¿A cuál normalidad se busca regresar? ¿A la del consumismo, despilfarro y contaminación? ¿A la quema masiva y siempre ascendente de combustibles fósiles, que elevan cada vez más y más las emisiones de CO2 a la atmósfera y que provocan el sobrecalentamiento global? A medida que salimos de la crisis inmediata del virus, tendremos que reiniciar nuestra economía lo más rápido posible, poniendo en marcha las líneas de producción, con la gente de vuelta al trabajo y obteniendo ingresos nuevamente. Por lo tanto, la única opción a que nos enfrentamos es la siguiente: luchamos irresponsablemente por volver a lo que teníamos antes o tratamos de llegar a una situación mucho mejor. Ese es el quid de la cuestión.
A diario los medios de comunicación, los políticos, autoridades de Gobierno de todo el mundo, apremiados por el deterioro de la economía causado por el COVID-19, insisten en que es urgente retornar a la normalidad. Pero conviene preguntarse: ¿a cuál normalidad? ¿A la del consumismo, despilfarro y contaminación? ¿A la quema masiva y siempre ascendente de combustibles fósiles, que elevan cada vez más y más las emisiones de CO2 a la atmósfera y que provocan el sobrecalentamiento global? Nos parece increíble que haya semejante tozudez, la de pretender que las cosas pueden seguir siendo igual a como lo eran. Por lo visto, aún no hay suficiente conciencia respecto a que será imposible hacer las cosas como las hacíamos antes de la crisis del COVID-19.
Desde hace cuatro semanas venimos presenciando la disminución drástica de la contaminación del aire en todo el mundo, coincidiendo con la propagación de COVID-19 y porque miles de millones de personas viven confinadas. Los efectos de la contaminación del aire son obvios: una notable reducción de las emisiones de CO2. Los datos sugieren que el CO2 global se reducirá en un 5 por ciento este año, más que durante cualquier crisis económica o período de guerra anterior. Hoy podemos apreciar cielos claros, ha desaparecido la contaminación, el consumismo y el despilfarro. La actividad humana insostenible ha desaparecido. El coronavirus nos ha confinado y ha dado un respiro al planeta Tierra.
Lo que no hemos percibido claramente es que nos enfrentamos a grandes crisis simultáneas (coronavirus, recesión económica, crisis climática, crisis política) y contamos para enfrentarlas con líderes demasiado pequeños. La pequeñez del Gobierno chileno y del líder elegido ha quedado demostrada porque en este momento está preocupado por una sola crisis: cómo reiniciar la economía ante el riesgo de una recesión brutal.
Por esta razón, es el momento de insistir en que si el Gobierno de Piñera no define una recuperación ambientalmente adecuada o “verde” en el núcleo de la respuesta al COVID-19, vamos a correr el riesgo de alargar el desastre económico. Además, una posible alteración del clima en forma de eventos climáticos extremos puede agravar las dificultades. ¿Qué pasaría si la megasequía se agudizara en el 70% del territorio nacional o que un desastre climático inesperado golpeara a Chile mañana con incendios forestales superiores a 700 mil hectáreas o una marejada ciclónica superior a tres metros?
Ya sabíamos que el mundo no venía bien antes de todo esto. Algunos especialistas ya habían anunciado que en marzo 2020 Chile entraría en recesión, así que no es novedad. En lo climático igual. Tuvimos una década para evitar los impactos irreversibles causados por el sobrecalentamiento global, sin embargo, las negociaciones climáticas más recientes ocurridas en el Acuerdo de París, la COP24 y COP25, terminaron en tremendos fracasos, ya que los mayores emisores de CO2 (EE.UU., India, Australia, Brasil, Rusia, Arabia Saudita, Polonia, Hungría, entre otros) bloquearon los acuerdos. La postura negacionista de Trump continúa envalentonando a otros: parte de su respuesta trivial ante el COVID-19 es rescatar a las industrias del petróleo y el gas sin imponerles condiciones. También están procediendo a minimizar las regulaciones ambientales anticontaminación con el propósito de favorecer la recuperación de estas industrias.
COVID-19 ha llegado con inmensos costos sociales y humanos en todo el mundo. Sabemos que va a ser temporal, sin embargo, cada día apreciamos que el tiempo para superarlo no va a ser breve. Por eso, los negacionistas están promoviendo protestas contra el confinamiento y las cuarentenas. Exigen, irresponsablemente, el levantamiento de cuarentenas y la vuelta a la “normalidad”.
Por otra parte, se olvidan, que la crisis climática es permanente y que ya ha causado millones de muertes, muchas más que las peores predicciones para el coronavirus. La credibilidad de sus buenas intenciones podría mejorarse de inmediato si los negacionistas y sus adláteres declararán, en el contexto de COVID-19 , que cualquier paquete de estímulo económico que impulsen irá dirigido hacia la energía renovable y la infraestructura y transporte cero o bajo en carbono, y presionar por un alto impuesto mundial a los vuelos internacionales.
A pesar de que COVID-19 es un enemigo insidioso, la respuesta positiva de la gente, dispuesta a sacrificar libertad por seguridad, ha demostrado lo que se puede lograr con una rápida acción colectiva global.
La crisis del coronavirus nos ofrece la oportunidad de romper con los viejos hábitos y construir una economía circular, sostenible y altamente competitiva. La crisis recién comienza y mucha gente está sufriendo: aquellos que se contagiaron y sus familias, los trabajadores de la salud, los sin empleo, los autónomos y las pequeñas empresas que enfrentan un futuro incierto, y la caída de los mercados bursátiles. Para muchos, vivimos momentos terribles.
