y por tanto, más se favorece a la coalición de Gobierno, a Chile Vamos.
Venezuela se ha tomado la agenda de nuestra diplomacia. ¿Por qué? La respuesta requiere distinguir por una parte el desenvolvimiento de la crisis venezolana, y por otra, cómo esto repercute en nuestro país.
Aclaremos desde un principio. Venezuela vive una profunda crisis en la cual sus principales actores se niegan recíprocamente toda legitimidad: para la oposición, el Gobierno es un grupo de usurpadores, narcotraficantes y corruptos. Para el Gobierno, la oposición es un grupo de golpistas subordinados a Trump y a Colombia, terroristas y antipatrias. Este solo enunciado habla de una verdad obvia: en Venezuela hoy se requiere una fórmula política que restablezca un mínimo de entendimiento.
En segundo término, la economía venezolana sufre una profunda alteración, medida en inflación y abastecimiento, llegando a límites extremos que castiga a vastos sectores de la población, lo cual explica y motiva desplegar un vasto programa de ayuda humanitaria. Eso no puede estar en discusión.
Expresión de todas estas dificultades, es una creciente migración de venezolanos que, a diferencia del pasado (cuando todos querían irse a EE.UU.), esta vez, ya sea por la cerrazón de la frontera en tiempos de Trump, o por otras causas, muchos de estos migrantes buscan cobijo en Sudamérica, Chile incluido.
Ante este cuadro, el peligro más grande es que la situación escale a un conflicto mayor, ya sea por la intervención externa, o por la división de las FF.AA., a lo cual la oposición apuesta abiertamente. Un conflicto mayor sería trágico para Venezuela, pero también para los países vecinos: los conflictos expulsan a centenares de miles de refugiados y transforman las fronteras en áreas de traspaso de armas, combatientes, heridos, agentes, saboteadores, etc., vale decir, la convierten en un medio donde -aprovechando su porosidad característica- el delito y, en especial el narcotráfico, la vulneran a plenitud.
Digamoslo claramente: un conflicto mayor en Venezuela traería graves consecuencias no solo para Venezuela, sino también para los países de la región, Chile incluido. Por tanto, el interés nacional de Chile –que es lo que debe cautelar nuestra política exterior- en la actual crisis venezolana pasa por ayudar a la construcción de un camino político, pacifico y democrático de solución.
En este contexto analicemos lo sucedido el 23 de febrero.
Como sabemos, el presidente encargado convocó a sus países aliados al envío de ayuda humanitaria. Nunca quedó claro cuál era el mecanismo por el cual esa ayuda ingresaría a Venezuela. Menos cuando el gobierno de Maduro anunció el cierre de fronteras. Pero reiteradamente la oposición formuló llamados a la desobediencia de las FF.AA.
Según los principios del derecho internacional, la ayuda humanitaria nunca se debe politizar, siempre es necesario garantizar la neutralidad y la independencia de estas operaciones. Existen organizaciones de probada experiencia en la materia, como el Comité Internacional de la Cruz Roja, o el Programa Mundial de Alimentos (hasta hace poco dirigido eficientemente por un chileno). Han sido capaces de llevar ayuda a la población en Corea del Norte o en medio de las más feroces guerras civiles africanas.
¿Por qué no se recurrió a estos mecanismos?
El Gobierno venezolano señala que la ayuda humanitaria era parte de una operación política intervencionista. La oposición acusa al Gobierno de negar alimentos y cometer delitos de lesa humanidad.
Un balance realista de los sucesos del 23 de febrero muestra que la administración de Nicolás Maduro sigue controlando el territorio y el gobierno en Venezuela. Juan Guaidó se encuentra fuera del territorio, y es probable que se transforme en un presidente en el exilio, un rey sin corona. Las FF.AA,, mas allá de deserciones menores, siguen conservando su unidad institucional y su línea de mando. Se transforman crecientemente en el principal factor que garantiza la estabilidad de la sociedad venezolana.
La apuesta al quiebre de las FF.AA. fracasó, la oposición no puede desestabilizar al Gobierno. Este, a su vez, detenta el control del país, pero a elevadísimos costos políticos, económicos e internacionales. Es lo que llamamos, un empate catastrófico. La tarea de construir un camino político negociado sigue vigente. El peligro de un desenlace violento permanece.
Seamos majaderos: el problema de Venezuela lo resolverán los venezolanos, la solución a su crisis debe tener sabor a arepa. La comunidad internacional puede ayudar a esa solución, pero respetando lo primero.
En ese camino estuvo la diplomacia chilena hasta marzo de 2018. Inclusive fue parte activa de las conversaciones de República Dominicana, a pedido de ambas partes, lo que representaba un reconocimiento a nuestro rol facilitador, el mismo que habíamos ejercido poco antes en las negociaciones colombianas que pusieron fin a la guerra con las FARC. Esa actitud fue acompañada de firmes, pero sobrias acciones humanitarias, entre otras, como la protección que se otorgó en nuestra embajada a líderes opositores y el asilo a miembros de su corte.
