Las premisas del neoliberalismo de Friedman asumidas por sus seguidores chilenos, dieron lugar, en suelo nacional, a la instalación de una ideología radical, que actúa como barrera comprensiva o hermenéutica en la derecha. Un pensamiento así de abstracto es capaz de operar en contextos controlados. Fue ciertamente eficaz, imponiendo desde arriba un nuevo sistema económico. También sus ideas permitieron ordenar a la derecha, cuando ese sector estuvo en la oposición (con ideas abstractas es fácil saber cuándo decir que no). En cambio, la ideología economicista ha sido manifiestamente inapta para la tarea de gobernar en un contexto democrático, para interpretar la sociedad y sus procesos más hondos, para comprender la situación y darle cauce y expresión política.
Derecha histórica, derecha “Chicago-gremialista”
Con la dictadura se instaló en Chile una derecha radical. Ella introdujo una ruptura no sólo con la historia del país, sino con la del sector. En la historia larga consta, en cambio, una derecha propiamente política, con mayor consciencia que el florecimiento nacional, incluso el económico, depende de contar con un orden político legítimo o reconocido.
Sin saber mucho de economía, Diego Portales, Andrés Bello, Prieto, Bulnes, Manuel Montt, lograron ir diseñando un orden institucional que logró reconocimiento. Pueden criticarse ciertamente sus notas autocráticas. Pero también es cierto que no había entonces un pueblo en el sentido de una nación consciente de su unidad histórica y política ni de su poder de agencia, y que fue, precisamente, ese orden institucional el que posibilitó también un desarrollo cultural sostenido y la conformación de un pueblo político. Más aún, ese orden político asentado establemente permitió un despliegue en diversos ámbitos, así como un desarrollo económico de largo aliento, que sólo se atenúa con la crisis del orden político concebido por aquellas cabezas: con la guerra civil de 1891 y la oligarquía parlamentaria (Rolf Lüders ha constatado en un estudio de los años 90 que 1830-1900 es el período más largo de crecimiento de la economía y que en esas largas décadas, Chile creció más que el promedio de los países que luego serían desarrollados).
[cita tipo=»destaque»]La comprensión política se ve afectada severamente cuando ella se somete a concepciones abstractas y estrechas. Entonces se pierde consciencia sobre el significado de lo concreto y el dinamismo del fenómeno. En este sentido, puede decirse que la versión individualista y economicista de la derecha de Guerra Fría, aunque instalada en sedimentaciones que aún perduran, tenderá probablemente a ir dejando el lugar de predominio que tuvo antaño. En la actualidad, sin embargo, ella sigue operando, y lo hace como una barrera a las labores de comprensión requeridas por la situación actual. Su peculiar credo impide, por abstracto, enfrentar el contexto de cambio epocal en el que nos hallamos. En la acumulación de crisis, cuando se requieren y con urgencia, planteamientos y actitudes conductoras, capaces de darle dirección al proceso político bajo condiciones apremiantes, es la otra, la centroderecha histórica y política -cuya presencia ha sido opacada por la hegemonía neoliberal, pero cuyo resurgimiento se constata con fuerza desde hace al menos un lustro- la que parece estar mejor dotada para llevar adelante una comprensión pertinente de la situación.[/cita]
Al momento de la llamada «crisis del centenario», fueron, otra vez, mentes conscientes de la tarea hermenéutico-política, las que lograron diagnosticarla como una tensión acentuada entre el polo más concreto del pueblo en su territorio y, una institucionalidad incapaz de brindarle expresión articulada y legítima. Darío Salas, Francisco Antonio Encina, Tancredo Pinochet, Alberto Edwards, Luis Galdames son parte de la primera generación de ensayistas que vieron con claridad este problema comprensivo y proponer vías institucionales de salida para la profunda crisis.
A diferencia de la primacía de la política que reconocía la derecha histórica y la consciencia sobre la comprensión política que ella desarrolló, en la concepción de la nueva derecha -la neoliberal- las materias políticas, sociales y culturales son entendidas desde una perspectiva eminentemente técnico-económica. El pensamiento político pasó a ser considerado asunto resbaladizo o peligroso, “ideología” en sentido peyorativo. No es que no haya ideología en esa peculiar concepción. Hay una bien precisa, aunque rudimentaria. Mario Góngora repara en su semejanza con un «marxismo primitivo».
