Aprovechando esta coyuntura trágica pero histórica, tal vez sea este el momento preciso para repensar el rol de la escuela y, por qué no decirlo, también de su pedagogía, como en la práctica ha estado sucediendo. Se ha abierto un tiempo de mucha innovación, transformaciones y empoderamientos, cuya continuidad en el tiempo dependerá de los maestros de Chile y de si sabrán aprovechar esta oportunidad para recuperar su función social. Es tiempo también de valorar al profesor que se esfuerza por enseñar no solo al estudiante, sino también a compartir con sus propios colegas y hacer, además, contención para que la innovación luego no les pase la cuenta ni deteriore su salud emocional. La educación es demasiado importante para que quede en manos de economistas, ingenieros comerciales o abogados.
“Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento si hay éxito». Ese era el anuncio con que Ernest Shackleton convocaba a “la última gran travesía terrestre pendiente», que no era otra que recorrer el continente antártico. Se cuenta que al provocador anuncio respondieron más de 500 personas, de las cuales el intrépido aventurero seleccionó a los 26 tripulantes que, más un polizón, se convertirían en los héroes del Endurance, el viejo barco ballenero que al llegar al continente helado encalló y quedó atrapado entre hielos para luego desaparecer.
El objetivo final -atravesar la Antártida- había fracasado, pero el líder de la expedición, luego de un periodo de incertidumbre, reinventó el propósito de la misma y optó por rescatar íntegra a su tripulación, cosa que logró después de pasar por mil peripecias y con la ayuda del rompehielos Yelcho. Si bien contemporáneamente Shackleton fue visto en algunos círculos como un fracasado, adquirió, con el pasar del tiempo, categoría de héroe y líder, al punto que su experiencia es caso seguro de análisis en las clases de liderazgo donde se enseña cómo adaptarse a los cambios.
Algo de lo que le sucedió a Shackleton y su tripulación le está pasando también a la escuela y sus docentes: tener que reinventarse y modificar algunos de sus propósitos, donde históricamente el orden portaliano las concibió casi exclusivamente como instituciones de disciplinamiento social -hasta no hace mucho las escuelas que formaban a los grupos subalternos se llamaron “normales” así como las instituciones que formaban a sus preceptores- para control y dominio oligárquico, perdiendo durante mucho tiempo también, su propósito creador y liberador. La pandemia y su perduración en el tiempo, está modificando algo de eso y la escuela ha vuelto a ser, aunque a distancia, un espacio de creación, cohesión social e innovación pedagógica. El futuro está nuevamente en disputa.
“Es mi escuela un enorme edificio que nació como un noble ideal, del esfuerzo y del patriotismo que engrandece lo educacional”, rezaba una de las estrofas de nuestra querida Escuela 20 de Rancagua, ubicada en la vieja población O’Higgins, construida allá por los gobiernos radicales cuando “gobernar, era educar”.
[cita tipo=»destaque»]Hoy la evaluación se ha enfocado en lo central de lo curricular y ha abierto las puertas a la contención y a heterogéneas formas de retroalimentación: autoevaluación, cuestionarios simples y breves, pautas bien precisas y en los colegios, con una mejor planificación y organización, se ha dado paso a fortalecer la metodología del aprendizaje basado en proyectos (ABP), así como también a desarrollar actividades con material presente en casa para resolver diversos desafíos que van desde matemática, pasando por historia y lenguaje hasta educación física, que generan aprendizajes más contextualizados que el que proporcionan los libros y la sala de clases. No es casual que esta semana dos docentes destacados de la asignatura de matemática –Sergio Valenzuela y Manuel Rivera de Peralillo- hayan indicado que, por primera vez, pudieron implementar el modelo Copisi (de lo concreto a los pictórico y simbólico) con sus alumnos.[/cita]
Nuestra vilipendiada escuela –en especial la pública – por ese ejército de expertos que nunca han hecho clases y que jamás han tenido alumnos reales que llegan con hambre al colegio, que la anoche anterior durmieron en la estación de trenes de Mostazal, porque la pareja de su madre llegó nuevamente borracho y entre que golearán nuevamente a su madre, preferían auto inmolarse en el frío serrano de esa comuna para no molestar; esos alumnos que no tienen ningún motivo de fondo para continuar estudiando, pero que hay un lazo construido entre la escuela y ellos mismos que no los hace perder el vínculo y entre quedarse en casa (donde muchas veces no hay que comer), ponerle techo a la esquina deciden, finalmente, ir a la escuela o al liceo.
Esa escuela y también su pedagogía que, como en el libro de Víctor Frankl, pasó al momento de ocurrir la pandemia por un proceso de incertidumbre o shock -no saber cómo enfrentar lo que se venía- y luego por un periodo de adaptación, para finalmente llegar a un estadio de liberación y creación porque, después de todo, hay que continuar viviendo.