Necesitamos nuevos líderes para combatir el virus. Personas capaces de mantener a flote nuestra economía y sistema financiero sin dañar el medioambiente. A medida que salimos de la crisis inmediata del virus, tendremos que reiniciar nuestra economía lo más rápido posible, poniendo en marcha las líneas de producción, con la gente de vuelta al trabajo y obteniendo ingresos nuevamente. Por lo tanto, la única opción a que nos enfrentamos es la siguiente: luchamos irresponsablemente por volver a lo que teníamos antes o tratamos de llegar a una situación mucho mejor. Ese es el quid de la cuestión.
¿Qué teníamos antes de COVID-19? Una economía lenta, lineal y de alto consumo de carbono que luchaba sin éxito por aumentar las tasas de empleo y la calidad de vida, al tiempo que agotaba los recursos naturales, producía desechos peligrosos y contaminantes tóxicos, poniendo en riesgo a la población y la industria, incluso antes de mencionar el cambio climático. ¿Es esto realmente lo que queremos recuperar?
Existe otra forma: apuntar al crecimiento cualitativo, con una economía circular, sostenible y altamente competitiva. ¿Cómo llegamos allí? Reemplazando, en primer lugar, la infraestructura antigua y contaminante por una moderna, limpia y eficiente, en todos los sectores: agua, energía, construcción, movilidad, agricultura y procesos industriales, por nombrar solo algunos. Esto crearía muchos más empleos y aumentaría nuestro PIB mucho más que aquello que veníamos haciendo mal.
Por eso es una falsa contradicción decir que la economía “verde” es un lujo que no podemos permitirnos. Las inundaciones, las sequías, los incendios forestales, la escasez de agua potable y de riego, la subida del mar y la desertificación nos van a golpear con fuerza. Además, no respetar a la naturaleza podría confrontarnos a virus aún más dañinos. Tenemos que tomar en cuenta que la interrupción repentina de la producción y el transporte en masa, mientras dañaba nuestra economía, al mismo tiempo nos estaba dando una pequeña idea de cómo podría ser si electrificáramos nuestra movilidad y redujéramos los combustibles fósiles en nuestra industria. En estos momentos, abril 2020, ya no tenemos que imaginarnos al aire limpio en Santiago, realmente también podemos olerlo.
La economía “verde” es una estrategia de crecimiento que también protege al medio ambiente. Las energías renovables y las tecnologías limpias son una oportunidad económica e industrial masiva que tiene un futuro más brillante que volver a una economía basada en combustibles fósiles con incertidumbre e imprevisibilidad. ¿Por qué es eso? Debido a que las tecnologías limpias se pagan solas, gracias al ahorro de energía y recursos que ofrecen. Así, invertir en esta nueva infraestructura no es un costo, es una inversión, una forma de aumentar las ganancias para la industria y reducir el gasto para las personas.
Podemos construir una red robusta de energía renovable basada en energía solar, geotérmica, biomasa, oceánica y eólica, aunque las posibilidades van mucho más allá. Podríamos electrificar puertos con energía de tierra a barco para reducir las emisiones del transporte marítimo, construir puntos de recarga de vehículos eléctricos y estaciones de hidrógeno, establecer estándares más eficientes para todo tipo de electrodomésticos, reducir el consumo de energía de los edificios a través de calefacción, ventilación y aire acondicionado eficientes, innovadoras tecnologías de aislamiento o soluciones inteligentes de gestión de sombreado de fachadas.
Podríamos ayudar a nuestros agricultores a modernizarse para que puedan usar menos plaguicidas y cuidar nuestra flora, fauna y aguas de riego mientras producen productos más saludables. Estas tecnologías ya existen. Son unos pocos ejemplos de las soluciones identificadas en los últimos años y hay actividades en marcha en todo el mundo que pueden demostrarlo. Lo que estas tecnologías necesitan es un acceso más fácil a la inversión, compras públicas alineadas con el Acuerdo de París y regulaciones ambientales favorables que promuevan estas soluciones en el mercado.
Retrasar los estándares más estrictos de emisión de automóviles no ayudará a la industria automotriz cuando las ciudades prohíben los motores combustibles y los clientes se estén moviendo hacia los automóviles eléctricos. Mantener en funcionamiento las centrales eléctricas de carbón por más tiempo tampoco ayudará a la industria energética mientras los precios de las energías renovables continúen cayendo. Hacer más de lo mismo, volver a la “mala normalidad”, con un paquete de medidas económicas de rescate como las propuestas por los ministros de Hacienda, Economía y las grandes empresas contaminantes, no puede ser la respuesta.
Tenemos que decir no a los paquetes de estímulo para respaldar “estos negocios como de costumbre”, ya que son modelos económicos obsoletos e inversiones en activos que pronto quedarán atascados. Por el contrario, lo que tenemos que impulsar es invertir en la nueva economía “verde”, para salir de las crisis simultáneas que nos aquejan en mejores condiciones que aquellas con que entramos. Un tipo de crecimiento ambientalmente concebido apto para el futuro: sostenible, inclusivo, competitivo y preparado para enfrentar las futuras crisis globales, que tarde o temprano llegarán.
Adoptar esta nueva visión, aplicar nuevas políticas inspiradas en estos retos, nos ayudaría a crear nuevos mercados, pues hoy se ha vuelto más rentable proteger el medio ambiente que destruirlo. Esta es, sin duda, la mejor oportunidad para hacerlo.