La prioridad es avanzar al máximo en aislación y eficiencia térmica de las edificaciones, pero también continuar con recambio de tecnologías, la certificación, mejorar las prácticas, la diversificación de la matriz energética. Y ya mirando al largo plazo, la planificación urbana como una forma de pensar nuestro habitar el territorio de manera integral, considerando capacidades de carga, desplazamientos, condiciones climáticas, geográficas y atmosféricas, descentralización territorial. Porque la idea no puede ser eliminar completamente la calefacción por combustión de biomasa, es discutir su origen, el impacto sobre la biodiversidad, en qué territorios se produce la combustión, cuándo, cómo, entre otras variables fundamentales.
Se vienen días fríos y oscuros para el sur y la Patagonia. En realidad, ya están llegando. Y no hablo de lo que se espera como efecto de la muy probable expansión de contagios por el coronavirus. Apunto al invierno sureño y austral, ese que hace bajar las temperaturas y escamotea las horas de luz.
Ya se ha visto en este incipiente otoño, como en todos los otoños. Menos grados es sinónimo de mayor contaminación atmosférica en las principales ciudades y poblados producto de la combustión de leña. El principal medio de calefacción de miles de familias del país.
Un caso emblemático es la capital de Aysén.
Durante 2019 Coyhaique vivió 23 jornadas de emergencia ambiental por material particulado de origen dendroenergético. Con 31 preemergencias y 33 alertas, se llegó a 87 episodios de contaminación atmosférica en todo el período. Aunque es un índice elevado, al menos estos números fueron menores a los de años anteriores, un 8 %, según explicó Macarena Díaz, de Respira Coyhaique, en un artículo de prensa de 2019. Eso sí, más que a las políticas públicas apuntó “en gran parte por el clima de este año”.
En días de pandemia, los problemas derivados del COVID-19 son ya por todos conocidos. De la misma forma que las prevalencias, que aumentan el riesgo de complicaciones ante un posible contagio. Según informes de la Organización Mundial de la Salud (OMS) de la ONU, entre las patologías que agravan la situación de quienes contraen coronavirus están “la presión arterial alta, las enfermedades cardiacas, las enfermedades pulmonares, el cáncer y la diabetes”. Precisamente las que el Colegio Médico ha mencionado como impacto por respirar humo en forma habitual: Enfermedades cardiovasculares y broncopulmonares, las principales, además de cáncer pulmonar.
Esto fue lo que constató hace algunos años el epidemiólogo Marco Acuña, que levantó información para el período 2009-2014 sobre consultas de urgencia en el Hospital Regional de Coyhaique: “La causa respiratoria corresponde a la demanda más importante, llegando en los meses de invierno al 65% de las consultas totales, presentando sistemáticamente una estacionalidad en los meses fríos de mayo a septiembre”. Y en términos de mortalidad por causa respiratoria, la tendencia aumentó en los meses fríos, con mayor porcentaje entre los adultos mayores (88,9%).
Se esto ya no fuera grave, esta semana se conocieron nuevos antecedentes sobre el letal vínculo entre la pandemia del COVID-19 y contaminación atmosférica.
“Nuevos estudios vinculan la contaminación del aire con tasas de muerte por coronavirus”, fue el título de un artículo que publicó este martes el New York Times. “En un análisis de 3.080 condados en los Estados Unidos, investigadores de la Escuela de Salud Pública T.H. Chan de la Universidad de Harvard descubrieron que altos niveles de concentración de diminutas -y peligrosas- partículas en suspensión conocidas como MP 2,5 estaban asociados a mayores tasas de mortalidad producto de la enfermedad” consignó la nota.
Pero no ha sido el único.
Hay indicios de que el material particulado podría facilitar que el patógeno se transmita a mayores distancias. “Las partículas atmosféricas funcionan como un vehículo portador para muchos contaminantes químicos y biológicos, incluidos los virus» señaló hace pocos días el experto en modelación de la calidad del aire y evaluación de riesgos en salud, Luis Alonso Díaz (USACH). Junto al director de Centro de Tecnologías Ambientales, Francisco Cereceda, y al director del Anillo GAMBIO, Michael Seeger, ambas iniciativas de la UTFSM, desarrollarán una campaña de monitoreo de contaminación atmosférica para evaluar si el MP 2,5 incide en una mayor difusión del virus (por transporte y prolongación de su período activo) y su letalidad.
