Hoy más que nunca, una de las prioridades fundamentales de nuestra política exterior debe ser el multilateralismo. Países como Chile, abiertos al mundo, encuentran en la activa participación en las organizaciones internacionales las herramientas que permiten lograr los necesarios equilibrios en diferentes asuntos trascendentales, lo que no es posible efectuar en aislamiento. De ahora en adelante, nuestro compromiso internacional será esencial para proteger a Chile de los excesos de las decisiones unilaterales de las potencias mundiales, de las inequidades que se producirán en diferentes áreas que serán vitales para la superveniencia como nación, como lo serán el acceso a las vacunas y tratamientos para defenderse de la pandemia, salvaguardar el libre comercio ante el proteccionismo que vendrá y la mantención de las líneas de abastecimiento, entre otros tantos problemas globales emergentes.
La pandemia causada por el Covid-19 está afectando al mundo con una velocidad e impacto que no tiene precedentes en la historia contemporánea de la humanidad. Chile, por cierto, saldrá de ella como un país más pobre, con una mayor precarización en amplias capas de nuestra sociedad y, una crisis económica sin parangón en los últimos cien años.
Los países hacen esfuerzos gigantescos para cumplir con las demandas mínimas de su población y, obviamente, como sucede en las más diversas latitudes, con aciertos y errores propios del combate de una epidemia desconocida. En Chile, este gigantesco esfuerzo nacional que compromete a todos los sectores, se traducirá en una drástica readecuación de las instituciones públicas y en esto, el Ministerio de Relaciones Exteriores deberá enfrentar esta nueva situación con flexibilidad, agilidad y con metas muy claras.
En consecuencia, resulta inevitable y urgente pensar qué elementos de política exterior necesitamos priorizar. Ello, en un horizonte de corto y mediano plazo, readecuando nuestra Cancillería, que es el principal instrumento para llevarla a cabo. Debemos hacernos cargo, con espíritu constructivo, de una institución que trae consigo atrasos importantes que requerirá de un gran esfuerzo para asumir la nueva realidad de nuestro país.
[cita tipo=»destaque»]El reforzamiento del accionar diplomático chileno debe realizarse teniendo muy claro nuestros objetivos y propósitos. Las lecciones de esta crisis planetaria son dramáticas. Por ello, debemos hacernos cargo de la búsqueda de soluciones de fondo en aquellas áreas críticas que claramente requieren atención preferente. El fortalecimiento de las políticas de salud, la preservación del medio ambiente, una política de migración segura, ordenada y regular, la creciente prioridad que reviste el avance científico y tecnológico, la necesaria e indispensable protección que nos debe brindar la ciberseguridad y los derechos sociales, constituyen ahora pilares fundamentales en el nuevo orden internacional que surgirá como consecuencia de esta debacle. Corresponde abandonar la retórica y destinar los recursos humanos y financieros en aquellos organismos que puedan hacer la diferencia con aportes efectivos y concretos para nuestro país.[/cita]
El debate está instalado y en nuestra calidad de ex embajadores de carrera, que ejercimos altos cargos directivos en el ministerio en Chile y en varias Embajadas, nos ha parecido oportuno compartir algunas reflexiones en torno a esta materia.
Sin desconocer las falencias y debilidades que ha presentado el Sistema de Naciones Unidas, algunas graves, hoy más que nunca una de las prioridades fundamentales de nuestra política exterior debe ser el multilateralismo. Países como Chile, abiertos al mundo, encuentran en la activa participación en las organizaciones internacionales las herramientas que permiten lograr los necesarios equilibrios en diferentes asuntos trascendentales para el país, lo que no es posible efectuar en aislamiento. De ahora en adelante, nuestro compromiso internacional será esencial para proteger a Chile de los excesos de las decisiones unilaterales de las potencias mundiales, de las inequidades que se producirán en diferentes áreas que serán vitales para la superveniencia como nación, como lo serán el acceso a las vacunas y tratamientos para defenderse de la pandemia, salvaguardar el libre comercio ante el proteccionismo que vendrá y la mantención de las líneas de abastecimiento, entre otros tantos problemas globales emergentes.
Deberemos examinar con detención los énfasis de nuestra participación en cada uno de los organismos, tanto a nivel global como regional, teniendo presente que su funcionamiento en América Latina también ha sido motivo de cuestionamientos por su precariedad e intrascendencia. Organismos tradicionales como la OEA y aquellos que se fueron creando en las últimas décadas como CELAC y UNASUR no sólo han estado ausentes, sino que, además, han demostrado su nivel de obsolescencia e inoperatividad.