Es la convicción, enunciada por Milton Friedman y los miembros del equipo económico de Pinochet, de que un orden económico neoliberal es la base de un orden político adecuado. La otra idea de esa concepción radical, es que la comunidad política o nacional carece de un estatuto propio: «El país es la colección de los individuos que lo componen», escribe Friedman. «El individuo es la entidad primordial de la sociedad … la libertad del individuo es el fin último al juzgar los arreglos sociales». Se priva a la comunidad nacional de toda entidad, se le desconoce una vida, una dinámica inherente. Se la concibe, simplemente, como una agregación de individuos. El Estado es entendido, de su lado, como mero mecanismo. Pierde su estatus como articulador orgánico de la vitalidad popular. «El gobierno», escribe Friedman, «es un medio, instrumentalidad». En esa concepción extrema, la política termina siendo reducida a la economía: «El problema básico de la organización social es el de cómo coordinar las actividades económicas en grandes números de personas» (para las citas, cf. Capitalism and Freedom. Chicago: 2002).
La derecha radical se instaló en Chile gracias al apoyo del gobierno norteamericano, que estuvo detrás del convenio entre la Universidad Católica y la Universidad de Chicago. Cohortes de chilenos fueron a Chicago a estudiar la peculiar versión de la economía (y la política) cultivada entonces allá. Luego, esa derecha contó también con el respaldo de la dictadura, desde donde realizó reformas que introdujeron una discontinuidad de raíz con la trayectoria económica e institucional del país, y administró la gestión del régimen en esas materias.
Tras la dictadura, esa derecha tuvo todavía formas de organización. Operó especialmente en la parte más recalcitrante de la UDI, que aún hoy es dominante y se articuló en “Libertad y Desarrollo”, un instituto partisano, de financiamiento oscuro, que se presenta como centro de investigación sin que sus operaciones cumplan los estándares mínimos exigidos a esa actividad en occidente. El enclave parece operar, mucho más, como factor de permeación del proceso político, en el modo del lobby, el tráfico de influencias y la formación de cuadros.
El “tapón hermenéutico” y sus consecuencias
Las premisas del neoliberalismo de Friedman asumidas por sus seguidores chilenos, dieron lugar, en suelo nacional, a la instalación de una ideología radical, que actúa como barrera comprensiva o hermenéutica en la derecha. Un pensamiento así de abstracto es capaz de operar en contextos controlados. Fue ciertamente eficaz, imponiendo desde arriba un nuevo sistema económico. También sus ideas permitieron ordenar a la derecha, cuando ese sector estuvo en la oposición (con ideas abstractas es fácil saber cuándo decir que no). En cambio, la ideología economicista ha sido manifiestamente inapta para la tarea de gobernar en un contexto democrático, para interpretar la sociedad y sus procesos más hondos, para comprender la situación y darle cauce y expresión política.
La institución de la Presidencia de la República fue concebida por las cabezas fundadoras del orden político independiente, como un centro de impulsión. Desempeñar el cargo supone la posesión de una visión propositiva de la política, una lucidez sobre el papel simbólico y eficaz de la institución. En cambio, con principios económicos abstractos, la derecha gobernante tiende a quedar sumida en una ciega gestión sin capacidad articuladora. En el gobierno, pero a la defensiva.
Aquí, en el predominio de aquella ideología abstracta, cabe cifrar la razón de parte importante de la inhabilidad severa que ha tenido la derecha, cuando ha gobernado, de dirigir en un sentido político al país.
El primer gobierno de Sebastián Piñera funcionó hasta 2011, cuando los estudiantes y sus endeudadas familias marcharon. Entonces, pese a contar con cuadros técnicamente competentes, fue incapaz de comprender la situación y conducirla. El resultado fue un fracaso político que se expresó no sólo en derrotas electorales, sino en la pérdida de influencia en el proceso político. ¿Qué legado dejó el primer gobierno de Sebastián Piñera? Esa pregunta aún permanece sin respuesta, allende la enunciación de medidas puntuales menores.
Algo parecido ocurrió en octubre de 2019. Ante las protestas más grandes de nuestra historia, en la crisis más importante en décadas, cuando se requería una conducción política con nociones claras sobre un camino de salida institucional, al cual los sectores republicanos pudiesen plegarse, el Gobierno quedó como rodando en banda, llamando a la paz, a la guerra, a la paz, luego en silencio. Más allá de las características personales de los miembros del gobierno, como un conjunto careció de las aptitudes políticas requeridas. Siguió atrapado en el discurso economicista, al que añadió el énfasis gendarme en el orden público. No logró entender a la política sino como gestión, sea policial o administrativa (ahora, sanitaria); y como un ceñirse de la manera más estricta posible, a los mandatos del economicismo.
Fueron los líderes de los sectores republicanos de la centroderecha y la centroizquierda, los que tuvieron que venir a dar el primer paso, en el acuerdo del 15 de noviembre, para mantener la estabilidad del sistema político. Mario Desbordes tuvo que hacer lo que Sebastián Piñera evitó. Hay que reconocer que el Gobierno le brindó su respaldo, luego, al acuerdo celebrado. Pero todo el asunto reveló una anomalía institucional grave. Fue una iniciativa de parlamentarios, o sea, de miembros de un cuerpo político diseñado para debatir, no para conducir, la que vino a suplir la que era una tarea del Presidente de la República.
La comprensión política
La política no es mera ciencia ni nuda gestión, sino algo más parecido al arte. Se trata, primariamente (sin abandonar, por cierto, la responsabilidad económica), de erigir y conservar un orden político legítimo, uno en el cual el pueblo pueda sentir -renovadamente- que se le otorga expresión y brinda cauce simbólico e institucional a sus pulsiones y anhelos. Se requiere, para esa labor, compenetración con la situación concreta del pueblo en su territorio, familiaridad con ella, imaginación para producir articulaciones eficaces, a las que muchos puedan prestarle su asentimiento y de manera estable.
Desempeñarse con prestancia en las labores políticas exige poseer consciencia clara de la tensión en la que debe mediar esa actividad. En la política consta una tensión entre dos polos: un polo más concreto, el pueblo en su territorio, y un polo más abstracto, las instituciones y discursos por los cuales se le brinda al pueblo expresión y articulación. En la medida en que esos polos son heterogéneos, esa tensión es insuprimible. Por eso la política es histórica y dinámica. Ninguna conformación institucional y discursiva puede adelantarse al dinamismo que emerge desde el pueblo y su fondo en último término arcano.
Sin embargo, la tensión puede acentuarse o ser manejada. Cuando la tensión se acentúa, es el momento de las crisis: el instante en que el pueblo no se siente adecuadamente reconocido por su institucionalidad y se vuelve rebelde. Ocurrió en el centenario de la República. Ocurre también en su bicentenario. La eficacia en la expresión de las pulsiones y anhelos populares en una institucionalidad y discursos, que faciliten el despliegue del pueblo y en los cuales pueda sentirse reconocido, es lo que define una comprensión política pertinente y la instauración de un orden político legítimo.
La comprensión política se ve afectada severamente cuando ella se somete a concepciones abstractas y estrechas. Entonces se pierde consciencia sobre el significado de lo concreto y el dinamismo del fenómeno. En este sentido, puede decirse que la versión individualista y economicista de la derecha de Guerra Fría, aunque instalada en sedimentaciones que aún perduran, tenderá probablemente a ir dejando el lugar de predominio que tuvo antaño. En la actualidad, sin embargo, ella sigue operando, y lo hace como una barrera a las labores de comprensión requeridas por la situación actual. Su peculiar credo impide, por abstracto, enfrentar el contexto de cambio epocal en el que nos hallamos. En la acumulación de crisis, cuando se requieren y con urgencia, planteamientos y actitudes conductoras, capaces de darle dirección al proceso político bajo condiciones apremiantes, es la otra, la centroderecha histórica y política -cuya presencia ha sido opacada por la hegemonía neoliberal, pero cuyo resurgimiento se constata con fuerza desde hace al menos un lustro- la que parece estar mejor dotada para llevar adelante una comprensión pertinente de la situación.