Sería un gran aporte a la superación de estas deficiencias, que los debates en torno a la reformulación de lo que existe, en cuanto a sistema Nacional de Inteligencia, sea debatido por expertos. Personal que disponga de un conocimiento profundo y larga experiencia. Además, no basta con modificar estructuras, asimilar las orgánicas clásicas de los sistemas de los países centrales, sino tomar en consideración nuestra cultura, nuestras tradiciones, las deformaciones, los vicios que se producen en el funcionamiento de las estructuras de inteligencia que las invalida, la gravitación de la mala política, de los personalismos y tomar los resguardos orgánicos y normativos para atenuar todo aquello. Buscar que se instale el más alto profesionalismo y se desplace lo más lejos posible la obsecuencia y el fanatismo. En caso contrario, Chile tendrá instituciones pero no tendrá inteligencia.
«Es verdad que los problemas se acumulaban desde hace muchas décadas y que los distintos Gobiernos no fueron ni fuimos capaces de reconocer esta situación en toda su magnitud. Reconozco y pido perdón por esta falta de visión» y “El grado de violencia en Chile no es como en Hong Kong o Cataluña” son afirmaciones del Presidente de la República Sebastián Piñera, en medio del tsunami social que ha golpeado al país ya un mes completo sin previsión de inteligencia de ninguna especie.
El Sistema Nacional de Inteligencia existe. Lo regula una ley, posee estructuras, personal, definición de sus misiones, varios órganos lo componen, todos trabajan, gastan sus presupuestos. Pero ninguno pudo evitar que el Presidente tuviera que hacer estas declaraciones desastrosas y, además,pedir perdón. El sistema no funciona en el nivel que la letra de sus textos normativos indica. Particularmente en el caso de la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI), cuyo director ha sido separado recientemente de sus funciones por el mismo gobierno que lo nombró.
Son insistentes los esfuerzos por readecuar y mejorar las capacidades de los órganos, sobre todo los policiales. Existen variadas opiniones, proyectos, iniciativas que esperan ser consideradas. Pero los problemas se acumulaban desde hace décadas como dijo Piñera y, lo peor, es que nunca se explican las cosas con suficiente claridad.
¿Qué ha pasado?
Parece oportuno aportar algunas conclusiones que ayuden a dilucidar lo ocurrido y que puedan ser útiles para aquellos que deban ponerse al frente de las soluciones frente a las falencias que se viven.
La Agencia Nacional de Inteligencia es el órgano encargado de coordinar la función de inteligencia dentro del Sistema Nacional. Coordinar el trabajo de todos los órganos policiales y de las Fuerzas Armadas, entregar los estimados nacionales, identificar amenazas y concretar los productos anticipativos. Y debe elaborar los planes estratégicos. Funciona bajo la conducción de un Director Nacional de Inteligencia, que conduce todo el sistema y le da organicidad y coordinación. Provee al nivel decisional gubernamental de conocimiento para definir políticas públicas específicas, contramedidas y componentes para la reacción en seguridad pública y nacional.
Poco de todo esto ocurre en realidad con la oportunidad requerida, la extensión y profundidad necesaria para alcanzar una utilidad de nivel gubernamental, y mucho menos de Estado.
¿Por qué? Es posible identificar varias razones. Ningún director de la ANI ha podido desplegar en la práctica todas las atribuciones que la ley 19.974 le confiere. Tomar el control del Sistema Nacional y coordinar los órganos desde la posición de Director Nacional de Inteligencia. Por supuesto es posible citar y reunir a los directores de los demás servicios y hablar sobre temas contingentes. En ocasiones ellos asisten, pero normalmente delegan. Desde la gestión de Isidro Solís, primer director de lo que en su momento se denominó, Dirección de Seguridad Pública e Informaciones, DISPI, antecesora de la ANI, hasta el recién despedido Luis Masferrer, ninguno pudo llevar adelante las funciones de coordinación y producción conjunta de insumos, en el grado y con la integración suficiente de los órganos. Obviamente siempre han existido contactos, reuniones y enlaces pero no una integración operativa efectiva. En ocasiones ha sido posible, motivadas por razones coyunturales, como un atentado explosivo o la presencia riesgosa en el país de alguien indeseable. Nunca como una modalidad específica, determinada, persistente, conducida centralmente en busca de apreciaciones tácticas o estratégicas, identificación oportuna de amenazas, de manera conjunta y colaborativa.
Los directores son elegidos por el Presidente de la República y, obviamente, provienen de entre los suyos. Eso sólo es suficiente para que dicho director evite entrar en colisión con los intereses de quien lo designó. Recuerdo que alguna vez alguien dijo ¿cómo defendemos entonces al gobierno? cuando se ponía énfasis en el requerimiento de máxima objetividad, le gustara o no, al consumidor de información, es decir al gobernante de turno.
Si la función de inteligencia se vuelve obsecuente, deja de serlo y se convierte en cualquier otra cosa. Deja de cumplir su cometido de alertar y apoyar al sistema decisional del gobierno, en serio, y pese al gobierno. Proveer al nivel decisional información que no contradiga la voluntad de los gobernantes es desvirtuar la esencia del cometido de inteligencia. El consumidor recibe las apreciaciones que son objetivas y sólidamente fundadas en hechos de realidad y luego decide qué hacer con ellas de acuerdo a su parecer, pero eso es otra cosa. Eso es política. Hacerlo es casi mentir y pura obsecuencia, y ocurre con más frecuencia de lo que imaginamos.
