En el día de hoy, todos coinciden en que el Presidente Sebastián Piñera llevará a cabo el dilatado cambio de gabinete donde se busca –según las propias palabras del Mandatario– hacerse cargo de «los nuevos tiempos». Fuera de la importancia de los rostros y de si estos provengan o no de colegios públicos o que su experiencia esté en la calle o, incluso, que su gran aporte esté dado por la diferencia generacional con los dimitentes ministros –actualmente desconectados de los cambios que experimenta el mundo–, al interior del Gobierno subyace una pugna más profunda que podría determinar el éxito o fracaso del nuevo equipo del Jefe de Estado y el futuro de la coalición gobernante. ¿Hasta dónde el Presidente está dispuesto a ceder en el modelo neoliberal? En esa discusión, el jefe de asesores del Primer Mandatario, Cristián Larroulet, juega un papel determinante. En el mundo de la derecha saben que él es el defensor de la ortodoxia neoliberal y que ahora, sin Chadwick en Interior y con un nuevo gabinete, su poder no tendrá contrapeso. Puesto Piñera en un «tránsito histórico», en la figura de Larroulet confluye la suma de todos los males.
Al cabo de 10 días desde que explotara la Revuelta de Octubre, la crisis política e institucional más grande desde el retorno de la democracia, el Presidente de la República revocará el poder a quienes –hasta ahora– han sido vistos como los principales rostros del conflicto. Remover de sus cargos de ministros a Gloria Hutt, en Transporte; a Cecilia Pérez de la vocería de Gobierno; a Juan Andrés Fontaine de Economía; a Felipe Larraín de Hacienda; y a Andrés Chadwick Piñera de Interior y Seguridad Pública, entre otras posibles piezas, era una decisión que no se podía dilatar más. Su mera presencia en el gabinete, no hacía más que aumentar los grados de molestia en la ciudadanía y reforzar la imagen de un Mandatario incapaz de escuchar, superado por la crisis y sin conexión con lo que ocurría a su alrededor, especialmente después de que su paquete de medidas de la Agenda Social fracasara estrepitosamente.
Fuera de las listas con nombres de reemplazantes que han circulado profusamente y de las fórmulas para estructurar un nuevo gabinete para hacerse cargo de «los nuevos tiempos» con rostros frescos, que no tuvieran la impronta de representar a la elite, que provinieran de colegios públicos y que no veranearan en Zapallar o Pucón o que tuvieran mayor experiencia en calle, en que su posgrado sea el terreno y no un magíster en Economía o Administración Pública de Hardvard o que, incluso, su gran aporte esté dado por la diferencia generacional con los actuales ministros, actualmente desconectados de los cambios que experimenta el mundo, subayace una pugna mucho más profunda que podría determinar el éxito o un nuevo fracaso del equipo del Jefe de Estado y el futuro de la coalición gobernante. ¿Hasta dónde el Presidente está dispuesto a ceder en el modelo neoliberal, que ha sido reconocido como el centro del problema por la gran masa de la ciudadanía que se reunió en la marcha del millón del pasado viernes en la capital y regiones?
En esa discusión, el jefe de asesores del Primer Mandatario, Cristián Larroulet, juega un papel determinante. Cobijado en el bajo perfil que cultivó desde el primer día que llegó al segundo piso de La Moneda, con acceso directo a Piñera, ha sido el único que no ha asumido ningún costo, tal como tampoco lo hizo en la crisis tras la muerte de Camilo Catrillanca, cuyas esquirlas solo las recibió Chadwick. Desde esta posición, Larroulet ha controlado que no se haga ninguna concesión doctrinaria, en el mundo de la derecha saben que él es el defensor de la ortodoxia neoliberal y que ahora, sin Chadwick en Interior y con un nuevo gabinete, su poder no tendrá contrapeso. Puesto Piñera en un «tránsito histórico», en la figura de Larroulet confluye la suma de todos los males.
El espacio clave para tomar decisiones, según Larroulet, encuentra fundamento en su razonamiento ideológico, patentado desde Libertad y Desarrollo, donde la orientación determinante son las políticas públicas más que la negociación política. Desde esa trinchera es que el jefe de asesores presidencial se ha levantado como el defensor del modelo, de la ortodoxia neoliberal.