No por casualidad es una de las instituciones sociales más antiguas y que más ha sobrevivido en el tiempo, fuente de saber, de la memoria histórica de pueblos, pero también, como ya lo observamos, de disciplinamiento social y normalización y en nuestro caso, puro y duro.
De allí que, aprovechando esta coyuntura trágica pero histórica, tal vez sea este el momento preciso para repensar el rol de la escuela y por qué no decirlo, también de su pedagogía, como en la práctica ha estado sucediendo.
La escuela y la pedagogía están cambiando y cambiarán más. Cuando se tiene la oportunidad de tener contacto diario con directivos y docentes y logramos dialogar sobre cómo enfrentaron los primeros momentos de la pandemia la respuesta es casi siempre la misma: “incertidumbre”, “no sabíamos qué hacer”, “estábamos paralizados sin saber para dónde ir”.
La escuela y la pedagogía portaliana esperaban que el estado central, tan sorprendido como ellos, diera una respuesta que los retornara a su espacio de confort. Pero aquello no ocurrió, la instrucción no llegó y las escuelas, y sus docentes, tuvieron, entonces, que aprender a nadar por sí mismos. Como lo dijimos en una columna anterior, comenzaron lentamente a levantar sistemas de trabajo desde la creación de grupos de whatsapp de cursos, elaboración de guías de estudio hasta llegar a la utilización de plataformas más sofisticadas para crear y realizar clases.
Pasaron rápidamente de la conexión a la contención – desde el reparto de cajas de mercaderías, la asistencia psicosocial, el aporte de dinero para comprar más canastas familiares, hasta programas radiales o call center donde hacer contención emocional a apoderados y alumnos como ocurre en El Principito de Nancagua – y poco a poco, la escuela se trasformó en el pilar que mantiene vivo el sistema educativo y el vínculo con las familias de los estudiantes, así también se revitalizó su rol como centro aprendizaje y socialización. En la escuela multigrado Sara Ravello de Peralillo, el teatro se ha transformado en un espacio de aprendizaje y también de contención emocional. Ahí mismo, hace apena un par de días su director nos relataba como una madre se subía literalmente a “la punta del cerro”, para intentar enviar por whatsapp la tarea de su hija.
Esa escuela tan vilipendiada por “expertos en nada” y otras instituciones parasitarias, ha desarrollado un rol protagónico para que el sistema escolar no se rompa y pueda continuar con la enseñanza, aunque sea de manera limitada y remota, en un contexto desafiante y transformador.
Entonces, se ha abierto un tiempo de mucha innovación, transformaciones y empoderamientos cuya continuidad en el tiempo dependerá de los maestros de Chile y si sabrán aprovechar esta oportunidad para recuperar su función social y de creación que alguna vez tuvieron y desplazar de ese espacio privilegiado a mercachifles, saltimbanquis y bufones.
Es increíble, en realidad, la cantidad de experiencias de innovación pedagógica que he podido conocer a través de las múltiples reuniones de trabajo que tengo con docentes. La mayoría comenzó afanando con guías y sus resultados fueron dispares: mientras para algunos fue un absoluto fracaso, para otros, en especial aquellos colegios cuyos alumnos tienen problemas de conectividad, resultó ser una buena práctica para dar no solo una cierta continuidad al proceso de enseñanza-aprendizaje sino, además, para que el estudiante siguiera vinculado con la escuela. De allí incursionaron a los grupos de whatsapp y algunos, como lo hizo la docente Gema Devia del IPS de Santa Cruz, buscaron ayudantes entre sus alumnos de curso, en especial en enseñanza media, para que dirigieran y fueran el nexo entre el docente y sus compañeros con bastante éxito, al punto que la iniciativa fue replicada por otros docentes.
Siguiendo el modelo de otros establecimientos saltaron a las plataformas digitales para hacer clases. Fines de abril, mayo y comienzos de junio fue un tiempo intenso de aprendizaje, de compartir experiencias, saberes y tomar decisiones. Aún recuerdo que la mayoría de ellos era muy renuente a grabarse haciendo clases, pero fue un miedo que se fue superando con el tiempo hasta llegar al punto en que, solo en aquellos casos de zonas rurales con escasa o nula conectividad, casi nadie ya desaprovecha la oportunidad de hacer tele clases o producir cápsulas de aprendizaje.
Junio fue el momento de la especialización en plataformas y ya no solo fueron las recurrentes Zoom, Facebook, Youtube, whatsapp, o Google Classroom, las que a esas alturas se habían convertido en cotidianas. Por el contrario, en el vocabulario tecnológico de los docentes se hizo común comenzar a hablar de Meet, Discord, Jitsi, Edpuzzle, Socrative, Padlett, Tomi y otras.
