Hoy resulta cada vez más claro que las expectativas de la ciudadanía no están enfocadas en la promesa de un desarrollo económico que nunca llega, sino en mejorar los niveles de bienestar social, lo que ciertamente incluye reducir el tiempo dedicado al trabajo. Las chilenas y los chilenos saben perfectamente que, en el actual contexto de bajos sueldos, altos niveles de endeudamiento y pensiones miserables, el “tener tiempo” puede transformarse en algo mucho más valioso que ganar dinero. Las vidas humanas pueden ser enaltecidas en una gran diversidad de formas. Quizás la más valiosa es recuperar lo que la deshumanización de la vida nos ha quitado: el tiempo.
Hace poco más de un año en Escocia, Islandia y Nueva Zelandia establecieron la “Red de los Gobiernos por el Buen Trato”, para desafiar la aceptación universal del crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) como única medida del éxito de los países. Son enormes las implicancias de ese nuevo modelo económico, que incorpora en el centro de la evaluación del desarrollo de los países factores como la igualdad salarial, el cuidado infantil, la salud mental, el acceso a áreas verdes y otros indicadores alejados del mero crecimiento de la economía. Este nuevo enfoque puede ayudar a construir nuevas respuestas para confrontar los cambios globales que estamos enfrentando.
¿Qué tan cerca o tan lejos estamos en Chile de avanzar hacia convertirnos en un país del «Buen Trato»? Chile es el quinto país de la OCDE en que más horas se trabaja al año, con una de las jornadas laborales más largas del mundo.
El dato es preocupante y nos acerca, peligrosamente, a la realidad de las naciones más reconocidas por la sobreexplotación de la mano de obra, alejándonos a la vez de aquellos países con mejores indicadores de bienestar laboral y social.
Al pensar en una jornada de trabajo de nueve horas diarias, como la que impera hoy en nuestro país, debemos agregar el tiempo que los chilenos y chilenas destinan a prepararse para el trabajo y al transporte. Esto supone que, en los hechos, una persona en promedio utiliza entre 11 y 12 horas diarias en actividades relativas al trabajo, sin considerar aún situaciones difusas que generan obligaciones tácitas para el trabajador, como las horas extras –no siempre remuneradas– o la realización de algunas tareas a distancia, vía electrónica, fuera del horario de trabajo.
[cita tipo=»destaque»]Como siempre ocurre en estos casos, el discurso de la derecha política y económica oscila entre infantilizar a quienes promueven los derechos laborales y sociales –“es una iniciativa bienintencionada, pero errónea”, dicen algunos–, pasando por profetizar una crisis económica sin precedentes –“aumentará el desempleo, disminuirá el crecimiento y bajarán los sueldos”, dirán otros–, hasta recurrir al viejo legado dictatorial, acusando la inconstitucionalidad del proyecto.[/cita]
En tal sentido, la aprobación por parte de la comisión de trabajo de la Cámara de Diputados del proyecto de ley que reduce la jornada laboral de 45 a 40 horas semanales –presentado por la diputada Camila Vallejo– es una buena señal para el país y una noticia esperada por cientos de miles de trabajadores que desean mejorar su calidad de vida en medio del estrés, el agobio, la rutina y la falta de descanso. Esto, pese a que el Gobierno y el gran empresariado anuncian desde ya la llegada de todos los males habidos y por haber, si es que la iniciativa prospera.
Como siempre ocurre en estos casos, el discurso de la derecha política y económica oscila entre infantilizar a quienes promueven los derechos laborales y sociales –“es una iniciativa bienintencionada, pero errónea”, dicen algunos–, pasando por profetizar una crisis económica sin precedentes –“aumentará el desempleo, disminuirá el crecimiento y bajarán los sueldos”, dirán otros–, hasta recurrir al viejo legado dictatorial, acusando la inconstitucionalidad del proyecto.
Lo curioso es que, mientras la reducción de la jornada de trabajo se vuelve una necesidad sentida por nuestra sociedad, el Gobierno insiste en desregular aún más el régimen laboral chileno, a través de un proyecto de ley propio que –de acuerdo al oficialismo– permitiría conciliar trabajo y familia, pero que en los hechos otorga mayor poder a los empleadores para disponer de los tiempos y turnos de trabajo al interior de las empresas, precarizando aún más los actuales empleos.
El progreso económico ha sido por décadas la excusa predilecta de los gobiernos de la derecha y la ex-Concertación, para evitar hacer frente a las enormes desigualdades sociales de nuestro país, lo que ha supuesto desatender por años la protección de los derechos económicos y sociales de la población, relegando al último lugar la preocupación por el bienestar y la calidad de vida de las personas.
En tales condiciones, la demanda de las trabajadoras y los trabajadores por tener más tiempo para estar con sus seres queridos, desarrollar actividades recreativas o reapropiarse de los espacios públicos, es concebida por los defensores del modelo económico imperante casi como una nimiedad, un asunto trivial que nos aleja de las metas macroeconómicas que ellos mismos han impuesto al país, sin tomar en cuenta la voluntad ciudadana.
Sorprende que, a más de 130 años de las movilizaciones históricas que originaron la conmemoración del 1 de mayo como Día del Trabajador, en las que precisamente se exigían jornadas máximas de 8 horas, en Chile aún se trate de un derecho por conquistar y los empresarios sigan sosteniendo que se trata de un peligro para la estabilidad económica del país.
Hoy resulta cada vez más claro que las expectativas de la ciudadanía no están enfocadas en la promesa de un desarrollo económico que nunca llega, sino en mejorar los niveles de bienestar social, lo que ciertamente incluye reducir el tiempo dedicado al trabajo. Las chilenas y los chilenos saben perfectamente que, en el actual contexto de bajos sueldos, altos niveles de endeudamiento y pensiones miserables, el “tener tiempo” puede transformarse en algo mucho más valioso que ganar dinero.
Las vidas humanas pueden ser enaltecidas en una gran diversidad de formas. Quizás la más valiosa es recuperar lo que la deshumanización de la vida nos ha quitado: el tiempo.