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El Chile pospandemia y el buen vivir Opinión

El Chile pospandemia y el buen vivir

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Diego Ancalao Gavilán
Por : Diego Ancalao Gavilán Profesor, politico y dirigente Mapuche
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Las instituciones globales que hasta ahora han sido la punta de lanza del neoliberalismo han cambiado al discurso desarrollista. Supongo que la conclusión a la que han llegado es que el modelo de explotación humana y del planeta ya no sirve para seguir acumulando riqueza y han resuelto renunciar a ciertos privilegios antes que poner en cuestión todo el sistema. Esto es importante, porque Chile es conocido como un ejemplo del neoliberalismo radical aplicado. Se necesita construir un nuevo país bajo la firme convicción de fortalecer el peso del Estado en la economía, los servicios públicos, los impuestos y su rol redistribuidor.


Hace pocos días, Gonzalo Edwards, decano de la Facultad de Economía y Negocios de la Universidad San Sebastián, emitió una oración para esculpirla en bronce: “La gente se endeuda no porque las endeuden, sino porque ellos se endeudan. El gran responsable de endeudarse por encima de lo que pueden pagar son los adultos mayores de 18 años”.

He aquí una demostración tanto explícita como impúdica de una “elite” clasista, arribista y con complejos de aristócratas de la «buena cristiandad», que se niega a reconocer un Chile exageradamente desigual. ¿Cómo es posible establecer un diálogo basado en una comprensión básica, cuando quienes gozan de todos los privilegios no son capaces de ponerse en los zapatos de quienes solo han conocido privaciones, discriminación, pobreza y las más variadas dificultades para sobrevivir?

Esta pandemia se vive muy distinto en las calles oscuras de Bajos de Mena, de Alto Hospicio o de Purén, que desde las alturas de La Dehesa, donde resulta imposible siquiera imaginar la cuarentena de una familia numerosa en 40 metros cuadrados de desesperanza.

No estoy llamando al odio de clases ni a la estigmatización simplista de los que manejan el poder, sino a potenciar el nuevo sentimiento de cohesión nacional que ha nacido a raíz de la gran protesta social que, en primer lugar, exige una mayor dignidad, justicia redistributiva, una democracia deliberativa y un acuerdo sobre el Kume Mongen («Buen vivir») que soñamos.

[cita tipo=»destaque»]Todo indica que se está generando cierto movimiento técnico que favorece cambios paradigmáticos en los modelos de desarrollo, lo que hace tomar fuerza a la idea del «Buen Vivir» y su despliegue desde la política. Parece que cada vez hay más consciencia de la importancia de entendernos como interdependientes. Es probable que COVID-19 esté ayudando en eso, sembrando una semilla que va poco a poco germinando, haciendo que lo que antes era impensable acabe siendo inevitable. ¿Cuál es nuestro principal problema en Chile? Pues uno muy evidente y es que no existen liderazgos capaces de asumir este desafío y tomar las medidas que son necesarias. Por el contrario, en estos días el instinto de supervivencia invade a la clase política completa, que busca con desesperación una especie de respirador artificial que prolongue su agonía.[/cita]

Pues bien, las desmesuradas desigualdades del país requieren inicialmente de un cambio de visión y de actitud. No es posible, por ejemplo, que el Banco BICE –presidido por Bernardo Matte Larrain– otorgue generosos y expeditos créditos de consumo a los deudores de un crédito hipotecario, con el fin de obligarlos a sobreendeudarse en el momento más álgido de una crisis humanitaria. Son estas prácticas las que demuelen la reputación de empresarios que, incluso hoy, ven una “oportunidad de negocios” en el sufrimiento humano.

En efecto, hay un sector financiero al que se le da muy bien su obsesión por la rentabilidad e, incluso, por apropiarse de las vidas de las personas, si es necesario. El Premio Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, indica que “la mayor parte de las ganancias se produce de lo que se quita en la base de la pirámide económica. Miles de millones conseguidos gracias a los malos usos de las tarjetas de crédito y los préstamos abusivos y discriminatorios, son los que hacen a los ricos cada vez más ricos”.

Y como vemos, la política monetaria del Gobierno está más orientada en restablecer los precios en el mercado de valores, rescatar grandes empresas como LATAM, comprar canastas familiares por miles de millones al multimillonario Paulmann (Cencosud) y oponerse al impuesto a los super ricos, que en conceder préstamos a las pequeñas y medianas empresas que benefician a los ciudadanos medios al crear empleo.

