En un contexto de incertidumbres y desafíos estratégicos, sin embargo, han surgido tentaciones autonomistas, nacionalismos, negacionismos y/o el privilegio de estrategias y nociones convencionales de soberanía como las de Bolsonaro, Trump, Johnson o Netanyahu, todas respuestas inadecuadas para la paz y la seguridad internacionales y con efectos contrarios a los buscados con el debilitamiento del multilateralismo. Ahí está el Brexit y la nostalgia de potencia colonial británica y sus normas (consenso conceptual y en la acción). Pero los desafíos actuales de seguridad requieren, sin dudas, de respuestas globales, multilaterales, cooperativas y ancladas en una soberanía inteligente que las potencie para evitar seguir caminando al borde un precipicio.
La amenaza es un hecho peligroso latente asociado a un fenómeno natural, social o tecnológico que se manifiesta generalmente en un contexto específico (M. Puig), pero que hoy –con la globalización y la revolución científico-tecnológica (reducción de tiempos y espacios)– puede afectar negativamente a personas, bienes, servicios y/o medioambiente en todos los rincones del mundo.
Con una interdependencia dinámica, compleja y multidimensional como la que vivimos, todos somos blanco de los impactos de diversas amenazas, particularmente a las que se refirió el secretario general de la ONU, António Guterres, al decir que los cuatro jinetes del apocalipsis –guerra, crisis climática, desconfianza y lado oscuro de la tecnología– arriesgan el progreso y las posibilidades del siglo XXI.
Estas amenazas son, prácticamente, las mismas descritas por un centenar de expertos internacionales, entre quienes se cuentan premios Nobel, en el Boletín de los Científicos Atómicos de la Escuela Harris de Políticas Públicas de la Universidad de Chicago, con su “Doomsday Clock” (Reloj del Apocalipsis).
[cita tipo=»destaque»]En la aplicación del concepto soberanía inteligente, además de una acción multilateral, la mayoría de actores requiere de medidas correctivas nacionales. En amenazas globales complejas y multidimensionales, la cooperación internacional se convierte en un factor vital y certero del propio interés nacional. Son casos en que la soberanía compartida (homologada) es simplemente la estrategia más inteligente y eficiente, porque en distintas escalas mundiales tiene el potencial de permitir que la formulación de políticas coincida con los problemas transfronterizos, mantiene la toma de decisiones a nivel nacional, es respetuosa con otras soberanías, limita efectos negativos provenientes del exterior a partir de diferencias conceptuales y de acción, y permite una solución rápida y de largo plazo, como en las inmigraciones y las crisis humanitarias.[/cita]
En este contexto de incertidumbres y desafíos estratégicos, sin embargo, han surgido tentaciones autonomistas, nacionalismos, negacionismos y/o el privilegio de estrategias y nociones convencionales de soberanía como las de Bolsonaro, Trump, Johnson o Netanyahu, todas respuestas inadecuadas para la paz y la seguridad internacionales y con efectos contrarios a los buscados con el debilitamiento del multilateralismo. Ahí está el Brexit y la nostalgia de potencia colonial británica y sus normas (consenso conceptual y en la acción).
Ejemplo de esto es el abandono (negacionismo) o el no cumplimiento de las metas del Acuerdo de París para limitar el calentamiento global por debajo de los 2 °C, un fenómeno anclado por la Unión Europea como un multiplicador de amenazas al extremar las tendencias, las tensiones y las inestabilidades ya existentes. Una amenaza que va a sobrecargar a todos, por ejemplo, a través de lo que el Bank for International Settlements (BIS) llama el Cisne Verde, eventos meteorológicos perturbadores de la economía, pero especialmente a los países y regiones de por sí frágiles y proclives al conflicto.
En el informe “Our Global Neighborhood” (1995), la ONU decía que la comunidad internacional debe atender y extender la seguridad con el fin de asegurar la gobernanza global. En este entendido, el calentamiento del planeta debe considerarse como el principal afectante de los bienes públicos globales al beneficiar o afectarlos universalmente. Si tomamos la Amazonía (6.7 millones de km2) y los incendios de 2019 en este ecosistema crítico –al producir el 20% del oxígeno que respiramos, controlar el ciclo hidrológico y la lluvia de parte de la región, almacenar una gran cantidad de carbono, contener unos 350 pueblos originarios, 6 mil especies animales y 40 mil de plantas–, podemos decir que es un bien público universal al afectar a todos y no solo a Brasil por poseer su soberanía, y está en peligro.
