Con todo, una nueva era ha llegado para quedarse y nosotros para aprender, evolucionar, fortalecer y generar políticas públicas y privadas que anticipen escenarios de riesgo, en un entorno absolutamente interconectado, pero con resguardos locales. Saldremos del impacto, la muerte y el dolor mucho más sabios, fuertes y preparados que antaño. Ello ya no es solo una frase que podría atribuirse a un populista en busca de apoyo, sino que constituye una demanda que exige ser atendida, a la espera de que la decisión a adoptarse resguarde debidamente a las comunidades en todo el Pacífico y que procure que esta pandemia no los deje botados sobre la lona, tal como lo ha intentado hacer la pandemia del coronavirus.
No existe una economía en la región del Asia Pacífico cuya población no sienta, con particular cercanía, los efectos de la extrema virulencia que está marcando –sin reconocer límites ni fronteras– el paso de la pandemia de COVID-19.
Lo anterior, más allá de tener que emplear una mascarilla (ojalá N95), la necesidad de utilizar gel desinfectante y de la importancia de tener interiorizados ciertos conocimientos elementales para desenvolverse en teletrabajo, sin depender del apoyo de alguien más joven al momento de operar un laptop o fono móvil, en orden a organizar una reunión empleando Meet, Next Cloud, Skype o Zoom.
Estamos ante un hito tecnológico, humano y de seguridad colectiva, que va a marcar un antes y un después. Un momento decisivo de nuestra historia, que ha puesto una luz de alerta en torno a los efectos certeros que trae consigo el no responder de manera colectiva ante una emergencia sin par, desatendiendo informes de inteligencia emitidos con meses de anticipación por agencias especializadas, desatendiendo la institucionalidad multilateral.
[cita tipo=»destaque»]Aún así, no deja de sorprender cómo ante la importante cantidad de brotes de otras epidemias en la región, tales como la gripe porcina y dengue el año pasado; H1N1 en el 2009; SARS en el 2002; la gripe aviar (H5N1) de 1997; la gripe de Hong Kong de 1968; la gripe asiática de 1957, entre otras, con el establecimiento y accionar de grupos de trabajo especializados a nivel de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC), se nos hayan presentado condiciones desfavorables para la producción, comercialización, distribución y toda la logística sin trabas asociada a implementos médicos, drogas y equipos que son imprescindibles para dar respuesta a los cientos de miles de casos de contagio que hoy ya son una realidad.[/cita]
Y, a diferencia de lo acontecido –por ejemplo– después de la derrota de la Alemania nazi y del Japón imperial en 1945, con los liderazgos de las potencias vencedoras habiéndose reunido previamente en Yalta y Potsdam, delineando un camino para el establecimiento de la Organización de las Naciones Unidas, del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial; después de la reunión de Bretton Woods en New Hampshire en 1944 y, por cierto, de la puesta en marcha en 1948 de un Plan Marshall para Europa y de la elaboración de una política estratégica para la reconstrucción de Japón, estamos aún a la espera de una respuesta contundente, multilateral, multisectorial, que nos permita avizorar estar ante un plan maestro global, una visión colectiva, que dé confianza, estabilidad y sea financieramente factible, para la construcción de un nuevo orden mundial, como ha sugerido Henry A. Kissinger, en un artículo de opinión editado en páginas del prestigioso Wall Street Journal.
Claro está, como ha escrito el exsecretario de Estado, que “ningún país, ni siquiera los Estados Unidos, puede en un esfuerzo principalmente nacional, superar el virus”.
En las últimas semanas hemos sido testigos de lo que ocurre con bajos niveles de transparencia, escasa anticipación, manejo y análisis de data dura, de coordinación en equipo y en la elaboración de respuestas estratégicas y contundentes a nivel global. Más aún cuando se trata de abordar de manera decisiva una crisis que ya nos prueba ser de real proporción e impacto multisectorial. Una que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura (FAO) ha advertido ser “capaz de producir una crisis global de proporciones en materia de seguridad alimenticia, si acaso no se respaldan las cadenas de producción ya debilitadas por las medidas para contener el virus”. Lo que está sucediendo a nuestro alrededor requerirá de respuestas estratégicas.
En la balanza de algunos observadores ha estado presente una discusión en torno a la efectividad de sistemas de gobernanza y sus respectivas capacidades de imponer políticas públicas, con reglas, monitoreo y sanciones a quienes quebrantan el orden que amerita una emergencia sanitaria local, regional y global.
