El compromiso del actuar en conjunto sobre la base de equipos técnicos solventes y transversales –que pusieron permanentemente en jaque al Ejecutivo y en particular al Ministerio de Hacienda–, junto a una alta dosis de confianza recíproca, eran condiciones esenciales para el éxito del propósito político de una reforma que asegure el financiamiento de programas sociales y que, en consecuencia, no rebaje impuesto a los que tienen más, con clara vocación progresiva. Se renunció a la posibilidad de esperar el momento oportuno, de aprovechar lo acumulado en fuerzas y confianzas recíprocas, para mejorar el proyecto en la idea común de considerar a la clase media y al mundo popular como sujetos de derechos y no financistas de los pudientes. A eso se renunció. Se cometió un delito de torpeza sublime.
En el mundo del trabajo quienes mejor hacen su pega son los dirigentes sindicales, ellos saben cuál es la oportunidad, el mejor momento de presionar en la negociación para obtener los mejores resultados para sus representados, los trabajadores del sindicato. La experiencia de tantas negociaciones entre capital y trabajo, les ha enseñado que el talento de descubrir ese momento puede significar el éxito o fracaso de la negociación. Una lucidez que solo se adquiere con la experiencia y el apego a las convicciones.
Aprendieron que esa oportunidad se daba entre la fecha de aprobación de la huelga y la fecha para hacerla efectiva. Es en esos días cuando se hace la real negociación, y la preparación para ese momento es crucial.
Todo el periodo anterior es de acumulación de fuerzas, de avances parciales, retrocesos, encuentros y desencuentros, de mucha explicación. Un tiempo en que el movimiento no puede dividirse, no puede mostrar flaquezas, no puede admitir negociaciones en paralelo, en el que no puede surgir la desconfianza en el seno del sindicato o la asamblea. La unidad y la confianza son vitales para el éxito.
Incluso, si alguno se pasa de listo, va por el lado y puede tener un éxito parcial, a la larga son los propios trabajadores quienes le pasan la cuenta.
Esto que legaron dirigentes de la talla de Bustos, Martínez, Seguel, Olivares, el loco Cuevas y Araya no se cristalizó en la conducta de la oposición en el trámite de la Reforma Tributaria. Faltó esa sensatez, esa astucia, esa lucidez que exhibieron estos y otros tantos dirigentes. Ese talento que, desde la unidad y la confianza, descubre cuál es el momento oportuno. Y era el periodo que media entre la votación negativa de la idea de legislar en la comisión de Hacienda y la votación de esta en la Sala, esos días eran el momento de «apretar», el de la negociación real, el símil de la votación de la huelga y el plazo para hacerla efectiva.
Ese es el momento al que se renunció. Todo el acumulamiento de fuerza, desde la unidad de la oposición, se desvaneció. Tiene razón el diputado PS Manuel Monsalve, cuando señaló que “se debilitó la capacidad negociadora de la oposición”.
[cita tipo=»destaque»]¿Qué hay detrás de esta conducta de acumular fuerza desde el colectivo para negociar desde la unilateralidad? Mi impresión es que hay una valoración, exagerada y equivocada, de que el perfil propio es garantía de recuperación de espacios políticos y electorales añorados. El sueño del camino propio subyace detrás de esta percepción, la idea de la contaminación si nos acercamos mucho. Tanto es así, que lo más probable es que el acuerdo para votar favorablemente la idea de legislar haya sido tomado en la audiencia privada del Presidente de la República con el timonel de la Democracia Cristiana y no en el Parlamento.[/cita]
Por eso, el compromiso del actuar en conjunto sobre la base de equipos técnicos solventes y transversales –que pusieron permanentemente en jaque al Ejecutivo y en particular al Ministerio de Hacienda–, junto a una alta dosis de confianza recíproca, eran condiciones esenciales para el éxito del propósito político de una reforma que asegure el financiamiento de programas sociales y que, en consecuencia, no rebaje impuesto a los que tienen más, con clara vocación progresiva.
