Qué duda cabe que la pandemia del COVID19, y su expansión a comunas más populares en Chile, ha evidenciado las grandes desigualdades existentes, y donde la desigualdad territorial ha sido un factor que ha quedado al desnudo, al verse enfrentada la población a decisiones de aislamiento y cuarentena, como así también, a la imposibilidad de muchos chilenos de no tener la opción de decidir no salir, producto de su condición de trabajar dependiente, o informal donde el sustento diario se juega en la calle. En otro orden de cosas, la implementación de medidas, han dejado al descubierto una brecha y una oportunidad no aprovechada en relación a avanzar descentralizadamente en coordinación con los niveles regionales y fundamentalmente locales, sobre todo en el apoyo a funciones de fiscalización, de ayuda social, de cobertura de accesorios de seguridad (mascarillas, guantes, etc.), de mayor involucramiento de las salud primaria.
Por más de 20 años, de manera insistente, repetitiva y casi porfiadamente se ha sostenido la necesidad de mejorar la eficacia del Estado, argumentando que la descentralización es un buen medio para la construcción de un país y una sociedad territorialmente equilibrada. Se ha sostenido, qué la descentralización, ayuda a mejorar la coordinación y colaboración con la institucionalidad local y regional. Además de indicar, que los desafíos que Chile debe abordar, “se ganan en sobre el terreno y no en los despachos de los ministros”, parafraseando al epidemiólogo francés Willian Dab. Pero no había argumentos que pudiesen convencer de dicha necesidad, por evidente que esta fuera, para Alcaldes, concejales, académicos y muchos funcionarios de regiones y comunas. Siempre primó en algunos, el temor a ceder poder, y con ello se fue hipotecando un involucramiento mayor de la ciudadanía y sus autoridades en la co creación de respuestas para Chile. El centralismo exitoso para algunos que nos llevó a formar parte de la OCDE era motivo suficiente para no experimentar en fórmulas más distributivas del poder.
El discurso de la desigualdad social y territorial, estuvo siempre constreñido y etiquetado como el reclamo cliché del que siempre ve el vaso medio vació. El menosprecio de una parte de la elite a este reclamo, se argumentó con los éxitos en la reducción de la pobreza (medida por ingresos), nuestra estabilidad macroeconómica en términos de inflación, empleo (independiente de su precariedad), y el discurso autocomplaciente de contar con un PIB per cápita de US25.891 dólares (FMI, 2018, corregido por PPA), que nos pone en el contexto internacional como un país de renta media alta.
El Chile de las relaciones comerciales con las economías que producen el 87% del PIB mundial, encandilaba al otro Chile.
No obstante el exitismo de los discursos, se acumularon señales a los largo del país de que algo no estaba bien, los movimientos ciudadanos como el de Magallanes, Aysén tu problema es mi problema, Tal-Tal despierta Tal Tal, Freirina, Calama, Quellón, entre otros, fueron expresiones de descontento frente a las consecuencias de una marcada desigualdad territorial. “La desigualdades son antiguas, lo que pasa es que estamos frente a una ciudadanía que ya no está dispuesta a tolerarlas”, se sostiene desde las ciencias sociales.
En medio de este Chile autocomplaciente y con mucha desconfianzas en otorgar más poder a las regiones y comunas, irrumpe el movimiento social de octubre de 2019, cuyo reclamo base es precisamente la desigualdad en todas sus formas: social, de trato, territorial, económica, etc., que desnuda una realidad importante para una gran mayoría de los Chilenos, y desdibujada, casi oculta para otros.
Por primera vez en la historia de la televisión contemporánea en Chile, no son los ministros, senadores y diputados quienes pueden salir a explicar la realidad que se vive. Por primera vez, los Alcaldes se transforman en un interlocutor válido para explicar el diagnóstico y el descontento que subyace al movimiento social en ciernes. Ahora se hacía más evidente, la enorme oportunidad no aprovechada de fortalecer en atribuciones, capacidades técnicas y financieras a las instituciones que están más cerca de la ciudadanía (Municipios y Gobiernos Regionales). La Descentralización, como la expresión de mayor involucramiento institucional y ciudadano desde los local y territorial, al parecer ahora tiene más sentido para varios.
En consecuencia, sabemos a esta altura que no habrá pacto social sin un nuevo trato a las comunas y regiones de Chile.
Por otro lado, qué duda cabe que la pandemia del COVID19, y su expansión a comunas más populares en Chile, ha evidenciado las grandes desigualdades existentes, y donde la desigualdad territorial ha sido un factor que ha quedado al desnudo, al verse enfrentada la población a decisiones de aislamiento y cuarentena, como así también, a la imposibilidad de muchos chilenos de no tener la opción de decidir no salir, producto de su condición de trabajar dependiente, o informal donde el sustento diario se juega en la calle.
En otro orden de cosas, la implementación de medidas, han dejado al descubierto una brecha y una oportunidad no aprovechada en relación a avanzar descentralizadamente en coordinación con los niveles regionales y fundamentalmente locales, sobre todo en el apoyo a funciones de fiscalización, de ayuda social, de cobertura de accesorios de seguridad (mascarillas, guantes, etc.), de mayor involucramiento de las salud primaria.
La Descentralización eficienta la “pertinencia”, la “oportunidad” y la “focalización” de medidas, al aportar desde el territorio (lo local) a clarificar: El qué hacer, a quienes ayudar, cuándo y cómo hacerlo.
En consecuencia, abordajes “colaborativos” basados en “coordinaciones multinivel”, con “enfoque territorial”, son una alternativa de co creación y co ejecución, de programas de apoyo efectivos y rápidos para enfrentar el desafío que implica una pandemia ahora, y de reactivar económicamente nuestras regiones, territorios y espacios locales, después.
De la misma manera, la descentralización, es un medio para robustecer “Gobernanzas Territoriales” a nivel regional y local, que mejoran el ejercicio del Control Social de las ayudas. Un mayor y mejor control social de programas de apoyo se da en la base, en el territorio, en lo local, por lo que enfoques construidos desde estos espacios, colaboran de mejor manera en la identificación de quienes necesitan, cuando entregar la ayuda y cómo hacerlo de buena manera, como señalamos anteriormente.
Lo planteado no es más que un principio que es consustancial a la Descentralización, y es el principio de “subsidiariedad territorial”, en atención a que cada función pública debe radicarse en aquel nivel donde ésta se ejerce mejor o igual, privilegiando el nivel local sobre el regional, y éste sobre el nacional. Solo aquellas funciones que no pueden ser asumidas adecuadamente por el nivel local o regional deben recaer en la competencia del gobierno central (Texto de trabajo propuesta de reforma constitucional en Descentralización, grupo G24, Fundación Chile Descentralizado, Hann Seidel, y Korad Adenauer)
Finalmente, un mayor involucramiento de las autoridades locales, dotaría de una mayor credibilidad y confianza a las decisiones en el marco de la emergencia sanitaria. Credibilidad y Confianza que han sido identificadas transversalmente como un factor importante en las decisiones conductuales de la población.
Así como en antaño, respecto de la educación se sostenía (erradamente), la letra con sangre entra, al parecer, hizo falta un movimiento social y una pandemia, para darnos cuenta que descentralizar, es decir, distribuir poder, es una necesidad urgente para Chile.