En un escenario como este, hay quienes hemos creído que es indispensable garantizar la coherencia en el manejo de la pandemia, mostrándonos partidarios de que la conducción del asunto y la toma de decisiones estratégicas y cotidianas radiquen principalmente en la autoridad sanitaria. Esto a algunos puede sonar demodé en un mundo democratizado y participativo, pero, dada la magnitud de la catástrofe y que nada haya sido probado aún, no quedaría más.
El ministro de Salud, Jaime Mañalich, dijo que las proyecciones de la pandemia realizadas en enero se derrumbaban como castillos de naipes, apuntando con esa imagen metafórica al desplome de constructos frágiles y, por cierto, a su estupor frente a las cifras reales. Tal es el hecho y los que nos dedicamos a la salud pública en el mundo real, donde se toman decisiones día a día, como ocurre en el complejo caso de la pandemia que enfrentamos, comprendemos perfectamente bien que existan muy pocas proyecciones verdaderamente útiles para gobernar. Después, más adelante, cuando pase el temblor, podremos observar lo que ocurrió y usar la data que quede entre los escombros, hacer estudios, levantar publicaciones y aprender, tal como ocurrió con la H1N1 de la que tanto paper escribieron los gringos. Pero después.
Es cosa de mirar los fenómenos acaecidos a lo largo del planeta en distintas latitudes en el transcurrir de esta pandemia. Al respecto, ¿a quiénes les está yendo mal? ¿A quiénes les está yendo bien? ¿Por qué les está yendo mal o bien? ¿Qué sabemos? Todavía sabemos muy poco o nada. Hay muy poco o nada que podamos afirmar.
Lo dicho es clave para entender el frenesí de especulación sanitaria que se ha desencadenado en Chile y en el mundo. Es una vergüenza proyectar, sin ningún pudor, una mortalidad de 11.970 muertos para Chile en un rango que fluctúa entre 4.050 y 31.118, como lo hace la Universidad de Washington. Por favor, ¿qué es esto? ¿Cuál es la probabilidad de ocurrencia del valor esperado? A lo mejor nuestros colegas académicos de esa universidad quisieron decir otra cosa y, quizás, exista un párrafo que no hemos leído y fueron los medios los que leyeron parcialmente o malinterpretaron la información.
[cita tipo=»destaque»]Entonces, en el caso de Chile quienes son contrarios a las políticas que se han implementado acumulan reportes que avalan, transitoriamente, su posición y quienes están a favor recurren a reportes alternativos que dirán lo contrario. Tales reportes, de unos y de otros, son efímeros, se desvanecen y fluctúan, como el precio de las acciones de la bolsa que sube y que baja en tiempos de turbulencia. De allí que he derivado en denominar a este fenómeno de ansiedad pública, y no pocas veces interesado, como especulación sanitaria, de lo que cualquier cosa podría resultar.[/cita]
He sido testigo, como muchos, de decenas de proyecciones realizadas en este período para el caso de Chile y el de otros países. Nosotros mismos en la Escuela de Salud Pública las hemos hecho. Todos los días recibimos inputs en esa materia y, cuando un número coincide con la bola de cristal de alguien, ese alguien da brincos de felicidad y satisfacción por haber visto corroboradas sus predicciones, independientemente de lo que esté ocurriendo a la población, lo que a veces parece importar menos. ¡Yo lo dije antes! –exclama el predictor–, ¡lo he venido diciendo todo el tiempo! Pero el problema es que tal felicidad es transitoria y al día siguiente los números cambian, la tendencia se modifica, nada es como antes y se reducen los espacios de satisfacción.
Así ocurre, por lo demás, en ambientes que están siendo sistemáticamente intervenidos con una variedad de medidas de política pública de diversa eficacia, algunas inteligente y sofisticadamente elaboradas y otras no tanto o, simplemente, reactivas a lo que un sinnúmero de interesados propone realizar por alguna razón en particular.
Entonces, en el caso de Chile quienes son contrarios a las políticas que se han implementado acumulan reportes que avalan, transitoriamente, su posición y quienes están a favor recurren a reportes alternativos que dirán lo contrario. Tales reportes, de unos y de otros, son efímeros, se desvanecen y fluctúan, como el precio de las acciones de la bolsa que sube y que baja en tiempos de turbulencia. De allí que he derivado en denominar a este fenómeno de ansiedad pública, y no pocas veces interesado, como especulación sanitaria, de lo que cualquier cosa podría resultar.
En un escenario como este, hay quienes hemos creído que es indispensable garantizar la coherencia en el manejo de la pandemia, mostrándonos partidarios de que la conducción del asunto y la toma de decisiones estratégicas y cotidianas radiquen principalmente en la autoridad sanitaria. Esto a algunos puede sonar demodé en un mundo democratizado y participativo, pero, dada la magnitud de la catástrofe y que nada haya sido probado aún, no quedaría más.
Sin embargo, cabe señalar que desde la separación de funciones que produjo la reforma del sector salud del 2005, la institucionalidad de dicha autoridad sanitaria en Chile es frágil y no se han desarrollado las competencias necesarias y suficientes para ejercerla y, menos, para enfrentar un problema como el que nos aqueja. Habida cuenta de las necesarias transformaciones institucionales que cabría realizar, desgraciadamente el desarrollo de tales competencias no es instantáneo y ya estamos en medio de la pista de baile.