No se trata de “internacionalizarla” (temor del presidente Bolsonaro y algunos nacionalistas), sino de usar el concepto de soberanía inteligente de Kaul y Blondi, donde un único país, cualquiera sea su poder duro y/o blando, no puede resolver solo los desafíos del tipo de los bienes públicos globales. Además de una acción internacional colectiva de apoyo con flexibilización de la matriz westfaliana (el lema de la ayuda de Noruega de US$ 1.200 millones en 10 años es: «Brasil la cuida. El mundo apoya. Todos ganan»), la mayoría de esos desafíos requieren de acuerdos multilaterales y la adopción de medidas correctivas y nuevas políticas a escala nacional, haciéndolas coincidentes entre ellas y los problemas que cruzan las fronteras. Sin embargo, en este caso el gobierno de Bolsonaro va en otra dirección al permitir la deforestación para la agricultura, el ganado, la minería y la extracción petrolera, y la Escuela Superior de Guerra de Brasil considerar a países como Francia una amenaza por sus propuestas de internacionalizarla.
Este tipo de gestión de los asuntos públicos mundiales implica un replanteamiento de la seguridad hacia una más cooperativa, enfocada en una comunidad global de principios y normas, lo que constituiría un gran avance en la respuesta al desafío del calentamiento global u otros de impacto amplio como el terrorismo, el crimen organizado o la propagación de enfermedades como el coronavirus, considerada la foto actual de esta epidemia como la punta de un iceberg por el director de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom.
Así, la noción de seguridad se redimensiona hacia conceptos más amplios y prospectivos, como son la seguridad comprehensiva, la humana, la democrática y la multidimensional, donde los recursos de respuesta adquieren un sentido sistémico y no solo de actores tradicionales o individuales o en planos unidimensionales. En este sentido, la región Suramericana debe partir pensando en otro Unasur posible que supere la fractura ideológica y le permita una acción multilateral.
En la aplicación del concepto soberanía inteligente, además de una acción multilateral, la mayoría de actores requiere de medidas correctivas nacionales. En amenazas globales complejas y multidimensionales, la cooperación internacional se convierte en un factor vital y certero del propio interés nacional. Son casos en que la soberanía compartida (homologada) es simplemente la estrategia más inteligente y eficiente, porque en distintas escalas mundiales tiene el potencial de permitir que la formulación de políticas coincida con los problemas transfronterizos, mantiene la toma de decisiones a nivel nacional, es respetuosa con otras soberanías, limita efectos negativos provenientes del exterior a partir de diferencias conceptuales y de acción, y permite una solución rápida y de largo plazo, como en las inmigraciones y las crisis humanitarias.
En relación con esto último, es a través de procesos como el codesarrollo (Sami Näir) que expresa una vinculación positiva entre inmigración y desarrollo, lo cual supone aceptar que los inmigrantes pueden convertirse en vectores de desarrollo tanto en el país de origen como de destino, entender horizontalmente las relaciones entre países y admitir las necesidades del otro para codesarrollarse. Permitir al final una movilidad esperada, programada y con un fuerte sentido humanitario.
Amenazas o acelerantes como el derretimiento rápido del hielo en la Antártica –280% más que en las últimas cuatro décadas, ya se desprendió uno del tamaño de la Gran Canaria– o el incendio en Australia, cuyos humos han recorrido media Tierra, afectando la calidad del aire en países como Argentina y Chile (sin tenerse claras sus consecuencias finales, más allá de los mil millones de animales muertos, las 10.3 millones de hectáreas arrasadas o las tormentas eléctricas producidas por el fuego) o las lluvias e inundaciones que le siguieron, ya son temas de todos y no solo de soberanías nacionales.
Los desafíos actuales de seguridad requieren, sin dudas, de respuestas globales, multilaterales, cooperativas y ancladas en una soberanía inteligente, que las potencie para evitar seguir caminando al borde de un precipicio.