Los que hace poco apelaban a economías abiertas, desreguladas y con un ínfimo protagonismo del Estado, ahora lo llaman y claman por él para que los ayude a salir de esta crisis. Una vez más el mercado a secas no dio ni da soluciones a problemas estructurales y globales. Cabe preguntarse, entonces, ¿qué tipo de Estado estamos llamados a construir? En este sentido, resulta casi inevitable que se desarrolle e instale en Chile, en el más breve plazo, un Estado de bienestar, en el cual la finalidad primaria sea el establecimiento de una sociedad más igualitaria, justa, solidaria, que logre mitigar asimetrías, que dé protección y soporte a un desarrollo pleno de sus ciudadanos y ciudadanas.
Qué duda cabe que el avance de la pandemia en Chile y en el mundo traerá consigo una oleada de cambios y redefiniciones de nuestra vida, de nuestra economía, de nuestros modelos de desarrollo.
Chile ya desde hace tiempo viene incubando esta necesidad de cambio y de repensarnos como sociedad. La discusión se centraba en acceso a bienes y servicios, a materialidades, a desigualdad, en definitiva, el debate estaba centrado en el modelo institucional y su inevitable transformación para abordar estas asimetrías, tanto así que algunos por necesidad o temor y otros por convicción (me incluyo) acordaron discutir sobre el camino a seguir para una nueva Constitución, con plazos y fechas para que de aquí a 2 o 3 años tuviéramos un nuevo marco institucional.
Sin embargo, todo cambió. En estas pocas semanas, casi como un portazo en la cara, nos percatamos que las linealidades en este mundo ya no existen, esta pandemia ha mostrado, aun con más lucidez para aquellos enceguecidos, las desigualdades y vulnerabilidades existentes en nuestro país, ha hecho patente que muchos(as) chilenos viven al día y no tienen ningún soporte o espalda para sobrevivir dignamente. Ha mostrado que es muy distinto una cuarentena en 40 metros cuadrados que en avionetas para ir a comprar jaiba desmenuzada desde Santiago a Pichilemu. La pandemia ha mostrado tal cual somos como sociedad chilena.
[cita tipo=»destaque»]Finalmente, el alcance de esta crisis y la respuesta a esta debe, sí o sí, ser canalizada adecuadamente por las fuerzas políticas y sociales, en donde las urgencias y sus reformas deben estar asociadas adecuadamente a la gestación de cambios constitucionales mayores. Sobre la base de lo anterior debemos, todos(as) quienes creemos en esto, propiciar las condiciones adecuadas para darles gobernabilidad a los cambios y sus demandas, no dejando todo para la necesaria nueva Constitución que solo verá la luz en unos años más. Chile y sus ciudadanos esperan acciones concretas hoy, pero que miren a un futuro mejor.[/cita]
Ante este escenario surgen distintas voces que plantean diversas soluciones. Lo paradójico de esta discusión es la repetición constante del rol del Estado como ente válido para salir de este atolladero. Los que hace poco apelaban a economías abiertas, desreguladas y con un ínfimo protagonismo del Estado, ahora lo llaman y claman por él para que los ayude a salir de esta crisis. Una vez más el mercado a secas no dio ni da soluciones a problemas estructurales y globales.
Cabe preguntarse, entonces, ¿qué tipo de Estado estamos llamados a construir? En este sentido, resulta casi inevitable que se desarrolle e instale en Chile, en el más breve plazo, un Estado de bienestar, en el cual la finalidad primaria sea el establecimiento de una sociedad más igualitaria, justa, solidaria, que logre mitigar asimetrías, que dé protección y soporte a un desarrollo pleno de sus ciudadanos y ciudadanas.
Ahora bien, algunos detractores de este tipo de Estado señalarán que aún hay chance para que el capitalismo neoliberal logre resolver los problemas de nuestra sociedad y que este modelo necesita solo ajustes. La evidencia reciente señala que la avaricia desmedida y la falta de ética de la élite, hacen imposible la reivindicación de un modelo agotado. La colusión del papel higiénico, la colusión de los pollos, las farmacias y, ahora último, la actuación de los holdings ante la crisis, nos dan cuenta de que su tiempo simplemente feneció.
El Estado de bienestar en Chile requerirá de cuotas de consensos, solidaridad estructural y miradas que unan la urgencia y el largo plazo. Una empresa de estas características deberá también unir paso a paso el sueño colectivo con el pragmatismo de lo tangible.
Un crecimiento económico sostenible, cargas impositivas redistributivas y estrategia de desarrollo de largo aliento, pueden ser algunos de los pilares en los cuales se sustente este nuevo modelo de desarrollo, para que pueda dar respuestas adecuadas a la instalación de un robusto sistema de salud, educación pública de calidad, coberturas sociales éticas, promover el desarrollo científico, entre otros aspectos.
Chile requiere mirar al futuro con un proyecto integrador, pero se hace imposible llegar a ese objetivo en una sociedad segregada y con una economía hiperconcentrada como la que tenemos actualmente. Esta crisis abrirá mentes anquilosadas que entenderán que el nuevo ciclo requiere de más comunidad y menos individualismo, más solidaridad, más confianza, ganancia justa, de menos aprovechamiento y enriquecimiento exacerbado a costa de otros (trabajadores y trabajadoras).
Finalmente, el alcance de esta crisis y la respuesta a esta debe, sí o sí, ser canalizada adecuadamente por las fuerzas políticas y sociales, en donde las urgencias y sus reformas deben estar asociadas adecuadamente a la gestación de cambios constitucionales mayores. Sobre la base de lo anterior debemos, todos(as) quienes creemos en esto, propiciar las condiciones adecuadas para darles gobernabilidad a los cambios y sus demandas, no dejando todo para la necesaria nueva Constitución que solo verá la luz en unos años más. Chile y sus ciudadanos esperan acciones concretas hoy, pero que miren a un futuro mejor.
El Estado de bienestar de siglo XXI no se construirá de un día para otro, será un proceso continuo. Se puede y se debe hacer.