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Las seis debilidades presidenciales de Sebastián Piñera: algo más que simples «piñericosas» Opinión

Las seis debilidades presidenciales de Sebastián Piñera: algo más que simples «piñericosas»

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Carlos Huneeus
Por : Carlos Huneeus Director del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC).
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La visita del Presidente Piñera a la Plaza Baquedano (Plaza de la Dignidad) no puede ser analizada solo desde la psicología, aunque para esta se utilicen duros términos. La cuestión es bastante más relevante por su naturaleza política: desnudó aspectos de su liderazgo que tienen importantes consecuencias en su acción. El cientista político Fred Greenstein estudió a los presidentes de Estados Unidos del siglo XX y realizó un esquema conceptual de seis categorías para analizar el liderazgo presidencial: efectividad como comunicador político, capacidad organizativa, habilidad política, conocimiento de las tareas de gobierno, inteligencia emocional y visión. Piñera muestra debilidad en las seis.


La decisión del Presidente Sebastián Piñera de detenerse en la Plaza Baquedano el viernes 3 de abril y tomarse una fotografía a los pies del monumento del general homónimo, no dejó a nadie indiferente. Mientras el país estaba sacudido por la pandemia del coronavirus, el Mandatario visitó, ni más ni menos, que el lugar emblemático del estallido social del 18-O, por cuyo manejo fue muy criticado en Chile y el extranjero.

Esta segunda crisis es muy diferente a la del estallido social y de considerable mayor gravedad, por su naturaleza, importada desde Asia, afectando en especial al sistema de salud y, por sus alcances, al amenazar la vida de la población, independientemente de su edad, género y ocupación. El coronavirus puso a prueba al sistema público de salud, debilitado desde hace décadas por las políticas neoliberales que se aplicaron en dictadura, no desactivadas después, y por recibir bajos presupuestos durante los gobiernos democráticos. Esto lo analizamos en la columna: La reivindicación del Estado de bienestar.

Situaciones de crisis: oportunidad y riesgo para el Presidente

Las situaciones de crisis producen de modo abrupto una mayor centralización decisoria en el Presidente, que ya es institucionalmente alta por reunir las funciones de Jefe de Estado y de Gobierno, porque las alternativas para salir de ellas son escasas, contradictorias y de consecuencias muy difíciles de prever. La ciudadanía siente incertidumbre y temor y sus ojos se dirigen al Primer Mandatario, como persona y como la principal institución estatal, a la espera de que adopte decisiones oportunas para salir de la crisis. Son los momentos de mayor poder del gobernante y constituyen oportunidades para que exhiba sus capacidades y talentos, pero también son de alto riesgo por las altas demandas y expectativas de la población depositadas en él.

Su tardío y errado desempeño ante el 18-O incluso puso en duda que el Presidente pudiera terminar su mandato de cuatro años. Esta posibilidad le fue planteada por una periodista de la BBC, el reputado canal público de la televisión británica, en su primera entrevista de prensa. La actuación del Mandatario en la crisis no disipó esta inquietud, que se mantuvo latente en las élites.

Dos meses después, un editorial del vespertino La Segunda (22 de enero de 2020, “En defensa de la Presidencia”) advirtió su preocupación por el futuro del país y la gestión del gobernante, llamando a cuidar la institución de la Presidencia. “Es un lapso prolongado (hasta finalizar su mandato), que exige del Presidente discernir con cuidado los pasos y los caminos políticos que elegirá (…). En la hora actual, la institución presidencial demanda ser protegida como símbolo de unidad y permanencia del Estado”. Un indicador de la insatisfacción con el protagonismo del Presidente fue la ausencia de defensores suyos ante las críticas.

A comienzos de marzo, el senador Alejandro Guillier retomó esta delicada cuestión, planteando la necesidad de “la renuncia o alejamiento del Presidente, como una forma de superar la crisis por la cual atraviesa el país”. Las críticas a esta propuesta fueron de defensa de la estabilidad constitucional y apuntaron a la conveniencia de que Piñera se mantuviera en el cargo, aunque sin defenderlo.

El COVID-19: un respiro al Presidente

La irrupción del COVID-19 algunos días después desplazó la atención de los actores políticos hacia la pandemia, dándole un respiro y una oportunidad al Presidente de mejorar su imagen pública. Recibió una tarjeta amarilla que le obligaba a actuar con mayor prolijidad y esmero. Sin embargo, con su visita a la Plaza Baquedano demostró no tener esta percepción.

