Si el Instituto Nacional transforma el conflicto por la vía del diálogo, sería este el histórico legado de esta crisis, cuando los que eran partes y víctimas, transformaron una situación tan compleja y enseñaron a todo el país que sí se puede colaborar y transformar nuestras diferencias [ACTUALIZADA]
El conflicto del Instituto Nacional conmueve y preocupa a todo Chile. Las imágenes son impactantes, mostrando situaciones de mucho peligro para la seguridad física de los niños y jóvenes. Además de ver esas preocupantes imágenes, hay que hacer una pregunta inicial: ¿qué pasa con el tejido social si no se dialoga? Si la situación que afecta al Instituto Nacional no se gestiona en forma inmediata y pacífica, hay un gran riesgo de que se normalice la cultura de la confrontación, donde una parte de la sociedad chilena no colabora con la otra y se abre una profunda brecha en la sociedad, por la importancia misma del Instituto Nacional en nuestra historia y en nuestra juventud.
Es común en muchos conflictos, que cuando se sugiere la opción del diálogo, algunos dicen que no van al diálogo con el opositor, porque creen que ellos tienen toda y la única verdad. Si así sucede, hay un riesgo de deshumanizarse unos a otros y perder de vista que los otros son también parte de la solución. ¿Pero porqué es tan difícil el diálogo? Tal vez porque no hay claridad de quienes deberían sentarse a dialogar. ¿Son los estudiantes?, ¿sus familiares?, ¿los profesores?, ¿los que protestan?, ¿las autoridades? ¿o son todos?…
[cita tipo=»destaque»]Si la situación que afecta al Instituto Nacional no se gestiona en forma inmediata y pacífica, hay un gran riesgo de que se normalice la cultura de la confrontación, donde una parte de la sociedad chilena no colabora con la otra y se abre una profunda brecha en la sociedad, por la importancia misma del Instituto Nacional en nuestra historia y en nuestra juventud.[/cita]
Sería de un gran valor organizar diálogos entre opuestos, porque en el camino se puede descubrir que hay intereses en común. Es una responsabilidad democrática y educativa enseñar a niños y jóvenes a compartir espacios, aunque se tengan puntos de vista radicalmente opuestos. Atreverse al diálogo significa también abrirse a la posibilidad de cambiar de opinión, y aunque tal vez no ocurra, se puede seguir conversando. Esos son los diálogos imprescindibles para el conflicto del Instituto Nacional. Mientras más tiempo pasa sin conocer más sobre lo que sucede, más difícil se hace reconstruir la confianza. Para algunos sea tal vez una sorpresa, pero los conflictos no desaparecen con el silencio. Al contrario de lo que se cree, el tiempo no cura todas las penas.
Hay conflictos que se mueven tan despacio que la gente no se da cuenta del dolor que sienten. En esa lentitud, nos adaptamos a lo que antes era inaceptable. ¿Cuántas oportunidades perdidas han habido en el Instituto Nacional? ¿Qué más se podría haber hecho? Para responder hay que saber más y para saber más hay que invitar a puntos de encuentro.
El diálogo es para los valientes, aquellos que aún creen que la colaboración y la transformación pacífica de conflictos es posible. El diálogo sirve para reconstruir la confianza y la cooperación humana, para reconstruir puentes a lugares donde ya no vamos. El diálogo no se trata de aceptar lo inaceptable, de justificar crímenes, de olvidar, o dejar de lado las reivindicaciones, pero de entender el punto de vista del otro y también se trata de decirle todo lo que tú tienes que decir.
El diálogo es un proceso de interacción genuina, donde ningún participante renuncia a su identidad. Tal vez los padres, los estudiantes, la policía, los profesores, los líderes políticos, los ex-alumnos y muchos no quieren aceptar que el otro puede tener la razón. Cuando el conflicto se trata de cosas tales como identidad, valores o puntos de vista políticos, el ser humano tiende a discutir sus propias posiciones, y no escucha abiertamente cuáles son los valores de los demás, y se opta por denigrar a las opiniones de los otros.
No hay una sola ruta para el diálogo. El diálogo es un proceso, donde se aprende a escuchar y hacer preguntas; el diálogo también se puede hacer organizando eventos sociales, actividades creativas, deportivas, culturales o incluso haciendo clases incluyentes en el aula. Nunca se sabe de antemano cuál de estas formas puede tener la llave para la solución, pero casi siempre el diálogo sienta las bases necesarias para la negociación o la mediación. El proceso de diálogo ofrece a todos los actores involucrados una posibilidad única de ampliar su perspectiva y comprender la diversidad, donde las diferencias son respetadas, pero no necesariamente aceptadas, aprobadas o justificadas.
El Instituto Nacional es una muestra del Chile de hoy, con muchos problemas aparentemente imposibles de solucionar. Pero si nos acercamos y escuchamos más atentamente, podremos ver que los estudiantes desean aprender en condiciones dignas y seguras, los profesores desean enseñar y apoyar a sus alumnos, y los padres desean la mejor educación y el mejor futuro para sus hijos. Estos son los auspiciosos factores de éxito para alcanzar el diálogo y la construcción de la confianza y la paz.
Si el Instituto Nacional transforma el conflicto por la vía del diálogo, sería este el histórico legado de esta crisis, cuando los que eran partes y víctimas, transformaron una situación tan compleja y enseñaron a todo el país que sí se puede colaborar y transformar nuestras diferencias.
* El autor Alfredo Zamudio es el director del Centro Nansen para la Paz y el Diálogo. Es de origen chileno y ha vivido en Noruega desde 1976. Cuenta con una maestría de la Escuela Kennedy de Gobierno de la Universidad de Harvard y una licenciatura de la Universidad de Oslo. Ha trabajado como director del Centro de Monitoreo del Desplazamiento Interno en Ginebra, con presentaciones ante Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Casa Blanca, Consejo de Derechos Humanos, Consejo de ACNUR, Consejo de la OIM, Conferencia de París para el Cambio Climático, Unión Africana, entre otras. Fue director de la misión del Consejo Noruego de Refugiados en Timor Oriental y fue coordinador de uno de los campos de desplazados internos más grandes del mundo en Darfur, Sudán. Ha trabajado en Colombia como consejero del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, fue delegado de la Cruz Roja Noruega, director de la Casa de Derechos Humanos de Oslo y Jefe de Gabinete del Comité de Contacto de los Inmigrantes y las Autoridades Noruegas. Por su trabajo humanitario en Timor Oriental recibió la Orden de Timor Oriental por parte del presidente José Ramos Horta, y ha sido nombrado en dos oportunidades como uno de los inmigrantes más influyentes de Noruega.