Roberto R. Aramayo, presidente durante 13 años de la Asociación Española de Ética y Filosofía Política, reflexiona en esta entrevista respecto a que, ante los profundos cambios sociales que está experimentando la sociedad, los adultos mayores «no merecen verse tratados como si fueran un activo caducado que puede lastrar los cálculos del inventario económico, sino con el respeto que merece aplicar la justicia intergeneracional a las generaciones que nos han precedido y tenemos la suerte de poder tratar, para darles muestras de gratitud por haber posibilitado nuestra existencia».
Tras haber presidido durante 13 años la Asociación Española de Ética y Filosofía Política (AEEFP) y siendo además uno de los mayores expertos en Inmanuel Kant, razón por la cual se destacó como primer Secretario de la Sociedad de Estudios Kantianos en Lengua Española, Roberto R. Aramayo es una autoridad intelectual en ética y moral.
Con la total claridad de que en estos momentos la urgencia global es dar con un fármaco que pueda neutralizar el carácter letal del virus y con una vacuna que permita a la humanidad convivir con este y sus impredecibles mutaciones, el filósofo español deja caer su reflexión sobre la importancia de atender el profundo cambio social que ha impulsado la pandemia, de modo de advertir que, dependiendo del rumbo que se tome, las posibilidades del mundo se abren en dos direcciones: avanzar hacia una mayor colaboración y solidaridad, o retroceder en dirección totalmente opuesta.
En un escenario en donde en muchos países el colapso sanitario ha obligado a considerar la edad y las expectativas de sobrevivencia de un paciente como factores determinantes a la hora de asignar un respirador artificial, Roberto R. Aramayo advierte que en este dilema médico a los adultos mayores se les ha tratado como «trastos viejos», como «un activo caducado que puede lastrar los cálculos del inventario económico», pudiendo derivar en consecuencia en una «peligrosa discriminación», que haga permanecer impertérrita a la sociedad ante el «advenimiento de una indeseada eugenesia».
«No hay que confundir una opción puntual en un momento determinado con un principio ético, que por definición y tal como planteó Kant magníficamente, ha de ser universal, es decir, tiene que ser válido para cualquiera siempre y en todos los casos. Las excepciones a una regla no la suplantan, sino que la confirman. Un criterio bioético no puede ser discriminatorio y, por lo tanto, no puede tener en cuenta el criterio de la edad como pauta», sentencia.
-¿Considera que la crisis sanitaria actual es un momento propicio para revisar nuestros valores éticos?
-Sin duda, esta crisis provocada por la pandemia del COVID-19 es una coyuntura muy especial e inédita que nos coloca frente a un espejo donde se proyecta la imagen de nuestra moralidad tanto individual como colectiva. El obligado confinamiento doméstico nos procura tiempo para pensar y el sentirnos amenazados colectivamente, sin excepción, constituye un poderoso acicate para revisar todas nuestras prioridades vitales. Esta situación extraordinaria nos invita desde luego a examinar nuestra escala de valores éticos y comprobar la validez de sus aplicaciones prácticas a problemas muy concretos.
[cita tipo=»destaque»]Las relaciones humanas podrían dar un viraje muy positivo, si decidimos apostar por un modelo social donde no impere una desigualdad tan extrema y decidamos remar todos en una misma dirección al ser conscientes del beneficio mutuo de nuestra interdependencia. Esto es lo que he querido plantear en mis artículos titulados «Reflexiones desde la filosofía: lo que COVID-19 puede enseñarnos» y «Cómo prevenir la injusticia social». Sería muy deseable que se arrumbara la tentación del sálvese quién pueda y aflorase la empatía que precisa una cohesión social sostenible. [/cita]
-¿Cómo puede aportar una perspectiva ética para afrontar los efectos de la pandemia en las relaciones humanas?
-Aun cuando lo más urgente sea dar con fármacos que neutralicen el carácter letal del virus y vacunas que nos permitan convivir con sus eventuales mutaciones en un futuro cercano, también es importante atender al profundo cambio social que puede generar, y ahí es donde la reflexión ética puede ser extremadamente útil, para orientar el rumbo de un proceso que puede tener dos desenlaces muy diversos, en función de que predomine la solidaridad y el espíritu de colaboración o se impongan las tendencias opuestas.
