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Impronta diplomática y transformación social Opinión

Impronta diplomática y transformación social

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Pablo Cabrera Gaete
Por : Pablo Cabrera Gaete Abogado y consejero CEIUC
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El embajador Pablo Cabrera miembro del recién creado Comité Asesor de Política Exterior condensa en una reflexión el papel de la diplomacia en contextos de crisis y convulsión social, atizados por la pandemia del Covid-19. A partir de los desafíos que pone la Era Global de la Comunicación al Orden internacional que se estructura desde los prolegómenos del Tercer Milenio, se refiere a algunos aspectos que determinan el posicionamiento estratégico de Chile como país ribereño de la Cuenca del Pacífico, principalmente; un escenario de suyo cambiante y evolutivo que pone variados desafíos a la política exterior nacional.


Nada es fácil en el arte de la diplomacia a decir de algunos entendidos; de ahí que reflexionar sobre sobre su cometido en medio de una emergencia biosocial solo se justifica porque la legitimidad de su impronta mitiga cualquier aprensión respecto la pertinencia de realizarlo.

Los cuadros de crisis y convulsión social configuran escenarios propicios para su intervención, cuyo rol mediador ayuda a temperar ambientes de tensión avivados por el cruce de emociones e intereses contrapuestos que distorsionan muchas veces la realidad, quizás por la influencia desmedida de los intangibles en las apreciaciones de una sociedad muy líquida.

Por otra parte, se dimensiona como idónea en escenarios de tecnificación que interpelan de manera transversal, acicateando expectativas y cultivando frustraciones en cursos de interacción diversos y evolutivos. Su aporte se traduce en aplacar el impacto de las nuevas tecnologías en el andamiaje sistémico. En consecuencia, facilita asentar los cambios que se producen en el intervalo que media entre una época que muere y otra que nace. En suma, ensayar un análisis sobre la agenda temática de las relaciones internacionales es parte del debate sobre los desafíos de la Globalización, siendo el más trascendente el referido a la centralidad de la persona humana en la agenda.

Con ese marco como referencia, son muchas las aristas que atender para tener un diagnóstico sobre las distintas motivaciones que intentan abrirse paso e influenciar un sistema que muestra signos de agotamiento para lidiar con las contradicciones que se verifican en su seno. Así, se constata que quienes con más vehemencia señalan que el sistema no estaría a la altura para atender requerimientos en los ámbitos básicos del quehacer (salud, educación, seguridad) son los mismos que muchas veces interpelan a la institucionalidad cuando se sienten incapaces de lograr beneficios para sí solos.

Se trata de un aserto muy atinente para evaluar el afincamiento de la solidaridad en la ciudadanía y medir la extensión de la lealtad respecto de la responsabilidad colectiva en cuadros de crisis. Da pábulo para reflexionar acerca de por qué nunca se ha afianzado la idea de una sociedad que fomente la igualdad de oportunidades como prioridad.

El papa Pablo VI, en la conmemoración del XXV aniversario de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en 1970, señalaba: “ los progresos científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el crecimiento económico más prodigioso si no van acompañados de un auténtico progreso social y moral se vuelven en definitiva contra del hombre“.

Sus palabras resuenan premonitorias de cara a los eventos de convulsión social que vienen incubándose mucho antes de la pandemia en olas de secuencia disruptiva cargadas de descontento, frustración y violencia. Hace cincuenta años, el Papa denunciaba la necesidad de enfrentar la degradación moral con programas sociales orientados a los más pobres y los desplazados que sufrían por falta de agua y alimentos, principalmente. Ahora, cuando la humanidad ha cruzado el umbral del nuevo milenio, el panorama no presenta mucha variación a pesar de los esfuerzos, adelantos y programas para enfrentar males sociales de larga data.

La brega continúa ahora con la convicción de poder corregir deficiencias institucionales en un sistema muy desafiado por la mundialización y que se extiende a denominada «Era Global de la Comunicación», que despunta en los prolegómenos del Tercer Milenio, cuyos adelantos tecnológicos han ido develado vulnerabilidades sistémicas que impiden enfrentar convenientemente los retos que surgen de la digitalización. En consecuencia, la sociedad ha debido adecuarse a un mecanismo de relacionamiento que se impone sin regulación ni procedimiento, llegando al poco tiempo a consolidarse como un hito del cambio epocal, desafiando a instituciones que han visto disminuido su rol intermediario tradicional.

