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Política, política pública y ciencia en tiempos de pandemia Opinión

Política, política pública y ciencia en tiempos de pandemia

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Rodrigo Jiliberto
Por : Rodrigo Jiliberto Economista, profesor de la U de Chile y colaborador del Centro de Sistemas Públicos de Ingeniería Industrial
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El creciente papel de la ciencia en la gestión de determinados problemas públicos se debe a que estas situaciones emergentes, como la actual pandemia, solo disponen de descripciones científicas (Hiperobjetos, de Morton), de modo que el relato de la ciencia se vuelve central en términos políticos: quien controla el relato científico hoy, controla los propósitos y los resultados del uso de los recursos destinados a gestionar la crisis. Esto se traduce en pérdidas para algunos y no para otros, que es lo más parecido a los intereses que mueven a la política.


La ciencia está adquiriendo un papel cada vez más central en la gestión de distintas crisis, incluida la que estamos viviendo, lo que tiene un efecto ideológico colateral. ¿Por qué? No es poca la gente que cree que a un mayor involucramiento de la ciencia existen mayores posibilidades en la gestión de la crisis. Es más: incluso hay quienes creen que, si la opinión científica desplazara a la política, todo sería mejor. Pero si miramos este hecho con detención, nos daremos cuenta que el resultado podría ser el inverso: la politización de la ciencia.

El creciente papel de la ciencia en la gestión de determinados problemas públicos se debe a que estas situaciones emergentes, como la actual pandemia, solo disponen de descripciones científicas (Hiperobjetos, de Morton), de modo que el relato de la ciencia se vuelve central en términos políticos: quien controla el relato científico hoy, controla los propósitos y los resultados del uso de los recursos destinados a gestionar la crisis. Esto se traduce en pérdidas para algunos y no para otros, que es lo más parecido a los intereses que mueven a la política.

Esta situación genera, además, un nuevo tipo de política pública: una científicamente formateada, en donde el conocimiento científico no solo informa la decisión, sino que también da forma a la política pública: “Lo que el modelo dice, se hace”. Este escenario “político-epistemológico” condiciona la estrategia política de gestión de las crisis, y la más obvia expresión de esto consiste en capturar la legitimidad científica, prescindir de aliados políticos y ningunear a los opositores. Pero la realidad es más compleja que lo que las autoridades políticas tienden a creer y las construcciones estratégicas se vienen abajo como castillos de naipes, cuando los resultados de las decisiones no se corresponden con lo esperado.

Esto sucede por dos razones: primero, la ciencia no es un sistema de producción de certezas definitivas, sino que es más bien un sistema de permanente búsqueda de nuevos horizontes y explicaciones que ponen en duda las anteriores. Esto impide que, en temas tan complejos como los que suponen estas crisis, pueda decirse que hay solo una lectura científica y “un modelo” que la represente.

No existe procedimiento que permita escoger “el” modelo para dirigir a las autoridades políticas hacia las mejores decisiones posibles. Es la autoridad política la que, al elegir un camino, lo inviste de la categoría de “el” modelo que supuestamente hace esto. No es una decisión científica: es política. Los debates durante toda esta crisis sobre la información, su interpretación y su contraste con los hechos revelan lo cierto de esto.

Entonces, si el supuesto “modelo científico” es uno de entre varios legítimamente posibles, lo más obvio es que ninguno de ellos pueda obviar la incertidumbre de la decisión que debe asumir la política. Es más, mientras más “modelos”, más evidente es la necesidad de una decisión política.

Una segunda razón por la que todo cae como un castillo de naipes, es que, dada la naturaleza reduccionista del conocimiento científico moderno, los “modelos” no tienen ninguna capacidad para modelar el alcance sistémico de los problemas de política pública que suponen crisis como esta. Los modelos que se han utilizado para tomar decisiones tienen un ámbito analítico limitado. Por ejemplo, ellos no pueden estimar la variabilidad de la respuesta social a una cuarentena en función de los niveles de ingreso y de la confianza de la población en las autoridades.

Es decir, si “el modelo” o cualquiera de ellos no está en capacidad para capturar la naturaleza sistémica del fenómeno que se está gestionando, cualquier estrategia que lo sitúa como único eje de la decisión se caerá como un castillo de naipes. Pero lo que se cae no es el modelo sino esa estrategia política. Esa que arguye que, habiendo modelo, no hay decisión política.

Cuando las predicciones de “el modelo” se caen como un castillo de naipes, lo obvio se hace evidente: se necesita política. Y frente a tanta incertidumbre y sacrificios se necesita contar con otros. El cesarismo científico ya no funciona.

Dado el tiempo del antropoceno que toca vivir, las tensiones entre los sistemas de ciencia y política se van agudizar inevitablemente, así, es bueno evitar todo intento de parasitar el uno al otro. Para ello es necesario, por un lado, abandonar ese imaginario hercúleo, cuasirreligioso podría decirse, de la ciencia, que deslegitima a otras comunidades epistémicas en la toma de decisión. Y por el otro, es necesario democratizar la participación de la diversidad del conocimiento científico en la toma de decisiones, evitando todo tipo de cooptación, potenciando, por el contrario, la dimensión política de la toma de decisión, en definitiva, la democracia.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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