Los problemas de salud que genera la contaminación atmosférica no son nuevos. En el foco del huracán han estado desde hace tiempo, siendo en gran medida responsables de la figura de “zonas de sacrificio”, las termoeléctricas que la industria de la generación se niega a desmantelar, proponiendo tímidos programas de cierre que presionan para que sean voluntarios. Ya han calendarizado la clausura de 10 de 27 en operación, quedando 17 a merced de su propia decisión en un horizonte de 20 años, al 2040. Lo que no se comprende es que la salud y vida de la población no puede esperar.
En el caso de la leña, medidas han sido planteadas por múltiples ciudadanos, organizaciones, académicos, autoridades, empresarios. Sin embargo, la crisis sanitaria del Chile sureño y austral eleva a niveles no considerados la gravedad de la situación.
Hoy es el momento propicio para, aprovechando las políticas públicas para enfrentar la pandemia, impulsar las medidas que desde hace tiempo se vienen postergando y que permitirían enfrentar de mejor forma el escenario de las ciudades del sur y la Patagonia.
Ya en 2009 un grupo transversal de diputados presentó un proyecto para modificar la ley que creó la Superintendencia de Electricidad y Combustibles incorporando a la leña como combustible sólido dentro de sus ámbitos de fiscalización. Pero tras poco más de un mes de tramitación quedó durmiendo en la Comisión de Economía. Y este martes, un grupo también diverso de legisladores ingresó en la Cámara Baja una iniciativa para “prohibir el uso de los dispositivos de calefacción domiciliaria que emplean leña como combustible, en lugares declarados como zonas saturadas o latentes de conformidad a la legislación ambiental”.
La leña es un recurso renovable y sí puede convivir con otras fuentes, como ocurre en múltiples países como España, donde es ampliamente utilizada. En Noruega, por ejemplo, “un 25% de las viviendas se calientan con energía procedente de la combustión de la madera”. Lo ha reconocido la propia Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), en un informe de Kirk R. Smith, profesor de salud medioambiental en la Universidad de California en Berkeley (Estados Unidos): “En estufas y fogones adecuados, y con buenas prácticas de combustión, es posible el consumo limpio de leña y carbón vegetal, así como de otra biomasa, lo que da lugar principalmente a dióxido de carbono y agua”.
Pero para que sea un aporte correcto a la matriz, requiere avanzar aún más en lo que se ha hecho hasta ahora. Aunque la situación de contaminación atmosférica con la llegada de jornadas más frías no tendrá, posiblemente, una solución total para el invierno en ciernes, se abre espacio para reimpulsar medidas de corto, mediano y largo plazo.
La pandemia genera una predisposición ciudadana e institucional para apoyar iniciativas de fortalecimiento de políticas públicas en salud y que permitan enfrentar la crisis sanitaria desatada por el coronavirus. También da pie a mayor disponibilidad y flexibilidad en el uso de recursos, que permitiría afrontar el costo económico que significarían estas medidas en la economía familiar campesina y en la cadena productiva que se vería impactada por drásticas políticas públicas.
Una de estas, entre muchas que se han anunciado e implementado como son los Planes de Descontaminación, es la de calificar a la leña como combustible sólido. Esta medida entregaría al Estado herramientas hoy para estandarizar, regular y fiscalizar su generación, distribución, comercialización y uso. Aunque el actual gobierno comprometió que durante el segundo semestre de 2019 enviaría al Congreso un proyecto de ley en tal sentido, hasta ahora no ha cumplido con dicho anuncio.
Es esta una más de las decisiones que se deben tomar.
La primera, avanzar al máximo en aislación y eficiencia térmica de las edificaciones, pero también continuar con recambio de tecnologías, la certificación, mejorar las prácticas, la diversificación de la matriz energética. Y ya mirando al largo plazo, la planificación urbana como una forma de pensar nuestro habitar el territorio de manera integral, considerando capacidades de carga, desplazamientos, condiciones climáticas, geográficas y atmosféricas, descentralización territorial. Porque la idea no puede ser eliminar completamente la calefacción por combustión de biomasa, es discutir su origen, el impacto sobre la biodiversidad, en qué territorios se produce la combustión, cuándo, cómo, entre otras variables fundamentales.