El carnaval de volteretas que experimentó la derecha al día siguiente del 8M, especialmente el Presidente, debiese alertar a quienes desde hace mucho tiempo mantienen como compromiso de vida los derechos y la dignidad de la mujer, de modo que no se genere un gigantesco “gatopardismo”, que en definitiva busca que las demandas sean anuladas, creándose la sensación de que todo va a cambiar para que finalmente nada cambie.
Confirmando la alta volatilidad en la toma de posiciones por gobernantes, congresistas y significativo número de personeros públicos, el enorme impacto de la masiva y potente convocatoria de la movilización feminista del reciente 8 de marzo, de un día para otro, justo el 9 de marzo, emergió un nuevo Piñera, con un “relato” diametralmente distinto al que tuviera hasta el día anterior.
En la mañana del día 8, pretendió mofarse del movimiento, preguntándose en TV cuándo sería el día del hombre, y luego, temprano el 9, decía que “la causa de la mujer en Chile es la causa del Presidente”, un verdadero milagro generado por cerca de un millón de personas que a lo largo del país hicieron presente en las calles su adhesión a la demanda feminista.
Asimismo, el desagrado en el piñerismo-pinochetista ante la manifestación feminista fue inocultable. Uno de sus voceros, senador Moreira, atacaba señalando que era solo la izquierda y que “no representan la mayoría”. Cuál sería, no lo precisó. En su idea pueden ser, probablemente, los grupos del Cema que por obligación lo aplaudían en su tiempo de alcalde de Pinochet en La Cisterna.
No obstante, una vez más, la universalidad de las multitudinarias movilizaciones del 8 de marzo llevaron a la propia Presidenta de la UDI, en un indisimulado reacomodo de sus opiniones, a que también se declarara feminista.
Este carnaval de volteretas debiese alertar a quienes desde hace mucho tiempo mantienen como compromiso de vida los derechos y la dignidad de la mujer, de modo que no se genere un gigantesco “gatopardismo”, que en definitiva busca que las demandas sean anuladas, creándose la sensación de que todo va a cambiar para que nada cambie.
La universalidad que alcanzó la demanda y la movilización feminista debe provocar no solo un impacto comunicacional, sino que transformaciones económicas y sociales que se hagan cargo de aquellos aspectos más odiosos de la opresión a la mujer, como las vergonzosas diferencias de remuneración entre hombres y mujeres y aberrantes desigualdades, como las odiosas barreras discriminatorias en concursos públicos y otras responsabilidades en que la dominación masculina resiste “sin transar”.
La causa feminista se inició hace ya más de un siglo. En la sociedad civil como en el Parlamento, en estos días se han recordado notables casos de mujeres luchadoras de gran tesón y esfuerzo que fueron “haciendo camino al andar” en medio de la hostilidad machista, como Eloísa Díaz, Justicia Acuña, Amanda Labarca, Elena Caffarena, Olga Poblete, Graciela Contreras Barrenechea, entre otras.
En la derecha una mujer, María De la Cruz, electa senadora en enero de 1953, obtuvo más del 50% de los votos y fue inhabilitada por sus propios pares. En agosto de ese año, oligarcas machistas e incluso misóginos en un buen porcentaje, la expulsaron con el argumento de recibir recursos externos, del peronismo. Los tribunales abrieron juicio y fue absuelta. Así fue tratada la primera mujer senadora en Chile.
La dictadura fue el reinado del abuso, la arbitrariedad y la negación de derechos del conjunto del país. Hubo excepciones que se sumaron a la opresión, como una ministra que fue corredactora de la ley de amnistía o autoperdón de 1978. Pero en la memoria perdurarán Michelle Peña, Carolina Wiff, Marta Ugarte y tantas otras que entregaron su vida por la libertad de Chile.
Una vez recuperada la democracia se retomó la ruta cerrada década y media por la ideología misógina de la dictadura. A fines de 1990, el Gobierno del Presidente Aylwin creó el Sernam; posteriormente, se legisló contra la violencia intrafamiliar, cruel expresión de la barbarie machista; después se aplicó el Programa para Mujeres Jefas de Hogar; más tarde la mujer fue incorporada en profesiones que le estaban vedadas, como las instituciones castrenses. Luego, llegó el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género, en un nuevo impulso a la brega por los derechos y la dignidad de la mujer.
Desde el Congreso de Unidad Socialista de 1990 se aprobó la aplicación de cuotas en los organismos partidarios, hace tres congresos nacionales se estableció la paridad en sus órganos colectivos, así como la paridad para la elección de delegados en el Congreso General que sesionó en enero recién pasado.
En este proceso se registran avances y retrocesos, tal es el caso de la participación de la mujer en el Congreso Nacional en que, a pesar de que se legisló la existencia de cuotas en las candidaturas, no se ha resuelto el desequilibrio que afecta severamente la composición de género en el Parlamento.
La democracia es la institucionalidad en que se materializan requerimientos y demandas históricas, desconocidas o postergadas por siglos, desde esos avances libertarios e igualitarios se podrá conquistar el futuro de justicia y dignidad anhelado tantos años.