Lo cierto es que las regiones no pesan en los cálculos políticos, no existen, pues están encapsulados en una mirada de país uniforme y ciega, que ha sido perpetuada por distintos gobiernos, pero que se ha agudizado en el mandato del Presidente, Sebastián Piñera. Pareciera que el centro de Gobierno considera a los habitantes de todo el territorio como si fuésemos una única pieza incolora inserta en una máquina productiva, cuando en realidad es la riqueza de la diversidad y nuestra identidad, lo que está ausente en la construcción de las políticas públicas, debiendo ser el principio y no el final de las necesidades colectivas.
En tiempos de pandemia, virus y confinamiento, el mayor tiempo en casa viviendo en una región y en una ciudad, lejos del centro y la capital, no hacen más que visibilizar, aún más, las enormes desigualdades que llevamos años denunciando y que, por cierto, veníamos relevando con mayor ahínco desde el denominado “estallido social”.
Regiones flageladas por la sequía, por la escasez de empleo y oportunidades, por la carestía de educación de calidad, dada la ausencia de “colegios emblemáticos” o sedes matrices de universidades estatales o tradicionales. También por la falta de acciones y recursos en salud, como por ejemplo de especialistas, de recintos que alberguen suficientes camas y cuenten con todos los insumos para brindar paliativos y recuperación a las personas. De viviendas incluso, pues han sido azotadas por las inclemencias de la naturaleza y no están en la “primera línea” de las soluciones gubernamentales decididas desde el centro político; de un sistema de transporte digno, moderno, y limpio y un largo etcétera.
Sin embargo, sí que hay recursos y apoyo para la explotación de grandes yacimientos mineros, aún a costa que el territorio sufra los significativos impactos y daños al medio ambiente. También hay desidia en terminar definitivamente con las termoeléctricas que contaminan el aire, el agua, la tierra y, por cierto, afectando la salud de los vecinos.
[cita tipo=»destaque»]El Gobierno pareciera ser ciego e indolente al sacrificio de los territorios, ratificando su intención de agravar el centralismo histórico del país. Sin ir más lejos, el actual ministro de Hacienda al ser interpelado en la Cámara de Diputados por el presidente de nuestro partido, quien recordó una sentida demanda y solicitud de los regionalistas, comprometió la presentación del proyecto de Ley de Rentas Regionales en marzo de este año, ofreciendo disculpas públicas por el retraso en el cumplimiento de la promesa, postergada ya por segunda vez por el Gobierno, quien la había anunciado para octubre del 2019. Lo cierto es que siempre existirá una excusa para dilatar el proceso inevitable de la descentralización fiscal y pareciera ser, que la crisis es entendida en función inversamente proporcional al desarrollo de las regiones ¿por qué no transformar nuestra estructura de toma de decisión y dejar que los territorios, con enfoque local, arbitren los recursos que ellos mismos producen?[/cita]
Lo cierto es que las regiones no pesan en los cálculos políticos, no existen, pues están encapsulados en una mirada de país uniforme y ciega, que ha sido perpetuada por distintos gobiernos, pero que se ha agudizado en el mandato del Presidente, Sebastián Piñera. Pareciera que el centro de Gobierno considera a los habitantes de todo el territorio como si fuésemos una única pieza incolora inserta en una máquina productiva, cuando en realidad, es la riqueza de la diversidad y nuestra identidad, lo que está ausente en la construcción de las políticas públicas, debiendo ser el principio y no el final de las necesidades colectivas.
Los territorios son diversos, tienen una identidad propia, historias, relatos, y expresiones culturales que requieren una reformulación completa de las herramientas destinadas a “ser y respirar autonomía”. No obstante y pese a que la crisis sanitaria y sus consecuencias nos golpean en la cara, estos instrumentos no llegan y seguimos esperando con perplejidad.