Algunos justificaron la acción del Mandatario argumentando que tenía el derecho a la libertad de movimiento y de estar en cada lugar público, sin vetos que se lo impidieran. Sin embargo, predominaron las críticas. En su columna dominical en El Mercurio, “Piñera se supera a sí mismo” (5 de abril de 2020), Carlos Peña, rector de la UDP, calificó la acción del Presidente como “una tontería” y otra manifestación de “actos payasescos”, que la prensa calificaba de “piñericosas”. Remató afirmando que constituía “un inconsciente acto de provocación y de desprecio” y una expresión de “un narcicismo cercano a lo maligno”.

El columnista empleó duros términos para calificar la acción de Piñera y recurrió a la psicología. Sin embargo, la cuestión es bastante más relevante por su naturaleza política: desnudó aspectos de su liderazgo político que tienen importantes consecuencias en su acción y en el proceso político, que es necesario examinar.

La importancia del liderazgo presidencial

Una fecunda bibliografía sobre el presidencialismo analiza los recursos institucionales del Presidente (bases constitucionales y legales) y del poder (ante los medios de comunicación y su base electoral), frente al Congreso (número de parlamentarios que lo apoyan) y la organización del gobierno (ministros, asesores y altos funcionarios). Pero pocos estudios del liderazgo presidencial cuentan con un marco conceptual, teórico y metodológico que posibilite su examen y la formulación de generalizaciones sobre esta forma de gobierno, comprender sus límites y explicar el papel que cumple el Primer Mandatario.

Los escasos estudios del liderazgo presidencial se proponen conocer las capacidades y habilidades del Presidente para aprovechar oportuna y eficazmente los recursos institucionales y de poder. Este es un importante vacío en el estudio de los presidencialismos, porque los mandatarios cuentan con similares recursos institucionales, pero consiguen diferentes resultados, en política doméstica e internacional. Por tanto, esto no es atribuible a la arquitectura constitucional, ni a las exigencias impuestas por el contexto político en que actúa cada gobernante. Se requiere examinar las capacidades y habilidades de cada Presidente, que pueden ayudar a explicar sus logros y fallas.

Una excepción la constituye el cientista político Fred Greenstein (2000), que ha realizado importantes investigaciones sobre el liderazgo de los presidentes de EE.UU. en el siglo XX. Formuló un esquema conceptual y teórico a partir de seis categorías, donde se presentan las capacidades de cada Presidente que estudió. Ellas son muy útiles para analizar el liderazgo de los mandatarios chilenos y de Sebastián Piñera en particular: efectividad como comunicador político, capacidad organizativa, habilidad política, conocimiento de las tareas de gobierno, inteligencia emocional y visión.

1. Efectividad como comunicador político

Para convencer a la opinión pública y a la élite de las ventajas de sus políticas y sus habilidades para impulsarlas y conseguir el apoyo en la población, el Presidente requiere de efectividad como comunicador político. Esta se expresa principalmente a través de discursos, entrevistas y declaraciones a los medios. En Chile se asigna enorme importancia a esta labor de los políticos, resumida en forma elocuente por el alcalde Joaquín Lavín: “Gobernar es comunicar”. Es una caricatura de la función presidencial y también de los alcaldes que se dedican a “gobernar” con apariciones en la televisión, donde entregan opiniones sobre asuntos a menudo triviales del acontecer nacional o comunal.

El Presidente vio en el coronavirus la oportunidad de mejorar su imagen pública y mostrar un liderazgo que desmintiera las críticas que recibió durante el estallido social. Pero él no es un buen comunicador. Sus discursos y declaraciones ante los medios son planos; suele entregar muchos datos y antecedentes, que lo muestran como muy informado, pero no busca empatía en la población.

En sus numerosas entrevistas y declaraciones a la prensa en estas últimas semanas incurrió en repeticiones y fue poco prolijo, con afirmaciones que se volvieron un búmeran en su contra. En una entrevista a CNN afirmó que Chile estaba mejor preparado que Italia para enfrentar el coronavirus, porque el Gobierno había comprado en enero ventiladores mecánicos. Un diario electrónico lo desmintió pocos días después, demostrando que recién el 13 de marzo se hizo la orden de compra.

Piñera podría conseguir impacto comunicacional si transmitiera mensajes claros y asertivos y no se redujera a anuncios de iniciativas puntuales y graduales, como un goteo. Podría inspirarse en otros jefes de gobierno. El Primer Ministro de Irlanda, que perdió en forma estrepitosa las elecciones en febrero de 2020 y permanece en el cargo como dimisionario, restableció su imagen pública por su rápida y decidida labor contra la pandemia. Canceló las festividades del día de San Patricio, que se celebra junto al día nacional, organizó tempranamente un plan masivo de testeo, cerró antes que otros líderes europeos restaurantes y escuelas y se comunicó con la población sobre el contagio en términos honestos, humanos. Reactivó su título de médico y destinó medio día a responder las llamadas telefónicas que recibió de ciudadanos que temían estar infectados.

