La pandemia no es culpa de ningún Gobierno, las catástrofes sí. No solo lloremos por los muertos en pandemia, lloremos por no haber podido impedir el desastre. La oportunidad será el plebiscito de octubre. Convendría, entonces, evitar que se busque alzar la pandemia como parte de una nueva estrategia para neutralizar el debate constitucional.
El Gobierno chileno parece haber diseñado una estrategia de círculos concéntricos, en la medida que caen las defensas de un anillo, se retira para reiniciar la resistencia desde el siguiente. Dos preguntas parecen obvias entonces: ¿hasta cuándo puede retroceder?; y ¿qué está defendiendo?
Para responder lo primero se debe considerar el comportamiento típico del liderazgo gubernamental, vale decir, ocultar las falencias del Presidente y de su gestión. De allí que la defensa durará tanto como existan medios sacrificables, fusibles políticos por quemar –es decir, cualquiera que no sea el Primer Mandatario– o daño colateral posible de aceptar. En su retirada defensiva, el Presidente de Chile acepta como costo una política de tierra arrasada. De allí que la defensa se mantendrá mientras quede algo o alguien por sacrificar.
Respecto de la segunda pregunta, la clave se encuentra en la percepción que el sector político y social que sostiene al Gobierno, tiene respecto de esta o de cualquier otra crisis importante. De tal manera, lo que se está defendiendo es la “naturaleza de las cosas”. Ceder en el manejo centralizado de una crisis, compartir responsabilidades, es sinónimo de pérdida de poder, y no puede perder poder quien o quienes conforman el sector que representa el orden, la estabilidad, el “buen gobierno”.
Las consideraciones sobre modificar el estricto y ortodoxo tramado económico, en atención a la existencia de una crisis (otra más) a cada momento más inmanejable, se deben rechazar del todo, en este caso, por dos razones fundamentales. Primero, no se modifica la estructura de la realidad, tal es la concepción que el fanatismo ideológico del sector ha llegado a conformar y, en segundo término –lejos ya de cuestiones sacramentales–, porque cada ladrillo del edificio económico chileno es parte fundamental de la estructura de intereses del grupo dominante.
En suma, el Presidente y su entorno defenderán a cualquier costo el concepto estratégico que ha caracterizado su gestión durante la pandemia. Básicamente porque son lo mismo, materia que nos recuerdan varios funcionarios gubernamentales con su interminable mantra “… por orden de su excelencia el Presidente de la República don Sebastián Piñera Echenique”, son exactamente lo mismo, pues en un diseño tan centralizado no tiene sentido pensar en la existencia de otra voluntad al mando, en otro eje de responsabilidad. Mantendrán además una defensa irreductible, dado que han sido ungidos como los defensores del santo grial de los intereses del grupo social, político y económico que bregó por instalarlos en el sitial que hoy ostentan.
La pandemia no es culpa de ningún Gobierno, las catástrofes sí. Atribuciones tenía y tiene el Gobierno, pero carece de humildad. El acuerdo nacional solo traduce su desesperación, buscando traspasar responsabilidades a cualquier costo. Pero la crisis tiene nombre y apellido.
No solo lloremos por los muertos en pandemia, lloremos por nosotros, por la domesticación de que somos objeto, por no haber podido impedir el desastre. La oportunidad será el plebiscito de octubre. Convendría, entonces, evitar que los responsables de hoy logren alzar la pandemia como parte de una nueva estrategia para neutralizar el debate constitucional.