En su libro Chile, camino al desarrollo, el punto de partida es la alternativa entre tres modelos posibles: el socialismo, el Estado de Bienestar y el capitalismo en su versión chilena. Larroulet descarta al socialismo porque, a su entender, disminuye el ingreso per cápita, la libertad política retrocede y la criminalidad aumenta. Respecto del modelo de bienestar europeo continental, señala que se trata de un sistema que “no incentiva el empleo, sofoca la innovación y lleva a una política fiscal insostenible”. Por descarte, al enumerar los argumentos negativos de ambos paradigmas, Larroulet concluye que “no hay un modelo alternativo mejor para Chile” que el “que tenemos”.
Durante estos dos años de Gobierno, y a pesar del sinnúmero de cambios al interior del Ejecutivo, uno de los espacios que menos ha sufrido movimientos es, precisamente, el feudo del exdirector del Instituto Libertad y Desarrollo. Salvo por la incorporación de Jacinto Gorosabel como encargado de los discursos presidenciales en reemplazo de Mauricio Rojas, su núcleo duro de confianza política y trabajo ha permanecido intacto.
Casi como ley marcial, Larroulet exige mantener un bajo perfil: cualquier escándalo, mayor protagonismo o eventuales filtraciones provenientes desde sus escritorios pueden significar la salida inmediata del equipo de asesores del segundo piso de La Moneda. Así, ni el propio Larroulet ni ninguno de sus colaboradores están autorizados para dar entrevistas.
Prueba del éxito de esta fórmula es que pasó absolutamente inadvertido durante la crisis que desató en el Gobierno el asesinato del comunero Camilo Catrillanca. Las caras visibles fueron Chadwick y el propio Piñera, a pesar de los cuestionamientos internos a la labor de Magdalena Salinas, asesora encargada del Plan Araucanía, quien fue designada por Larroulet.
A partir de ese episodio el jefe de asesores cosechó mayores grados de responsabilidad, tanto política como administrativa, como un efecto directo de un escenario que se generó en el Ejecutivo y que estaba fuera de todo cálculo de este, esto es, el debilitamiento político que sufrió el ministro Chadwick tras el mal manejo que tuvo del caso Catrillanca y que vive ahora sus últimos días luego de la crisis desatada después que el viernes 18 de octubre saliera a mostrar mano dura, en lugar de apaciguar los ánimos.
Ahora, con la mayor crisis política desde el retorno de la democracia, ese diseño por el cual Cristián Larroulet mantiene su poder, sigue inalterable. Su nombre no ha estado en discusión pública alguna, pero sí en todas las privadas, donde su influencia al momento de sugerir nombres es clave para conformar el nuevo gabinete. Y todo bajo las sombras, sin ningún costo político que asumir.
En la deliberación sobre las características del nuevo gabinete, según fuentes de Palacio, la pelea de fondo está en la tensión entre la derecha tradicional, conservadora y convencional y la derecha social. Mientras la primera está por poner nombres que puedan surtir un efecto comunicacional en el corto plazo, la segunda presiona por un cambio más profundo, donde las concesiones doctrinarias sobre cómo la derecha ha defendido el modelo político y económico, sean debatidas y puestas sobre la mesa. Si bien la idea de una nueva Constitución no es descartada, pues lo que estaría en juego es la estabilidad democrática, todas las posibilidades pasan por que se mueva el eje en el que la derecha chilena ha constituido su poder.
Que al gabinete lleguen figuras con características similares a las propuestas por la alcaldesa Evelyn Matthei, como provenir de colegio público y no pertenecer a la elite, o que se sumen personeros políticos que representen una derecha más liberal, como en su minuto representó Lily Pérez y Pedro Browne, pasan por que se realicen estas concesiones.
“Yo no subestimaría lo que dice Evelyn Matthei», sostiene Cristóbal Bellolio. Para el académico de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez los nombres –por primera vez– «creo que son súper importantes».
«Me da la impresión de que construir esas rutas como biográficas, pueda hacer que alguna gente sienta que no son los mismos políticos tradicionales. Gente más joven, mujeres, gente del mundo de la diversidad sexual, que venga de un estrato social no privilegiado. Hay una elite que ha participado toda su vida en fundaciones. Yo le llamo el gabinete de los ‘Benito Baranda’ o el ‘gabinete Teletón’. Gente más o menos de la misma extracción social de Piñera pero que de alguna manera tenga una historia comprometida con lo social, le daría esta épica de que estamos todos juntos, lo que Piñera necesita”, apunta.
