Dijeron que había perdido la batalla contra la delincuencia y el narcotráfico –vaya la paradoja en estos días de saqueos y vandalismo–, que la educación y salud estaban en crisis, pero por sobre todo se rieron por el magro crecimiento económico. ¿Una doctora, que estudió en el liceo N°1, agnóstica y que vivió en la antigua RDA a cargo del país? ¡Por favor! Acá se necesita un economista, de Harvard, católico y del Verbo Divino. Y aunque convengamos que el crecimiento durante su segundo período alcanzó a solo 1.7% en promedio, no quedará muy lejos del 1.8% con que cerrará este 2019 la promesa de los “tiempos mejores”.
Hace apenas dos años, el Presidente Sebastián Piñera presentaba un video –en la franja electoral– que quedaría grabado como una prueba amarga de esas paradojas que presenta el destino y que, de no ser por la tragedia que hemos vivido estos últimos 46 días, pasaría a ser una pieza de humor negro.
En parte de su alocución, el entonces candidato decía: “El desorden, la división, los conflictos y la confusión que existen hoy en el gobierno de la Nueva Mayoría les ha causado un grave daño a Chile y a los chilenos, y muy especialmente a las familias más vulnerables y a los sectores de clase media”. En solo un minuto y medio, Piñera describía a un país en ruinas, para pasar a enumerar una larga lista de supermercado en que presentaba una oferta que hoy parece una broma macabra. Y concluía: “Hoy en Chile lo sabemos, tenemos un mal Gobierno, pero gran país”.
Era el corolario de un relato con que la oposición había apuntado durante los cuatro años del período de Gobierno –en forma sistemática y personalizada– a la figura de Michelle Bachelet. La habían tratado al límite del respeto para una Presidenta, se habían burlado de sus resultados, de las divisiones de su coalición, incluso de su aspecto físico y su condición de mujer. Cuando la entonces Mandataria trató de argumentar con las condiciones de la economía internacional o el bajo precio del cobre, la trataron de ineficiente, de incapaz.
Dijeron que había perdido la batalla contra la delincuencia y el narcotráfico –vaya la paradoja en estos días de saqueos y vandalismo–, que la educación y salud estaban en crisis, pero por sobre todo se rieron por el magro crecimiento económico. ¿Una doctora, que estudió en el liceo N°1, agnóstica y que vivió en la antigua RDA a cargo del país? ¡Por favor! Acá se necesita un economista, de Harvard, católico y del Verbo Divino. Y aunque convengamos que el crecimiento durante su segundo período alcanzó a solo 1.7% en promedio, no quedará muy lejos del 1.8% con que cerrará este 2019 la promesa de los “tiempos mejores”.
Pero donde los números son muy concluyentes es a nivel de la percepción pública. Partamos por el hecho de que la caída en el respaldo tuvo un comportamiento muy similar entre Piñera y Bachelet durante el primer año. Una curiosidad: ambos tuvieron un punto de quiebre en su primer verano. Ella marcada por el caso Caval y él por el fallido viaje a Cúcuta. Y si bien los dos, en sus respectivos mandatos, empezaron a presentar una caída sostenida en las encuestas durante el segundo año, no fue sino hasta 2016 cuando Bachelet logró el récord más bajo para un sondeo desde la vuelta a la democracia: 18%. Nada mal, comparado con Piñera, quien en apenas un año y medio alcanzó el 12%, dato que, si analizamos el margen de error, podría estar incluso en 7 puntos.
Las cifras –crecimiento y respaldo– son hasta aquí una tragedia para un Jefe de Estado que llegó con una promesa de cambio extraordinario para los chilenos y un abierto desprecio a lo obtenido por su dos veces antecesora, Michelle Bachelet.
Pero pese a que el discurso –que se agudizó en la campaña de 2017– fue brutal contra Bachelet por parte de la derecha, la otrora Presidenta aguantó y aguantó una vez que salió de La Moneda, guardando un silencio más allá de lo prudente en términos humanos, hasta que apareció por segunda vez ocupando un alto cargo en Naciones Unidas. Sebastián Piñera, ya instalado como Presidente, la felicitó sin mucho entusiasmo, hasta que unos meses después volvería a la carga –junto a su sector– sin piedad para exigirle mayor proactividad frente al régimen del hoy olvidado Nicolás Maduro.
Y así como la historia de estos dos personajes –Bachelet y Piñera– ha estado mucho más emparentada de lo que a ellos les hubiera gustado, el destino una vez más los pondrá frente a frente en estos largos 16 años que nos deberían gobernar –si todo se da como hasta ahora– alternadamente entre ambos y que explica, en gran parte, esta crisis producto del choque brutal entre dos proyectos antagónicos y contradictorios.
En menos de dos semanas más, la Alta Comisionada de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, dará a conocer los resultados a los que llegó la misión que visitó –silenciosamente– nuestro país durante varios días y que, de seguro, concluirá que, durante esta larga crisis, y en particular durante el estado de excepción, hubo violaciones graves a los Derechos Humanos por parte de agentes del Estado.
Este será un gran balde de agua fría para el Gobierno, considerando que el propio Piñera le pidió a su antecesora que investigara en nuestro país. Solo le quedará acatar y aceptar las recomendaciones. Por lo demás, el Gobierno hizo el primer “tanteo” duro con el informe de Amnistía Internacional, luego reguló con el de Human Rights Watch, practicando un tono más cercano al que será la puesta en escena diseñada para ese día.
En cierta forma, ese momento servirá para ayudar a sanear nuestra propia historia, ya que un gobernante de derecha se habrá sometido a una suerte de harakiri que lo condenará por lo que ha ocurrido en esta crisis, pero también habrá hecho un aporte a un proceso de reparación simbólica de los horrores cometidos o avalados por muchos de ese sector político décadas atrás.
Por otra parte, el informe de Derechos Humanos de la ONU nos aportará un capítulo relevante de la historia del estallido social de la primavera del 2019, aún en desarrollo. De seguro instalará el eje en un tema que remueve a la sociedad y volverá a polarizar las posiciones, profundizando las diferencias, especialmente en una derecha partida en dos.
Estarán los que defiendan el momento actual y el intento del restablecimiento del orden público –capitalizado por delincuentes y narcotraficantes– a costa de lo que sea, y aquellos que entenderán que este informe aludirá a violaciones ocurridas en plena democracia y cuyas víctimas fueron personas que marchaban legítimamente por las calles.