Sean cuales sean los escenarios, lo que sí cambiará ciertamente es la forma en que nuestra sociedad y la economía funcionan, ojalá con un mayor sentido de solidaridad. Nada garantiza que no exista otra pandemia en el futuro, escenario para el cual no estamos preparados, pero que debemos a asumir como algo real y concreto que puede ocurrir. Y aquí es donde el deber del Estado es y será entregar las señales y herramientas correctas para orientar las conductas individuales y estrategias institucionales en función del bien común.
Comenzaremos por el final, después vienen los contextos que nos orientaron. Por algo hay que jugársela, a riesgo de equivocarse. Ahí vamos, con la escasa y mutante información disponible.
El autor agradece a sus colegas Alejandro Barros, Rafael del Campo, Pablo Galaz y Luis Zaviezo, colegas del mismo Centro. Sus comentarios y sugerencias enriquecieron el texto, y en especial, las propuestas concretas.
Estamos en la mayor crisis mundial del último siglo. Las noticias buenas, malas y falsas se suceden día a día, y debemos saber navegar sin angustiarnos para poder soportar la incertidumbre. Sabemos que todos podemos equivocarnos, y esto incluye a las autoridades que están a diario obligadas a tomar decisiones sin información completa.
Estamos ante algo desconocido y obviamente nos podemos equivocar. Un par de ejemplos: la OMS entrega estrategias diametralmente opuestas para Argentina y Chile; y dos grandes y prestigiados epidemiólogos de USA (Harvard y Stanford) también muestran serias discrepancias por la prensa respecto a la gravedad del problema, que se difunden por las RRSS. ¿Qué nos queda a los demás?
Llamaremos “A” al peor escenario de la pandemia para Chile: en este, es muy posible que Chile siga la ruta de Italia y España, con salas de urgencia atestadas y “rebrotes” como los que están comenzando a ocurrir en algunos países. No habrá, al menos durante 2020, vacunas ni medicamentos paliativos disponibles. Cuarentenas totales y/o lockdown. El inminente invierno, con sus epidemias de virus sincicial e influenza común que de por sí atochan nuestras salas de urgencia hospitalaria, puede agravar aun más este escenario, cosa que no sucede en países del hemisferio norte.
La parálisis social y económica en Chile podría durar en este caso 6 a 9 meses más. Los médicos estarán obligados a escoger a quién salvar, lo cual es éticamente durísimo. Se procurará salvar a los “jovencitos” de 50 a 60 años. Muchos de los que pasen por la urgencia y se salven quedarán con daños pulmonares.
En este escenario la economía de Chile simplemente revienta. Volvemos a la crisis del 82, cuya caída del PIB fue de 14% y el desempleo disparado a 26%. Una ciudadanía mucho más activa que en aquellos años estallaría con resistencia civil. Los saqueos ya no serían políticos ni delictuales, sino de supervivencia.
En el mejor escenario, B, la crisis se resuelve totalmente en dos o tres meses. La OMS está aceleradamente estudiando cuatro medicamentos antiguos, para paliar o prevenir la enfermedad. Si este escenario positivo se confirmara en las próximas semanas, sobre alguno de esos medicamentos, las ansiedades y pánicos disminuirían. El virus pasaría a ser una influenza severa, la mortalidad disminuiría, las urgencias no se congestionarían.
Entre A y B, están todos los escenarios intermedios posibles. De ahí las incertidumbres, tanto en lo económico como político, financiero y laboral. Por ahí habrá que navegar entre roqueríos y aguas turbulentas. Nadie sabe a ciencia cierta el comportamiento de este virus, que puede estar mutando para mejor o peor en este momento. De hecho, en Chile hay un número excepcional de jóvenes con infección severa, lo cual es muy raro.
El primer anuncio económico del Gobierno resultó inexplicablemente insuficiente. Como lo escribieron los reputados economistas De Gregorio, Repetto, Engel y Valdés este domingo 21, casi no hay ayuda a muchos desempleados informales, ni para empresas clave para la economía. El dinero verdaderamente fresco anunciado es solo 1% del PIB, el resto son reprogramaciones, y a las empresas grandes y/o críticas no les llega nada.
El anuncio también es paupérrimo para trabajadores no cubiertos por el seguro, en su mayoría informales y por cuenta propia, a quienes se les destina 50 mil pesos en total. Hasta los grandes aplausos al anuncio parecen inexplicables. Por comparación, en países OCDE la inyección de dinero de rescate a desempleados, las personas en general, y las empresas, ha llegado al 20% del PIB, y eso que en esos países no había previamente un estallido social. La actitud del Gobierno es poco entendible, sabiendo que Chile tiene todavía amplios márgenes para ampliar su deuda pública y/o aumentar los tributos a las personas más ricas.