En efecto, para asumir el cuadro descrito en en plenitud, los entes relacionados deben explorar caminos alternativos para intentar superar definitivamente la anomalía de la desigualdad y neutralizar el desvanecimiento de la autoridad en el contexto emergente. La tarea debe abordarse, idealmente, inspirada en la égida del Desarrollo Sostenible piedra angular de la Cumbre de la Tierra (Rio de Janeiro 1992) y asistida por la democracia como concepto, ejercicio y derecho (Carta Democrática. Lima 2001) para validar una alicaída impronta gubernamental.

Así las cosas, asumir la virtualidad es una tarea demandante que requiere generar empatía entre gobierno y ciudadanía para dar un rostro confiable al curso transformador que no conoce de fronteras ni especificidades. Se ha configurado una cotidianidad de formato diferente con virtudes y defectos habituales aunque de distinta dimensión si de implementar las ansiadas correcciones al sistema se trata. Consecuentemente, concordar un marco regulatorio acorde con las pulsaciones de una sociedad sumida en una revolución cultural es un esfuerzo adicional.

Para su consecución, resulta oportuno adentrarse en lo más recóndito de la historia porque el aire de renovación se cuela a través de pequeñas rendijas. En otras palabras, significa hacer un ejercicio didáctico de acopio de información en un esquema que perfila una nueva manera de gobernar conforme el atlas mundial se digitalizó, acortando con ello las distancias y reduciendo las asimetrías que, en apreciación de un ciber ciudadano electro dependiente, acrecienta el sentido de transformación.

Desde esa perspectiva, asumiendo que la historia determina el cambio, ésta no parece suficiente para desentrañar las contradicciones de la Mundialización que impacta toda actividad. Existen otras pistas a transitar en la búsqueda de respuestas para abordar los nuevos problemas y los antiguos aún sin solución. La diplomacia es una de ellas, aportando un patrimonio intangible de ideas, experiencias e incluso disuasión para conducirse con seguridad de cara a los malestares sociales.

Ello resulta doblemente importante cuando la digitalización devela que la línea que separa lo doméstico de lo exótico es muy tenue, lo que, en los hechos, es una prueba contundente que posiciona las formas, atributos y metodología de la función diplomática como pertinentes para involucrarse en todo escenario sea local, regional o global. A su vez, el bagaje intelectual adquirido en un peregrinaje milenario favorece el diseño de programas que sintonicen con los adelantos tecnológicos y sean referente para mejorías al sistema.

Así, sus reconocidas prácticas la hacen idónea para compartir su interlocución privilegiada en temas sensibles, especialmente cuando la virtualidad afecta el comportamiento social y desafía la mediación de las instituciones tradicionales, llámense familia, academia, parlamento, iglesia. Por lo tanto, se legitima en un nuevo ciclo de la historia con capacidad para proyectarlo en paz y sin sobresaltos. En esa línea, la digitalización se transforma en estímulo para afinar estrategias y abordar los cambios estructurales, tomando en cuenta que su operatividad altera la conducta de los actores con sus respectivos hábitat y entornos.

Ahora bien, la dinámica del siglo XXI ha facilitado el reconocimiento de la opinión pública como protagonista del llamado “poder inteligente» que emerge a su amparo. Las redes y medios de comunicación social adquieren una visibilidad inusual como reproductores instantáneos de cualquier fenómeno, sin importar su origen, repercusión, recepción o irradiación, lo que las transforma en «armas de seducción masiva”.

Al mismo tiempo, una masa creciente de cibernautas embarcados en una competencia por ganar protagonismo, se adentra en un mar ignoto agitado por ondas emotivas que no respetan valores ni costumbres arraigadas en una comunidad que se desvanece con la emergencia de una nueva cultura de convivencia.

