Paradójicamente, las historias de ambos presidentes parecen tener más rasgos en común de lo que los dos hubieran querido. Segundos tiempos que claramente no fueron mejores, con caídas abruptas en las encuestas, una economía débil que golpea a los chilenos y que ministros de Hacienda tratan de justificar por razones externas, descartando responsabilidad interna y, por supuesto, el verdadero punto de quiebre que sus hijos –curioso, dos de ellos se llaman Sebastián– provocaron para sus respectivos mandatos. Está claro que los tiempos han cambiado mucho, especialmente desde el caso Dávalos en adelante. La gente espera que los mandatarios y sus familiares no usen los privilegios del poder para pedirle un préstamo al dueño del banco ni para ir a hacer negocios utilizando una gira oficial. A lo más, podrán tolerar las conductas bizarras y estrafalarias del «negro Piñera», mientras no se le ocurra abrir un nuevo bar abusando de su apellido.
Pese al contraste que existe entre los dos mandatarios –que sumadas sus administraciones habrán gobernado nuestro país por largos 16 años–, la verdad es que de a poco empiezan a tener semejanzas que parecen sacadas del guión de una serie de Netflix. Veamos primero las diferencias entre dos presidentes que representan los contrates de nuestra sociedad: hombre y mujer, de derecha e izquierda, católico y agnóstica, de familia tradicional e hija de general, rico y de clase media, economista y médica, él vivió en Estados Unidos y ella en la antigua RDA. Y tal vez esas diferencias permiten explicar el rasgo esquizofrénico que caracteriza a un país que va votando, alternadamente, por esos polos.
Pero, paradójicamente, las historias de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera parecen tener más rasgos en común de lo que ambos hubieran querido. Segundos tiempos que claramente no fueron mejores, con caídas abruptas en las encuestas, una economía débil que golpea a los chilenos y que ministros de Hacienda tratan de justificar por razones externas, descartando responsabilidad interna y, por supuesto, el verdadero punto de quiebre que sus hijos –curioso, dos de ellos se llaman Sebastián– provocaron para sus respectivos mandatos.
Y las similitudes de los casos de los hijos de Bachelet y Piñera, desde las comunicaciones, son sorprendentes. Pese a que era algo evidentemente imprudente, la ex-Mandataria nombró a Sebastián Dávalos como director Sociocultural de la Presidencia, un cargo que lo exponía, considerando las conductas extravagantes del primogénito, como su gusto por el lujo y los Lexus descapotables. Es sabido que Bachelet desoyó las múltiples sugerencias que le hicieron de su círculo cercano.
Pero si hay un agravante del Presidente Piñera es que, sabiendo los efectos catastróficos para su antecesora de la dupla Dávalos-Compagnon, al tratar de sacar ventaja comercial por su vínculo con La Moneda, y que la transparencia hoy es casi un valor para los chilenos, haya llevado a sus hijos a una gira tan importante, en la que Sebastián y Cristóbal no pasarían inadvertidos. De seguro tampoco escuchó consejos de nadie.
[cita tipo=»destaque»]Sin duda, Piñera se ha equivocado en la manera de enfrentar el caso. Primero, subestimando el problema –con la mala broma de que estaban “castigados” por culpa de Quintana–, para luego contraatacar con un relato y tono muy poco presidencial que, denunciando ataques a su familia y “maldad” de los críticos, lo único que ha hecho es dejar más dudas y subirle el perfil al tema, como señalar que tiene las boletas del viaje, lo que significará que, tarde o temprano, deberá mostrarlas. De paso, Felipe Kast señaló que las vio, esperemos que no se esté metiendo en un nuevo lío, como cuando dijo haber observado un video con el ataque recibido por Carabineros en el Caso Catrillanca.[/cita]
Lo cierto es que el viaje de los retoños no solo se convirtió en un dolor de cabeza para La Moneda, sino que también terminó por opacar la gira a China. El caso –que ya lleva un mes en la agenda noticiosa– representa una cadena de errores interminables.
Una vocera dedicada casi de lleno a explicar los pasos de los hijos del Presidente, incluyendo una primera explicación bochornosa; un Mandatario que ha gastado más tiempo del prudente para defender a dos adultos como si fueran menores de edad; varios ministros de Estado que han incluido en su agenda el tema; la FACH tratando de desligarse; un informe de la Contraloría que da vergüenza ajena; rematando con el reconocimiento –adecuado aunque tardío– de Sebastián y Cristóbal, en cuanto a que no fueron capaces de dimensionar su conducta.
