El uso de la mentira y el engaño como estrategia política no es un fenómeno nuevo. La idea de que los políticos mienten ha sido históricamente parte del conocimiento popular, motivo de chistes, portadas de diarios, comentarios de pasillo, etc. La derecha chilena, por ejemplo, tiene una larga trayectoria en la instalación del miedo como herramienta para impedir que se lleven a cabo cambios y para generar rechazo a nuevas formas de gobernar. No obstante, desde ya unos años el uso de la mentira como herramienta política a nivel mundial se ha comenzado a alejar bastante del tipo de mentiras al que hasta ahora habíamos estado, de alguna manera, acostumbrados.
La llegada de Trump al poder en Estados Unidos se instala como uno de los casos más emblemáticos de esta estrategia de la mentira como herramienta política. De esto hay varios ejemplos. Solo por mencionar uno, la conocida mentira que Trump sostuvo por bastantes años y que indicaba que Obama no había nacido en Estados Unidos, lo que lo convertiría en un presidente ilegítimo. Ya en el gobierno, en el 2017, Sean Spicer, secretario de prensa de la Casa Blanca, acusó a los medios de comunicación de subestimar deliberadamente la cantidad de gente que había llegado a la ceremonia a celebrar el inicio del gobierno de Trump, indicando que había sido la “audiencia más grande en presenciar una inauguración presidencial”.
Los datos indicaban que este comentario era claramente una mentira. Al ser interpelada por un periodista, la consejera del presidente, Kellyanne Conway, responde que estaba siendo “demasiado dramático” y que lo que Spicer había hecho era “entregar hechos alternativos” (alternative facts). Esta columna no me daría para hacer una lista de todas las mentiras y engaños dichos por Trump hasta ahora, pero puede encontrar un buen trabajo hecho por el Washington Post y una página web (Polifact) dedicada a analizar este tipo de información con un “verdadómetro” (Truth-o-Meter).
En este contexto de falsedades, comienza a aparecer con fuerza el concepto de la “posverdad”. El 2016, el diccionario de Oxford reconoce este concepto como la palabra del año por el amplio uso que se le estaba dando en el ámbito político. La posverdad se define como las circunstancias en que los hechos objetivos son menos influyentes en formar la opinión pública que las emociones y creencias personales (Oxford). Tal como lo plantea un artículo de The Economist, el problema de la posverdad es que va más allá de una elite que decide mentir, lo nuevo de este fenómeno es que la verdad tiene una importancia secundaria. En términos fáciles, las mentiras no se cuestionan, sino que se crean para fomentar y reforzar prejuicios.
[cita tipo=»destaque»] Creo que aquí podemos hacer dos cosas, por un lado, en la medida que el Estado no genere una política pública dirigida a promover el periodismo independiente, tenemos que aceptar que el financiamiento tiene que venir desde nosotros. En algunos países muchos de los medios cobran por tener acceso a la información que entregan. También creo que tenemos que tratar de ser activos en dejar de darle visibilidad y castigar a los medios que hasta ahora han sido nefastos, en nuestras manos está bajarles los seguidores, las visitas y dejar de leerlos.[/cita]
El uso de la mentira por parte de las autoridades desde el 18 de octubre en Chile, tiene al menos dos elementos interesantes. Por un lado, refuerza la idea respecto a que lo que se intenta con la mentira no es tan solo engañar a la ciudadanía, sino que también reforzar los miedos y prejuicios existentes en un grupo de la población. Las mentiras y engaños del Gobierno apelan a una de las emociones más básicas: el miedo. La derecha chilena tiene una larga trayectoria en la instalación del miedo como herramienta para impedir que se lleven a cabo cambios y para generar rechazo a nuevas formas de gobernar. Además, tiene una larga experiencia en presentar este rechazo al cambio como algo coherente, justificado y como si fuese en beneficio de la mayoría de la gente.
No hay que olvidar los frenos que la derecha ha puesto a reformas importantes de la sociedad chilena. Por ejemplo, fueron los representantes de la derecha quienes se opusieron a la Ley de Filiación que en 1998 puso fin a la discriminación entre hijos “legítimos e ilegítimos”, aduciendo la necesidad de mantener estas diferencias para no poner en peligro la institución de la familia.
Políticos como Chadwick, Alberto Cardemil, Hernán Larraín, Carlos Bombal y Miguel Otero se oponían a esta medida porque –como lo indicó Larraín– “no corresponde a un criterio realista intentar que la ley iguale aspectos de la relación humana que la naturaleza ha hecho diferente… Este es el grave peligro que se cierne cuando se propone legislar haciendo tabla rasa de las distinciones entre las posiciones jurídicas de los hijos. Si no se hacen diferencias, es porque el sistema jurídico, como tal, desconocerá la virtualidad jurídica de la institución matrimonial”. Los “peligros” de la tabla rasa y de la igualdad, ¿no les suena conocido?
Durante el debate de la Ley de Divorcio, aprobada el 2004, parte de la derecha instala nuevamente el discurso del miedo, indicando que el aprobar esta ley pondría en peligro la institución de la familia, llegando a relacionar a hijos de padres separados con drogadicción y violencia. En esa discusión el señor Chadwick indicaba que el divorcio “no tan solo trae consigo mayor pobreza a la sociedad, sino que menores oportunidades y mayores problemas emocionales y conductuales… se rompe por completo uno de nuestros anhelos más importantes para el orden social, cual es la igualdad de oportunidades para valerse en la vida. Aquel que proviene de una familia destruida”. Nuevamente, los cambios que generarán destrucción, pobreza, desorden, delincuencia. Otra vez, ¿les suena conocido?