Sin embargo, bajo la actual administración, esa postura se abandonó, Chile ha pasado a ser casi un protagonista de la política interna venezolana. Dejamos de ser parte de la solución para tomar partido.
Ojo, es comprensible y legitimo que sectores de nuestra sociedad tengan opinión favorable por alguno de los actores venezolanos hoy en pugna. Es parte del debate democrático entre partidos políticos, o entre parlamentarios o columnistas, porque representan legítimas opiniones de nuestra sociedad diversa y plural. Pero el Estado es otra cosa. Y la diplomacia en especial.
La política exterior, al igual que la política de defensa, vela por los intereses nacionales, es decir, por los intereses de toda la nación, por sus 18 millones de habitantes. No depende de los intereses parciales, legítimos, pero parciales, de un sector de la sociedad. Su éxito recae en el apoyo transversal a las así llamadas “políticas de Estado”. La férrea y exitosa política seguida frente a la demanda boliviana lo demuestra.
Es en este marco que se lamenta el giro de nuestra diplomacia ante la crisis venezolana: que abandona la búsqueda de una solución política para buscar protagonismo en ser la vanguardia internacional de operaciones como la que vivimos el sábado 23.
Aclaremos: que Chile envíe ayuda a Venezuela es ampliamente compartido, así como a cualquier vecino en dificultades. ¡Qué duda cabe!, pero las circunstancias de esta fallida operación abren interrogantes.
En primer lugar, por el volumen: 17 toneladas, algo que cabe en un camión. ¿Alguien piensa que con ese volumen se van a resolver las urgentes necesidades de la población venezolana? En segundo término, si quiero ayudar, me preocupo que la ayuda llegue a los necesitados, pero en este caso la ayuda fue a las bodegas de un país vecino, no explicándose nunca cómo llegaría a la población venezolana. ¿Por qué no se pidieron los buenos oficios de la Cruz Roja Internacional o del Programa Mundial de Alimentos?
Tercero: la delegación, encabezada por la mas alta autoridad del país involucrada en este fallido intento, incluidos avatares bochornosos que hemos presenciado todos los chilenos, ¿se informó al Congreso de este cometido?
Se justifica esta operación en base a los principios de la democracia y la libertad, buenos principios orientadores, pero eso deja en el aire que en otras ocasiones, en otras latitudes y en otros momentos del presente y de la historia, los hoy entusiastas de la democracia no tuvieron una presencia elocuente para ser diplomáticos.
En todo este episodio, la prudencia –principio básico de la diplomacia- brilló por su ausencia. Y ser imprudente en las fronteras nunca es bueno.
Agreguemos que, además, la inmensa mayoría de los países del llamado Grupo de Lima no se hicieron presentes, brillaron por la ausencia de sus mandatarios, como fue el caso de Brasil, Perú y Argentina, entre otros.
¿Por qué entonces se apostó tanto a esta operación? ¿Por qué se ha venezolanizado tanto nuestra diplomacia?
Las razones internacionales podrá explicarlas el Gobierno ante el Congreso, lo que todavía está pendiente, pero llama la atención el énfasis cotidiano en el tema Venezuela en la retórica gubernamental. La respuesta es una sola: porque le conviene en política interna. Porque al colocar el tema Venezuela se divide a la oposición, ya que la DC, el PPD y otros condenan al gobierno de Maduro, pero el PC lo apoya, y porque el tema divide al Frente Amplio. La ecuación es simple: mientras más se hable de Venezuela en Chile, más se divide a la oposición chilena, y por tanto, más se favorece a la coalición de Gobierno, a Chile Vamos.
Esta interpretación se refuerza con las revelaciones de que la llamada “Operación Cúcuta” se manejó desde La Moneda, sin participación relevante de la Cancillería y menos de diplomáticos de carrera. Fenómeno que viene repitiéndose reiteradamente en los últimos meses, hasta las mas mínimas formalidades, como que los principales anuncios se hacen desde el palacio de Gobierno y no desde el Ministerio de Relaciones Exteriores.
Evo Morales hizo algo parecido: politizó la demanda marítima; mientras más se hablase de “la recuperación del litoral”, más se obligaba a la oposición a respaldar al MAS y a su presidente. En definitiva, eso es usar la política exterior para fines de política interna.
Es legitimo que la coalición de Gobierno tenga una opinión sobre Venezuela, pero la diplomacia chilena debe velar en este y en todos los casos siempre por el interés nacional de todos los chilenos. Y este, en el tema de Venezuela, es la construcción de un camino político, negociado y democrático entre los venezolanos.