Si bien para Bellolio los nombres del nuevo gabinete de Piñera pasan por un asunto más de legitimidad, de reputación y representatividad, que doctrinario, no tiene claridad respecto a si realizar concesiones en materia ideológica sea bueno o malo para salir del problema, lo cree poco probable.
“Yo no estoy tan seguro –en el marco de esa pugna– que la concesión doctrinaria se produzca». La razón, según Bellolio, es «porque Sebastián Piñera no acepta que su Gobierno se acabó. No acepta que el mandato que le otorgaron en diciembre de 2017 haya sido de alguna manera informalmente revocado por la movilización».
«Nadie puede decir a ciencia cierta cuál va a ser el desenlace de este movimiento y cuáles van a ser las heridas, las fracturas que dejó. Ya no se puede volver al miércoles de la semana anterior, entonces, creo que el Gobierno de Piñera, que partió el 11 de marzo de 2018, se acabó y va a tener que renunciar al programa que lo hizo ganar. Tendrá que conducir la fiesta en paz para entregarle la banda presidencial a un nuevo Presidente en dos años más. Yo creo que lo que está en juego es la continuidad democrática. Descartaría el cumplimiento del programa de Piñera y creo que comete un error cada vez que insiste en que está ‘cediendo’ anunciando cosas que ya estaban en su programa. Cuando dices eso, la gente siente que no cediste nada, si al final todo estaba en tu programa”, concluye.
Para Víctor Maldonado, analista de la DC, por el contrario, los nombres del gabinete no son tan importantes como el verdadero acuerdo transversal de todo el mundo político para abordar las peticiones del movimiento ciudadano.
“La ausencia de la oposición es demasiado notoria. Tiene que estar a la altura de lo que el país le pide, y debiéramos dividir a la derecha y hacer un pacto con todos los que quieran escuchar. Ellos que se hagan cargo del Gobierno, que pongan a quien quieran: bajito, gordo, moreno, rubio, que hagan lo que quieran. Va a pasar lo que pasa con cualquier gabinete. Denme un plazo mínimo para que pueda hacer algo. Y ese plazo va a ser un mes”, dice.
Una de las formas más evidentes en que se ve la mano de Larroulet, según cercanos al oficialismo, fue el paquete de medidas sociales que propuso para disminuir la presión y especialmente el mensaje que envió a sus partidarios en las últimas horas y que dio a conocer La Tercera.
“Nuestro Gobierno está impulsando una amplia, profunda, exigente y responsable Agenda Social, para empezar a satisfacer las principales demandas sociales expresadas por amplios grupos de ciudadanos, incluyendo nuevas propuestas en pensiones, tarifas de servicios públicos, precio de los remedios, seguros de salud, ingresos mínimos garantizados de trabajadores, equidad territorial entre comunas, mayores impuestos para sectores de altos ingresos, reducción de dietas parlamentarias y altos sueldos en sector público y muchas otras más”.
En la reiteración de este enfoque, que ya tuvo un rechazo abrumador del 70% según la encuesta Cadem, se aprecia la defensa del modelo, al que se le pueden hacer ajustes, pero no cambiar su fondo. Según fuentes de Gobierno, esa apuesta será la que va a impulsar el Presidente sin salirse de los marcos ideológicos, pero, más allá de eso, es también la que más le preocupa a Sebastián Piñera.
A pesar de que la Cadem otorgó una baja histórica en la aprobación del Mandatario, que cayó de un 29% a un 14%, las cifras no fueron una sorpresa al interior del Ejecutivo. Desde el viernes sabían que la cifra bajaba de los 15 puntos, pero también que la cifra del rechazo a la decisión de haber aplicado el Estado de Emergencia no era “tan abismante”.
Desde Palacio destacan que haber bajado solo un 2% en comparación con el momento más crítico del anterior Gobierno, deja al Mandatario “un piso para conducir el camino que viene”.
Desde el oficialismo se vio con preocupación el bajo apoyo, pero lo contextualizaron en la crisis más grande desde el retorno a la democracia. “Pudo haber sido peor”, advierten. La experiencia comparada dice que mientras más bajo el apoyo al Gobierno y al Mandatario, más lejana se ve la opción de plena obediencia y orden desde el bloque gobernante. El seguir la línea de la administración, en estas ocasiones, para varios deja de ser un negocio, “este es el escenario ideal para que la gente se tire para abajo del barco”, ejemplificaron.
