Publicidad
El cisne negro de Piñera Opinión

El cisne negro de Piñera

Publicidad
Carlos Correa B.
Por : Carlos Correa B. Ingeniero civil, analista político y ex Secom.
Ver Más

Los abogados constitucionalistas suelen decir que se produce un momento en la historia que lleva a la necesidad de redactar una nueva Carta Magna, instante al que se le llama momento constitucional y varios lo consideran indispensable para que ocurra el cambio. Sin duda, el estallido social del 18 de octubre produjo esa necesidad, que llevó claramente a una ventaja amplia a favor del Apruebo. Pero el coronavirus mandó dicho estado de ánimo a cuarentena, como a miles de chilenos. Los datos epidemiológicos muestran que puede ser largo el período de aislamiento y, con ello, vendrá una especie de enfriamiento del fervor social. La misma ansiedad de varios por aparecer primeros dando una solución y una nueva fecha, puede crear la sensación de que la élite política está más preocupada de aparecer en la foto de la Constitución que de la salud pública.


El matemático y filosofo Nassim Taleb escribió en el 2007 un libro llamado El Cisne Negro: el impacto de lo altamente improbable. En él se habla de cómo los hechos que no son previstos en modo alguno, cambian completamente la agenda y el sentido de la historia. Taleb dice que los analistas financieros, y por extensión los políticos, suelen cometer lo que él llama el error de la confirmación: una subvaloración crónica de la posibilidad de que el futuro se salga del camino inicialmente previsto. Bajo esa línea de pensamiento, el coronavirus es un perfecto Cisne Negro.

Hasta hace poco eran más o menos obvios dos hechos que muy pocos discutían: en primer lugar, un marzo violento que iba a traer un recrudecimiento de las protestas sociales, con una presión muy fuerte hacia la renuncia o salida del Presidente; el segundo, era el resultado del plebiscito del 26 de abril, donde había claridad del triunfo de la opción Apruebo y la conversación instalada era por cuánto y qué iba a pasar con la segunda papeleta. Ambas incertezas eran importantes en la configuración de la Convención Constituyente.

[cita tipo=»destaque»]Pero no todo son buenas noticias para la derecha. El coronavirus pondrá en tensión los sistemas públicos y, como se ha visto en Europa, quienes poseen sistemas de bienestar más desarrollados serán capaces de manejar mejor la pandemia y sus efectos económicos. El neoliberalismo también quedará con serios problemas para respirar después de la epidemia. Las empresas, si no cambian el modo en que se relacionan con las personas –lo que necesariamente implica compartir utilidades, pagar más impuestos y hacer planes de valor compartido en serio y no pantomimas armadas para páginas sociales–, serán las propias sepultureras del capitalismo.[/cita]

En medios de comunicación abundaban las selfies de rostros que se veían escribiendo la nueva Constitución. También en los sectores más a la izquierda se cebaban las manos con otra cabeza del Gobierno que podía caer. La expresión del ministro Mañalich respecto a que el plebiscito constitucional corría peligro fue atacada por muchos, diciendo incluso que La Moneda quería por secretaría mantener la actual Constitución. Por desgracia, esta vez el ministro tenía razón.

Hoy no hay dos voces al respecto, el plebiscito no tiene ninguna condición de efectuarse el 26 de abril. Las fechas disponibles para su reemplazo no parecen buenas y no generan el consenso necesario. Por un lado, hacerlo en las cercanías de la elección municipal obliga a los alcaldes a pronunciarse sobre el tema, haciendo más difícil la tarea para el rechazo. Otra fecha anterior –incluso mantener la actual si no hay acuerdo– tendrá el problema de la alta abstención y, por tanto, la discusión sobre el cambio constitucional partirá coja en legitimidad. Y respecto a la movilización social, a los mismos manifestantes que aplaudían con fervor en redes sociales, hoy les exigen que permanezcan en casa.

Los abogados constitucionalistas suelen decir que se produce un momento en la historia que lleva a la necesidad de redactar una nueva Carta Magna, instante al que se le llama momento constitucional y varios lo consideran indispensable para que ocurra el cambio. Sin duda, el estallido social del 18 de octubre produjo esa necesidad, que llevó claramente a una ventaja amplia a favor del Apruebo. Pero el coronavirus mandó dicho estado de ánimo a cuarentena, como a miles de chilenos.

Los datos epidemiológicos muestran que puede ser largo el período de aislamiento y, con ello, vendrá una especie de enfriamiento del fervor social. La misma ansiedad de varios por aparecer primeros dando una solución y una nueva fecha, puede crear la sensación de que la élite política está más preocupada de aparecer en la foto de la Constitución que de la salud pública.

El coronavirus no solamente puede provocar efectos horribles como en Italia, con el drama de cerca de 3 mil fallecidos por la enfermedad, sino que ralentizará la economía chilena a niveles de los ochenta. Aunque la tecnología permite el teletrabajo y en general en Chile las empresas han cumplido dicha disposición, no tenemos una economía del conocimiento, sino extractiva y muy intensiva en mano de obra no calificada, que saldrá del mercado en el momento en que esté todo cerrado. Ello provocará, obligatoriamente, un alza del desempleo y contracción de la economía. En un artículo publicado en Mirada Semanal, Osvaldo Rosales hace una comparación con la crisis subprime y concluye que habrá un impacto mayor en lo cuantitativo y más profundo en el tiempo.

En ese escenario, la discusión constitucional pasará a segundo plano en las familias. Los partidarios del Rechazo tendrán una oportunidad de oro para decir que los recursos destinados a escribir una nueva Constitución puedan destinarse a hospitales, seguro de desempleo, apoyo a las pymes, suministros médicos y tantas otras cosas que la gente reclamará.

Pero no todo son buenas noticias para la derecha. El coronavirus pondrá en tensión los sistemas públicos y, como se ha visto en Europa, quienes poseen sistemas de bienestar más desarrollados serán capaces de manejar mejor la pandemia y sus efectos económicos. El neoliberalismo también quedará con serios problemas para respirar después de la epidemia. Las empresas, si no cambian el modo en que se relacionan con las personas –lo que necesariamente implica compartir utilidades, pagar más impuestos y hacer planes de valor compartido en serio y no pantomimas armadas para páginas sociales–, serán las propias sepultureras del capitalismo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias