Si le creemos a Milton Friedman, dicen los liberales, existen soluciones ideales, pero también soluciones realistas que se acercan a las ideales, y el sistema de capitalización individual sería una de estas soluciones realistas aplicada a las pensiones. Una especie de liberalismo “en la medida de lo posible”, un acomodo de un sistema obligatorio a la libertad que se predica. En esta –llamémosla así– paradoja de la libertad mediante obligatoriedad, no se considera que una cosa es la obligatoriedad y otra es el sistema de capitalización. Hoy estos conceptos están tan unidos, que se cree que uno es parte del otro.
Para defender la obligatoriedad del ahorro mediante el sistema capitalización individual, los liberales defensores del modelo plantean que, si bien este método coarta la libertad individual, resulta del todo necesario, porque dado que en la práctica no existe la posibilidad real de una libertad plena –donde las personas tendrían que resolver por sí solas el problema de las pensiones, con cero intervención estatal en esta materia–, se asume que la capitalización individual resguarda mejor las libertades particulares versus un sistema de reparto, porque respeta la propiedad y dignidad de las personas al asignar esa cuota de responsabilidad individual por su futura pensión, evitando al mismo tiempo que el Estado confisque los fondos con un sistema de reparto.
Si le creemos a Milton Friedman, dicen los liberales, existen soluciones ideales, pero también soluciones realistas que se acercan a las ideales, y el sistema de capitalización individual sería una de estas soluciones realistas aplicada a las pensiones. Una especie de liberalismo “en la medida de lo posible”, un acomodo de un sistema obligatorio a la libertad que se predica.
En esta –llamémosla así– paradoja de la libertad mediante obligatoriedad, no se considera que una cosa es la obligatoriedad y otra es el sistema de capitalización. Hoy estos conceptos están tan unidos, que se cree que uno es parte del otro.
[cita tipo=»destaque»]Es cierto que una propuesta como la señalada aquí tiene un mayor costo para el Estado. Pero conviene reflexionar que la discusión sobre la pensión “digna” es inevitable y, en ese contexto, la sombra de la muerte acecha al sistema de capitalización individual. Así que hasta quizás hablemos de costo hundido. La verdadera libertad será necesaria, dará legitimidad, permitirá que el sistema de capitalización individual sobreviva en el marco de un sistema mixto y ahuyentará al fantasma del sistema de reparto. Pero si los liberales de papel no toman conciencia del paso que hay que dar y siguen con su soberbia, estamos fritos. El propio Milton los reprobaría. Y si siguen aferrándose solo a defender el sistema sin considerar cambios reales, capaz que la paradoja sea la libertad en manos de los estatistas.[/cita]
Consideremos lo siguiente. La Pensión Básica Solidaria (PBS) es un beneficio del Estado para las personas que no han podido obtener una pensión generada “por su propio esfuerzo”. El caso tradicional es que acceden a ella aquellos que tienen cero ahorro, que no lograron acumular en su cuenta de capitalización individual un fondo tal que les permita optar a una renta vitalicia, o cuyo retiro programado se acaba al poco tiempo de pensionarse.
Analicemos tres casos bastante comunes:
Caso 1. Pedro acumuló $5 millones en toda su vida laboral, caracterizada por grandes lagunas previsionales producto de desempleo y trabajo informal. No puede optar a una renta vitalicia, ninguna compañía de seguros “lo va a pescar”, no es negocio ofrecerle una renta vitalicia mayor que la PBS por tan poca plata. El camino que le queda, en consecuencia, es un retiro programado en el cual se puede igualar el monto del retiro al monto de una PBS. Los $5 millones le van a durar poco tiempo. ¿Qué hará Pedro cuando se le acabe la plata? La AFP dejará de pagarle y Pedro puede optar a la PBS (supongamos que reúne los requisitos). Los flujos de caja de Pedro son: ahorró (desembolsó) $X durante toda su vida laboral, los cuales junto a la rentabilidad obtenida por la AFP, le permitieron acumular $5 millones; a cambio obtuvo a favor ingresos mensuales por un monto equivalente a la PBS pagados por la AFP mientras tenía saldo y, después, recibió ingresos correspondientes a la PBS propiamente tal, pagados por el Estado.
