Hoy, los canales de TV abierta sufren una constante pérdida de audiencia, lo que se refleja en sus cifras mayoritariamente deficitarias. La campaña ya está en curso a través de las redes sociales –en especial Twitter y Facebook– y nada hace suponer que la opinión pública espere con ansiedad la franja, como tampoco lo hace con los programas clásicos de debate político, con sus rostros repetidos hasta la saciedad.
Uno de los afanes principales de las organizaciones políticas por estos días es la estructuración de la franja televisiva previa al plebiscito constitucional del 26 de abril. Ya están designados los productores y se trabaja en la conformación de equipos y contenidos.
Aunque minoritaria en las encuestas, la opción “Rechazo” parece tenerla más fácil en este empeño, toda vez que su mensaje es más simple y hay menos organizaciones promoviéndola. Por el contrario, detrás del “Apruebo” hay cuatro comandos, más partidos recién creados, así como independientes y representantes del mundo social, todos los cuales buscarán incorporar matices propios. Un desafío no menor.
Pero cabe preguntarse: ¿vale la pena tanto esfuerzo? Supongamos que no existiese franja alguna. ¿Variarían los resultados del plebiscito significativamente? Lo más probable es que ello no ocurriese, lo que demuestra la irrelevancia que tendrá esta franja televisiva, por lo menos en comparación con la que antecedió al plebiscito de octubre de 1988.
Es que en aquella ocasión se trataba de la primera vez después de quince años en que la TV se abría a mostrar los contenidos de la opción opositora, lo que cautivaba el mayor interés del público. Además, no existían las redes sociales y la televisión abierta era una de las opciones más reconocidas en materia de difusión informativa.
Hoy, los canales de TV abierta sufren una constante pérdida de audiencia, lo que se refleja en sus cifras mayoritariamente deficitarias. La campaña ya está en curso a través de las redes sociales –en especial Twitter y Facebook– y nada hace suponer que la opinión pública espere con ansiedad la franja, como tampoco lo hace con los programas clásicos de debate político, con sus rostros repetidos hasta la saciedad.
Paradójicamente, y dado el desprestigio generalizado de la política, los comandos deben más bien esmerarse en que sus propuestas no terminen siendo disuasivas y espanten a potenciales electores en vez de atraerlos a su respectiva opción.