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La necesidad urgente de un nuevo centro incluyente y convocante Opinión

La necesidad urgente de un nuevo centro incluyente y convocante

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Andrés Jouannet y Gutenberg Martínez
Por : Andrés Jouannet y Gutenberg Martínez Doctor en Ciencia Política y abogado de Comunidad en Movimiento
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La dialéctica pesimista superó a la realidad y en los últimos años Chile, claramente, se ha estancado social y económicamente, además de polarizarse políticamente. Lo que alguna vez lideró el centro político respecto de la conducción de los consensos necesarios para avanzar en un país diverso política y socialmente, fue derrotado por el antagonismo, las contradicciones y el absolutismo extremo dentro de la esfera pública. Más aún, en la actualidad, en el sistema político chileno hay bipolarismo entre izquierda y derecha, que por una parte imposibilita un diálogo político y, por otra, no permite el desarrollo de un proyecto colectivo de grandes acuerdos, que permitan mirar el país de una forma optimista hacia el futuro.


Según los datos de la dictadura militar, en 1989 el porcentaje de pobres en Chile era de 38,6%, aunque si la pobreza en aquella época se hubiera medido como se hace hoy, esta habría alcanzado al 80% de los chilenos. Esa era la magnitud del drama social que cruzaba a nuestro país posdictadura, además de las consabidas violaciones a los Derechos Humanos y el atropello a las libertades públicas y a los derechos civiles.

En la actualidad, la pobreza se ha reducido en torno al 8%. Asimismo, Chile en 1990 era el sexto país en ingreso per cápita en América Latina, muy por debajo de Venezuela, Argentina, Brasil, Surinam y Uruguay. Sin embargo, hacia el año 2000, Chile pasó a ser el país con el per cápita más alto del subcontinente americano y esa posición ha seguido siendo así luego de 20 años.

Durante ese mismo periodo, nuestro país duplicó su PIB histórico, lo que significa que todo el crecimiento acumulado desde 1810 a 1990 fue duplicado durante esos 10 años. Lo cierto es que Chile tuvo un periodo de 15 años en que no solamente creció, sino que además logró derrotar la pobreza, modernizar su infraestructura de obras públicas, convertirse en un país abierto al mundo con acuerdos comerciales que le han permitido no ser dependiente de solo un socio comercial. A diferencia del resto de los países de la región, que comenzando la década de 1990 estaban en mejor posición, Chile no solo mantuvo el crecimiento económico, sino que también mostró mejora en los índices sociales y estabilidad política.

[cita tipo=»destaque»]Una sociedad pensada en las personas mayores y su permanente inclusión, las familias y sus desafíos, la autonomía de las personas relativa a su desarrollo sociocultural, en fin, temas que no estaban en la agenda de los 1990 y que es necesario abordar de una forma consensuada, en el entendido que las respuestas a temas nuevos y complejos no pueden darse solo desde una vereda, ni solamente desde la política. En ese sentido, la izquierda y la derecha por sí solas no son alternativas de gobiernos para el desarrollo, como tampoco para reencantar al 55% del electorado que no está participando en los procesos electorales ni menos en la plaza pública, ya que no cree en la política. No se trata de una Concertación 2, no solo porque Chile y el mundo son diferentes a los de los años 90 posdictadura, sino porque los viejos clivajes hoy ya no cruzan nuestra sociedad.[/cita]

Hoy aquellos países –Argentina, Brasil y Venezuela– se debaten entre la permanente crisis, el default, el aumento de la pobreza, el autoritarismo y el populismo. Por lo mismo, no es azar que haya llegado a nuestro país una ola de migrantes para mejorar sus expectativas de vida. Los avances posdictadura son innegables, sobre todo durante los 15 años posteriores a la caída de Pinochet, reconocidos por la academia y organismos internacionales como los mejores años de la historia de Chile, lo que Detlef Nolte, de la Universidad de Hamburgo, denominó el “milagro chileno” o la “década virtuosa de Chile”.