Se trata de una coyuntura de suyo provocadora para la diplomacia porque sus elementos constitutivos: mediación, comunicación y representación, no sintonizan con una realidad que reduce el contacto personal a una imagen de pantalla y el intercambio de información a un número de caracteres, todo en una secuencia donde la confidencialidad y secretismo -tan propios de su impronta- quedan confinados a la mínima expresión. Un cuadro que, ciertamente, amerita una reflexión sobre el valor de los intangibles en el diseño de las políticas comunicacionales, toda vez que el imaginario colectivo parece contentarse con un click al ordenador para satisfacer expectativas.

En consecuencia, cualquier análisis sobre el curso de la cotidianidad deberá incluir la “economía de la atención” como elemento consustancial, atendido que la inmediatez constituye su línea de flotación y la contabilización del tiempo es parte de su naturaleza; ambas pueden alimentar dudas y multiplicar desconfianzas mediante la difusión de frases vacías surgidas al fragor de un intercambio instantáneo por redes y alimentar posiciones antagónicas a todo evento solo con pretensiones de lograr visibilidad.

Desde esa perspectiva, se puede apreciar con nitidez cómo una comunidad arropada de valores y visiones compartidas hasta el término de la Guerra Fría, transita hacia una sociedad diversa, multifacética y liquida, donde la emoción muchas veces sobrepasa la necesaria racionalidad para amortiguar los embates de una mundialización que se enseñorea en la virtualidad.

Allí, una vez más, la función diplomática muestra versatilidad al enfatizar su ADN innovador que, en palabras fáciles, significa capacidad de asimilar desafíos multidimensionales asimilados desde la Inteligencia artificial, el Internet de las cosas, la Robótica y Big data, principalmente, para volcarlos como producto elaborado a quienes formulan políticas acordes con los tiempos. En ese contexto, el Estado Nación se refuerza su como actor principal que debe velar, simultáneamente, por su propia vigencia y la estabilidad al sistema, entregando insumos para una Gobernanza Global que endilgue las transformaciones por la senda del progreso, la democracia y la paz social. No es una tarea fácil como tampoco es utopía atender las necesidades del “hombre integral”, cuya impronta incluye temas que también convergen a la diplomacia, tales como cambio climático, ciencia y tecnología, medio ambiente, migraciones, salud pública, desastres naturales, terrorismo, narcotráfico, etc. De ahí que la sapiencia, creatividad, paciencia, serenidad y sentido de perspectiva, sean algunas de las cualidades que debe adornar toda gestión moderna para involucrarse, analítica y razonadamente, en la configuración de un nuevo ordenamiento global.

Con este marco como referencia, es propio recordar que cuando el proceso de cambio parecía acercarse a un aterrizaje suave todo se congeló abruptamente con la inesperada y repentina irrupción de un enemigo invisible: l@Covid19 que, paradojalmente, para enfrentarla como pandemia, requiere de la cooperación para combatir un virus contagioso de acción rápida que sin rostro ni relato ha penetrado sin excepción y límite al cuerpo social, provocando una crisis sanitaria, social y económica a nivel planetario.

A pesar de confianza que tenía la ciudadanía en la existencia de una institucionalidad vigorosa para enfrentar las amenazas, el sistema no respondió sino, al contrario, mostró carencias de cara a una crisis que comprende a la humanidad entera. Ha sido un golpe demoledor del que cabe aún reponerse con la asesoría de la medicina, la ciencia y otras disciplinas otrora impensadas a los efectos que, junto a la diplomacia en su expresión más noble, suman condiciones para neutralizar el efecto devastador de l@Covid19 o, al menos controlar daños o reducir consecuencias negativas.

Por cierto, todas avaladas en sus conocimientos específicos están en condiciones de explorar corrientes de pensamiento que ayuden a predecir el cuadro post pandemia, como la biopolítica por ejemplo. También, se podrá investigar a partir de la mirada de los jóvenes, quienes sienten de manera más significativa y directa el cambio tecnológico, para ayudar a otras generaciones a asimilar una realidad diferente que permite adentrarse en mundos desconocidos. Se dimensiona como un experimento válido para dilucidar uno de los dilemas más recurrentes de las crisis: cómo conciliar percepción y realidad en un cuadro acicateado por la virtualidad.