2. Capacidad organizativa

Es aquella que le permite a un Presidente estructurar un buen equipo de ministros y dirigirlos para obtener de cada uno ellos lo mejor de sus capacidades. Aquí también Piñera tiene limitaciones. Como su biografía giró en torno a los negocios, sus ministros y principales colaboradores no son políticos, sino ejecutivos, consultores o directores de empresas. En sus dos gobiernos, los gabinetes estuvieron dominados por ese perfil profesional. Diez de los 22 ministros del primer gabinete en su primer gobierno tenían trayectoria empresarial, desde Relaciones Exteriores y Hacienda hasta Deportes. En su segundo mandato, 8 de 22 ministros provienen del sector privado.

Esta composición del gabinete fue una de las principales causas de la derrota de Chile Vamos en las elecciones presidenciales de 2013, como advirtió entonces el senador Andrés Allamand, que fue ministro de Defensa por un breve tiempo, al admitir como «un grave error ganar las elecciones con los partidos para luego gobernar con un grupo de ejecutivos».

Por otro lado, Piñera no conoce la importancia de la administración pública en la ejecución de las políticas como para orientar su trabajo y darle coherencia. No trabaja en equipo, sino que individualmente y se inmiscuye en los ministerios, especialmente Hacienda. No es propiamente un jefe de gobierno, sino un jefe de Estado omnipresente en el gobierno, con gran capacidad de trabajo y mucha información, pero sin prioridades orientadoras. Es más activista que gobernante, lo que dificulta a sus ministros el desarrollo de capacidades, su visibilidad y los hace inseguros frente a un Presidente que los intimida con información.

3. Habilidad política

Es aquella capacidad que permite al Presidente emplear asertivamente sus prerrogativas de autoridad y poder, convencer a otros actores y alcanzar reputación como hábil y decidido operador político entre sus ministros y altos funcionarios, así como en el Congreso y entre los periodistas y académicos.

Dicha habilidad, que corresponde al concepto de poder presidencial según Neustadt (1960), destaca la capacidad del gobernante de persuadir a sus colaboradores y a otros actores políticos. En Chile la institución presidencial tiene gran autoridad y reúne las funciones de jefe de Estado y jefe de Gobierno, cuyo límite es la separación de poderes y, en particular, el Congreso Nacional. Se ha llegado a sostener que el país tiene un “hiperpresidencialismo” (Atria et al., 2013; Cristi y Ruiz-Tagle, 2006).

Sin embargo, esto no es así, porque el Presidente está limitado por la separación de poderes, debiendo entenderse con el Congreso si quiere resultados. Necesita persuadir a los parlamentarios, es decir, convencerlos que sus proyectos de leyes también son de interés para estos y mostrar disposición a hacer concesiones para lograrlo.

Este esfuerzo es indispensable porque no tiene mayoría en el Congreso y cuando fue senador no tejió relaciones personales y de confianza con parlamentarios y dirigentes de partidos para cuando les necesitara al llegar a La Moneda. Por el contrario, su relación con el Congreso es de distancia y crítica, quejándose públicamente porque no aprueba sus proyectos de leyes.

A pesar de ser un hombre de negocios, se ha negado a negociar. Como empresario ha avanzado sin vacilar ante barreras y rechazos, lo que le acostumbró a actuar en solitario.

Hasta sus ministros se han resignado a su baja habilidad política y asumen la imposibilidad de que supere su debilidad de liderazgo.

4. Visión

La característica de visión tiene varias connotaciones. Entre ellas, la capacidad del Presidente para inspirar a otros y no solo a sus votantes. Destacan en este plano los presidentes con capacidad oratoria, aquellos que pueden formular los objetivos que se proponen e invitar a sus conciudadanos a participar en su esfuerzo. Sin embargo, estos mandatarios son excepcionales y, para ellos, la visión se refiere a cuestiones más específicas, resaltando la preocupación por el contenido de las políticas.

La visión del Presidente se entiende desde su perspectiva como jefe de Estado, es decir, como Presidente de todos los chilenos, y no como jefe de gobierno, preocupado de los intereses y necesidades de parte de la población, aquellos que le votaron y apoyan. Para ello debe tener la capacidad de mirar más allá de los desafíos urgentes de corto plazo y advertir las carencias o limitaciones en el sistema económico y político que causan tensiones, latentes o manifiestas, y obstruyen el desarrollo político.

