La canciller Angela Merkel (65), en el proceso de desconfinamiento en Alemania, dijo que “encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”. Pero lo que ocurre en Alemania, no pasa en Chile. En nuestro país, los adultos mayores siguen confinados por protección ante el COVID-19, pero a merced de una pandemia peor: el abandono. ¿Qué les hemos dicho a los mayores?: «Quédate en casa, pero con hambre y solo». Así resume el geriatra Juan Carlos Molina cómo ha tratado el país más envejecido de Latinoamérica a las personas grandes en esta emergencia. Expertos analizan cómo saldrán del confinamiento obligado los mayores de 75 años.
“Hemos conocido una pequeña limosna que nos han tirado con la salida de tres horas semanales hasta 200 metros desde la casa, en circunstancias que la gran masa de detractores de la cuarentena y del toque de queda puede salir libremente cinco días a la semana. Somos la gente con mayor experiencia y sabiduría de vida y, por lo tanto, los más confiables. Creo que en vez de este trato vergonzoso, debieran confiar más en nosotros”.
Así expresó su legítima furia el cirujano y académico titular y emérito de la Universidad de Chile Attila Scendes (78) en una carta al director cuando, el 25 de julio, su colega Enrique Paris (71), ministro de Salud, anunció que los mayores de 75 años podrían salir dos veces al día por 60 minutos, siempre con acompañamiento, en las comunas en cuarentena o transición.
Attila no ha sido el único en levantar la voz.
El emblemático conductor de radio y televisión Patricio Bañados (85) también escribió al diario: “Pasé a la tercera edad hace bastante más de una década. El médico me ha recomendado caminar diariamente unos 20 minutos y mi mascota son unos peces. ¿Qué hago?”. Frente a la medida de liberación parcial, declaró, con ironía: “Para todos los ancianitos, a los que el médico nos recomienda caminar sin falta una vez al día, esto se demoró una eternidad. Hasta hace poco se podía sacar a pasear perritos, pero no a abuelitas y abuelitos. A partir del sábado, iniciaré una especie de viejatlón”.
La canciller Angela Merkel (65), en el proceso de desconfinamiento en Alemania, dijo que “encerrar a nuestros mayores como estrategia de salida a la normalidad es inaceptable desde el punto de vista ético y moral”. Y esta cita le dio cuerda al jurista, académico, periodista y columnista Agustín Squella (76), quien, en el programa “Piensa en Grandes”, de Cooperativa, argumentó: “Angela Merkel suele apuntarle bien a las cosas y respecto de esta discriminación lo hizo inmejorablemente. Antes de entrar en cuarentena obligatoria, en Valparaíso y en el país, se dictó prohibición de salir a la calle a los mayores de 75 años. A mí me pareció insólito. Yo hice objeción de conciencia y salí todos los días a pasear por el borde costero entre la Avenida Perú y Las Salinas, y estuve a punto incluso de llamar a la desobediencia civil. Es una medida muy absurda, porque sí, los adultos mayores somos más vulnerables que el resto, pero también son más frágiles los niños frente a la influenza común durante el invierno y a nadie se le ocurre tenerlos encerrados o impedir que vayan al colegio. No por ser más vulnerables tenían que recluirnos en nuestras casas. Además la gente mayor, no por virtud, sino porque nuestro organismo resiste menos, somos preferentemente personas responsables. Yo encuentro un desatino mayor esta discriminación por edad”.
Esta polémica da cuenta de una realidad que aún no dimensionamos en toda su magnitud. Hay datos aislados que hablan de una notoria pérdida de masa muscular en los adultos mayores a consecuencia del confinamiento en todo el mundo. A esto se suman las denunciadas consecuencias sobre la salud mental: sintomatología ansiosa o depresiva, estrés postraumático, así como sentimientos de ira, tristeza, irritabilidad, miedo, todo cruzado por la soledad, que muchos especialistas han advertido puede ser una pandemia mucho peor que la del coronavirus.
Uno de ellos es el Nobel de Química 2013, el biofísico israelita nacido en Sudáfrica Michael Levitt (73), quien ha sostenido que “el daño ocasionado por el confinamiento será mucho mayor que cualquier daño del COVID-19 que se haya evitado”. Incluye el experto, dentro del perjuicio, la imposibilidad de generar recursos que ha afectado a muchos adultos mayores pobres y vulnerables que necesitan trabajar para poder subsistir a diario.
En «Piensa en Grandes», programa radial orientado a la tercera edad, varios expertos en geriatría así como en derechos de los adultos mayores han abordado desde distintos ángulos cómo han vivido la pandemia las personas grandes en Chile y qué falencias presentan los sistemas sociales y sanitarios en el país más envejecido de Latinoamérica.
Hasta el 7 de agosto, el 62,4% de los fallecidos por COVID-19 en nuestro país son mayores de 70 años, lo que corresponde a 6.175 personas. A diferencia de lo sucedido en Europa, acá no ha habido la enorme y dramática mortandad que vimos en establecimientos geriátricos de países como España y Francia, donde el contagio en brote generó situaciones de terror: adultos abandonados conviviendo con cadáveres, por ejemplo.
