El punto en que estamos es consecuencia de haber seguido la errónea estrategia Mañalich y sus confinamientos en zigzag, manejo de opinión pública, primero, para retardar ideológicamente la llegada de gente a los centros médicos y dar la apariencia de éxito y, luego, su política de «nueva normalidad», un regalo demasiado caro a las ansias presidenciales de buenas noticias. El tema hace rato que trascendió el sector salud y demanda una nueva arquitectura de gestión gubernamental.
La clave sobre el curso de la pandemia está en las cortas frases de Jaime Mañalich dichas en La Moneda, inmediatamente después de su salida del Ministerio de Salud: “Finalmente hemos llegado al punto más duro de la pandemia”. Y agregó: “Yo predigo, me atrevo a decir, que en las próximas semanas vamos a tener un estrés mayor.”
Lo que se puede apreciar de todos los datos disponibles es que el sistema nacional de salud finalmente está copado en su capacidad de atención a la pandemia, y que existe el riesgo real de que el país empiece a experimentar muertes de gente en las calles. De hecho, la diferencia entre muertos contagiados y muertos posibles contagiados, que es de más de 2 mil personas, puede deberse en su mayoría a gente no atendida o registrada en los centros asistenciales.
Para evitar el contagio, que ya es masivo, existe una solución radical y que es un lockdown, es decir, un cierre total en Santiago y Valparaíso y en las principales ciudades del norte y sur del país. Eso pareciera haber dicho entre líneas Jaime Mañalich, hasta ese momento el ciudadano mejor informado de lo que ocurre con la pandemia.
Un cierre total significa, al menos, 30 días de paralización de toda actividad, es decir, dos ciclos de cuarentena de 14 días de la enfermedad, además de un conjunto de drásticas medidas que exceden las competencias de Salud. Ello, obligaría a enfocar la situación como una crisis masiva, para poder tomar el control como una emergencia grave de carácter nacional.
[cita tipo=»destaque»]A Jaime Mañalich le gustaba hablar de guerra y, luego de llevar al país a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo frente al coronavirus, buscando una inmunidad de rebaño, se va justo cuando tenía que poner el pecho e ir al choque. Casi parece deserción, porque ya no hay tiempo para seminarios cotidianos. La realidad pura y dura obliga a una presión hacia arriba, hacia Hacienda, a leyes con sentido, hacia un Presidente errático al que solo le interesan las buenas noticias. El estilo participativo de Paris es respetable y agradable incluso. Pero en su primer día quedó en claro que no tiene programa de urgencia, que Mañalich y su estrategia dejaron el campo lleno de minas de contaminación y eso significa letalidad a corto plazo. Como diría un personaje, el resto es música.[/cita]
Implicaría, adicionalmente, al menos algunas medidas como las siguientes:
-Primero, paralizar todo el transporte público, las fábricas y los grandes centros comerciales y limitar al máximo la circulación de vehículos privados en toda la ciudad.
-Segundo, poner dinero directo en el bolsillo de las personas para que puedan adquirir lo esencial para mantener su confinamiento.
-Tercero, asegurar para lo anterior el funcionamiento de una logística esencial de transporte de comestibles para las redes barriales de venta de alimentos (almacenes de barrio), que permiten desplazamientos muy cortos y redes al alcance de la mano de los vecinos, pero suspensión de ferias libres. En los almacenes de barrio está la red de cajas vecinas de BancoEstado.
-Cuarto, un confinamiento estricto de todas las personas durante los 30 días, garantizado por las Fuerzas de Orden y Seguridad, bajo criterio de Estado de Catástrofe Nacional.
-Quinto, administración centralizada pero a nivel regional de los recursos de salud, centros hospitalarios, farmacias y dispensarios de medicamentos. Esto, que puede parecer excesivo, es lo que se hizo en otras partes para contener las tasas de contagio al alza como la que experimenta el país.
El punto en que estamos es consecuencia de haber seguido la errónea estrategia Mañalich y sus confinamientos en zigzag, manejo de opinión pública, primero, para retardar ideológicamente la llegada de gente a los centros médicos y dar la apariencia de éxito y, luego, su política de «nueva normalidad», un regalo demasiado caro a las ansias presidenciales de buenas noticias.
El tema hace rato que trascendió el sector salud y demanda una nueva arquitectura de gestión gubernamental. Salud es la cabeza visible, pero el tema hoy pasa por Hacienda, Economía y la Segpres, que, junto con el Presidente, harían la quina de Gobierno real. Relaciones Exteriores, Defensa e Interior son solo coadyuvantes del manejo.
Pero ninguno realmente da el ancho, empezando por la Presidencia de la República. El carácter fragmentario y errático de hacer política de La Moneda, prácticamente lo impide. Pese a que vienen de los mismos círculos y equipos, se demoraron casi 48 horas en sacar del directorio de la Clínica Las Condes al nuevo ministro de Salud, Enrique Paris, mismo al que antes perteneció Jaime Mañalich, quien posiblemente se reincorpore allí.
El problema es que tampoco existe una oposición capaz de presionar un rumbo de país. Descubrir que es importante dialogar y ponerse de acuerdo, parece una tomadura de pelo a la gente. Y su realmente detestable búsqueda de subterfugios para hacer sillas musicales políticas o pechar por la reelección eterna, es francamente incomprensible. El acuerdo financiero suscrito con el Gobierno está fuera de marco sobre las perspectivas que tiene el país, porque no alcanza para paralizar lo que debe parar a nivel nacional para que no sigan los contagios. El ministro Ignacio Briones, es un as comunicando cosas que no van a pasar; y la oposición, ciega sobre la realidad nacional.
Casi todo el mundo político coincidió en que Mañalich era insostenible en el Ministerio de Salud. Pero un mínimo de sentido común señala que no se cambia a un general en medio de una batalla, porque es una señal confusa y paraliza. Menos aún, si previamente tuvo como entrada una gotera de cambios ministeriales intrascendentes y enroques de incompetencia que a nadie importan.
Lo de Mañalich –ya página de ayer– solo importa porque diluye la capacidad política del Minsal de hacerse responsable realmente de lo que pasa o pasará. En términos reales, también se debilitó la interlocución política de ese ministerio con La Moneda sobre la pandemia, porque cambió el foco de necesidades a amabilidades. El nuevo ministro Paris es del mismo equipo de la Clínica Las Condes, está obligado a continuidad y tiene la intención de trabajar en paneles de debate. Entonces, va a aplanar, en el momento más crítico, a los que venían criticando. A menos que convenza a Piñera y Briones para que suelten la plata.
A Jaime Mañalich le gustaba hablar de guerra y, luego de llevar al país a un enfrentamiento cuerpo a cuerpo frente al coronavirus, buscando una inmunidad de rebaño, se va justo cuando tenía que poner el pecho e ir al choque. Casi parece deserción, porque ya no hay tiempo para seminarios cotidianos. La realidad pura y dura obliga a una presión hacia arriba, hacia Hacienda, a leyes con sentido, hacia un Presidente errático al que solo le interesan las buenas noticias.
El estilo participativo de Paris es respetable y agradable incluso. Pero en su primer día quedó en claro que no tiene programa de urgencia, que Mañalich y su estrategia dejaron el campo lleno de minas de contaminación y eso significa letalidad a corto plazo. Como diría un personaje, el resto es música.