Pero la revuelta se dio justo en el cierre del segundo año de Gobierno, lo que especialistas calificaron como el fin de una administración de cuatro años, atendidas las necesidades personales que un año electoral trae para quienes se quieran reelegir. El incentivo, en este marco, se pone muchas veces en el desmarque de las órdenes emanadas desde arriba, con el fin de poder generar un contrapunto necesario para destacar y de esta manera hablarle a un electorado que –pocos dudan– seguirá velando por cambios más radicales de lo que realmente se pueda comprometer desde la institucionalidad.
Para el director de Criteria Research, Cristián Valdivieso, si el 14 por ciento se estabiliza a la baja “producto de la temperatura de la enfermedad, la coalición se va a ir dispersando, el pato cojo está para quedarse y el Presidente va a tener poca capacidad para incidir en la apuesta por sus reformas o curso de su gobierno, además del liderazgo de su coalición (…). Si baja más, es donde hay que preocuparse, la figura presidencial se va a ver seriamente dañada y perjudicada, y eso es un riego no solo para él, sino que para el país: se hace mucho más fácil para todo el mundo político provocar un cambio radical que sostener al Gobierno”.
A diferencia de Valdivieso, para el académico y analista político de la Universidad de Valparaíso, Guillermo Holzmann, el bajo apoyo, más que un ultimátum, sería una alerta, y en este marco, su visión de los hechos no augura un mejor pasar para el Ejecutivo, ya que –según explicó a El Mostrador y basado en el discurso emanado desde la casa de gobierno– “La Moneda plantea un cambio de gabinete y después una agenda social, con lo cual quiere limitarlo solo a los temas sociales, que va a ser más de lo mismo, porque si solamente se rebaja el Tag o la tarifa eléctrica, pero no se modifica la fórmula de cálculo, claramente no estamos hablando de lo mismo. Rebajar la tarifa es un dulce, lo que está en el fondo es la revisión de la fórmula y de la relación Estado-mercado”.
Sin embargo, lo más preocupante –a la interna– sería la cifra que juzga como insuficiente el paquete de medidas que propuso el Mandatario el pasado martes y que es esa la razón por la que se habría acelerado el anuncio de un cambio de gabinete, una salida “inesperada”, según el entorno piñerista, ya que el Jefe de Estado nunca tuvo una baraja de nombres para suplir las salidas más urgentes, como la del ministro Chadwick, su bastión.
Respecto a la salida política al conflicto, una de las principales preocupaciones al interior de Chile Vamos, y en especial la UDI, es el financiamiento de la agenda social anunciada por el Mandatario. Es por esta razón que todo Chile Vamos se ha cuadrado detrás de la idea de un congelamiento de la regla fiscal –“por un tiempo claro y definido, sería solo un excepción”–, que está siendo estudiada por el Mandatario, consignan desde los partidos de la coalición oficialista.
Respecto a la idea de crear una nueva Constitución, en todos los partidos concuerdan en que “todo se puede conversar”, pero no es el momento de un plebiscito constituyente. Recalcan que el Parlamento, junto con el Ejecutivo, deben ser los espacios de diálogo legítimo para llevar a cabo “cualquier cambio, sea el que sea”, y que por eso se apunta –desde la UDI– a que en el nuevo gabinete se integren personas con “arraigo en regiones y en la sociedad organizada”.
La idea sería dar una salida rápida para lo “urgente” y conferirle más tiempo a las discusiones más profundas. La prioridad sería que el país comience a funcionar de forma normal y evitar que esta crisis vuelva a estallar en un año más, ad portas de las municipales.
En cuanto a la posición del Mandatario, recalcan que ya logró surfear lo “más complicado” y que la acusación Constitucional en su contra “no es un factor de preocupación por ahora”. Puntualizan que confían en la sensatez de los partidos “que buscan el diálogo” y que saben que es solo una parte “muy pequeña de la oposición” la que está impulsando la acción.
El viernes fue calificado como «un buen día» al interior de La Moneda. Aunque no todo son cuentas alegres, sí reconocen que los «ánimos están calmos» y que, a pesar de que la estrategia inicial «no fue un error», ya es momento de pasar a un «segundo tiempo», que tendría al diálogo por delante y la búsqueda de una nueva gran propuesta.
