Claramente los espacios institucionales de toma de decisiones se caracterizan por su opacidad. Lo mismo por la falta de transparencia con que se procesan demandas, temas e intereses de los actores en competencia. Pero, en la actual crisis, el hiperliderazgo presidencial parece estar profundizando estos problemas endémicos de nuestra estructura gubernamental. Los problemas no se convierten en oportunidad de forma automática. Se convierten en oportunidad solo cuando hay una decisión consciente por parte de quien está asumiendo el problema. Esto es lo que se ve afectado por la actual ceguera situacional del Presidente y su entorno.
Tras la salida del Gobierno del otrora poderoso ministro Jaime Mañalich, las dudas acerca de cómo La Moneda seguirá gestionando la crisis sanitaria parecen acrecentarse. Lo anterior, es especialmente grave cuando todo hace pensar que no hay claridad acerca de los cursos a seguir después que hace un mes “los ejercicios epidemiológicos, las fórmulas de proyección” se derrumbaran como castillo de naipes. Esa es la principal incertidumbre que está instalada en el actual clima de opinión.
Hasta Mañalich, con sus sombras más que luces, las decisiones estratégicas de política pública se decidían en un reducido círculo compuesto por el Presidente, su jefe de asesores, Cristián Larroulet, y el propio exministro. Ahí Mañalich tenía un amplio respaldo del Mandatario, especialmente cuando los crueles números lo acompañaron. Tras abandonar el Gobierno, el círculo parece estar estrechándose. Se incorporó el exsubsecretario Rodrigo Ubilla, pero existe la duda razonable –desde el punto de vista del proceso decisional– respecto a que en ese espacio político reducido tenga cabida el actual ministro de Salud, Enrique Paris. No decimos que su opinión técnica no sea tenida en cuenta o consultada, sino que, en tanto autoridad técnica, no forma parte del actual dispositivo político-decisional de La Moneda.
[cita tipo=»destaque»]Como hemos visto en el desarrollo de la crisis sanitaria, las élites empresariales no están tan disponibles a renunciar a lo que consideran sus legítimas utilidades. Estas entienden que los momentos de crisis son una oportunidad para instalar sus propias agendas, demandas e intereses. Lo que observamos en estas actuaciones de las élites empresariales es lo que algunos denominan “capitalismo del desastre”, que expresa cómo las grandes empresas ven en la crisis una oportunidad para beneficiarse directamente. En el actual escenario, el Gobierno está quedando con poco margen, porque ha defendido de algún modo esos intereses.[/cita]
Desde esta perspectiva de análisis, todo hace pensar que los cambios que puedan venir en la estrategia sanitaria –como entrar a la fase de hibernación, la reducción de la movilidad o definir cuáles son empresas estratégicas o esenciales– no pasarán por el titular de la cartera de Salud, porque la prioridad, equivocada o no, de La Moneda, está en equilibrar dos variables complejas de la ecuación: emergencia sanitaria y desempeño de la economía. Tampoco es que Paris busque, a diferencia de Mañalich, ser el responsable de la estrategia total, no quiere asumir todos los costos del fracaso de la gestión de su antecesor.
De igual modo, él no es un opositor de lo que decida el equipo de crisis de La Moneda, ni pretende ser un obstáculo para las decisiones políticas que tome el Gobierno, porque entiende que el problema no tiene que ver con él, con su capacidad técnica, su credibilidad o capacidad de diálogo de su conducción técnica, sino que con la conducción política de la gestión sanitaria y especialmente de la autoridad presidencial, que es lo que está fatalmente erosionado.
Así, resulta evidente que en el equipo que está tomando decisiones predomina el soporte emocional cálido que le ofrece la corte o la recomendación unilateral tecnócrata. El objetivo sigue siendo blindar al Presidente.
Pero no se trata solo del equipo de crisis de La Moneda, sino también de quienes están influyendo en las decisiones a través de lo que Antonio Cortés Terzi llamaba tan acertadamente los “circuitos extrainstitucionales del poder”. Es un hecho del proceso de Gobierno y de la formación de políticas públicas, que los diversos actores presentes en el juego social buscan influir dicho proceso. En situaciones de crisis esta situación de competencias se ve incrementada.
A la presión que se da dentro del propio equipo de Gobierno y de su coalición, se suman los grupos de interés. Uno de los más activos es el que encabeza el líder de los empresarios reunidos en la CPC, Juan Sutil. Este señalaba el domingo, en entrevista en El Mercurio, que no le parecía que la autoridad opine sobre limitar productos esenciales, en alusión a las palabras de la subsecretaria de Prevención del Delito. A renglón seguido, afirmaba que esta debe ser una decisión económica, en clara referencia al rol del ministro de Economía, quien “se ha puesto bien los pantalones”, según Sutil, con relación a cómo enfrentar la crisis sanitaria.
Como hemos visto en el desarrollo de la crisis sanitaria, las élites empresariales no están tan disponibles a renunciar a lo que consideran sus legítimas utilidades. Estas entienden que los momentos de crisis son una oportunidad para instalar sus propias agendas, demandas e intereses. Lo que observamos en estas actuaciones de las élites empresariales es lo que algunos denominan “capitalismo del desastre”, que expresa cómo las grandes empresas ven en la crisis una oportunidad para beneficiarse directamente. En el actual escenario, el Gobierno está quedando con poco margen, porque ha defendido de algún modo esos intereses.
Claramente los espacios institucionales de toma de decisiones se caracterizan por su opacidad. Lo mismo por la falta de transparencia con que se procesan demandas, temas e intereses de los actores en competencia. Pero, en la actual crisis, el hiperliderazgo presidencial parece estar profundizando estos problemas endémicos de nuestra estructura gubernamental. Los problemas no se convierten en oportunidad de forma automática. Se convierten en oportunidad solo cuando hay una decisión consciente por parte de quien está asumiendo el problema. Esto es lo que se ve afectado por la actual ceguera situacional del Presidente y su entorno.