Hoy debemos reivindicar los principios regionalistas y descentralizadores que nos motivan a hacer política, lo que nos obliga a exhortar al Gobierno por sus compromisos de campaña, promesas que hoy parecen una nebulosa entre el clamor de la contingencia diaria. El Gobierno del Presidente Piñera comprometió variadas herramientas para conseguir justicia territorial, anunciándose un Fondo de Desarrollo del Norte, incremento del royalty minero con una mejora en su distribución, todo lo cual lo llevó a declararse el Presidente de las Regiones.
Los gobiernos atendidos con principios humanistas, con una mentalidad abierta y con prácticas inclusivas, se dan el trabajo de valorar la diversidad y atender esas especificidades de las comunidades locales. Si no fuera así ¿para qué gobernar? bastaría solo administrar, manteniendo el status quo, sin hacer lo primero que está llamado a hacer la política: transformaciones. Los Estados modernos alimentan su desarrollo con el resguardo de cada una de sus regiones, departamentos, condados o como se les denomine, puesto que hay un convencimiento y un consenso público en que en esa sinergia se forma la verdadera soberanía y que el otrora patriotismo, se funda en un afecto por todos y para todos.
El Gobierno pareciera ser ciego e indolente al sacrificio de los territorios, ratificando su intención de agravar el centralismo histórico del país. Sin ir más lejos, el actual ministro de Hacienda al ser interpelado en la Cámara de Diputados por el presidente de nuestro partido, quien recordó una sentida demanda y solicitud de los regionalistas, comprometió la presentación del proyecto de Ley de Rentas Regionales en marzo de este año, ofreciendo disculpas públicas por el retraso en el cumplimiento de la promesa, postergada ya por segunda vez por el Gobierno, quien la había anunciado para octubre del 2019. Lo cierto es que siempre existirá una excusa para dilatar el proceso inevitable de la descentralización fiscal y pareciera ser, que la crisis es entendida en función inversamente proporcional al desarrollo de las regiones ¿por qué no transformar nuestra estructura de toma de decisión y dejar que los territorios, con enfoque local, arbitren los recursos que ellos mismos producen?
Los recursos e instrumentos que hoy no tenemos, nos permitirían, por ejemplo, invertir sustantivamente en salud, de tal manera de responder de mejor forma frente a la pandemia del COVID-19. Esperamos que el Presidente y sus ministros de Hacienda e Interior recapaciten sobre la necesidad del cumplimiento de los compromisos asumidos, para lo cual se requiere el esfuerzo colectivo de la presión ciudadana y la voz formal y decidida de las autoridades regionales y locales. Todo ello debe apuntar a un único objetivo: que el Gobierno cumpla su palabra, enviando al Congreso el proyecto de Ley de Rentas Regionales, para lograr la ansiada descentralización fiscal, que permitirá infundir las decisiones de la autoridad local de aquella identidad necesaria para mejorar la condición de vida de los territorios de nuestros vecinos y vecinas.
Cuesta entender que pese a que la descentralización ya es un proceso que no puede detenerse, ni aún por la fuerza, el poder político y económico del centro nacional insista en ralentizar la concreción de la autonomía territorial. El desarrollo sustentable requiere de políticas públicas que no estén asfixiadas por el centralismo, cuyo frenesí por la pandemia ha ahogado la creatividad y la autonomía, marchitando el espíritu emprendedor, y silenciando voces que sucumben en la eterna espera de los iluminados de Santiago.
Los tiempos de emergencia sanitaria, nos exponen una vez más a la calamidad pública derivada de decisiones que no se ajustan a las necesidades locales, desconocidas para los burócratas del centro de Gobierno. Es el momento para que esta crisis haga reflexionar a los territorios sobre su ansiada autonomía, asumiendo una posición estratégica dirigida a concretar la descentralización fiscal, que no es una quimera de laboratorio, sino que una decidida lucha por mejorar las condiciones de vida de todos los despojados de la injusticia territorial.