El gran sociólogo boliviano René Zavaleta solía decir que en América Latina la eternidad es muy breve, y tenía mucha razón. Tanto Argentina como Bolivia enfrentarán elecciones presidenciales en octubre, dos procesos electorales donde el panorama está abierto, pero cuyo contexto, cronograma y alternativas son completamente distintos.
En octubre dos países vecinos realizarán elecciones presidenciales: Argentina y Bolivia. Ambos son con los que más compartimos frontera común, experimentan procesos políticos muy diferentes en su historia reciente y, por cierto, en ambos imperan regímenes democráticos desde que en el siglo pasado se terminaron las dictaduras militares.
En los dos procesos electorales el panorama está abierto a más de un semestre de las elecciones, pero el contexto, el cronograma y las alternativas son completamente distintos. En mi opinión, como siempre lo determinante será el proceso político interno, para despejar de partida aquellas explicaciones deterministas –y algo ingenuas– que buscan describir la política latinoamericana como resultado de un movimiento pendular.
Argentina en su pasado reciente estuvo hegemonizada por la llamada “era K”, en alusión a los gobiernos de Néstor Kichner y su esposa, Cristina Fernández. Ellos expresaron una alianza entre sectores del peronismo y la izquierda, condimentada por diversos agrupamientos regionalistas. Impulsaron una política de fuerte cuestionamiento al “consenso de Washington” y, si bien no formaron parte de la alianza bolivariana ALBA, mantuvieron cordiales relaciones con Hugo Chávez, al igual que con Lula y Dilma. En lo interno, impulsaron una activa política social, con fuertes subsidios al consumo básico de la población y un esfuerzo por elevar la seguridad social, en especial, la previsión.
Por cierto, los gobiernos K colisionaron con la banca internacional, tuvieron graves desencuentros con sus acreedores, a los que llamaron “fondos buitres”. Sus críticos hoy les enrostran que su desempeño económico frenó el crecimiento y la afluencia de inversión, pero el principal cuestionamiento se alimentó de diversos casos de corrupción que afectaron a altos funcionarios, incluso a la propia Fernández, que hoy está procesada pero al mismo tiempo protegida por su fuero parlamentario como senadora.
La era K terminó con la elección de Mauricio Macri, que logró conformar una alianza entre su partido, el PRO, con el radicalismo y a la que sumó a las fuerzas de la combativa Elisa Carrió, emblemática política chaqueña y ex radical. Se presentó como la posibilidad de retomar el crecimiento económico, bajar la pobreza y abrir la economía al mundo y buscó entenderse con el gran capital, como dicen los amigos argentinos.
[cita tipo=»destaque»]El oficialismo ya decidió –si es que hay algo definitivo en política– y Macri será el candidato. Pero resta por ver si sus aliados están en la misma y ahí los ojos se dirigen hacia el radicalismo. En la oposición la mejor candidata hoy es CFK. Pero ¿y si se baja Macri? Las encuestas muestran que, a la fecha, hay segunda vuelta si la competencia fuese entre ellos dos, porque Fernández tiene una ventaja suficiente. Pero no es claro si surgiera otro candidato, un «no a Macri». A estas alturas, los no a Cristina y no a Macri son una mayoría y cualquiera de los dos que enfrente a un candidato diferente, tiene en su contra el ya aludido común 50% de rechazo.[/cita]
Todo fue bien en un comienzo y, hasta las parlamentarias del 2017, el oficialismo veía con optimismo el futuro. Los planes para el 2018 estaban claros: después del Mundial –donde se esperaba que Messi y el equipo tuvieran un desempeño acorde– se lanzaría la reelección de Macri. Pero el diablo metió la cola. Desde el segundo trimestre se desató un nuevo periodo de inestabilidad económica y el resultado fue una caída del peso, que a la fecha lleva el dólar arriba de 40, casi un 100% de devaluación en poco mas de un año.
Y si de algo saben los argentinos es de devaluaciones, por eso, hace años que la mayoría ahorra en divisas y no confía en la banca, temerosos de un nuevo corralito.
Sería largo de explicar las causas de las vulnerabilidades de la economía argentina: un elevado déficit, una brecha entre su disponibilidad de divisas y la producción de las mismas, déficit de competitividad, en fin. La reacción fue acudir a prestamos del FMI, lo que se consiguió con varias decenas de miles de dólares, pero –como es comprensible– atados a un conjunto de medidas poco amables y metas cuasiimposibles, como inflación cero.
No hay nada menos recomendable para un presidente que se quiera reelegir que la campaña se desarrolle en medio de una inflación, la reducción de consumo y protestas sociales. Pese a ello, hasta la fecha Macri mantiene su postulación y, por lo menos, nadie puede negar su tesón.
La apuesta es casi milagrosa: que antes de octubre la economía dé signos de recuperación y que se detengan la inflación y la devaluación del peso.
