A Piñera le gusta siempre tentar la suerte más allá de lo que la racionalidad indica. Por ello, fue por la pieza mayor para la derecha: el plebiscito. Desde ciertos círculos empresariales había una preocupación mayor, pues a la salida de la pandemia vendría el período de incerteza asociado a la discusión constitucional. Estos reclamos llegaron a La Moneda y el Presidente vio una oportunidad de ir más allá de lo razonable. Una jugada peligrosa que le puede costar cara.
La historia política de Sebastián Piñera, el actual Presidente de la República, tiene ciertos parecidos con la película de Steven Spielberg “Atrápame si puedes”. En ella, Frank Abagnale, interpretado por Leonardo di Caprio, suele librarse siempre de caer en desgracia gracias un truco de último minuto, a la incompetencia de sus perseguidores y, algunas veces, por la propia suerte.
En la semana que terminó el viernes 13 de marzo, el segundo comité político de Piñera estaba a punto de caer. La oposición estaba en proceso de redacción de una acusación constitucional contra el ministro del Interior, Gonzalo Blumel, y una bancada había solicitado un informe sobre las causales para un término anticipado del mandato presidencial. Las encuestas marcaban una tragedia de un dígito para La Moneda, y la oposición, después de un año en la jungla, había encontrado un propósito con el calendario de modificación a la Constitución vigente.
Más aún, el oficialismo enfrentaba una división dramática por el plebiscito sobre la nueva Constitución, incluyendo al alcalde Joaquín Lavín (UDI), manifestándose a favor del cambio de esta. La inminente caída del comité político que vaticinaban varios iba a dejar un ambiente apocalíptico en la derecha, por la falta de nombres disponibles que fueran de confianza del Mandatario. Como si fuera poco, Jose Antonio Kast, se había declarado de oposición y lentamente empezaba a menguar en las huestes oficialistas desde el flanco más a la derecha. Los números económicos no acompañaban la gestión de su Gobierno y los intentos de culpar al estallido del 18 de octubre de los problemas de crecimiento no eran sostenibles, pues antes de ese viernes la economía no despegaba.
[cita tipo=»destaque»]Los temores de los ciudadanos en materia de salud y en especial respecto a la recesión que vendrá, configuraban una buena oportunidad. Pero, al igual que cuando mostró en exceso el papelito de los 33 mineros, esta jugada extra puede significarle perder mucho de lo ganado desde el 16 de marzo. Al igual que Frank Abagnale en la película de Spielberg, no es capaz de parar por sí mismo y su compulsión a la apuesta podría terminar siendo su caída.[/cita]
Pero tan solo 3 días después, el lunes 16 de marzo, el país era otro.
La aparición del coronavirus fue tan oportuna para el oficialismo que algún tuitero adicto a las conspiraciones pensó que era un invento. Pese a lo descabellado de esa tesis, prendió rápidamente en varios en la oposición y quizá eso explique la estrategia de negacionismo que tomaron algunos ante los esfuerzos de las autoridades de Salud de administrar la pandemia. El marzo incendiado en las calles que vaticinaban varios, terminó con estas vacías y los ciudadanos temerosos en sus hogares.
Si bien es difícil evaluar el éxito de la estrategia respecto a la pandemia, pues todavía no se ha llegado a los peaks de invierno en materia de enfermedades respiratorias, las apreciaciones apocalípticas fallidas hechas por varios, sobre decenas de miles de infectados y hospitales colapsados, han ayudado a generar la sensación de que, pese a su mal carácter, el ministro de Salud, Jaime Mañalich, ha podido manejar la crisis. Finalmente, el Presidente pudo encontrar de nuevo panzer, esta vez con delantal.
Mañalich es vocero, coordinador de todos los ministros y, como él mismo recalca constantemente, orejero principal del Mandatario. La sintonía fina entre ambos permite superar la nostalgia por la partida del poderoso Andrés Chadwick. Además, para más suerte aún del Presidente, sus salidas de guión pasan inadvertidas ante la rapidez con que su ágil ministro de Salud se toma la agenda con sus polémicas. No en vano, la presidenta de la UDI lo bautizó como «el demonio de Tasmania». Tener un ministro así, que arrastra las marcas, ha ayudado bastante a la imagen de estadista.
Durante estos días, Piñera ha subido en las encuestas, ha recuperado buena parte de su votación histórica y se dio, incluso, el lujo de ir a pasearse a la Plaza Italia en una foto que fue aplaudida por los suyos. Como símbolo de su «buena suerte», ayer La Tercera publicó una nota sobre los problemas judiciales de Manuel José Ossandon, el senador que lo insultó diciéndole “reo por lindo”, frase que podría terminar explotándole de vuelta. El Mandatario se ha consolidado como líder en la derecha, incluso, con la posibilidad de que termine pasándole la banda presidencial a alguien de su sensibilidad política, asunto que no ocurre desde que terminó el Gobierno de Ricardo Lagos.
Pero a Piñera le gusta siempre tentar la suerte más allá de lo que la racionalidad indica. Por ello, fue por la pieza mayor para la derecha: el plebiscito. Desde ciertos círculos empresariales había una preocupación mayor, pues a la salida de la pandemia vendría el período de incerteza asociado a la discusión constitucional. Estos reclamos llegaron a La Moneda y el Presidente vio una oportunidad de ir más allá de lo razonable.
Los temores de los ciudadanos en materia de salud y en especial respecto a la recesión que vendrá, configuraban una buena oportunidad. Pero, al igual que cuando mostró en exceso el papelito de los 33 mineros, esta jugada extra puede significarle perder mucho de lo ganado desde el 16 de marzo. Al igual que Frank Abagnale en la película de Spielberg, no es capaz de parar por sí mismo y su compulsión a la apuesta podría terminar siendo su caída.