Sin duda, Piñera se ha equivocado en la manera de enfrentar el caso. Primero, subestimando el problema –con la mala broma de que estaban “castigados” por culpa de Quintana–, para luego contraatacar con un relato y tono muy poco presidencial que, denunciando ataques a su familia y “maldad” de los críticos, lo único que ha hecho es dejar más dudas y subirle el perfil al tema, como señalar que tiene las boletas del viaje, lo que significará que, tarde o temprano, deberá mostrarlas. De paso, Felipe Kast señaló que las vio, esperemos que no se esté metiendo en un nuevo lío, como cuando dijo haber observado un video con el ataque recibido por Carabineros en el Caso Catrillanca.
Y al igual que el Presidente, Bachelet también demoró casi diez días en entender la gravedad del caso Caval, al no moverse del lago Caburgua, hasta aceptar la renuncia de Dávalos. Reacciones a destiempo que se entienden porque hasta los presidentes son padres antes que mandatarios, pero uno supone que siempre hay algún asesor que es capaz de entregar buenos argumentos y tener capacidad de convicción frente a un jefe poderoso. Por lo visto, ese consejero no existió ni en el Gobierno de la entonces Presidenta ni tampoco en este de Piñera.
Aunque las comparaciones son odiosas y Sebastián Dávalos ha intentado jugar de mala forma con la teoría del empate, ambos casos son equivalentes por el daño provocado por dos malas decisiones –de Bachelet y Piñera– que no fueron dimensionadas hasta mucho tiempo después. Yo no creo que Sebastián y Cristóbal Piñera Morel hayan tenido la intención de sacar dividendos comerciales inmediatos con la gira. Fue una apuesta de largo plazo e incluso me parece legítima. Mal que mal, ser “hijo de” un hombre con el poder y la fortuna de su padre debe ser un hándicap no menor.
El problema de incluirlos en la gira no fue de ellos y, hasta ahora, la responsabilidad del autor intelectual de este error no se ha aclarado. El propio Presidente Piñera le habría confesado a Pepe Auth que él se enteró de última hora. O sea, según el jefe de Estado “alguien” tuvo esta idea, lo que derechamente podría interpretarse como una persona con mucho poder y quien en su foco de interés tiene el de velar por los intereses de la familia presidencial. Las sospechas parecen obvias.
El escueto y pobre informe de la Contraloría, en un pronunciamiento que solo señala que no hay norma para regular estos viajes, fue celebrado el sábado como un triunfo por una eufórica ministra Cecilia Pérez –que lleva casi un mes como vocera de la familia más que del Gobierno–, quien tuvo duras palabras contra “la izquierda”, exigiendo incluso disculpas.
La verdad es que lo que acá hubo fue una consulta a un organismo público respecto de si hubo o no falta de probidad en el viaje, pero el fondo sigue siendo el mismo: este fue un grave error y una tremenda falta de sentido común, que está impactando seriamente la reputación del Gobierno. Al igual que Dávalos se lo causó a Bachelet.
La ministra Pérez parece olvidar que las críticas no solo provinieron de la izquierda, sino también de su propio sector, encabezados por dirigentes de Evópoli y del presidente de Renovación Nacional. Definitivamente, y ella debe saberlo bien, este es un caso que sobrepasó largamente la esfera política y que está teniendo un impacto comunicacional muy catastrófico para La Moneda. El hecho de que llevemos un mes hablando todos los días del famoso viaje, es la prueba más clara de que esta fue una imprudencia. Y mientras no asuman eso, no podrán dar por cerrado el capítulo.
Está claro que los tiempos han cambiado mucho, especialmente desde el caso de Sebastián Dávalos en adelante. La gente espera que los presidentes y sus familiares no usen los privilegios del poder para pedirle un préstamo al dueño del banco ni para ir a hacer negocios utilizando una gira oficial. A lo más podrán tolerar las conductas bizarras y estrafalarias del negro Piñera, mientras no se le ocurra abrir un nuevo bar abusando de su apellido.