Las relaciones humanas podrían dar un viraje muy positivo, si decidimos apostar por un modelo social donde no impere una desigualdad tan extrema y decidamos remar todos en una misma dirección al ser conscientes del beneficio mutuo de nuestra interdependencia. Esto es lo que he querido plantear en mis artículos titulados «Reflexiones desde la filosofía: lo que COVID-19 puede enseñarnos» y «Cómo prevenir la injusticia social». Sería muy deseable que se arrumbara la tentación del sálvese quién pueda y aflorase la empatía que precisa una cohesión social sostenible.
-En el texto ¿Malos tiempos para envejecer? Los mayores de 60 y la escasez de recursos, plantea el dilema médico de a quién asignar un respirador artificial, que podríamos estar ante el «advenimiento de una indeseada eugenesia». ¿Por qué considera que podemos estar enfrentando este panorama?
-El alto nivel de contagio del virus ha colapsado el sistema sanitario en algunos países, donde los médicos han recibido instrucciones para valorar las expectativas de supervivencia del paciente y no solo sus necesidades o el haber llegado a necesitar antes un determinado servicio sanitario como las Unidades de Cuidados Intensivos. Algunos protocolos marcaban la edad como un factor a considerar para disponer de un respirador artificial, dada la escasez inicial de los mismos, lo cual conlleva una peligrosa discriminación que podría perdurar en el tiempo y que podría verse complementada con otras circunstancias personales de todo tipo, dando lugar a una inopinada eugenesia encubierta, es decir, a una selección del más fuerte.
Las estadísticas de mortandad parecían indicar que los más ancianos podían responder menos a los tratamientos, cuando se les debería haber catalogado como grupo más vulnerable y, por lo tanto, más digno de atención, al tratarse sobre todo de un problema logístico que imponía disponer de más respiradores, al igual que se necesitaban equipos de protección para el personal sanitario, sometido al contagio por esa imprevisión e ineficacia.
Los dueños del transatlántico Titanic decidieron escatimar botes para ganar velocidad, al considerar un barco insumergible por sus compartimentos estancos. E igualmente la pandemia nos ha confrontado con una impostada prepotencia que nos hacía creernos a salvo de contingencias como la del COVID-19. Habría que procurar que no hubiera pasajes de tercera clase para nadie y no confinar a los más mayores al final de la cola para salvarse del naufragio, como si fueran trastos viejos desechables, un lastre que arrojar por la borda en aras de salvar a los más robustos o mejor situados en cabinas preferentes.
-En el contexto de la crisis sanitaria actual, ¿cuál es el ejercicio deliberativo que está en juego desde un punto de vista biomédico?
-Debería evitarse a toda costa servirse de criterios presuntamente morales para justificar decisiones adoptadas en trances muy delicados y motivados por la escasez de recursos. No hay que confundir una opción puntual en un momento determinado con un principio ético, que por definición y tal como planteó Kant magníficamente, ha de ser universal, es decir, tiene que ser válido para cualquiera siempre y en todos los casos. Las excepciones a una regla no la suplantan, sino que la confirman. Un criterio bioético no puede ser discriminatorio y, por lo tanto, no puede tener en cuenta el criterio de la edad como pauta.
-¿Considera que es el momento de crear algún protocolo o planificación que contenga componentes bioéticos para enfrentar crisis sanitarias o de otra índole?
-Obviamente hay que tomar nota de todas las disfunciones detectadas y hacer una política de prevención en varios frentes. En términos políticos las inversiones de dinero público en sanidad deben incrementarse cuantiosamente, al igual que las retribuciones del personal sanitario, cuyo reconocimiento social tendría que seguir siendo muy alto, al tratarse de una profesión vocacional y con gran espíritu de sacrificio, dado el nivel de contagio y las muertes contabilizadas entre sus filas. También debería promoverse una cultura de la prevención, apelando a la corresponsabilidad ciudadana, porque todos tenemos que ser proactivos a la hora de velar por nuestra propia salud. Eso significa inculcar un cambio de hábitos dietéticos e higiénicos que permitan a nuestro sistema inmunológico estar en la mejor situación ante pandemias como esta.