Una postura con la que todo Chile Vamos se cuadró. La instrucción fue clara: había que salir a respaldar la manifestación masiva, que sacó a más de un millón de personas a las calles, solo en la Región Metropolitana. Es así como el discurso terminó de mutar desde la línea de los «vándalos y delincuentes» hacia el reconocimiento de la masiva manifestación.
«La multitudinaria, alegre y pacífica marcha hoy, donde los chilenos piden un Chile más justo y solidario, abre grandes caminos de futuro y esperanza. Todos hemos escuchado el mensaje. Todos hemos cambiado. Con unidad y ayuda de Dios, recorreremos el camino a ese Chile mejor para todos», fueron las palabras escritas por el Mandatario, una hoja de ruta que llegó a todo Chile Vamos y que cuadró a todos los representantes de la centroderecha.
Un cambio de timón que habría sido realizado junto a la Secom y el impulso de Cristián Larroulet, consignan desde el piñerismo, el que intenta dejar atrás.
Lo principal sería la gobernabilidad y el «retorno a la paz social», destaca un colaborador del oficialismo. Además, señalan que el tema de la salud del Presidente ha estado en el tablero, pues hace un par de días corrió el rumor de que el Jefe de Estado había sufrido una descompensación, lo que es totalmente descartado por los personeros de Chile Vamos, aunque reconocen que claramente la salud de Piñera es «un factor de cuidado siempre».
A esto se suma la idea de la marcha del 25 de octubre como un símbolo del cierre del conflicto. «Será un antes y un después», consigna un asesor, quien agrega que el hito de una marcha masiva y legítima es el mensaje que en Palacio quieren que quede en la retina de la gente, lo que iría acompañado del retorno a la normalidad y cotidianidad.
«Lo más importante es que las ciudades empiecen a funcionar», plantean desde Chile Vamos, y medidas como el fin del toque de queda, que se fue reduciendo en los últimos días, serían fundamentales. Por otra parte, hay voces en la centroderecha que desde el jueves le han solicitado al Mandatario que saque a las Fuerzas Armadas de las calles.
De todas formas, al interior del Gobierno se mantienen firmes en la posición de haber sacado a los militares a las calles. Destacan que el caos de la primera jornada «lo justificó totalmente» y que no habría un mea culpa en ese sentido, sino que un cambio de línea. “La tarea ya está hecha, comentó tras la marcha un alto asesor de Gobierno.
Por otra parte, la delegación de la ONU también sería un factor a la hora de bajar la intensidad y poder del Ejército frente a los civiles, misma razón que esgrimen a la hora de preguntar sobre el rol del general Iturriaga: pasó a ser más que secundario en solo un par de días. Aunque la desobediencia del general y su discurso propio, que lo llevó hasta a contradecir al Presidente, también fueron fundamentales para sacarlo de la palestra pública.
Maldonado cree que por el momento la única estrategia del Presidente es ganar tiempo, que lo que está haciendo el Gobierno es lo que Pinochet llamaba ‘el juego de piernas’. «Hago como que me siento sumamente compungido, digo que esta cosa me llegó al corazón, que entendí el mensaje del pueblo, pero no realizo ninguna cuestión práctica. Excepto dejar que el tiempo pase: logro llegar al próximo fin de semana largo, hay dos días feriados, luego normalizo el país, llega la Navidad y lentamente esta cosa se va disolviendo. El Presidente no está en disposición anímica de entender lo que está pasando. No creo que a toda la derecha le suceda. Pero sí le esta pasando al Presidente. No entiende”, asegura.
Para Holzmann, este nuevo trato del que tanto se habla, «cuando tienes movilizaciones sin interlocutores establecidos, a quien le corresponde tomar el liderazgo es al jefe de Estado. Para poder generar diálogo se requiere de una propuesta, de una hoja de ruta, es erróneo pensar que el diálogo va a generar una hoja de ruta, porque el diálogo por sí mismo solo va a generar una cantidad de ideas y proposiciones imposibles de sistematizar, desde el punto de vista político de la necesidad que se está pidiendo».
En el caso de Valdivieso, su opinión es que “hoy hay un nuevo clivaje, el mundo que aspira a que se reduzcan las desigualdades de ingreso, de oportunidades y de privilegios, versus quienes se quieren quedar del lado del statu quo, y ahí hay una tremenda presión para el Gobierno, porque su base apoyo lo que le pide es que empuje el crecimiento económico y no que reduzca la desigualdad, la lógica neoliberal del chorreo”.