En la oposición la mejor carta a la fecha es Cristina Fernández, las encuestas coinciden en que cerca de un 30% la prefiere, pero comparte con Macri un nivel de rechazo relativamente similar: casi un 50%.
En suma, la polarización entre Macri y Cristina estaría dejando hoy un espacio que abarcaría arriba del 40% que no quiere a ninguno de los dos. Es lo que los comentaristas denominan “la grieta”. Y mediciones recientes señalan que arriba del 50% de los argentinos estaría dispuesto a cambiar su voto si es que con ello impide que gane Macri o Cristina.
El oficialismo ya decidió –si es que hay algo definitivo en política– y Macri será el candidato. Pero resta por ver si sus aliados están en la misma y ahí los ojos se dirigen hacia el radicalismo. En la oposición la mejor candidata hoy es CFK. Pero ¿y si se baja Macri? Las encuestas muestran que, a la fecha, hay segunda vuelta si la competencia fuese entre ellos dos, porque Fernández tiene una ventaja suficiente. Pero no es claro si surgiera otro candidato, un «no a Macri». A estas alturas, los no a Cristina y no a Macri son una mayoría y cualquiera de los dos que enfrente a un candidato diferente, tiene en su contra el ya aludido común 50% de rechazo.
CFK tiene hoy la mejor opción en la oposición, incluso si enfrentase a Macri ganaría. De momento, su estrategia electoral es el silencio, el bajo perfil, mientras sus alfiles se mueven con agilidad. En el pasado reciente la división del peronismo pavimentó el triunfo de Macri, pero, si bien son muchos los aspirantes, son pocos los que se lanzan a la fecha. A la “decisión de Cristina” le pena el antecedente Lula, dado que al prolongar este su renuncia a su candidatura, no le dio tiempo al PT de levantar una alternativa.
En la “grieta” emergen varios nombres, pero es el del ex ministro Roberto Lavagna quien ronca más fuerte. Su principal capital es que fue quien saco a la economía del desastre del corralito. Si el tema principal de la elección es la economía y cómo remontar una nueva crisis, Lavagna es sandía calada. En los comentaderos políticos se dice que no quiere competir en primaria alguna y solo aceptaría una nominación de un grupo amplio de fuerzas donde podrían converger buena parte del radicalismo, de peronistas no, y en general capitalizar al mundo de los No No.
El cronograma electoral impone un mecanismo que permitirá despejar el naipe: las primarias, que los argentinos denominan PASO (Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias). Por ley se desarrollarán en agosto y solo después de eso se podrá hacer una evaluación menos conjetural.
Lo que no es nada especulativo es que la campaña estará condimentada por la presencia de dos señoras muy influyentes en tiempos de elecciones: doña Inflación y doña Devaluación.
Los bolivianos concurrirán a las urnas en octubre, una semana antes de los argentinos. Y todo indica que, al igual que en las últimas tres veces, una vez más el nombre de Evo Morales estará en la papeleta, acompañado de su escudero García Liniera.
Bolivia exhibe en el presente siglo una novedad respecto a su historia: conserva estabilidad política y económica. No es algo menor en un país que en el siglo pasado detentó el mayor número de golpes de Estado en la región. Pero no solo Bolivia hoy es más estable, también ha crecido económicamente, por cierto, partiendo de un piso muy bajo, pero hoy muestra un sostenido dinamismo.
Los cambios en la Bolivia del siglo XXI también se expresan en lo social y lo cultural. La razón es la misma: el triunfo del Movimiento Al Socialismo, MAS, que dirige Evo, representa a esa gran mayoría indígena y popular que, históricamente, fue discriminada, marginada del poder y los beneficios, esa es la base del proyecto de Estado Multicultural que encabeza Morales.
Sobre esa base se reformó la Constitución, se avanzó en un conjunto de medidas sociales, al tiempo que se nacionalizó la industria del gas, lo que devino en un sustancial incremento de los fondos públicos.
Pero en los casi tres lustros de gobierno, el MAS ha experimentado costos. En el apoyo social, bastiones suyos han pasado a la oposición: desde la dinámica ciudad de El Alto, hasta los mineros cooperativistas, que hace un tiempo atrás asesinaron vilmente al viceministro del Interior que intentaba dialogar con ellos. También los propios cocaleros se ven inquietos hoy por el objetivo de reducir las hectáreas de cultivo.
Económicamente el horizonte no se ve tan promisorio, en especial porque el fuerte de las exportaciones bolivianas son las gasíferas, y sus dos clientes principales son Brasil y Argentina. Sucede que ambos países ya poseen explotaciones propias, como lo es Vaca Muerta en Argentina y los yacimientos submarinos que explota Petrobras. Argentinos y brasileños requerirán de gas boliviano de todas maneras, pero tendrán mejores condiciones para negociar su precio. O sea, reducción de recursos para el Estado boliviano.
Políticamente el gobierno también ha sufrido desgaste, recordemos que en su última elección el MAS obtuvo arriba del 60% con lo cual además se aseguró una cómoda mayoría parlamentaria. Hoy eso es pasado, especialmente luego de la derrota en el referéndum de febrero de 2016 en la cual la ciudadanía rechazó la idea de una nueva reelección de Evo, más allá de lo que autoriza la constitución. Es cierto que en los días previos la figura del presidente fue victima de una curiosa acusación de paternidad que luego resulto completamente falsa, pero es evidente que el oficialismo perdió el plebiscito.
La calidad de la democracia se ha visto empañada en los últimos años, periodistas que han debido refugiarse en el extranjero, medios que acusan acoso, hasta defenestraciones dentro de la propia cúpula masista, como el ex canciller David Choquehuanca, o los enviados al exilio diplomático, tal es el caso del ex senador “Gringo” González (hoy en la OEA) y lo fue del repatriado embajador en Cuba, Juan Ramón Quintana, uno de los cerebros del fallido plebiscito. Por cierto, una magistratura dócil, adosada por la mayoría parlamentaria, completa el cuadro. En especial la autoridad electoral y el Tribunal Constitucional, que a la fecha han validado todo tipo de acciones destinadas a legitimar la reelección de Morales.
Un tufillo de culto a la personalidad se observa en las alturas paceñas. Se acompaña además de obras públicas de dudosa utilidad, como el Museo al Presidente o la construcción de la millonaria sede al inexistente Parlamento de Unasur. No son pocos los observadores que mencionan los estragos que pueden causar revelaciones en torno a las inversiones que hizo la empresa Odebrecht y su presencia –sobre todo sus gestiones– en los contratos públicos.
Las encuestas coinciden a la fecha en dos cosas. Primero, que el MAS es la maquinaria más fuerte y la principal fuerza de apoyo al presidente. Arriba de un 30% del electorado es masista de hueso colorado, patria o muerte. Concurren a estas elecciones ocho candidatos de oposición, pero solo uno le hace el peso a Evo: el ex presidente Carlos Mesa, que alcanza cifras similares.
Pero en Bolivia hay segunda vuelta y, a la fecha, a más de seis meses de campaña, ganaría la oposición que superaría su dispersión en el balotaje. Ojo con las encuestas, porque estas tienden a medir bien el mundo urbano, pero en Bolivia este coexiste con un no menor mundo rural donde Evo es fuerte.
A diferencia de Argentina, el debate no se centra en la economía. Lo que sí puede movilizar es la aprensión de que un triunfo de la oposición meta marcha atrás en las políticas sociales instauradas en tiempos de Evo.
El tema Chile a la fecha no se instala en la campaña, tanto Evo como Mesa no se sienten cómodos, dado el resultado de La Haya. Por ello quien más insiste en colocarlo es el candidato cruceño, Óscar Ortiz, tercero hoy con un 7% y que demanda una explicación por el rotundo fracaso diplomático.
A diferencia de Argentina, la polarización política no se traduce en una incertidumbre de candidaturas. Nadie duda que Evo estará en la papeleta, aunque para ello haya que retorcer la legislación que sea necesaria. En enero se desarrollaron unas primarias curiosas en que cada partido solo presentó una sola fórmula interna y no son pocos los que interpretaron la realización de estas primarias –totalmente innecesarias, dado que no existían disputas intrapartidarias que dirimir–como una operación del oficialismo para mostrar su músculo electoral, a fin de avalar la legitimidad de la candidatura de su gran líder.
A cambio de la discusión económica, se pueden instalar los miedos. El principal temor del electorado masista es que un triunfo de Mesa dé marcha atrás a las conquistas sociales, como ya hemos señalado.
Por cierto, Mesa está lejos de ser un extremista de derecha, pero para muchos bolivianos puede representar el retorno de la vieja clase política. A su vez, después de mucho tiempo, un MAS en la oposición puede significar volver a los tiempos de los paros, las huelgas, las tomas de carretera. Estas han disminuido sensiblemente, entre otras cosas, porque quienes las lideraron en el pasado, ahora están en el Palacio de gobierno. ¿Pero si vuelven a la calle?
El gran sociólogo boliviano René Zavaleta solía decir que en América Latina la eternidad es muy breve, y tenía mucha razón. A más de seis meses de las elecciones de nuestros vecinos aún resta que pase mucha agua bajo el puente. Por tanto, a seguir con atención y sin determinismos ni prejuicios el acontecer del vecindario.
Por cierto, destacar que, pese a las limitaciones y los reparos que podamos encontrar en el presente, este también nos muestra que en la región los gobernados eligen a los gobernantes y esa es una muy buena condición.