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El regreso del miedo Opinión

El regreso del miedo

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Bajo la sombra de una neoderecha en construcción se está proyectando una nueva espiral de temor. Cuando aparecen señales de protesta contra los grandes males que afectan a la nación (sobreutilidades, sobreexplotación, corrupción), sectores de derecha, preocupados por la inepcia gubernamental y por la poca celeridad en la aplicación de las contrarreformas, han repuesto el discurso del odio (UDI/sectores RN). Sus cantos de rencor han sido acompañados por la intransigencia empresarial con el mundo laboral (Von Appen), así como con la exigencia neoliberal de mayores niveles de explotación (Matte).


¡El miedo es cosa vieja en la historia!

Hay distintos tipos de miedos. El miedo al otro, el miedo a la guerra, el miedo ante la catástrofe, el miedo ante el hambre. En fin, en diversos momentos la humanidad ha enfrentado al temor. La expansión de la pestilencia causada por la Peste Negra inundó de pavor a Europa. Los indígenas mesoamericanos exudaron miedo ante la acometida de los españoles y sus pandemias. En tiempos de posguerra el hambre generó un miedo incontenible. El miedo se apoderó de las sombras durante la dictadura en Argentina. Hoy, está presente en las trincheras en Siria. De un tiempo a esta parte acompaña a los miles de migrantes que están acometiendo un destino incierto. Y también en el registro de los miedos están los expuestos por el feminismo.

Ahora bien, en nuestros páramos hay distintos tipos de temores. El temor al desastre natural es uno de ellos. Terremotos, huaycos, tsunamis e incendios, evocan todas nuestras aprensiones. Pero hemos aprendido a convivir con ellos y a superarlos desde la colaboración humana. Incluso, en estos momentos la humanidad está en lucha contra un gran miedo: el sobrecalentamiento planetario.

Pero, junto a este miedo proveniente de la naturaleza y de los errores humanos que la han agredido, existe otro miedo, el miedo inducido, ese miedo que conduce a que las emociones actúen en beneficio de su emisario. Este es el peor de los miedos, pues lleva a la inmovilidad política y social de los afectados, así como a la preservación del dominio por la vía de la manipulación/compulsión por parte de quienes lo propagan.

El miedo es cosa vieja en Chile. El temor estuvo presente hace ya mucho tiempo cuando en Santa María de Iquique y en San Gregorio arreció la represión. También estuvo presente cuando se arrinconó a los mapuches, y es que estaban en juego, para la oligarquía, la riqueza del salitre y la expansión del latifundio… el mismo miedo que se experimentó en Pampa Irigoyen. Este es el miedo represivo/preventivo para contener la demanda de los pobres por la vía del escarmiento.

En oposición también constatamos la presencia de otros miedos, el miedo-liberador, ese que exudaron los patriotas que con sus luchas hicieron posible la creación de nuestra República; el miedo-libertario de quienes bajaron desde la pampa a Iquique demandando un poco de felicidad; el miedo-contra-la-violencia desatada en 1973, el miedo de quienes asumieron la defensa del Gobierno y el posterior miedo-en-resistencia. Un miedo se orientó a la mantención de los privilegios, el otro a la exigencia de un mundo mejor.

Bajo la sombra de una neoderecha en construcción, en un sistema político aquejado por profundos males, se está proyectando una nueva espiral de temor. Las condiciones están dadas con el descalabro electoral de la centroizquierda y por su irrelevancia como oposición.

Por otra parte, les ayuda la fragilidad política del Gobierno. Parecía que era el tiempo de una derecha que prometía “tiempos mejores”, pero la economía no arrancó, se profundizó la desigualdad, quebraron numerosas empresas, ha bajado la oferta laboral, y progresa gravemente la desconfianza en las instituciones fundamentales de la república (Iglesia, Parlamento, Poder Judicial y Fuerzas Armadas).

También el tema del Wallmapu no solo abrió una coyuntura compleja para el Gobierno, puso en tela de juicio doscientos años de vida republicana sin mirada justiciera sobre los latrocinios que afectan al pueblo mapuche.

