La escalada del conflicto prontamente ha llegado a un punto de no retorno y el escenario se abre más allá de la legitimidad alcanzada por las protestas. Sin duda el Chile que surgirá de estos eventos será otro. La historia se acelera exponencialmente y el futuro -cada vez más hundido en el presentismo absoluto- se juega políticamente hoy. Ya los sismólogos del tiempo histórico “medirán” la intensidad de lo que ha acontecido este fin de semana de octubre del año 2019 en Chile.
Viernes 18 y sábado 19 de octubre del año 2019. Chile es azotado por un terremoto social y político. La energía liberada por la irrupción ha sido incluso diez veces más intensa que la registradas el 4 de agosto del año 2011, el día más álgido de las movilizaciones estudiantiles que pusieron en jaque al primer Gobierno de Sebastián Piñera en pleno segundo año de mandato.
Esta vez, el epicentro del terremoto social se registró en Santiago y como el fuego se propagó a Valparaíso, Concepción, Rancagua, La Serena, Iquique y Punta Arenas, solo por nombrar ciudades grandes.
Fue la convocatoria de un grupo de estudiantes del Instituto Nacional a través de las redes sociales llamando a “evadir” el metro en respuesta a una nueva alza en el costo de los pasajes la que habría prendido la mecha del descontento en nuestra capital, y junto a ella, nuevamente el sentimiento de malestar y abuso generalizado contra el robo de agua, la corrupción de la clase política, la indolencia de los dueños de Chile o por las pensiones miserables que han empobrecido la vida de nuestros adultos mayores.
Si el 2011 el clamor de las mayorías se expresó a través de la negación más absoluta en contra de los abusos del mercado mediante su emblemática consigna “No al Lucro”, el pasado viernes la indignación se vistió con el ropaje de la “Evasión” .
“Evadir”, es un concepto que en sí mismo vindica una acción destinada a superar cierto límite impuesto, cierta “barrera de civilidad”. Esta vez, el espíritu evasivo se ha tornado colectivo. De un momento a otro, la evasión civil ha sido comparada con los beneficios que ostentan las autoridades de Gobierno en desmedro de los intereses de la mayoría de los chilenos y chilenas. Incluso más, la evasión civil ha sido contrastada con las icónicas estafas, elusiones y escapes de la justicia del propio Sebastián Piñera.
Y es que, si un pequeño grupo político atenta sistemáticamente en contra del interés público, ¿por qué las mayorías han de seguir acatando plácidamente las normas de una minoría gobernante que les perjudica en su cotidiano vivir? Y eso fue lo que se vivió el sábado con una jornada aún más intensa que la del viernes, donde las consignas fueron «Dignidad» y «Venganza», desafiando al Estado de Excepción, desafiando al propio Estado. «Si no hay pan para el pobre, no habrá paz para el rico».
La protesta se masifica, desborda y politiza. La desobediencia civil es acompañada con violencia política en distintas comunas de la capital y en regiones.
Y es que hace solo unos cuantos días el Presidente de la República declaraba percibir a Chile como el más perfecto “oasis” en medio del caos que vive América Latina. Probablemente, Sebastián Piñera ha dado el mejor ejemplo de cómo opera un espejismo en las fauces de un desierto de tecnócratas dispuestos a usar los instrumentos del Estado para acallar la energía acumulada que expresa la población ante una democracia que ha hecho oídos sordos a sus demandas. El disruptivo surgimiento de las masas devela la ilusión del espejismo piñerista, mostrando la realidad efectiva de nuestro propio Macondo.
De este modo, en el Gobierno y transversalmente en la derecha no solo se desvanece el espejismo de la gobernabilidad, también reaparecen sus propios fantasmas. Desbordado por las movilizaciones, Sebastián Piñera aprieta el “botón de pánico” que le otorga la Constitución de 1980 y en menos de 12 horas no solo anuncia la aplicación de la ley de seguridad del interior del Estado, sino que más grave aún, decreta Estado de Emergencia, una facultad que no se había tomado en Chile desde el fin de la dictadura. No al menos, para ir más allá de su aplicación ante nuestros comunes “desastres naturales”.
Es importante no perder de vista que la derecha chilena ha sido prolífica en activar las facultades coactivas del Estado durante el siglo XX. Más aún cuando el actual ministro del Interior, Andrés Chadwick, además de varios ministros y políticos del sector, acumulan sobre sus hombros la experiencia viva de ser cómplices activos de una dictadura.
Con todas las dificultades que atraviesa nuestra sociedad en el actual momento histórico, el libro de la historia continúa abierto. Hoy se escriben las páginas de la historia que mañana será contada.
Por ahora, sabemos que este fin d semana de octubre ha acontecido un nuevo terremoto político con epicentro en Santiago y fuertes réplicas en regiones.
La aparición de los grupos subalternos nunca ha anunciado su entrada en la historia extendiendo previamente una “alfombra roja”. Más todo lo contrario, la irrupción de un pueblo movilizado se parece más bien a aquel convidado de piedra que se presenta en la fiesta, sin invitación ni previo aviso.
La escalada del conflicto prontamente ha llegado a un punto de no retorno y el escenario se abre más allá de la legitimidad alcanzada por las protestas; legitimidad que deberá ser sostenida en el tiempo si es que quiere ir más allá de su espontaneidad. Sin duda el Chile que surgirá de estos eventos será otro.
La historia se acelera exponencialmente y el futuro -cada vez más hundido en el presentismo absoluto- se juega políticamente hoy.
Ya los sismólogos del tiempo histórico “medirán” la intensidad de lo que ha acontecido este fin de semana de octubre del año 2019 en Chile.
Hoy, es momento de la acción política.
Hoy, la voz cantante la tiene el pueblo.