Así lo destaca el abogado Octavio Vergara, director del Servicio Nacional del Adulto Mayor, Senama: “El coronavirus ha sido especialmente agresivo con las personas que viven en residencias de adultos mayores en el mundo. Hay cifras dramáticas: en Canadá más del 80 por ciento del total de fallecidos por COVID-19 vivía en residencias para adultos mayores; en España, el 75 por ciento; en Francia, el 65 por ciento; en Irlanda, el 58 por ciento. Incluso en Suecia, que tiene un sistema de apoyo al adulto mayor de primer nivel, un 51% de los fallecidos residía en una residencia geriátrica. En Chile, hoy esa cifra es menor a un 15%”.
-¿A qué se debe esta diferencia?
-En el verano, cuando nos empezamos a enterar de lo que estaba pasando en el mundo con el coronavirus, pusimos todo nuestro esfuerzo en proteger del contagio a las residencias y sus habitantes, muy de la mano con los operadores de las instituciones que trabajan el tema, donde Hogar de Cristo y Las Rosas son las más conocidas. En el país hay 250 hogares de ancianos administrados por fundaciones sin fines de lucro de un total de 994 registrados formalmente. Además, se estima que habría un universo equivalente de residencias irregulares o informales. Nosotros como Senama hemos estado muy encima de los hogares, en especial de los sin fines de lucro, entregándoles hasta la fecha seis millones de elementos de protección sanitaria y apoyo en materia de personal. Hemos aportado con 2.200 personas en estos tres meses para reemplazar a cuidadores y cuidadoras que han debido hacer cuarentena preventiva. A eso sumamos la activación de las llamadas “residencias espejo”, hoy tenemos 18 de ellas en todo Chile, que permiten albergar a las personas sanas y aislarlas de las contagiadas para evitar que enfermen.
Este celo ha permitido exhibir mejores cifras y proteger vidas. También ha robustecido el trabajo conjunto, afirma el abogado Vergara: “Senama no tiene facultades de fiscalización del funcionamiento de las residencias, eso le corresponde al Ministerio de Salud, con el cual hemos tenido un muy buen trabajo colaborativo durante la pandemia. Hay que tener claro que los hogares no son clínicas, son residencias donde viven personas con algún nivel de dependencia, moderada o severa, y que suelen padecer patologías de base, por lo que el trabajo con la familia, con voluntariado, es clave. Y eso se ha visto limitado, ya que por razones de seguridad sanitaria están prohibidas las visitas. Lo positivo ha sido el trabajo y el apoyo que nos ha prestado la Asociación Chilena de Seguridad (AChS) y la Sociedad de Geriatría, así como los operadores de las residencias en este trance”.
Un dato relevante que no tiene que ver con los residentes en instituciones, sino con todo el universo de mayores de 65 años, que en Chile llegan a 2.260.222 personas, es lo que ha pasado con el FonoMayor (800-400-035): “A partir de mediados de marzo se estableció confinamiento obligatorio para los mayores de 80 y desde el 15 de mayo para los de 75. Esto, sin duda, ha tenido efectos sobre la salud física y mental de las personas y lo vemos en las llamadas que estamos recibiendo. Angustia, soledad, necesidad de contención emocional es lo que escuchan los 50 funcionarios a cargo de FonoMayor, que están apoyados por sicólogos. Si comparamos el segundo semestre de 2019 con el de este 2020, las llamadas han aumentado en un 400 por ciento. Y lo que más se escucha son denuncias de maltrato”.
-¿A qué te refieres exactamente con maltrato?
-Hay muchas formas de maltrato contra los adultos mayores: económico, sicológico, físico, pero el que más hemos visto en esta situación de pandemia es el abandono. La desatención, el aislamiento físico y social. La soledad, que es una de las formas más duras de maltrato a los adultos mayores.
Daniela Thumala, psicogerontóloga, académica de la Universidad de Chile, especialista en el estudio del envejecimiento y la vejez, investigadora del Centro de Gerociencia, Salud Mental y Metabolismo GERO, que lleva años haciendo un seguimiento a adultos mayores en el país para descubrir qué causas están detrás del desarrollo de Alzheimer y otras enfermedades mentales asociadas a la edad, está convencida de que a Chile, el país que más envejece en Latinoamérica, le urge conocer mucho más de sus adultos mayores. Dice: “Se toman medidas para todos sin considerar la enorme heterogeneidad que existe en un grupo que va desde los 75 años hasta los 100 y más. Si conociéramos mejor a las personas mayores, podría focalizarse mucho mejor la ayuda. Si hay una etapa de la vida en que es más difícil generalizar, esa es la vejez. Necesitamos un catastro de las condiciones de vida de los mayores, que considere todas las variables, desde las médicas, como si padecen diabetes, hasta las condiciones del barrio en que vive para ver si es posible que salgan a caminar en un ambiente seguro. Aquí no hay criterios para saber qué personas necesitan qué tipo de cuidados y cuáles otros o ninguno”.
