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Retiro de fondos… otra mala idea Opinión

Retiro de fondos… otra mala idea

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Hay una nueva ofensiva que pone el ahorro de los trabajadores como centro de la solución de la crisis y desgraciadamente algunos de los nuestros caen en el error. Se trata de los fondos previsionales, del ahorro en la cuenta del trabajador y trabajadora. No se trata de hacer una defensa de la industria, menos aún del sistema de las AFP, que a todas luces colapsó, no dio el ancho y no fue capaz de cumplir con su promesa original. Pero sí parece un contrasentido que nuevamente y ante el fracaso de políticas públicas suficientes y la ceguera de las autoridades económicas de usar recursos ahorrados o disponibles (qué pasa con los recursos de la Defensa, por ejemplo) o incluso, de ser necesario, recurrir al endeudamiento, la solución sea otra vez echar mano de los recursos de los trabajadores.


A propósito de las primeras medidas que se adoptaron por la crisis sanitaria en el ámbito laboral, señalamos que era una mala idea recurrir a los fondos de los trabajadores en la cuenta individual del seguro de cesantía. En esa ocasión dijimos que correspondía recurrir, primero, al fondo solidario de este seguro y, en particular, a los 2 mil millones de dólares que el Gobierno comprometió como aporte del Estado al sistema.

Lo mismo planteamos respecto de recurrir, en el caso de las trabajadoras de casa particular, a sus fondos ahorrados para enfrentar la contingencia de su despido o el término de la relación laboral. No parecía razonable que fuesen los propios trabajadores, con sus ahorros, quienes debieran enfrentar con sus recursos los efectos de la crisis. Otro tanto dijimos sobre los trabajadores que prestan servicios a honorarios: que debiéramos avanzar en su formalización laboral, permitiendo que sean contratados vía Código del Trabajo, especialmente los que llevan años en estas funciones.

En un destacado lienzo de una organización sindical muy representativa y combativa, se advirtió que “los trabajadores no paguen el costo de la crisis”, algo que constata lo que reiteradamente evidenciamos en nuestros discursos. El Estado de Chile, gracias a la seriedad de sus instituciones y una voluntad política severa, había logrado en momentos de bonanza –especialmente con un precio del cobre al alza– ahorrar importantes recursos para enfrentar momentos de precariedad. Había sido el esfuerzo de todos los chilenos, que resignando legítimas aspiraciones, había logrado construir fondos para los momentos difíciles. Renunciando a necesidades reales e inmediatas, se hizo un esfuerzo de austeridad para ahorrar recursos para las llamadas “vacas flacas”.

[cita tipo=»destaque»]Este no es entonces un debate sobre el sistema de pensiones. Ese es otro debate. No se trata de permitir sacar un porcentaje de estos fondos y luego devolverlos. No se trata de tener un certificado de la deuda del Estado. No se trata de un nuevo bono de reconocimiento. Ni menos aún, de tratar de aumentar la edad de jubilación a cambio de retirar una parte de estos fondos. Se trata de cumplir la promesa. Se ahorró en tiempos de vacas gordas para los tiempos de vacas flacas. No se dijo a los trabajadores «ahorren obligados para cuando haya crisis y ahí retiran los fondos ahorrados». Se les dijo «si hay cesantía, habrá un seguro». «Si hay problemas de salud, habrá cobertura». «Ante las contingencias, habrá políticas públicas». Si esto es insuficiente, hagámoslas suficientes, con amplia cobertura, sin letra chica, con espíritu de cumplir una promesa.[/cita]

Por este esfuerzo realizado, expresado en fondos soberanos y fondos de estabilización, se tenía la esperanza que, llegados momentos de crisis, ese esfuerzo se haría realidad y, por esa vía, se evitaría recurrir al recurso personal del trabajador. No ha ocurrido así, a pesar de que los recursos existen, ya que nadie ha negado su existencia. Los fondos están, pero se ha negado su uso sobre la base que no sabemos el tiempo que durará la crisis, que hay mucha incertidumbre, que habrá que hacer un esfuerzo mayor de reactivación. Un conjunto de razones para no usarlos como se había comprometido, pretexto que se ha soslayado por la vía de reasignaciones y manejos contables.

Recientemente –y fruto de un esfuerzo sostenido de la oposición– se ha logrado un horizonte de recursos a un par de años y un compromiso de gasto en asignaciones directas a las familias. Costó mucho ese mínimo entendimiento, sin perjuicio que habrá que vigilar con celo su cumplimiento en materia de cobertura y prontitud.

Sin embargo, ahora hay una nueva ofensiva que pone el ahorro de los trabajadores como centro de la solución de la crisis y desgraciadamente algunos de los nuestros caen en el error. Se trata de los fondos previsionales, del ahorro en la cuenta del trabajador y trabajadora. No se trata de hacer una defensa de la industria, menos aún del sistema de las AFP, un sistema que a todas luces colapsó, no dio el ancho y no fue capaz de cumplir con su promesa original. No es posible dar rostro de seguridad social a un sistema cuya base es ser una industria financiera y de inversión. Es decir, el debate sobre un auténtico sistema de seguridad social, en que la solidaridad sea el eje y que admita ahorro individual, esta aún pendiente y no es la idea de esta columna.

Pero sí parece un contrasentido que nuevamente y ante el fracaso de políticas públicas suficientes y la ceguera de las autoridades económicas de usar recursos ahorrados o disponibles (qué pasa con los recursos de la Defensa, por ejemplo) o incluso, de ser necesario, recurrir al endeudamiento, la solución sea nuevamente echar mano de los recursos de los trabajadores.

La solución fácil de recurrir a los fondos de los trabajadores es la expresión de la derrota de un sistema de protección social débil, incapaz de responder con prontitud y suficiencia al requerimiento de quienes necesitan una respuesta del Estado ante la crisis. Es la incapacidad de nuestro sistema de encontrar soluciones viables, que no sean meter la mano en el bolsillo de los trabajadores ocupando sus recursos ahorrados obligatoriamente, y que son parte de su remuneración mensual.

Este no es entonces un debate sobre el sistema de pensiones. Ese es otro debate. No se trata de permitir sacar un porcentaje de estos fondos y luego devolverlos. No se trata de tener un certificado de la deuda del Estado. No se trata de un nuevo bono de reconocimiento. Ni menos aún, de tratar de aumentar la edad de jubilación a cambio de retirar una parte de estos fondos. Se trata de cumplir la promesa. Se ahorró en tiempos de vacas gordas para los tiempos de vacas flacas. No se dijo a los trabajadores «ahorren obligados para cuando haya crisis y ahí retiran los fondos ahorrados». Se les dijo «si hay cesantía, habrá un seguro». «Si hay problemas de salud, habrá cobertura». «Ante las contingencias, habrá políticas públicas». Si esto es insuficiente, hagámoslas suficientes, con amplia cobertura, sin letra chica, con espíritu de cumplir una promesa.

El lienzo del sindicato ya señalado traduce la preocupación de aquellos que viven cotidianamente estas precariedades, que se ven forzados a arreglárselas con lo poco que tienen, que ven en la olla común la expresión de solidaridad y dignidad de los más pobres y que sospechan que los recursos serán destinados a ayudar a los que dan empleo, a los actores de la reactivación y el crecimiento. Y, claro, solo piden que la crisis no la paguen los trabajadores. ¿Será mucho pedir?

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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