Aquellos representantes de la derecha chilena que fueron férreos defensores de la dictadura ahora se dicen férreos defensores de la democracia. Y así como en la campaña del Sí, el senador Allamand argumentaba cómo votar por el Sí fortalecía la democracia y Marcela Cubillos aparecía explicando que Pinochet había trabajado duro en eliminar la pobreza y que estábamos ad portas de solucionar el problema. Agregando que “algunos critican al presidente Pinochet porque ha permanecido 15 años en el cargo. Yo, como mujer, como joven, admiro a un hombre que se entrega 15 años en recorrer hasta el último rincón del territorio y se preocupa de los problemas principalmente de los pobres”.
Ahora, en la campaña por una nueva Constitución, traen nuevamente el miedo para boicotear posibles cambios. Allamand, por ejemplo, indica que una nueva Carta Magna “destruiría la casa que con tanto esfuerzo hemos levantado”. Se intenta instalar, de nuevo, la idea de la hoja en blanco como un paso para el caos, la destrucción, el desorden.
Un segundo tema interesante ha sido la reacción de parte de la población chilena al otro tipo de mentira, esta mentira un poco más “simplona”, la que se dice solo con el fin de tergiversar los hechos y engañar a la ciudadanía.
En las redes sociales, por ejemplo, la gente parece genuinamente sorprendida por las mentiras que han dicho abiertamente las autoridades. Al parecer, no estábamos tan acostumbrados a que nos mintieran en la cara casi con total impunidad.
Hay una lista larga de mentiras, desde quienes mandaron a pedir el famoso informe del big data, los dichos del ministro Mañalich cuando indica que “nuestro sistema de salud es uno de los mejores y más eficientes del planeta” o cuando, en la interpelación en su contra, señala que “los libros de reclamos de los Compines están llenos de felicitaciones”. También están los dichos del Presidente Piñera cuando señala que muchos de los videos en que se evidencian las violaciones de los DDHH son falsos y que son filmados fuera de Chile. Esta última mentira, que llenó las redes sociales con los hashtags #mentiroso #mitómano, generó tal nivel de molestia que el Presidente se vio obligado a grabar un video indicando que “no se había expresado en forma suficientemente precisa”.
Tal como claramente se ha evidenciado, las mentiras y engaño han incrementado la sensación de desconfianza frente al Gobierno y las instituciones en general. El apoyo al Presidente, el Congreso, Carabineros, se encuentra posiblemente en los niveles más bajos que hemos conocido (ver encuesta CEP). Me parece que una de las cosas más preocupantes en la actualidad es que ya las autoridades han dado claros indicios de que no pretenden cambiar su estrategia de aumentar la inseguridad criminalizando el movimiento social e ignorando las violaciones de los Derechos Humanos documentadas por distintos organismos nacionales e internacionales. Lo que es peor, no han dado tampoco indicios de que pondrán un freno a las violaciones de los DDHH en el futuro.
Me atrevo a decir, y esto es solo especulación, que la represión ejercida por el Gobierno –que asegura que el movimiento continúe, pero también que se produzcan más estallidos de violencia– se va a mantener al menos hasta abril. El Gobierno necesita mantener la sensación de caos para que la nueva Constitución tenga menos adherentes y, así, mantener un sistema que los ha privilegiado por décadas. No van a soltar fácilmente lo que les ha beneficiado, aunque en esa pelea sigan generando un profundo daño al país.
Quiero continuar con el siguiente punto. En la época de los profesionales de la mentira y de los “no tengo evidencias ni tampoco dudas”, una de las cosas que necesitamos son personas comprometidas con mostrar la verdad y aquí el periodismo juega un tremendo rol. Los últimos despidos a periodistas en nuestro país dejan en evidencia, entre otras cosas, que cuando los medios dejan de ser un negocio, sus dueños bajan los costos y se generan desvinculaciones masivas.
Asimismo, luego del 18 de octubre, ha quedado más claro que muchos de los medios han sido cómplices de las mentiras, al difundir información falsa o con enormes sesgos. Creo que aquí podemos hacer dos cosas, por un lado, en la medida que el Estado no genere una política pública dirigida a promover el periodismo independiente, tenemos que aceptar que el financiamiento tiene que venir desde nosotros. En algunos países muchos de los medios cobran por tener acceso a la información que entregan. También creo que tenemos que tratar de ser activos en dejar de darles visibilidad y castigar a los medios que hasta ahora han sido nefastos. En nuestras manos está bajarles los seguidores, las visitas y dejar de leerlos.
Concluyo esta columna con una reflexión de la Hannah Arendt, en que se refiere a la mentira en la política (es mi traducción):
“No importa cuán grande sea el tejido de falsedad que un mentiroso experimentado pueda ofrecer, nunca será lo suficientemente grande para cubrir la inmensidad de la realidad. Al mentiroso, que puede salirse con la suya con un gran número de falsedades individuales, le resultará imposible salirse con la suya y usar la mentira como principio” (libro Crisis de la República).