¿Quién manda?
En lenguaje técnico de inteligencia, coordinar es mandar. De allí surge otra arista de dificultad. Quién manda. La autarquía y celos institucionales impiden, en nuestro medio, la colaboración efectiva entre los órganos. Esta cultura de ser ganador y el primero, el mejor, increíblemente se ha instalado con fuerza en nuestras instituciones y jibarizan las relaciones y los intercambios. Intentar construir un estimado nacional con la participación de todos, es un propósito casi imposible. La pregunta referida a ¿quién se adjudicará el mérito? es crucial y sobre determina la participación de cada cual.
El Director Nacional de Inteligencia puede y debe pedir antecedentes a cualquier organismo de la Administración Pública, incluso en aquellas empresas en las cuales el Estado concurre con el cincuenta por ciento de la propiedad y estos tienen la obligación de proporcionarla. Eso supone disponer de un potencial enorme de información. Pero muestra limitaciones. Esa capacidad de reunir antecedentes y datos choca con intereses políticos, sectarismos, competencias mal entendidas, temores y debilidades de los actores. Cada director ha tenido que cuidar su posición política lo que siempre resulta más relevante que el cumplimiento de las misiones. Nadie arriesga su patrimonio político enfrentándose a las reacciones de sus opositores, excepto que sea un profesional de inteligencia que ama de verdad su trabajo, cosa que no ha ocurrido. La situación puede ser incluso peor, como negociar qué se dice y que no, para no buscarse problemas.
¿Colaboradores secretos o agentes encubiertos?
La ley 19.974 que regula la actividad de la ANI, provee atribuciones suficientes para desarrollar su trabajo. Si puede reclutar colaboradores secretos, no necesita agentes encubiertos cuando se trata de contener las actividades de grupos beligerantes, ya sean extremistas políticos, anarquistas o el crimen organizado. Cuando aquello se hizo fue posible, se logró mantener una cuota importante de control, conocer las estructuras, las jerarquías, los objetivos, las relaciones de estos grupos y bandas. Se mantuvo una vigilancia bastante estrecha. Fue posible penetrar las formas culturales de estas agrupaciones, conocer en profundidad sus modalidades, sus motivaciones, sus prácticas. Los agentes encubiertos son una modalidad operativa de alta complejidad, desde la selección de los funcionarios hasta dotarlos de capacidades y respaldos de todo tipo. Es difícil de implementar con seriedad y darle la continuidad necesaria. Asusta pensar quiénes estarán al frente de estas decisiones.
Algo que nos parece terminal en cuanto a la idoneidad del funcionamiento de los órganos, es que sea posible, en un escenario de la máxima importancia como el denominado problema mapuche, mentir construyendo falsas evidencias para mostrar resultados. Desconozco la intensidad de las presiones gubernamentales que habrán recibido las policías que actuaban en la zona para mostrar resultados, pero cualquiera haya sido esa intensidad, nunca será tan fuerte como para desestimar lo más preciado que la función de inteligencia tiene: la veracidad y la objetividad. Lo claro es que esos funcionarios despreciaron estos valores, más aún, decidieron conscientemente no respetarlos. Existen allí fallas de reclutamiento y de formación del personal.
A raíz de aquello, como una manera de mostrar reacciones enérgicas, se desmanteló toda la estructura de inteligencia de carabineros, expulsando a personal con mucha experiencia instalando así una debilidad muy grave. Cada cuatro años cambia el Director Nacional de Inteligencia impidiendo que acumule experiencia, cultura profunda en los temas que debe enfrentar y dando lugar a que cada cual traiga a sus amigos que arriban como jefes, quienes en ocasiones, han pedido que alguien escriba en una hoja “¿qué hace esta institución?” para enterarse dónde están trabajando.
La rotación permanente de personal, los cambios bruscos de las jerarquías, el cambiante rumbo de las prioridades y de los métodos, impiden que la función de inteligencia madure, se haga fuerte, muy profesional, operacionalizada por gente experta, que no responda a presiones políticas, que se refugie en las metodologías de inteligencia, que genere apreciaciones que apoyen buenas decisiones, oportunas y sensatas desde el Gobierno. No puede ser que una parte del personal no sepa dónde está parado, o que empiecen a descubrir con el paso de los meses de qué se trata.
Sería un gran aporte a la superación de estas deficiencias, que los debates en torno a la reformulación de lo que existe, en cuanto a sistema Nacional de Inteligencia, sea debatido por expertos. Personal que disponga de un conocimiento profundo y larga experiencia. Además, no basta con modificar estructuras, asimilar las orgánicas clásicas de los sistemas de los países centrales, sino tomar en consideración nuestra cultura, nuestras tradiciones, las deformaciones, los vicios que se producen en el funcionamiento de las estructuras de inteligencia que las invalida, la gravitación de la mala política, de los personalismos y tomar los resguardos orgánicos y normativos para atenuar todo aquello. Buscar que se instale el más alto profesionalismo y se desplace lo más lejos posible la obsecuencia y el fanatismo. En caso contrario, Chile tendrá instituciones pero no tendrá inteligencia.