Tanto en Chile como en el mundo esta crisis ha evidenciado de manera brutal la tensión entre un modelo de desarrollo económico y uno que tiende al desarrollo humano, tensión que en tiempos de cierta normalidad opera de manera más sutil, como ha mostrado Martha Nussbaum en sus trabajos. La preocupación por reactivar rápidamente la actividad económica a costa del riesgo que eso implica para los trabajadores y, la urgencia que se ha puesto en darle continuidad y aceleración al proceso educativo, para así avanzar en la implementación del currículum, forzando el reingreso a clases presenciales y la toma del SIMCE, son una muestra de ello.
Vivimos en un mundo que agota sus fuentes naturales, que vive una acelerada crisis climática con -hasta ahora- muestras crecientes de un debilitamiento de la cohesión social y de las prácticas colaborativas, por la exacerbada racionalidad económica que se manifiesta bajo el paradigma del desarrollo económico.
Particularmente, estamos en un país donde el modelo neoliberal ha profundizado esta tendencia en todos los ámbitos sociales, situación que ha quedado evidenciada en las condiciones de seguridad que tienen la mayoría de los chilenos para afrontar la crisis sanitaria que hoy vivimos en términos laborales, de acceso a la salud y en algunos casos, frente a los procesos educativos de algún miembro de nuestra familia.
Es sabido que este modelo se interioriza en los sujetos en forma de “individuación”, favoreciendo proyectos de vida y estrategias para implementarlas de corte individualistas, donde la figura del “nosotros” se extravía y deja de tener sentido y relevancia para las personas. Es decir, se privilegia lo individual por sobre lo colectivo.
[cita tipo=»destaque»]Considerando el contexto en que nos encontramos, este es -y quizás más que nunca- el momento de imaginar qué sociedad queremos y en ese mismo ejercicio, preguntarnos por el tipo de educación que se requerirá. Volver a ver el proceso educativo como un proceso de formación de sujetos donde la colaboración, las capacidades socioemocionales y la integridad de los y las estudiantes sean el foco. Con este mismo propósito y considerando también la crisis de sentido que experimenta la educación hace ya un tiempo, este puede ser el momento de pensar y establecer las bases de una educación que vuelva a considerar con ímpetu la multidimensionalidad del ser humano, priorizando así al fin, y de manera clara, el desarrollo humano.[/cita]
Tanto en el mundo como en Chile se han observado crecientes manifestaciones sociales que comienzan progresivamente a cuestionar el modelo imperante. El “18 de octubre” es un claro ejemplo de ello. Así mismo, la cuarentena asociada al COVID-19, con el paréntesis forzado que ha establecido en nuestras vidas cotidianas, nos ha conferido el tiempo necesario para reflexionar sobre esa “normalidad” y otorgado la oportunidad de analizar nuestras propias prioridades. Ha permitido vislumbrar que la vida puede ser de otra forma. Por ejemplo, una vida que puede dar más tiempo para la familia o una donde la naturaleza se vuelve a reconstruir. En el fondo, una vida más humana que habíamos perdido de vista entre tanta producción y rendimiento, que hoy vemos quizás posible de desarrollar.
Lo anterior no necesariamente emerge sin contrapeso. Tanto en Chile como en el mundo esta crisis ha evidenciado de manera brutal la tensión entre un modelo de desarrollo económico y uno que tiende al desarrollo humano, tensión que en tiempos de cierta normalidad opera de manera más sutil, como ha mostrado Martha Nussbaum en sus trabajos. La preocupación por reactivar rápidamente la actividad económica a costa del riesgo que eso implica para los trabajadores y, la urgencia que se ha puesto en darle continuidad y aceleración al proceso educativo, para así avanzar en la implementación del currículum, forzando el reingreso a clases presenciales y la toma del SIMCE, son una muestra de ello.
Sin ir más lejos, se justifica esta urgencia en tanto la ampliación de una educación a distancia producirá una mayor brecha entre los resultados educativos de los estratos más favorecidos y los más postergados, y que eso es necesario monitorearlo con dicha prueba para generar políticas educativas que se hagan cargo de ello. Si bien es cierto lo de las desigualdades educativas producidas cuando la escuela entra en los hogares, ¿por qué mirar la educación sólo desde la competencia o la desigualdad de unos y otros? Al parecer el sistema necesita seguir produciendo y favoreciendo una sana y justa competencia, en este caso, entre los estudiantes. Se continúa así ocultando la racionalidad económica vistiéndola con ropas de justicia, como lo ha hecho hasta ahora la ideología de la meritocracia.
Las principales reformas educativas en Chile se han centrado en promover una educación de calidad para todos, estableciendo como horizonte una serie de competencias a desarrollar por las nuevas generaciones con un sesgo claramente cognitivista. Pero, sobre todo, han intentado configurar la estructura más adecuada del sistema educativo —según la ideología de las autoridades de turno— para impulsar una distribución más justa de las posiciones educativas y sociales entre los miembros de la sociedad. Pero la educación es mucho más que eso.
Hoy volvemos masivamente a presenciar conductas de prosocialidad, colaboración y solidaridad entre los chilenos en el marco de una crisis económica que ya se deja ver. Ollas comunes y otras estrategias colectivas dan cuenta de que la competencia no es ni el único ni un buen camino.
Considerando el contexto en que nos encontramos, este es -y quizás más que nunca- el momento de imaginar qué sociedad queremos y en ese mismo ejercicio, preguntarnos por el tipo de educación que se requerirá. Volver a ver el proceso educativo como un proceso de formación de sujetos donde la colaboración, las capacidades socioemocionales y la integridad de los y las estudiantes sean el foco. Con este mismo propósito y considerando también la crisis de sentido que experimenta la educación hace ya un tiempo, este puede ser el momento de pensar y establecer las bases de una educación que vuelva a considerar con ímpetu la multidimensionalidad del ser humano, priorizando así al fin, y de manera clara, el desarrollo humano.