Este concubinato entre la política y los negocios, que prioriza el lucro por sobre la dignidad de las personas, es el que está cuestionando al sistema capitalista en todo el mundo y a todos sus defensores fundamentalistas. Ante este escenario, el Presidente Sebastián Piñera persevera en el error, tratando de mantener los privilegios para el grupo al que él pertenece, es decir, el 0.1% de Chile.

Esa conducción mezquina del país y la pobreza generalizada que vivirá en la pospandemia, será consecuencia de una decisión política que el Gobierno y la oposición están tomando en este minuto. Muy contraria a las medidas que muchos países están implementando para enfrentar la crisis. El mismo FMI ha felicitado públicamente al gobierno español por la iniciativa del “Ingreso Mínimo Vital”, lo que hace aparecer a Pedro Sánchez casi como un socialista de verdad, a diferencia de Chile, que mantiene su férrea disciplina neoliberal.

De hecho, las instituciones globales que hasta ahora han sido la punta de lanza del neoliberalismo han cambiado al discurso desarrollista. Supongo que la conclusión a la que han llegado es que el modelo de explotación humana y del planeta ya no sirve para seguir acumulando riqueza y han resuelto renunciar a ciertos privilegios antes que poner en cuestión todo el sistema, que les ha dado tan buenos dividendos. Esto es importante, porque Chile es conocido como un ejemplo del neoliberalismo radical aplicado.

Así, el editorial del Financial Times del 4 de abril señala: “Las reformas radicales, que invierten la dirección política prevaleciente de las últimas cuatro décadas, tendrán que ponerse sobre la mesa. Los gobiernos tendrán que aceptar un papel más activo en la economía. Deben ver los servicios públicos como inversiones en lugar de pasivos, y buscar formas de hacer que los mercados laborales sean menos inseguros. La redistribución volverá a estar en la agenda; los privilegios de los ancianos y ricos en cuestión. Las políticas hasta hace poco consideradas excéntricas, como los impuestos básicos sobre la renta y el patrimonio, tendrán que estar en la mezcla”.

El pasado 3 de junio, el presidente del Foro Económico Mundial presentó un programa en el que solicita que se “resetee el capitalismo”. Sí, increíble pero cierto. De hecho, esta entidad se encuentra en una campaña de promoción de un nuevo inicio y un nuevo contrato social que ponga en el centro la dignidad humana.

Todo indica que se está generando cierto movimiento técnico que favorece cambios paradigmáticos en los modelos de desarrollo, lo que hace tomar fuerza a la idea del «Buen Vivir» y su despliegue desde la política. Parece que cada vez hay más consciencia de la importancia de entendernos como interdependientes. Es probable que COVID-19 esté ayudando en eso, sembrando una semilla que va poco a poco germinando, haciendo que lo que antes era impensable acabe siendo inevitable. ¿Cuál es nuestro principal problema en Chile? Pues uno muy evidente y es que no existen liderazgos capaces de asumir este desafío y tomar las medidas que son necesarias. Por el contrario, en estos días el instinto de supervivencia invade a la clase política completa, que busca con desesperación una especie de respirador artificial que prolongue su agonía.

Lo que se persigue es un acuerdo Gobierno-oposición a través de pactos específicos que permitan imponer la fuerza pública y, mediante la inteligencia militar y política, identificar a posibles terroristas en juntas de vecinos, comunidades mapuche y entre las dueñas de casa, que puedan portar una peligrosa sartén como arma de destrucción masiva.

Lo que se necesita es construir un nuevo Chile bajo la firme convicción de fortalecer el peso del Estado en la economía, los servicios públicos, los impuestos y su rol redistribuidor. No nos detendremos a pensar en qué pasará con esos políticos de “oposición“ y de Gobierno que defienden el dogma neoliberal.

Esa visión basada en la esperanza de un futuro mejor, a nuestros ancestros les permitió vencer al imperio español y liberar a nuestro pueblo bajo el liderazgo de Pelantaro de Purén Indómito y hoy, en que nuestros pueblos han caído nuevamente en la oscuridad producto de una democracia corrupta, de una avaricia desmedida y una ambición inhumana, ese llamado ancestral resuena con fuerza Inche Kay Che, el hombre prevalece, amulepe tañi weichan Kume Monguen com pu che wewaiñ (vamos a luchar por un buen vivir para todos).

Lo que está claro, es que no podemos seguir esperando.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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