La teoría de la Bala Mágica sostiene que un mensaje con destino específico es directamente recibido y aceptado en su totalidad por el receptor. Sus orígenes provienen de la psicología conductista y hoy en día se considera obsoleta, pero el Gobierno de Piñera la resucitó. En este escenario, la ciudadanía recibe los mensajes unidireccionalmente a través de personajes famosos en redes sociales, como Mon Laferte o los seguidores del K-Pop, y en consecuencia sale a la calle como autómata a saquear supermercados e incendiar la infraestructura de la ciudad.
El informe entregado por el Ministerio del Interior a Fiscalía en Chile, el pasado jueves 19 de diciembre, y difundido por un medio de cobertura nacional, presentaría un análisis de redes sociales –denominado de big data– a partir del cual, según el propio Gobierno, sería posible identificar una fuerte influencia extranjera en las acciones violentas enmarcadas en el acontecer político nacional que alcanzan su punto más intenso entre los días 18 y 25 de octubre de 2019.
Determinar si los mensajes en redes sociales son causales de diferentes formas de agenciamiento en un movimiento social, requiere atender a múltiples factores, y no solamente a un estudio que considere relaciones nodales entre usuarios y desde una aproximación meramente cuantitativa. Además, el hecho de que cierta información haya sido altamente replicada y difundida no permite identificar cuál es la intención detrás de esa difusión ni para qué será utilizada por las personas que la reciban.
El contenido “sembrado” desde fuentes externas (por ejemplo, publicidad) puede difundirse de manera muy distinta a como lo haría el contenido seleccionado o creado por los mismos usuarios.
Respecto al estudio citado, una de las conclusiones más importantes es que no se podría considerar a Twitter como una única causa de lo que ocurre fuera de la plataforma o en otras plataformas similares. Por otro lado, lo que ocurre en una plataforma digital, no representa necesariamente la opinión pública, siendo que la propia compañía Twitter estima que 23 millones de sus usuarios activos son en realidad bots.
A lo anterior, podríamos agregar que Chile no aparece entre los 20 países que más utilizan Twitter, como sí lo hacen Brasil, México, Argentina y Colombia. Existe un alto número de cuentas registradas en el país (alrededor de los 8 millones), pero no es posible determinar el número de cuentas falsas o bots no identificados que hay. Recién en marzo de 2019 se informaba que el 50% de los seguidores de la cuenta oficial del Presidente Sebastián Piñera en Twitter eran denominado de “baja calidad”, cuentas programadas para emitir contenido tendencioso, informativo o creativo, dependiendo de quién las programe y para qué. En el mejor de los casos, el informe considera lo que esos discutibles 8 millones de usuarios de Twitter comentan y comparten, en contraste con los casi 14 millones de personas que pueden manifestarse en las calles y a través del voto.
Mientras la sociedad se vuelve cada vez más polarizada, una desconfianza activa y recíproca entre diversos grupos ideológico-políticos encuentra expresión en perspectivas intelectuales de universos discursivos muy diferenciados.
Una de las afirmaciones que se vienen escuchando a nivel de Gobierno, incluso desde antes del 18 de octubre, es la que indica que la culpa es del “otro”, con argumentos ad hominem, es decir, especie de “falacia lógica” bajo premisas que son pretendidamente razonables, pero que, al indagar en ellas, no se sostienen.
Como ya se comentó en diversos medios y en redes sociales, las declaraciones del ministro Gonzalo Blumel sobre la información “extraordinariamente sofisticada”, extraída con “tecnologías del big data” en relación con el informe del Ministerio del Interior que entregaron a Fiscalía, así como la causalidad atribuida a los resultados que arroja este informe, están plagadas de errores conceptuales y analíticos. Pero detrás de este informe hay algo más de fondo, que tiene que ver con un objetivo, mayormente comunicacional y de posicionamiento político, de encontrar las causas del estallido social en intervenciones y accionar externos, es decir, en “el otro”, creando una especie de Velo de Maya para tapar –como las telas blancas que cubrieron la Plaza de la Dignidad– el desbarajuste y la impunidad que se viven en casa.
Las audiencias por lo general no sienten empatía con categorías abstractas. Era necesario construir personajes que le den cuerpo a ese enemigo foráneo, incluso a costa de un forzado análisis de “inteligencia”, buscando causalidades que no pueden ser refrendadas ni a partir de una regla de tres simple. Los resultados del informe presentados en los medios son tan disparatados que conectan a personajes como el periodista argentino Jorge Lanata, a fanáticos del pop-koreano y a militantes kirchneristas, entre otras organizaciones y medios extranjeros, como la fuente de “incentivo a la protesta social violenta”.
En este listado demonológico, también se incluye a personajes nacionales que se han expresado abiertamente de forma crítica sobre el Gobierno y sus instituciones. En síntesis, si tienes muchos seguidores en las redes sociales y te expresas críticamente sobre las instituciones o procederes del Gobierno, es muy probable que estés en la lista y, por una lógica inconcebible, que también seas parte del origen de todos los problemas.
El informe, presentado como evidencia de una conspiración internacional para la propagación de la violencia en Chile, podría considerarse el resumen del planteamiento comunicacional del Gobierno de Sebastián Piñera, y de cómo este, a través de sus discursos y acciones, elude y desoye los problemas de fondo y estructurales que llevaron al estallido social.
La teoría de la Bala Mágica sostiene que un mensaje con destino específico es directamente recibido y aceptado en su totalidad por el receptor. Sus orígenes provienen de la psicología conductista y hoy en día se considera obsoleta, pero el Gobierno de Piñera la resucitó. En este escenario, la ciudadanía recibe los mensajes unidireccionalmente a través de personajes famosos en redes sociales, como Mon Laferte o los seguidores del K-Pop, y en consecuencia sale a la calle como autómata a saquear supermercados e incendiar la infraestructura de la ciudad.
Décadas de investigación en comunicación dan cuenta del pobre impacto de la teoría de la Bala Mágica, pues rápidamente se entendió que la capacidad de persuasión de los medios de comunicación no es infalible ni uniforme, sino que alude a factores multidimensionales (sociodemográficos, económicos, culturales, entre otros). Lo mismo aplica para las redes sociales y plataformas digitales.
El Gobierno, en sus declaraciones posteriores, mantiene su defensa de la metodología empleada en el informe, insistiendo en la utilización del término big data como si se tratara de una herramienta de análisis y no de un problema complejo de almacenamiento y gestión de grandes volúmenes de información, confundiendo análisis con informes de redes sociales y también “información abierta” con comentarios públicos en plataformas.
En resumen, el discurso gubernamental combina su visión arcaica de los efectos de los medios de comunicación –en este caso tecnologías digitales– con la utilización de terminología rimbombante que desinforma a la ciudadanía.