Lo anterior no fue fruto de un milagro, sino que se debe al convencimiento de que una concertación entre humanistas cristianos y socialdemócratas debía ser una alternativa de gobierno de centroizquierda bajo un modelo de desarrollo denominado “Crecimiento con Equidad”. El resultado fue claramente exitoso, dado que se basó fundamentalmente en lo que fue la política de los acuerdos, los consensos y los proyectos económico-sociales de mediano y largo plazo, que se tradujeron, por ejemplo, en Chile Solidario, Integra, Chile Crece Contigo, Fosis, los acuerdos comerciales y tantas otras instituciones y programas sociales y económicos, que se fueron creando y consolidando durante aquel periodo.

Sin embargo, la dialéctica pesimista superó a la realidad y en los últimos años Chile, claramente, se ha estancado social y económicamente, además de polarizarse políticamente. Lo que alguna vez lideró el centro político respecto de la conducción de los consensos necesarios para avanzar en un país diverso política y socialmente, fue derrotado por el antagonismo, las contradicciones y el absolutismo extremo dentro de la esfera pública. Más aún, en la actualidad, en el sistema político chileno hay bipolarismo entre izquierda y derecha, que por una parte imposibilita un diálogo político y, por otra, no permite el desarrollo de un proyecto colectivo de grandes acuerdos que permitan mirar el país de una forma optimista hacia el futuro.

Dado este déficit de acuerdos, además de estar sumido en lo que se denomina “la trampa de los países de ingreso medio”, la falta de un proyecto global de desarrollo para el país, que en los últimos años ni la derecha ni la izquierda han podido ofrecer, como la de un centro político aglutinante, surge la necesidad de reconstruir, de recrear un centro político. Uno que convoque a un proyecto de país para los próximos 30 años, con una nueva mirada, en un contexto de una posmodernidad que enfrenta nuevos desafíos, como la crisis climática, una sociedad diversa y extremadamente vinculada a las redes sociales, la migración, lo indígena como parte de nuestro acervo cultural chileno y latinoamericano, la inteligencia artificial y tecnificación del trabajo, la posición geopolítica chilena, la inversión en infraestructura de futuro, la planificación territorial y urbana a escala humana, la mujer y la equidad de género.

Una sociedad pensada en las personas mayores y su permanente inclusión, las familias y sus desafíos, la autonomía de las personas relativa a su desarrollo sociocultural, en fin, temas que no estaban en la agenda de los 1990 y que es necesario abordar de una forma consensuada, en el entendido que las respuestas a temas nuevos y complejos no pueden darse solo desde una vereda, ni solamente desde la política. En ese sentido, la izquierda y la derecha por sí solas no son alternativas de gobiernos para el desarrollo, como tampoco para reencantar al 55% del electorado que no está participando en los procesos electorales ni menos en la plaza pública, ya que no cree en la política. No se trata de una Concertación 2, no solo porque Chile y el mundo son diferentes a los de los años 90 posdictadura, sino porque los viejos clivajes hoy ya no cruzan nuestra sociedad.

Se trata de acuerdos y consensos amplios, que otros países en similar situación han logrado, donde se ponga en el centro la integralidad de la persona y su contexto familiar y comunitario. Para volver a tener una década virtuosa para Chile y que se logre el ansiado desarrollo, que por cierto debe combinar el crecimiento con equidad y justicia social, debemos lograr un gran acuerdo país que supere las lógicas antagónicas excluyentes, en definitiva, un desarrollo que signifique “crecimiento con felicidad”, para lo cual se necesita gobernar con grandes acuerdos y con sentido de mayorías, pensando en un futuro sostenible y sustentable.

Lo anterior, requiere, con sentido de urgencia, un ajuste al sistema político y económico en general, con reformas importantes pensando en los próximos 30 años.

Para todo esto, la necesidad de un nuevo centro es evidente, uno incluyente, con identidad y vocación de conducción. De no mediar lo anterior, no solo no habremos aprendido nada de la historia, sino que nos también iremos alejando paulatinamente del desarrollo y nos acercaremos a las realidades que viven aquellos países cercanos, hoy cruzados por el populismo y las crisis humanitarias.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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