Aún así, no deja de sorprender cómo ante la importante cantidad de brotes de otras epidemias en la región, tales como la gripe porcina y dengue el año pasado; H1N1 en el 2009; SARS en el 2002; la gripe aviar (H5N1) de 1997; la gripe de Hong Kong de 1968; la gripe asiática de 1957, entre otras, con el establecimiento y accionar de grupos de trabajo especializados a nivel de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC), se nos hayan presentado condiciones desfavorables para la producción, comercialización, distribución y toda la logística sin trabas asociada a implementos médicos, drogas y equipos que son imprescindibles para dar respuesta a los cientos de miles de casos de contagio que hoy ya son una realidad.
Simplemente, ante el COVID-19 nadie estaba del todo preparado, los engranajes poco aceitados, las señales no eran comprendidas, las alarmas no se activaron del todo a su debido momento. Ni el monitoreo de llamadas, cuentas de correos ni imágenes satelitales obtenidas a principio del 2020 por el National Center for Medical Intelligence de los Estados Unidos, bastaron para esquivar a ese país a tiempo de la crisis que ya, al momento de redactar este artículo, le ha significado convertirse en la nación con más contagiados en el planeta.
Va a tomar un buen tiempo restablecer un grado de convivencia sin alteraciones en la nueva normalidad que se nos ha presentado. Muy posiblemente, de la misma manera en que deberemos afrontar temas vitales, como la generación de empleo, atención eficiente en salud, y procurar brindar una educación que no pierda el importante vínculo en el proceso de formación que se genera entre un(a) maestro(a) y su alumno(a). No será lo mismo ir al cine, concurrir a un café, cenar en un restaurante o, incluso, viajar en avión, en bus interurbano, para qué mencionar embarcarse en un crucero con miles de camarotes.
Pero, como en otras etapas make or break de la historia que han enfrentado conjuntamente economías del Asia Pacífico, no será tan solo por el efecto de la inyección de miles de miles de millones de dólares, yuanes, yenes, soles o pesos, que será factible poder recuperar todo lo que ya se ha perdido en un espacio de meses o semanas para sectores de servicios o industrias como la del turismo, gastronomía, recreación y de transporte/logística/cadenas de producción, fabricación de vehículos, aviones, buques, todas esenciales para generar empleo e inversión, impulsar crecimiento para todas las economías de la región.
Podemos sumar a la ecuación, por ejemplo, el desgaste que ha significado la pandemia para los sectores de salud y educación, por nombrar dos que deberán sortear múltiples pruebas antes de poder adecuarse a la nueva normalidad que ya estamos experimentando. De ahí que liderazgos preparados, confiables, razonables, empáticos y certeros son imprescindibles.
Tal vez entre las más importantes, junto a la necesidad imperiosa de reforzar el multilateralismo, está el recuperar confianzas en un entorno internacional que viene desde algunos años notándose trizado, para así avanzar en la definición de una nueva arquitectura global, proactiva, balanceada y eficaz para atender los desafíos y demandas del presente siglo.
Emerge asimismo el atender las necesidades estratégicas de países y de sus ciudadanías, ante muy probables nuevas emergencias y sus severos impactos sobre la economía, empleo, la seguridad, inversión y gobernanza. El contar con una cadena de abastecimiento de bienes imprescindibles ante cualquier emergencia, evitando así situaciones como las que algunas economías y gobiernos locales han debido enfrentar, adquiriendo equipamiento en un mercado que opta por el mejor oferente. Entre otros sectores a abordar en la ecuación, está el de las comunicaciones para generar oportunidades de trabajo, de emprendimiento, para hacer más ciencia y abarcar las necesidades imperiosas en educación.
Con todo, una nueva era ha llegado para quedarse y nosotros para aprender, evolucionar, fortalecer y generar políticas públicas y privadas que anticipen escenarios de riesgo, en un entorno absolutamente interconectado, pero con resguardos locales. Saldremos del impacto, la muerte y el dolor mucho más sabios, fuertes y preparados que antaño. Ello ya no es solo una frase que podría atribuirse a un populista en busca de apoyo, sino que constituye una demanda que exige ser atendida, a la espera de que la decisión a adoptarse resguarde debidamente a las comunidades en todo el Pacífico y que procure que esta pandemia no los deje botados sobre la lona, tal como lo ha intentado hacer la pandemia del COVID-19.