El reforzamiento del accionar diplomático chileno debe realizarse teniendo muy claro nuestros objetivos y propósitos. Las lecciones de esta crisis planetaria son dramáticas. Por ello, debemos hacernos cargo de la búsqueda de soluciones de fondo en aquellas áreas críticas que claramente requieren atención preferente. El fortalecimiento de las políticas de salud, la preservación del medio ambiente, una política de migración segura, ordenada y regular, la creciente prioridad que reviste el avance científico y tecnológico, la necesaria e indispensable protección que nos debe brindar la ciberseguridad y los derechos sociales, constituyen ahora pilares fundamentales en el nuevo orden internacional que surgirá como consecuencia de esta debacle. Corresponde abandonar la retórica y destinar los recursos humanos y financieros en aquellos organismos que puedan hacer la diferencia con aportes efectivos y concretos para nuestro país.
En ese sentido, nuestra participación a nivel regional requiere ser fuertemente revitalizada, para lo cual tendremos que trabajar en la instalación de una nueva institucionalidad, más ágil y flexible, que comprometa a todos los países de la región.
Asimismo, la defensa del libre comercio y el fortalecimiento de nuestro comercio exterior será esencial para enfrentar la crisis económica que se anticipa muy profunda. Nuestra convicción más absoluta es que debemos procurar como nación lograr un trato equitativo y justo, salvaguardando los intereses del país, con estricto apego a las normas que regulan el comercio internacional. Junto con ello, tendremos que reforzar y diversificar nuestra presencia comercial en el mundo, especialmente en aquellos lugares que se pueden transformar en importantes socios comerciales.
Otra prioridad será el reforzamiento y la reorientación de nuestra función consular a los nuevos requerimientos, para lograr un efectivo apoyo a nuestras comunidades en el exterior, dejando atrás el mero asistencialismo. Se debe avanzar en la estructura de una efectiva red de protección para nuestros compatriotas radicados en diferentes partes del mundo que requerirán de nuestra acción para sortear los múltiples problemas que encontrarán y a los que deberemos dar pronto soporte. Es imprescindible un área consular robusta que abarque los territorios donde se encuentren colectividades de connacionales que representan un potencial para nuestro proyecto de desarrollo, dotada con instrumentos de última generación y con recursos suficientes.
Para hacer frente a esta urgente y gigantesca tarea será necesario modificar los parámetros de representación en el exterior utilizados hasta ahora. Para ello, se deberá priorizar y focalizar los recursos humanos, materiales y financieros que serán escasos, mucho más que antes de la crisis. Frente a este nuevo panorama tendremos que pensar en racionalizar nuestra presencia en el exterior, reforzar aquellas misiones indispensables y adecuar los recursos conforme a los nuevos requerimientos.
Un ejemplo sería la redefinición de nuestra red de agregados, redestinando profesionales altamente especializados para que sirvan de nexo y apoyo con instituciones vitales para nuestro futuro, como ya hemos dicho, relacionados con el cambio climático, la investigación científica y tecnológica, salud, agricultura, regulación mundial marítima y aérea, energía, y asuntos migratorios, por mencionar algunos. Para expresarlo claramente, la estructura tradicional de nuestras representaciones diplomáticas requiere ser modificada a la brevedad para responder a estas nuevas necesidades.
Necesitamos de un ministerio más fuerte en el exterior, pero concentrado en las nuevas prioridades. Esto último también se debe hacer en Chile, en la sede central, que debe ser en la práctica un espejo de las modificaciones en el exterior, atendiendo el importante tema de los recursos humanos. No podemos continuar como si nada hubiese pasado, esperando que el temporal amaine y las aguas retornen gradualmente a sus antiguos cauces, porque ello no sucederá. Sólo así tendremos un país menos vulnerable.
Por último y no menos importante, también debemos priorizar la capacitación de los funcionarios del ministerio, sea en su planta de servicio exterior, profesionales, técnicos y administrativos, para adecuarse a estas nuevas y exigentes circunstancias y desafíos que enfrenta la comunidad internacional y nuestra política exterior. La Cancillería también requiere, con sentido de urgencia, reformular sus prioridades.