La respuesta pasa por las universidades y también la filosofía política como recurso de fuste para momentos de transición existencial, confusión, miedo, pánico o paranoia. Ayudan a ubicar los parámetros de la reflexión o emprendimiento en cimientos sólidos reforzados con probadas razones en pro de nobles objetivos. Por lo tanto, recurrir a la ayuda de la ciencia, que pone el conocimiento y de otras disciplinas no es algo extraordinario, tampoco para la diplomacia que, en todo caso, no puede descuidar la política que -por antonomasia- implementa las acciones, estrategias y procedimientos.

En ese orden de ideas, se asume que el nuevo ordenamiento global requiere de narrativa sustentada en la solidaridad, el sentido humano de la ecología y un reconocimiento explícito a la otredad; todo como imperativo de comportamiento al cual la diplomacia no puede restarse. En efecto, conocer la macro historia con complejidades no capacita suficientemente para escudriñar los entresijos del mundo, dado que la mirada lineal de los acontecimientos ha perdido vigencia con lo virtual. Por ende, la política exterior de los estados debe incorporar «la tercera dimensión» al pañol de la diplomacia. Con ello, un análisis certero del panorama global reclama de quien lo ensaya la utilización de los nuevos elementos que la «Era Global de la Comunicación» ha puesto a disposición, en beneficio de desarrollar habilidades y ahondar en un conocimiento más vasto de de otras culturas y realidades.

Puestas así las cosas, resulta oportuno reflexionar sobre el posicionamiento estratégico de Chile en el nuevo escenario global, a partir de las fortalezas a acentuar y las debilidades a neutralizar.

A efecto de ordenar el cuadro más allá de los adelantos tecnológicos y el impacto de la digitalización, cabe mirar primero dos acontecimientos claves que marcan la transformación del panorama global desde el término de la Guerra Fría: a) el proyecto del nuevo siglo americano; b)la emergencia de China como actor global. Ambos con sus propias particularidades se sitúan en una consabida y antigua afirmación referida al desplazamiento del centro de gravedad de la economía global desde América del Norte hacia el Asia Oriental; ahora con con el agregado que “China y Estados Unidos más que estados nación son considerados expresiones continentales con entidad cultural, ideas de universalidad, logros económicos y políticos, amén de energía y auto confianza de sus pueblos” (Henry Kissinger. Alemania 1923).

En ese contexto, la participación de Chile en la Cuenca Pacífico se asocia a los dos aunque con distintos motivos e intensidad. Se trata de un contexto geopolítico válido para ponderar la inserción del país en una Globalización que ha alcanzado dimensión 4.0 según el Foro Económico Mundial. Sobresale que su política exterior de cara a contexto tan especial para el interés nacional, no haya sido alterada en los principios y el compromiso con el ordenamiento internacional estructurado con los cánones de la cultura occidental permanezca intacto.

En su ámbito ha desarrollado una acción diplomática independiente, unitaria y coherente, tal como lo hecho hacia otras latitudes. El área en cuestión se ha dimensionado en términos tales que a su órbita concurren las 2/3 partes de la población y del producto mundial; por ende, cabe que la diplomacia nacional se adecúe en línea con los avances del siglo XXI, apoyándose en el poder blando (soft power) y enfatizando la calidad tridimesional del territorio nacional con el agregado de ribereño al Océano Pacífico; un espacio que ahora se exhibe como una carretera electrónica de alta velocidad que – a escala biosférica- conecta a Chile con una agenda de alto contenido.

En consecuencia, los desafíos geoestratégicos deben abordarse con una sofisticada liturgia de cooperación porque no es lo mismo ser protagonista en un emprendimiento que asociarse o acompañar una iniciativa, más si se trata de un ámbito al cual concurren economías importantes y la mayoría de los países desarrollados del planeta. En consecuencia, es un teatro privilegiado para perfilar su impronta de interlocutor abonado a los grandes temas que, avalado en una historia de participación activa en las lides de la política internacional, enfatiza la promoción de la democracia y el apego a los Derechos Humanos, como inspiradores de una acción diplomática de dimensión social, que incluye una condena al racismo y cualquier tipo de discriminación.

A la luz de la realidad actual, debería sumar a su sello internacional el imperativo de mostrar «solidaridad preferencial por los más vulnerables, sin recurrir a moralismos retóricos o dialécticos, ideologías de confrontación y violencia». En otras palabras, impulsar una agenda moderna sostenida en conceptos de significación que, idealmente, hayan calado en los circuitos mundiales.