Las pymes recibirán un apoyo interesante, como ya lo anunció, por ejemplo, el Banco Santander a sus clientes. Sin embargo, para las empresas en el rango de 5 a 500 millones de dólares anuales, no hay casi nada, y ahí puede haber resultados dramáticos si el Gobierno y/o el Banco Central no dan ayudas de largo plazo. Parece casi impensable que no lo hagan. No se trata de pasarles dinero a los ricos actuales, sino a las empresas de los ricos, lo que es muy diferente. Se necesita que sigan dando empleo, y que no se rompan las cadenas de producción, logística y abastecimiento de la economía. Por cierto, en la crisis del 82 el Gobierno rescató a muchos bancos… pero cambiaron los dueños. Aportó capital en lugar de crédito.
No puede descartarse livianamente, por una suerte de “corrección política espuria”, el impacto de las decisiones epidemiológicas sobre la economía y las empresas. Cualquier persona nacida antes del 1965, es decir, de 55 años arriba (no tan viejos) podrá recordar los horrores vividos con la crisis 82 y 83, el desempleo, el desabastecimiento, las colas, las quiebras masivas. En suma… No se puede ni deben tomar nuevas decisiones epidemiológicas sin tomar simultáneamente decisiones económicas más osadas que las actuales, en favor de las personas, los autoempleados, y también las pequeñas, medianas y grandes empresas, con modelos ad hoc para cada nivel y características.
Reiteremos que el 50-70% de todos nos vamos a contagiar, tarde o temprano, de cualquier edad. Si por ejemplo se cerrara totalmente la comuna de Las Condes o el “barrio alto”, sus fronteras son porosas e imposibles de vigilar, ni siquiera con militares. Habrá un tráfico casi inevitable de vehículos y personas por las razones correctas (personal médico, abastecimientos, etc.) y por las incorrectas. Además, no se la puede mantener cerrada de manera indefinida, tarde o temprano habrá de reabrirse, y ahí saldrán algunos jóvenes que ni siquiera saben que están infectados a infectar alegremente a otros.
Es muy posible que haya rebrotes, especialmente por la temporada invernal. Es posible que tengamos “pequeñas epidemias” a lo largo de los próximos 12 o incluso 18 meses… a menos que aparezca la vacuna salvadora. Los medicamentos antes mencionados no van a resolver esto, pero sí van a ayudar a que los viejitos (como este autor) se mueran en menor proporción. Por ello, aunque hubiera cuarentena total y rígida por dos semanas, por un mes, o por tres meses, aparte de producir una quebrazón de empresas y desempleo mayor, es poco lo que habremos logrado.
El sector oriente de la capital contiene prácticamente 2/3 de todos los contagiados informados hasta hoy. Su tratamiento no puede ser igual que el del resto del país. Hay regiones con poquísimos casos. Al 21 de marzo, Tarapacá tenía 0 (cero) casos confirmados; Arica, Atacama, Los Ríos y Aysen 1 c/u. La RM, 359. ¿Todas las regiones recibirán igual tratamiento?
En suma, las cosas no son tan simples como parecen ser cuando algunos políticos, alcaldes u opinólogos salen a desgarrarse las vestiduras con la cuarentena total para todo el país. Fácil decirlo sin medir consecuencias.
Sean cuales sean los escenarios, lo que sí cambiará ciertamente es la forma en que nuestra sociedad y la economía funcionan, ojalá con un mayor sentido de solidaridad. Nada garantiza que no exista otra pandemia en el futuro, escenario para el cual hoy no estamos preparados, pero que debemos a asumir como algo real y concreto que puede ocurrir.
Mis colegas y yo saludamos con alegría la conformación de la Mesa Social COVID-19, como un inicio del fin de las discrepancias absurdas, y felicitamos los acertados anuncios del Ministro de Salud del día 21 de marzo, en cuanto a la implementación del toque de queda, así como diversas prohibiciones y controles selectivos. Desde un rol académico, coincidimos plenamente con el enfoque adoptado.
Por mucho que todos opinemos desde nuestros diferentes saberes, también es hora de que todos acatemos y respetemos incuestionablemente las decisiones de la autoridad sanitaria, que está escuchando activamente a diversos actores y especialistas.
Asimismo, hay pocas e insuficientes palabras para felicitar a los profesionales de la medicina y otras labores críticas que están, literalmente, arriesgando su vida por cuidarnos, abastecernos y transportarnos a todos.