Se renunció a la posibilidad de esperar el momento oportuno, de aprovechar lo acumulado en fuerzas y confianzas recíprocas, para mejorar el proyecto en la idea común de considerar a la clase media y al mundo popular como sujetos de derechos y no financistas de los pudientes. A eso se renunció. Se cometió un delito de torpeza sublime.
Por cierto, hay muchas explicaciones, que lo alcanzado ya era un éxito, que se había logrado el propósito, aunque ahora se anuncian las votaciones en contra, que se mantiene la convicción de votar en contra en todo aquello que quedó pendiente, que no es un buen proyecto. En fin, todas válidas pero poco convincentes.
Se podrían agregar otras, como que voces de la derecha ya hablaban que el proyecto se desdibujada, algunos analistas advertían su desnaturalización, Chile Vamos exigía no hacer más concesiones a la izquierda e, incluso, algunos de los nuestros se sumaron a este coro ampliando la polifonía.
¿Qué hay detrás de esta conducta de acumular fuerza desde el colectivo para negociar desde la unilateralidad? Mi impresión es que hay una valoración, exagerada y equivocada, de que el perfil propio es garantía de recuperación de espacios políticos y electorales añorados. El sueño del camino propio subyace detrás de esta percepción, la idea de la contaminación si nos acercamos mucho. Tanto es así, que lo más probable es que el acuerdo para votar favorablemente la idea de legislar haya sido tomado en la audiencia privada del Presidente de la República con el timonel de la Democracia Cristiana y no en el Parlamento.
Lo cierto es que actuar en conjunto implica entregar algo de soberanía, implica reconocer espacios de decisión también a los otros y, por ello, el método es fundamental, el compromiso es vital y la confianza es esencial. Así hicimos la transición, con construcción de confianzas, con concesiones recíprocas pero necesarias para el éxito. Con una convicción de que solo la unidad permitiría derrotar al dictador y a la derecha.
Pero esa convicción se pone en tela de juicio cuanto se acumula fuerza en conjunto, pero se negocia en forma unilateral. Cuando se conversa y dialoga, desde un frente común, pero, cuando hay que apretar, se deshace lo colectivo y se opera individualmente.
Lo que algunos en la oposición deben entender es que solo el actuar conjunto, desde sus particularidades, nos permitirá ofrecer al país una alternativa solvente. Los ciudadanos valoran la capacidad de gobernar, la capacidad de armar coaliciones amplias que expresen diversidad, pero tengan propósitos comunes en beneficio del país y su gente, que exista confianza entre sus componentes.
Por eso, el Presidente Piñera no podía correr el riesgo de que se votara contra la idea de legislar, por eso era posible seguir insistiendo en la negociación, por eso había que votar en contra la idea de legislar, para dialogar antes de la votación en la Sala, por eso había que votar la huelga y dialogar antes de hacerla efectiva.
¿Qué hacer? Como dirían esos viejos dirigentes que he nombrado: mantener la cabeza fría, no decir cosas que después hay que retirar, darse un tiempo, no perfeccionar los errores. Reconstruir paso a paso confianzas. Formalizar protocolos de convivencia y compromisos, de forma que todos sepan a qué atenerse en las nuevas situaciones, establecer mecanismos para resolver controversias, hacerlas explícitas y poner el acento en aquellos aspectos de la reforma que, según se señala, están todos de acuerdo que perjudican a las personas y al país, para votarlos negativamente en particular.
No hay que obviar lo sucedido. Tal vez es importante recordar que este entendimiento es un acuerdo entre el centro y la izquierda, y no una perspectiva de coalición de centroizquierda. Recordar que el socialismo comunitario ya no está, que el socialismo democrático tiene una amplia base de desarrollo y que, desde allí, la relación con el centro progresista debe prosperar por el bien de país, de los chilenos y las chilenas.