Piñera no ha sido claro en mostrar su visión como Presidente. Su energía y voluntad de intervenir en todos los ámbitos gubernamentales lo empuja a esforzarse en tareas propias del jefe de gobierno, pero centrado en la coyuntura. En el caso del COVID-19, destaca y reitera su empeño por cuidar la vida de los chilenos, un objetivo compartido por todos, pero muy obvio para calificarlo como una visión del futuro del país.

El proceso constituyente fue una ocasión perdida por Piñera para haber resaltado la necesidad de superar el clivaje de Chile entre el Sí y el No, que mostró su actualidad en las semanas que siguieron al “Acuerdo por la paz social y una nueva Constitución” del 15 de noviembre. Como el primer Presidente electo de derecha en medio siglo, sin haber ocupado cargos en la dictadura y votante del No en los plebiscitos de 1980 y 1988, podría haber abierto un campo de entendimiento entre los chilenos. En lugar de eso permaneció como observador ante un proceso constituyente dominado por una creciente polarización, sin buscar detenerla y aspirar al reencuentro de los chilenos.

5. Estilo de conocimiento

Esto significa tener un buen conocimiento de las tareas de la función presidencial, lo que abarca un amplio abanico de temas sobre los cuales el Mandatario debe decidir y evaluar el desempeño de sus ministros. Esto requiere claridad sobre las prioridades que debe atender y considerar las contradicciones que pueden surgir entre distintas políticas.

Con gran capacidad de informarse con rapidez de múltiples cuestiones y retenerlas por su memoria excepcional, el Presidente Piñera tiene un estilo de conocimiento meticuloso sobre infinidad de asuntos. Sin embargo, su amplia y variada información no está organizada en torno a prioridades y posibilidades de ejecución, que den cuenta de un temperamento que lo haga posible. Está parcializada en pequeñas casillas, independientes, sin percibir sus relaciones y contradicciones entre sí.

Tal estilo de conocimiento le fue útil en el mundo de los negocios, pero es un lastre para un Presidente. Como empresario revisaba acuciosamente la situación financiera y las perspectivas de decenas de empresas, para después comprar o vender acciones. Incluso siendo senador desarrolló este tipo de conocimiento, “ganando fama como uno de los más avisados inversionistas financieros del país. Fue en ese tiempo cuando invirtió fuertemente en el sector inmobiliario y en el mercado financiero” (del Solar y Daza, 2010: 212-213).

6. Inteligencia emocional

El sexto atributo del liderazgo presidencial se refiere a su capacidad para enfrentar situaciones complejas y actuar con serenidad y altura, de acuerdo a la dignidad del cargo. No hacerlo puede ocasionar un considerable impacto y distracciones en su gestión del gobierno, opacando otras fortalezas.

Greenstein distinguió la inteligencia emocional de los once presidentes que estudió, que ocuparon la Casa Blanca entre 1933 a 2000, desde Franklin D. Roosevelt a Bill Clinton. Argumentó que hubo tres presidentes que estuvieron básicamente libres de ser distraídos por perturbaciones emocionales (Eisenhower, Ford y G. Bush, padre); cuatro habrían estado marcados por deficiencias emocionales de distinta naturaleza, sin deteriorar su liderazgo (Roosevelt, Truman, Kennedy y Reagan) y cuatro tuvieron una discapacidad emocional que afectó su desempeño en la Casa Blanca (Johnson, Nixon, Carter y Clinton). La rigidez de Jimmy Carter habría constituido un importante impedimento para su desempeño en la Casa Blanca. El defecto de Bill Clinton de no controlar sus impulsos lo llevó a las puertas de la acusación constitucional (Greenstein, 2000: 199).

El Presidente Piñera se ubica en este último grupo. Su rigidez ha sido un impedimento en sus dos gobiernos. No quiso ver el grave conflicto de interés que existía entre sus intereses económicos, con un patrimonio personal que lo convirtió en uno de los hombres más ricos del país, y su función de Presidente, que le exigía actuar de acuerdo con el bien común, sin considerar su beneficio personal.

Cuando llegó a La Moneda en 2010 se negó durante largos meses a desprenderse de su presencia accionaria en LAN y Blanco y Negro, exigida no solo por la oposición, sino también por senadores de los partidos de gobierno. Más aún, se mantuvo encima de sus negocios, sin impedir que uno de ellos adquiriera acciones de una empresa peruana durante el delicado conflicto limítrofe con Perú cuando estaba radicado en la Corte Internacional de Justicia de La Haya.