-La película Yo, Daniel Blake es un ejemplo de cómo estamos tratando la vejez. Desde su ámbito de trabajo, ¿cómo analiza esta cinta de Ken Loach?
-Resulta curioso que sean los cineastas más veteranos, como Loach o Costa-Gavras, quienes hacen este tipo de cine tan imprescindible. La denuncia social del trabajador desasistido al final de su vida es conmovedora por su realismo. El Estado de bienestar que tanto costó construir tras la Segunda Guerra mundial empezó a desmantelarse desde 1973, con el derrocamiento de Allende y la imposición de un sistema económico ultraneoliberal, cuyas funestas consecuencias han determinado el proceso constituyente que vive ahora mismo Chile. Pocos años después la dama de Hierro implantó esa filosofía económica en el Reino Unido y el resultado es lo que refleja la película de Ken Loach.
Reagan hizo lo propio en los Estados Unidos, donde ahora Donald Trump representa el paroxismo del modelo en cuestión. Los norteamericanos ante la pandemia se han pertrechado con armas de fuego, para defenderse de sus vecinos, porque no pueden esperar demasiado de una cobertura sanitaria inexistente. Macron en Francia pretende llevar a cabo unas reformas que no parecen contar con el respaldo de sus presuntos beneficiarios y ha originado huelgas interminables que han paralizado el país, tema que abordo en mi artículo «Macron, los privilegios y la desigualdad». A la Unión Europea parece preocuparle por encima de todo su moneda mucho más que sus ciudadanos, tal como apunto en «Costa-Gavras y los destinos de Europa», comentando la película Adultos en la habitación.
-A propósito de películas esenciales, ¿qué otras recomendarías para revisar ética y moralmente el momento actual?
-En realidad acabamos de citar unas cuantas, pero podemos añadir alguna más de reciente factura, que por añadidura han resultado ser bastante comerciales y han cosechado galardones. Les he dedicado sendos artículos en «Joker, o las máscaras del descontento» y «¿Quiénes son los verdaderos Parásitos? La ganadora de los Oscar y la lucha de clases».
El buen cine da mucho que pensar o al menos esa es mi opinión, como testimonian mis artículos «El futuro de la robótica en las distopías cinematográficas», «Un recorrido de cine por Berlín, emblema político del siglo XX» o «Cómo cabe despedirse de la vida», donde abordo el tema de la eutanasia recordando varias películas memorables.
-La tercera edad es uno de los sectores más afectados por el modelo actual que promueve un individualismo extremo, en donde opera la racionalidad económica sin dejar cabida a los argumentos morales, en donde la ganancia prima por sobre incluso la vida de las personas. ¿Cuál es su mirada al respecto?
-Es terrible que se aplique una óptica de mercado a la tercera edad. No deberíamos confundir la dialéctica entre medios y fines. La economía no es un fin en sí mismo, aunque se nos intente convencer de lo contrario, sino un medio instrumental a nuestro servicio. No es una ciencia exacta ni cuenta con recetas tan indiscutibles como los dogmas religiosos.
Los modelos económicos deberían valorarse por sus beneficios para la mayoría y no por unos datos macroeconómicos que solo benefician a unos pocos, con arreglo a lo que se ha dado en llamar efecto Mateo, según el cual quien más tiene acaba por acapararlo todo y viceversa. Rousseau ya señaló que no debería haber ningún ciudadano tan opulento como para poder comprar a otro, ni tampoco ninguno tan menesteroso como para venderse. Ahora que se acerca el tercer centenario de su nacimiento, que por cierto fue un 22 de abril, conviene recordar el aserto kantiano de no instrumentalizar a los demás, ni tampoco a uno mismo, como meros medios para conseguir algo.
En este sentido nuestros mayores no merecen verse tratados como si fueran un activo caducado que puede lastrar los cálculos del inventario económico, sino con el respeto que merece aplicar la justicia intergeneracional a las generaciones que nos han precedido y tenemos la suerte de poder tratar, para darles muestras de gratitud por haber posibilitado nuestra existencia.