Considerando que, hasta el momento, las artes escénicas sólo habían tenido presencia en el plan diferenciado de educación artística, esta decisión provoca entusiasmo como primer impulso. El reconocimiento oficial de su relevante aporte formativo es un antiguo anhelo de profesionales, organizaciones, sindicatos y universidades que trabajan en el ámbito de la educación en artes escénicas. Sin embargo, enseguida surge la sospecha, una reacción generalizada en el ámbito de la educación y la cultura acostumbrada a proyectos que lentamente se diluyen y se desinflan, entrampados en las trabas económicas y burocráticas de las políticas públicas.
La escuela, especialmente en su modalidad occidental, nos ha convencido que para aprender es necesario estar sentado en silencio con un lápiz y cuaderno por delante. La inclusión de las artes escénicas en las modificaciones curriculares para 3° y 4° medio -aprobadas por el Consejo Nacional de Educación el mes de mayo- podría, en teoría y con esperanza, incidir en un giro paulatino en la concepción del cuerpo como territorio de existencia y la importancia de la experiencia en el aprendizaje escolar, comprendiendo que para interiorizar habilidades fundamentales como el trabajo en equipo, la capacidad de escucha, la apropiación del espacio, la expresión de emociones, el pensamiento abstracto, el rigor y sistematicidad, entre otras, la experiencia escénica es una herramienta única.
Considerando que, hasta el momento, las artes escénicas sólo habían tenido presencia en el plan diferenciado de educación artística, esta decisión provoca entusiasmo como primer impulso. El reconocimiento oficial de su relevante aporte formativo es un antiguo anhelo de profesionales, organizaciones, sindicatos y universidades que trabajan en el ámbito de la educación en artes escénicas. Sin embargo, enseguida surge la sospecha, una reacción generalizada en el ámbito de la educación y la cultura acostumbrada a proyectos que lentamente se diluyen y se desinflan, entrampados en las trabas económicas y burocráticas de las políticas públicas.
En este caso, también se atisban algunos obstáculos. Al fin y al cabo, el avance es importante, pero modesto, ya que Interpretación y Creación en Danza e Interpretación y Creación en Teatro son dos de las 27 asignaturas de profundización posibles, entre las que las y los estudiantes deben elegir 6. ¿Podrán, los establecimientos educacionales ofertar todas las posibilidades o serán los directivos quienes elijan las asignaturas que finalmente se propongan? ¿Lograrán las artes escénicas, contrarrestar la obsesiva búsqueda de muchas escuelas por mejorar sus resultados en las pruebas estandarizadas? ¿Cómo se construirán los programas y qué enfoques, miradas y tradiciones se promoverán desde estas disciplinas? ¿Qué se esperará de la formación de las y los profesores a cargo?
[cita tipo=»destaque»]Las oportunidades educativas que ofrece la enseñanza del teatro y de la danza solo encontrarán un terreno fértil, si el Ministerio e instituciones formativas las abordan como espacios que encierran complejidades, visiones de la realidad y de la educación diversas, a veces contrapuestas y no imponen o se conforman con un desarrollo instrumental, limitado que deje a autoridades, organizaciones y apoderados contentos y sin preguntas, pero a los y las adolescentes sin la oportunidad de desarrollar la revolucionaria experiencia de aprender con y desde el cuerpo y de apropiarse, con un lenguaje propio, de un escenario.[/cita]
Desde el lugar que nos compete, como universidad que se ha hecho cargo de formar a profesores y profesoras especializados en danza y teatro por más de ocho años, las últimas preguntas nos preocupan especialmente, porque nos consta que el desarrollo de una disciplina pedagógica en estas artes es aún muy incipiente en el país. Más allá de las distintas soluciones propuestas por diferentes instituciones, como programas de nivelación de estudios, diplomados o incluso carreras recientemente abiertas, la preocupación apunta a que la discusión académica en torno a la enseñanza del teatro y la danza es débil, dispersa y con escasa diferenciación de paradigmas.
Pareciera flotar en el ambiente la idea que la didáctica en danza y teatro implica decisiones técnicas, políticamente neutras y que, si se llevan bien a la práctica, siempre funcionan. La idea de una didáctica normativa, construida desde la identificación de supuestos “métodos correctos” para enseñar fuertemente cuestionada en otras disciplinas, parece tener en la enseñanza de las artes escénicas –hasta ahora- un terreno fértil. Sostener esto o, no hacerse ninguna pregunta al respecto, es una muestra más de la liviandad con que se mira una herramienta educativa tan potente.
Por este motivo, huimos, en esta columna, de recetas relativas a cómo tiene que ser un profesor en danza y teatro, ya que sería ignorar la diversidad en los contenidos de dos disciplinas de larga construcción histórica y enorme variedad de lenguajes. ¿Habrá conciencia en el ministerio de Educación y en los colegios de las implicancias de cada uno de estos lenguajes? ¿Se desarrollará una discusión profunda en torno a lo que reviste optar por, por ejemplo, la enseñanza de danza moderna frente al aprendizaje del folclor o del ballet? ¿Se discutirá desde qué mirada política del cuerpo y de la tradición abordar dicha enseñanza?
Por otra parte, será necesario potenciar una discusión en torno al conocimiento pedagógico del contenido, base fundamental en las decisiones didácticas que se apliquen. Así, surgen preguntas que hasta el día de hoy no han sido abordadas ni discutidas en profundidad: ¿qué conceptos de teatralidad se encierran detrás del desarrollo de los juegos teatrales? ¿Cómo se comprende el cuerpo en movimiento como un agente político? ¿Qué importancia tiene la realización de un montaje y muestra al público para consolidar los aprendizajes de la experiencia estética? ¿Cómo enfrentar el escenario y la puesta en escena como un espacio público en que se disputan miradas relativas a la justicia social?
La propuesta del Mineduc generó algarabía en el medio de artistas escénicos y no poca cautela fundamentada. Surgieron preguntas referentes a la factibilidad de implementación de la medida, dadas las condiciones actuales de muchos colegios, así como respecto al control político de las herramientas curriculares como los programas. Sin embargo, no se han escuchado muchas preguntas referentes a los contenidos y su mirada pedagógica, lo cual resulta preocupante.
Las oportunidades educativas que ofrece la enseñanza del teatro y de la danza solo encontrarán un terreno fértil, si el Ministerio e instituciones formativas las abordan como espacios que encierran complejidades, visiones de la realidad y de la educación diversas, a veces contrapuestas y no imponen o se conforman con un desarrollo instrumental, limitado que deje a autoridades, organizaciones y apoderados contentos y sin preguntas, pero a los y las adolescentes sin la oportunidad de desarrollar la revolucionaria experiencia de aprender con y desde el cuerpo y de apropiarse, con un lenguaje propio, de un escenario.