Caso 2. Juan acumuló $20 millones en toda su vida laboral, tuvo menos lagunas previsionales que Pedro y empleos un poco mejores. Pero tampoco puede optar a una renta vitalicia, porque también es un cliente poco atractivo para las compañías de seguros, los $20 millones acumulados no compensan ofrecer una renta vitalicia mayor que la PBS. Al igual que Pedro, debe elegir –nótese el contrasentido a propósito– un retiro programado, el cual puede ser ajustado al monto de la PBS. Los $20 millones le van a durar un poco más que a Pedro, sin embargo, también llegará el día en que se le acabará la plata y la AFP dejará de pagarle. Al igual que Pedro, puede optar a la PBS (supongamos que reúne los requisitos). Los flujos de caja de Juan son: ahorró (desembolsó) $Y durante toda su vida laboral, los cuales junto a la rentabilidad del fondo administrado por la AFP, le permitieron acumular $20 millones; a cambio, obtuvo a favor ingresos por un monto equivalente a la PBS, pagados por la AFP mientras tenía saldo y, después, ingresos correspondientes a la PBS propiamente tal, pagados por el Estado.
Caso 3. Diego acumuló solo $100.000 en toda su vida laboral, es decir, prácticamente no cotizó. Postuló y obtuvo la PBS.
Como vemos, tanto Pedro, Juan y Diego obtuvieron el mismo resultado, pero con ahorros distintos. Juan ahorró más que Pedro, y Pedro más que Juan. Estos tres casos, bastante comunes, nos demuestran que es posible que ahorros diferentes durante la vida laboral –léase esfuerzos diferentes– resulten en exactamente los mismos flujos de pensiones para ciertas personas, producto del pilar solidario como garante del Estado. Esta es una oscura realidad, pero no debido a lo “injusto” que podría ser el pilar solidario (no es ese el propósito de esta columna), sino porque para el Estado la situación no le es indiferente. No desembolsa lo mismo en cada caso.
Por paradójico que parezca, dos conclusiones hasta ahora.
Conclusión 1: el sistema de capitalización fue una ayuda para el propio Estado, el cual, gracias a los ahorros de personas que acumularon poco, pero acumularon algo, se evita un desembolso fiscal mayor.
Conclusión 2: si el pilar solidario es una especie de mínimo garantizado, la obligatoriedad favorece más al Estado que a los afiliados que acumulan poco, los cuales reciben lo mismo, independientemente de lo ahorrado.
Nuestra realidad es que las pensiones, incluyendo el aporte solidario, rondan los $259 mil en promedio –$320 mil en hombres y $192 mil en mujeres–, debido a que, por razones diversas y exógenas al modelo, cotizan menos de la mitad de la vida laboral (mujeres cotizan en promedio 15,7 años y los hombres 19,7 años). Es decir, los promedios se mueven en aquella zona en la cual las personas alcanzan a acumular muy poco y no les permite, por sí mismas, obtener una pensión significativamente superior a la PBS.
Conclusión 3: si se considera que la PBS es una especie de un “mínimo asegurado”, para el afiliado no fue tan buen negocio haber ahorrado 15 o 20 años efectivos, para obtener un bajo monto adicional en exceso a la PBS. El sistema es muy poco atractivo para los que ahorran poco (TIR relevante de flujos de caja).
En nuestros ejemplos, la situación sería radicalmente distinta si los $5 millones acumulados por Pedro y los $20 millones acumulados por Juan, fuesen en su totalidad a complementar una PBS asignada a cada uno. Diego (que no ahorró) recibiría la PBS, Pedro recibiría una pensión algo mayor que la PBS y Juan recibiría una pensión mayor que la de Pedro, porque ambas estarían en función de su aporte. Pero esto no es lo que ocurre hoy.
Conclusión 4: incluso si se ahorra poco, la ciudadanía le asignaría mayor valor al sistema de capitalización individual si la totalidad del fondo acumulado fuese a incrementar la pensión mínima. Esta sería la verdadera característica que resguarda el derecho de propiedad y dignidad de las personas al asignar esa cuota de responsabilidad individual por su futura pensión.
¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la paradoja de la libertad mediante obligatoriedad?
Las cuatro conclusiones nos llevan a deducir que es innecesaria la obligatoriedad para garantizar el respeto a la propiedad individual. Y si es innecesario que el sistema de capitalización individual sea obligatorio, también es innecesario impedir que la persona retire fondos cuando lo desee.
Es cierto que una propuesta como la señalada aquí tiene un mayor costo para el Estado. Pero conviene reflexionar que la discusión sobre la pensión “digna” es inevitable y, en ese contexto, la sombra de la muerte acecha al sistema de capitalización individual. Así que hasta quizás hablemos de costo hundido. La verdadera libertad será necesaria, dará legitimidad, permitirá que el sistema de capitalización individual sobreviva en el marco de un sistema mixto y ahuyentará al fantasma del sistema de reparto. Pero si los liberales de papel no toman conciencia del paso que hay que dar y siguen con su soberbia, estamos fritos. El propio Milton los reprobaría. Y si siguen aferrándose solo a defender el sistema sin considerar cambios reales, capaz que la paradoja sea la libertad en manos de los estatistas.