A modo de ejemplo, cito aquella frase de Pablo VI : “el desarrollo y la paz son la misma cosa» cuya permanencia en el tiempo resulta apropiada para destacar la impronta humanista de la política exterior nacional. Por su parte, el capital de la cultura puede servir de estímulo para emular lo que en algún momento hicieron los europeos de unirse tras un objetivo común. Al respecto, resulta oportuno recordar, de tanto en tanto, que la diplomacia nacional ha jugado un rol trascendental en el posicionamiento del país en distintas instancias multilaterales, partiendo por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como miembro fundador.

Ahora, en pleno siglo XXI, cuando queda en evidencia la necesidad de ajustar la institucionalidad internacional, sobresalen sus condiciones para generar un giro estratégico cuando el Multilateralismo se ve congelado por razones diferentes que incluyen la concurrencia de intentos de nueva globalización y esbozos preocupantes de nacionalismo. Chile, como promotor de un Multilateralismo solidario, ha recogido lo anterior como una mala noticia y debe buscar la fórmula para mover el status quo, aportando con su política exterior en la consecución de un «nuevo Renacimiento» que conlleva la idea configurar una suerte de cluster que aglutine las capacidades del poder blando, para actuar en beneficio de restaurar la autoridad de las organizaciones multilaterales, pensando en el «desarrollo integral» como una buena llave al efecto.

En consecuencia, diseñar estrategias globales post pandemia, implica recuperar temáticas de la agenda que están en hibernación. A partir de allí buscar corregir la metodología de trabajo, profundizando en estudios históricos, reflexiones filosóficas y aspectos de las ciencias sociales y de la economía. Implica tomar riesgos con el fin de aportar a la agenda y enriquecer la propia visión de la realidad.

Del cuadro relatado se pueden sacar algunas conclusiones que animen las prácticas de las Cancillerías o las inspiren. De partida se puede constatar que estaría tomando forma lo que Adam Smith vaticinó hace más de dos siglos en «La riqueza de las naciones», en el sentido se llegaría a un equilibrio del poder entre Occidente conquistador y el resto del mundo conquistado.

Al respecto, cabría impulsar una lectura hermenéutica de la historia, políticas y fenómenos de Europa, Estados Unidos y China, para descifrar códigos que se entrelazan en un mundo cada vez menos clasificable (ahora atizado por la pandemia y el post) cuyo curso redefinirá la vida de todos. Al efecto, expandir la mirada y extender las aproximaciones es parte de la normalidad porque cuando se vive a escala 4.0 cabe asumir un sistema internacional dinámico y no estático que ha sido la tónica en esta parte del mundo. En efecto, el primero considera que así como las cosas se construyen se desconstruyen (no destruyen) usando los mismos procedimientos en ambas direcciones. Desde ahí se comprende mejor el concepto de «liquidez» que desarrolla Zygmunt Bauman (Polonia, 1925) que, para el caso de la modernidad, lo pone como el estado actual de la sociedad contemporánea: «una figura de cambio constante y transitoriedad». Así, por ejemplo, ante la pregunta que merodea recurrentemente referida a cómo mantenerse neutral ante las disputas entre los Estados Unidos y China, se puede responder: «con una firme y habilidosa diplomacia».

Una afirmación que sintoniza con el esqueleto de esta reflexión acerca del valor de la diplomacia y su capacidad para zafarse de las presiones que recibe e incluso intentan ahogarla o desacreditarla porque su rigor es que actúa a partir de incertidumbres, a diferencia de otras disciplinas afines que operan desde la certidumbre o de teatros alternativos. Ello no significa que para seguir respirando tenga el camino a disposición libre de obstáculos, asperezas o confrontación. Quizás en lo sustancial debe mantener un perfil apropiado al rol que pueda cumplir en la agenda global.

A modo ilustrativo sobre el aserto anterior, si bien Chile no se mantiene ajeno al debate de cara sobre “la iluminación de la cara obscura de la luna” referente metafórico que grafica la participación de China en el escenario como potencia emergente, resulta motivante alentarlo porque pone de relieve la ubicación geoestratégica de Chile que, en términos virtuales, significa ser vecino de esa nación oriental al compartir riberas en la misma cuenca del Mar Pacífico; también lo pone en interacción directa con una cultura de tradición milenaria, la cual puede, ciertamente, enriquecer su impronta.