Thumala observa la medida de confinamiento por parejo a los mayores de 75 años dentro de ese mismo contexto de desconocimiento de las diversas características que tienen las personas grandes. Explica: “Como cultura hemos ‘biologizado’ la vejez. Se cree que porque las personas a medida que envejecemos nos vamos poniendo físicamente más frágiles, porque resistimos menos el impacto del coronavirus, eso define nuestra esencia. Esto se debe a que nuestra sociedad muestra solo un aspecto de la vejez, la cual es muy variable y diversa. Yo insisto en la heterogeneidad de las personas en esta etapa de la vida. Hay hombres y mujeres mayores con una gran fortaleza psicológica, por ejemplo, expertos y fuertes, vitales y capaces, pero los despojamos de sus capacidades y eso les hace daño. A ellos y a nosotros mismos, porque otra cosa que tiene la vejez es que es muy democrática; todos vamos a llegar a ella y ojalá no nos traten a nosotros como nosotros los tratamos hoy a ellos. Con esta mirada, entonces, se aplica una medida por parejo que para muchos es percibida como un castigo o una discriminación injusta. No me extraña que haya muchos adultos mayores molestos de ser vistos como frágiles sin serlo”.
Daniela toca un punto que el director del Senama, Octavio Vergara, ilustra con claridad a partir de un estudio: “Chile es uno de los países que más envejece en Latinoamérica, pero seguimos mirando a los mayores desde la caricatura del abuelito encorvado y con bastón. Requerimos un cambio de mirada, porque los adultos mayores actuales están muy alejados de esa imagen. El dato más dramático del Estudio de Inclusión y Exclusión Social de los Adultos Mayores en Chile es la percepción de los menores de 60 años sobre ellos. El 75 por ciento de los consultados cree que tienen dependencia, que necesitan ser asistidos por otros para vivir, cuando el 85 por ciento de los adultos mayores es Chile son total y absolutamente autovalentes. Si no cambiamos esa mirada, vamos a seguir discriminando por edad y la gente seguirá ganando años con una pésima calidad de vida, marcada por la exclusión y la invisibilidad”.
El mediático geriatra Juan Carlos Molina (58) es aún más duro en este mismo sentido. Él sostiene que “Chile es definitivamente un país edadista. La Ley Zamudio incluyó todos los elementos de discriminación y no consideró el edadismo o viejismo, la discriminación por edad. Los comunicadores, periodistas, publicistas, todos, han desarrollado un constructo en que la vejez es algo negativo. Y el Estado chileno –no este Gobierno ni el anterior–, el Estado, ha sido uno de los principales maltratadores. Por eso, los mayores prefieren hacerse invisibles a reconocerse como personas grandes. Afortunadamente, la actual Primera Dama trabaja el concepto de adulto mejor y de envejecimiento activo, pero hoy en Chile se dista mucho de fomentar una vejez positiva cuando todo en esta edad es visto como problema. Lo primero que surge de la boca de los que hablan de vejez es la mala salud y las pensiones, nunca mencionan la sabiduría o la experiencia, cuando deberían ser los elementos esenciales del relacionamiento con los mayores”.
-¿Cómo sugieres cambiar esa mirada?
-En Chile, hemos ganado años de vida de la mano de la discriminación y es eso lo que tenemos que cambiar, desarrollando una gerontocultura, incluyendo a las personas grandes como parte del paisaje y no como “algo” que forzadamente tenemos que incorporar.
Molina lo hace desde los matinales, desde la televisión y usando todas las plataformas posibles para “evangelizar”, pero tiene ideas mucho más ambiciosas, como un “Banco de Experiencia”. Afirma: “En Chile, les damos el título de emprendedores a jóvenes que recién están pisando un camino, cuando hay tantos adultos mayores que han dejado una huella. Esos hombres y mujeres grandes deben ser aprovechados como mentores para guiar a los jóvenes con su experiencia. Esa sería una iniciativa genial en tiempos pospandemia”, propone.
Y va más allá. Sugiere tres medidas para mejorar ahora, ya, la vida de los adultos mayores: “Primero tenemos que cambiar el Ministerio de Enfermedad que tenemos por un verdadero Ministerio de Salud. Que no reaccione a la enfermedad y se base en la salud. Segundo, no podemos inaugurar más hospitales sin servicios y equipos profesionales de geriatría. Tenemos que darnos cuenta de que la era del curar pasó y estamos en la era del cuidar. Eso significa desarrollar programas nacionales de cuidados de salud a largo plazo con continuidad de asistencia, desde la prevención hasta la atención de urgencia, pasando por unidades de rehabilitación funcional, cuidados paliativos, servicios de larga estadía, todo integrado e integral. Hoy les hemos dicho a los viejos: ‘Quédate en casa, pero quédate en casa con hambre y solo’. Es evidente que falta un sistema sociosanitario ad hoc a las necesidades de un país envejecido”.