Finalmente, la reacción tardía para afrontar las recientes catástrofes y el abandono de la tradicional diplomacia, agregan otro punto de desconfianza.

Cuando aparecen señales de protesta contra los grandes males que afectan a la nación (sobreutilidades, sobreexplotación, corrupción), sectores de derecha, preocupados por la inepcia gubernamental y por la poca celeridad en la aplicación de las contrarreformas, han repuesto el discurso del odio (UDI/sectores RN). Sus cantos de rencor han sido acompañados por la intransigencia empresarial con el mundo laboral (Von Appen), así como con la exigencia neoliberal de mayores niveles de explotación (Matte).

No es todo, recientemente defensores de crímenes de lesa humanidad, han fundado un partido que apoya esta tendencia (Kast). La resurrección del pinochetismo es una advertencia de lo que espera al disidente, la violencia verbal es un estímulo que también propicia el miedo.

Favorecidos por un contexto internacional propicio, desde el caso venezolano, han propiciado un miedo cuasipatológico  a través de una estrategia comunicacional sin parangones. Ahora bien, los pasos en el camino al miedo comienzan a confluir. La concurrencia entre la Ley de Inclusión Escolar con la operación “Con mis hijos no te metas” (y otras iniciativas) dan cuenta de un rumbo que intenta unificar al conjunto de la derecha por el anclaje en su tradición histórica de recortes democráticos (habidas excepciones).

En otras palabras, a través de miedo atávico ante el cambio, la derecha dura ha repuesto la lucha de clases, arrojando la práctica del consenso postransicional por la borda, cuestión en que la derecha liberal no se ha quedado atrás. Aún más, los recientes incendios que devastaron la zona sur han sido propicios para la ocupación militar del Wallmapu. Portonazos y encerronas ya no son parte de la crónica amarilla, son parte de un cotidiano de terror que presupone que se combate con cada vez más policías. La coerción como norma comienza a imponerse en un Estado en que funcionan, además, las noticias falsas y la acción punitiva.

En días de desesperanzas  (como diría Žižek) y de pérdida de la identidad de la izquierda, entender el tema del Estado es crucial para enfrentar el miedo que viene. En ese sentido no existe un Estado “inocente”, el Estado aséptico es inexistente. Nuestro país vive bajo las condiciones de un Estado neoliberal en lo económico y liberal en lo político, que se equilibra entre la coerción y el consenso.

En nuestro Estado, efectivamente, ese equilibrio existe, pero es un equilibrio débil, por cuanto por la resistencia que opuso la derecha durante los años de transición a una democracia profunda no se logró desmantelar los enclaves autoritarios, coexistiendo las tendencias autoritarias con las de la democratización profunda. Ese Estado (con su déficit democrático) está ahora en riesgo por la preeminencia que están tomando los grupos ultraderechistas partidarios del predominio de los aparatos represivos de Estado por sobre los aparatos ideológicos.

La izquierda, la centroizquierda y los demócratas en general, deben contemplar que el miedo, a simple vista, opera desde dos ejes. Uno, proviene a través de la violencia simbólica que opera sobre la mente, causando confusión e inhibe/suaviza la opinión. A esto se suma, en partidos que han perdido la identidad, una extrema debilidad en el acto de contrapoder para lograr mantener presencia en el campo político. El otro, es el del castigo punitivo, es decir, el castigo al cuerpo a través de los aparatos de la sociedad política, el objetivo es causar terror/paralización de la acción política.

Ahora bien, ambos aspectos hasta ahora se han equilibrado. Pero la realidad no es estática, la aparición de la estrategia del golpe blando (Honduras, Paraguay, Brasil… Venezuela) mantiene formalmente al Estado-integral (coerción + consenso), pero su objetivo es el recorte democrático. Entonces, la tentación de los nuevos y viejos autoritarismos es acentuar la preeminencia de la coerción sobre el consenso.

De allí la urgencia democrática por  recuperar la identidad perdida, es decir, el sentido que enrumba la lucha de los sujetos de cambio. Aunque la recuperación de la identidad perdida demanda también la recuperación de la memoria histórica, puntos de partida para la reorganización/movilización y superación del miedo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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