Cualquier análisis sobre el posicionamiento de Chile en el escenario mundial debe partir de la base que se trata de un país latinoamericano considerado de pequeño en términos territoriales americanos y grande en comparación con la mayoría de los estados europeos; para efectos de visibilidad en el mapa geopolítico puede calificarse de porte medio con una economía pequeña en expansión y aproximadamente 19 millones de habitantes. Como agregado «sus majestuosas montañas y la calidad de su gente actúan como el fuelle de una acordeón para enfatizar o disminuir aspectos de su impronta» (Gabriela Mistral. Chile 1889).

A la cuadra de la segunda década del Tercer Milenio, se puede confirmar que lo tridimensional de su territorio es la fortaleza más evidente con que cuenta, no solamente por lo que acoge la tierra, el mar y el aire, sino por la proyección estratégica que le otorga también la Antártica y el Espacio Exterior, además de sus mares e islas adyacentes. En ese contexto, es propio dimensionar que a su territorio convergen todas las aristas del Cambio Climático, dimensionándose en consecuencia en el ámbito de la agenda global.

Todos estos insumos le otorgan a Chile credenciales más allá del ámbito de las relaciones exteriores, aunque quepa reiterar que la diplomacia es la articuladora natural del poder blando que proyecta el país hacia todas las latitudes. En la Era Global de la Comunicación existe una proliferación de actores no estatales que interactúan de forma instantánea, directa y horizontal través de redes modernas de comunicación influyendo la gestión y características de la diplomacia e incorporándose incluso a las áreas tradicionales y exclusivas cubiertas por la Cancillería junto a aquéllos que la opinión pública percibe cercanos a su quehacer ya citados más arriba.

Este camino de dos vías que legitima a la diplomacia frente a la ciudadanía no quita que la digitalización haya ampliado el horizonte, cobertura y tratamiento de materias otrora circunscritas al ámbito exclusivo del Estado. Así las cosas, la diplomacia nacional debe «desempolvarse» y salir a las periferias geográficas y existenciales para compartir con el dolor, la indiferencia y las injusticias e involucrarse más de lleno en la sociedad, ayudando a «romper la lógica del individualismo y la dialéctica de las descalificaciones y enfrentamientos» que nos invade, transformándose en un desafío ético que cabe abordar con prudencia y sin alarma.

Como colorario de esta reflexión, se puede reiterar también que la adaptación de la Cancillería a la cultura científico técnica que predomina en el mundo y se posa sobre la novel arquitectura institucional del siglo XXI, debe considerar como arquetipo el concepto caratulado como Tecnosfera, espacio que combina naturaleza y humanidad donde se juega el futuro del planeta. Se trata de un referente importante para cualquier emprendimiento de política exterior en el siglo XXI.

Lamentablemente, todo proyecto englobado en I+D (Innovación y Desarrollo)cuenta con recursos escasos, en lógica secuencia con el exiguo presupuesto general que los canales democráticos correspondientes ponen a disposición anualmente del Ministerio de Relaciones Exteriores para desarrollar su misión.

En consecuencia, el desafío más importante para su ejecución consiste en combinar el cuerpo del programa con los fondos de que dispone y que representan un porcentaje muy bajo del presupuesto total de la nación; alcanza al 0.5 % aprox. incluido las cuotas a los OO.II. De ahí que, en sintonía con las transformaciones que el mundo experimenta y los anhelos de posicionamiento del país en la esfera mundial, se requiere de algunas tarea que se resumen en: i) hacer una actualización de la infraestructura física y financiera de la Cancillería; b) análisis exhaustivo del capital humano disponible; c) diagnóstico acotado del escenario que acoge el despliegue diplomático acompañado con la fijación del mensaje a trasmitir. En consecuencia, considerando principalmente el reordenamiento que ha traído consigo la Era Global de la Comunicación, hace que el debate que ha surgido sobre ajustes en la representación chilena en el exterior, más allá de las sensibilidades, reparos o errores, resulta artificial conforme es posible colegir que las transformaciones necesarias a implementarse en la Cancillería serían parte de una noticia en desarrollo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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