Fue entonces cuando, ayudados por parientes y amigos, comenzó una verdadera competencia por quién hoy emplea la mejor plataforma y obtiene mayor rendimiento. Las instituciones escolares y sus cuerpos directivos, a la vez que hacían contención y repartían en silencio cajas de mercadería, no quedaban ajenas a esta verdadera revolución tecnológica en el aula. Una transformación radical para una pedagogía, sino anquilosada, transformada por “los expertos” en un espacio mecanicistas de reproducción de saberes para rendir en pruebas estandarizadas. Y fue así como comenzó la renovación sideral de nuestra práctica. Si bien es cierto, las tic’s no eran ajenas a la comunidad docente, en general no iban más allá de la presentación en PowerPoint, Prizee o de un modesto vídeo.
Acostumbrarse a hacer clases por whatsapp, a través de cápsulas o vía diversas plataformas digitales, implicaba un giro copernicano en el modo de entender y hacer pedagogía. Como lo han reconocido diversos docentes, ese proceso no fue fácil y comenzó por allá en abril con un rechazo mayoritario a grabarse haciendo clases, hasta hoy en que, incluso, hay ciertos niveles de producción al punto que algunos docentes comentan que no solo se preparan ellos de manera especial, sino que las chicas se maquillan, se ponen accesorios, mientras los varones se visten como si fueran a un evento social.
Una escuela en permanente transformación no está quieta y exenta de nuevos desafíos: se empezó a constatar que la retroalimentación era medianamente baja y no pocas veces, observé a diversos maestros expresar su frustración por el contraste entre el inmenso tiempo que dedicaban a preparar material (guías, cápsulas, etc) para enfrentar un auditorio virtual donde, con suerte, aparecía un 25% de sus alumnos. Peor aún era la tasa de respuesta que recibían de sus estudiantes. De hecho, hace apenas unos días volví a escuchar el lamento de una docente de educación física por el esfuerzo invertido en preparar su clase virtual, para que en ellas hubiera apenas dos alumnos.
Sin universidades, sin Asistencia Técnica Externa (ATE), sin el club de los expertos, vino entonces la pregunta que la mayoría se estaba haciendo en silencio y que posibilitó dar otro giro copernicano en el modo de hacer pedagogía: ¿qué no estoy haciendo bien en este proceso? Como el problema era más o menos general, no fue muy difícil asumir que este nuevo desafío ha tenido mucho de aprendizaje y error. Es notable cuando se escucha hoy a docentes comenzar señalando que lo más significativo ha sido el aprendizaje por ensayo y error, en un mundo donde aprendimos que el siete era para Dios, el seis para el docente y el cinco para el mejor alumno. ¿Quién no recuerda que todos tuvimos una Atila y que, pero aún, era luego el docente más recordado por estudiantes demasiado acostumbrados al sadomasoquismo?
Hoy la evaluación se ha enfocado en lo central de lo curricular y ha abierto las puertas a la contención y a heterogéneas formas de retroalimentación: autoevaluación, cuestionarios simples y breves, pautas bien precisas y en los colegios, con una mejor planificación y organización, se ha dado paso a fortalecer la metodología del aprendizaje basado en proyectos (ABP), así como también a desarrollar actividades con material presente en casa para resolver diversos desafíos que van desde matemática, pasando por historia y lenguaje hasta educación física, que generan aprendizajes más contextualizados que el que proporcionan los libros y la sala de clases. No es casual que esta semana dos docentes destacados de la asignatura de matemática –Sergio Valenzuela y Manuel Rivera de Peralillo- hayan indicado que, por primera vez, pudieron implementar el modelo Copisi (de lo concreto a los pictórico y simbólico) con sus alumnos.
Shackleton soñó con recorrer la Antártida, lo último que faltaba por escudriñar del planeta, quiso hacerlo y fracasó por los desafíos que nos plantea el mundo real, pero luego se reinventó y salvó ilesa a toda su tripulación, al punto que hoy su proeza se enseña en escuelas de liderazgo.
Hoy, producto del virus, hay una verdadera revuelta en la escuela y en las maneras de hacer pedagogía. Es tiempo que los equipos directivos y los docentes no dejen en manos de otros la innovación, el futuro, la transmisión de la herencia cultural y de los saberes de nuestra sociedad. Es tiempo también de valorar al profesor que se esfuerza por enseñar no solo al estudiante, sino también a compartir con sus propios colegas y hacer, además, contención para para que la innovación luego no les pase la cuenta ni deteriore su salud emocional. La educación es demasiado importante para que quede en manos de economistas, ingenieros comerciales o abogados.