Otra faceta de su carácter que incide en su labor, es su actitud confrontacional. Ve la política no en términos de partidarios y adversarios, sino contra enemigos cuando ha enfrentado situaciones de alta complejidad y emergencia, sin responder a ellas con serenidad.

Esto se expresó cuando se produjo el estallido social, con el coronavirus y antes, en 2017, frente al conflicto en La Araucanía, que trató como situaciones de guerra. La manifestación más expresiva de esta actitud fue el 20 de octubre, cuando declaró desde el edificio de las Fuerzas Armadas en la calle Zenteno, enfrente de La Moneda, flanqueado por el ministro de Defensa, Alberto Espina, y el general de Ejército Javier Iturriaga, encargado de la zona en Estado de Emergencia de la región Metropolitana,  que «estamos en guerra contra un enemigo poderoso, implacable, que no respeta a nada ni a nadie”.  Su rigidez reforzó esta actitud, porque nunca se apartó de esta apreciación de la crisis, que ha reiterado hasta la irrupción del COVID-19.

Conclusiones

La columna analiza el liderazgo presidencial de Sebastián Piñera a partir de la conveniencia de examinar una dimensión poco estudiada del presidencialismo y destacar la  importancia de las personas en esta forma de gobierno. No es una biografía del dos veces Presidente de la República, ni considera todos sus recursos, personales y la fortuna que tenía al ingresar a la política. Ella le permitió no tener que vivir de ella y tampoco dedicarse solo a ella, como los otros presidentes e influyentes senadores. Esta le proporcionó una amplia autonomía frente a los senadores de RN, su partido, y despejar el camino hacia la Presidencia de posibles competidores que le abrían impedido avanzar. Esto requiere otra columna.

Tampoco considera el contexto que le permitió tener la fortuna en pocos años, sin tener una base económica cuando entró a los negocios. Esta fue una importante diferencia con Mauricio Macri, presidente de Argentina (2015-2019), que trabajó en las empresas de su padre y con ello saltó a la política. Destacaría al sistema financiero y su amplísima autonomía frente a la autoridad económica, en dictadura y en democracia, y sin someterse a barreras legales o éticas que separaran los intereses entre los del Estado y los que tenían los actores que participaban allí, individuos y empresas.

Eso sería entrar en la cara oculta de la democratización y sus silencios, de lo que comencé a ocuparme en mi libro La democracia semisoberana. Ello exige una investigación  para la cual es indispensable consultar importantes investigaciones, entre las que sobresalen las de María Olivia Mönckeberg, Carlos Tromben, Sergio Jara, Juan Andrés Guzmán y Jorge Rojas, entre otros. Requiere, además, profundizar en ámbitos del sistema económico que tienen que ver con las bases económicas de la democracia, un tema bastante más amplio y profundo que la puerta giratoria de políticos y empresarios.

Esta investigación no puede perder de vista otros recursos que le favorecieron, como el debilitamiento y cambio de la Concertación, que de una coalición de centroizquierda mutaría a ser una coalición que rompió con ese carácter y la ciudadanía se fue alejando de ella, que le abrió el camino a ser Presidente en dos oportunidades. La oposición, activa y reunificada con el 18-O y el proceso constituyente, está ahora paralizada, sin que sus partidos y parlamentarios alcen su voz en este nuevo escenario nacional, con medidas efectistas y demagógicas que confirman su debilidad estructural.

El estallido social fue la primera crisis que enfrentó Piñera, sin salir bien de ella, como se advirtió. Sin embargo, la reorganización del gabinete que debió hacer le permitió nombrar a dos ministros con mayores capacidades que sus antecesores: Ignacio Briones en Hacienda, con un doctorado en economía en Francia y no en EE.UU., más abierto a valorar la importancia de las instituciones  y de la oposición, y Jaime Mañalich en Salud, con carácter, aunque controvertido, para dirigir el ministerio que está en “la primera línea”. Es una poderosa institución con una vasta experiencia y memoria histórica de cómo enfrentar exitosamente esta crisis sanitaria, la más grave que ha tenido Chile en el último siglo.

La tarea de los dos ministros y de sus colegas en el gobierno es extraordinariamente difícil. Corresponde al Presidente de la República persuadir a los chilenos para que sigan cada una de las orientaciones del Ministerio de Salud. Como carece de capacidad de persuasión pública, ignorar o desconocer dichas orientaciones por miles de chilenos tendrá severas consecuencias en la salud y hasta en su vida. Ellas no serán indiferentes a esta importante debilidad del liderazgo del Presidente Piñera.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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