Lorena Pérez, investigadora del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías del Poder, ha investigado las relaciones del endeudamiento en Chile y cree que la clase política tiene que hacerse cargo de los costos de un sistema de integración social insostenible, que está diciendo “basta” en las calles. Más del 25% del presupuesto de una persona de menores ingresos se destina al pago de deudas y estas se han entendido como si fueran algo cotidiano, a tal punto que la investigadora señala que muchos asumen que los cupos de las tarjetas son un activo. “Con 50 mil pesos de aumento en el salario mínimo esto no se resuelve”, precisa.
Uno de cada cuatro chilenos mayor de 18 años es deudor moroso en Dicom. Las personas con ingresos mínimo y medio –o sea, la mayoría de los chilenos– gastan un 27% de su sueldo en pagar deudas de consumo.
Para aterrizar las cifras de esas personas que son parte de los chilenos que están saliendo a la calle, Lorena Pérez, del Núcleo Milenio Autoridad y Asimetrías del Poder, explica por qué el sistema que creó un nuevo tipo de integración social hoy es insostenible.
-Con las cifras a la vista, alguien que gana 400 mil pesos destina 108 mil en promedio a deudas de consumo. ¿En qué medida estresa a una persona saber que solo trabaja para pagar cuentas?
-Yo he trabajado este tema hace 15 años, particularmente con las personas de la generación que se endeudó para acceder a la Educación Superior y que hoy día son jóvenes profesionales deudores. Cuando este estallido social se intenta diferenciar con lo que pasó en el 2011, las cifras han aumentado. Estamos en un contexto económico que es distinto, con un endeudamiento que es más profundo, más estructurante de la vida social en Chile. Para la gente, la deuda es casi una extensión salarial y para muchos el bajo salario se ha ido compensando con accesos a créditos de consumo. Eso implica que para muchas familias el cupo crediticio (línea de crédito, cupo de tarjetas, etc.) es considerado como parte de sus activos. Eso significa que hay una gimnasia financiera cotidiana, que es parte de los recursos disponibles con los que la gente cuenta.
-¿Cómo se asumen las deudas entonces?
-La deuda no es algo que se ocupa ocasionalmente, como dicen los economistas, cuando hay un accidente o una baja salarial. Lo que hemos observado es que es una extensión salarial y eso es marcado en los últimos años y es distinto de lo que hemos observado. Ocurre lo que en literatura especializada se llama “vulnerabilidad financiera”.
-Si la precariedad e inestabilidad laboral no fueran tan marcadas, probablemente esa vida sería más llevadera, pero la precariedad aumenta y los sueldos no suben.
-Hay un conjunto de elementos, entre ellos, la precariedad o el estancamiento salarial. Las cifras de la Fundación Sol han seguido muy de cerca el estancamiento salarial, pero también tiene que ver con el costo de la vida. Una de las grandes cosas que se hizo en términos más simbólicos, cuando se privatizaron los servicios, fue cargar lo público con un estigma negativo, versus lo privado, con esta idea de elegir. Entonces mucha gente que está con una condición económica más ajustada prefiere seguir pagando por bienes y servicios privados que irse por la vereda de lo público. Si tú sumas el costo del transporte, el costo de la electricidad, los servicios, más el tema de los servicios públicos (educación, salud, previsión), los salarios no resisten, en términos estrictos.
-El nivel de deuda se equipara con el de economías desarrolladas como Italia o España, pero con sueldos de país subdesarrollado. ¿Por qué el poder adquisitivo del chileno es tan bajo en relación con los precios? Si no suben los sueldos, ¿sería un alivio bajar los precios?
-La carga económica que tienen las familias de economías desarrolladas, a diferencia de nosotros, es que la nuestra es una deuda de consumo, que se transforma en deuda en menos de cinco minutos. La usas para comprar un litro de leche y, cuando te tomas la leche, ya es una deuda que tienes que pagar. No hay ningún tipo de ganancia asociada a eso. Por otro lado, lo tramposo que tiene este sistema de endeudamiento es que la amplia oferta crediticia permite soportar el aumento en el costo de la vida. El crédito les ha dado a las personas una mayor capacidad de pago para que pueda responder económicamente al aumento en el costo de la vida.
-¿Hay desigualdad en el crédito también?
-El sistema crediticio es además desigual. Una de las estrategias para bancarizar a los chilenos fue abrir el crédito a las tiendas de retail y el retail tiene condiciones crediticias muy distintas, mucho más caras que las bancarias y que tienen sistemas regulatorios distintos. En términos de cifras, públicamente se sabe poco qué es lo que pasa. Lo único que sabemos es lo que nos entrega la encuesta financiera de hogares y la encuesta de morosidad de Equifax, que nos muestra un aumento brutal de la morosidad en los últimos tiempos.
-¿Más que una revuelta desde la carencia, esta es una revuelta por el cansancio de este tipo de vida marcada por la gimnasia financiera?
-No me atrevería a ser generalista porque en la sociedad chilena hay muchas carencias. Las personas que tienen acceso a crédito se suman a este malestar porque se han endeudado por años para poder llegar a fin de mes. Ese cansancio, sea por condiciones salariales muy malas, por créditos usureros o por el crédito como extensión salarial, hace que finalmente la gente se canse y ya no esté tan dispuesta a aceptar estas condiciones estructurales. Con 50 mil pesos de aumento en el salario mínimo esto no se resuelve.
-¿Por dónde viene un alivio de este problema estructural? ¿Subir el sueldo mínimo a 500 mil o que la industria condone las deudas?
-Estos gobiernos tienen que asumir el costo de las decisiones políticas que han tomado. El mensaje que se le dio a la gente cuando empezaron los créditos educacionales, cuando el retail abrió sus puertas a ofrecer créditos, fue un mensaje sobre un modelo de integración social: “Usted consume y se va a sentir integrado, no lo podemos integrar de otra manera, pero sí lo integramos a través del consumo”. Creo que ese modelo es el que no da abasto. Hacerse cargo políticamente de esto implica juntarse a pensar, junto con las demandas sociales, la condonación de las deudas.
-¿Entre ellas las deudas educacionales?
-Se acaba de aprobar la ley que excluye del registro de Dicom a los deudores educativos. Creo que por ahí va el camino. Asumir que estas deudas que se van acarreando tienen efectos, en términos de una idea de sociedad que efectivamente no se sostiene. La generación que yo estudio, que se endeudó para acceder a la educación, hoy está sufriendo directamente los costos económicos de que sus padres se estén retirando con pensiones del sistema de AFP. Esta generación tiene que cargar económicamente con sus propias deudas y los costos de las pensiones indignas de sus padres y de sus proyectos familiares. Es insostenible. Matemáticamente no calza. Se requieren soluciones estructurales, hay que sentar a la mesa a la gente que está llevando estas demandas y tomarlas en serio.
-¿Qué significa hoy el crédito, culturalmente hablando?
-He estudiado 15 años el tema de las relaciones de endeudamiento en Chile y al principio el problema siempre fue la deuda. Era muy difícil hablar con gente que se reconociera como deudor, porque había una carga moral de tener deudas, pues estas estaban asociadas a esta cosa católica que tenemos de deberle algo a alguien y, también, con el hecho de asumir que no puedes económicamente. Pero hoy día esa moral ha transitado desde ser deudor a ser moroso. El tema es ser buen pagador. Mientras seas un buen pagador no vas a tener problemas. Hoy día es pagar y pagar a tiempo, lo que culturalmente se valora, la lógica de honrar tus deudas.