La pandemia ha demorado o trasladado al plano virtual muchas reuniones multilaterales. El Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, por ejemplo, pospuso su reunión anual debido a la pandemia. El BID debería postergar su reunión de septiembre por la misma razón, hasta marzo de 2021, y elegir entonces a un nuevo presidente. Ello sería lo prudente. Y el gobierno de los Estados Unidos, ya sea dirigido por el Presidente Trump o el Presidente Biden, debería volver a la norma consagrada de que el presidente del banco sea un latinoamericano. Si las cosas funcionan, déjenlas como están.
En momentos en que las instituciones multilaterales intentan responder a los desafíos globales sin precedentes de hoy, una que funciona bien es el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). Fundado en 1959 y con su casa matriz en Washington D.C., tiene amplio reconocimiento por su papel clave en reducir la pobreza y la desigualdad en América Latina en forma sustentable, así como por facilitar la cooperación económica interamericana.
Sin embargo, el esfuerzo inédito del Presidente Trump por ubicar a un estadounidense en la presidencia del BID plantea el riesgo de distanciar a la región y politizar esta exitosa institución. Sesenta años de tradición de conducción latinoamericana del BID no deberían echarse por la borda así como así en las elecciones para la presidencia del Banco, programadas para mediados de septiembre.
Como mayor fuente de financiamiento para el desarrollo de nuestro hemisferio, el BID canaliza unos 12 mil millones de dólares al año en préstamos a los países de América Latina y el Caribe para proyectos minuciosamente evaluados, en infraestructura, modernización del Estado, educación y programas sociales.
Actualmente, el BID financia más proyectos en América Latina que cualquier otro banco multilateral de desarrollo, incluyendo el Banco Mundial. Ha construido relaciones y una reputación de gran capacidad para resolver problemas y para generar asociaciones público-privadas que aportan mucho al desarrollo de la región. Y la importancia del Banco debería ser aún mayor en el futuro, en una región que enfrenta una crisis triple. De salud, con un 28% de las víctimas mortales de la pandemia COVID-19 en el mundo; con la contracción económica más pronunciada de cualquier región en desarrollo ( 9.4%); y de fuerte agitación social en muchos países, impulsada por la profunda frustración de una clase media que recae en la pobreza y en la precariedad.
Ese es el contexto de la candidatura inédita presentada por el gobierno de Trump, la de un ciudadano estadounidense (un colaborador de la Casa Blanca), para que actúe como quinto presidente del BID y el primero de los Estados Unidos.
El sorpresivo anuncio de los Estados Unidos ha provocado numerosas reacciones negativas en América Latina. Cinco recientes presidentes latinoamericanos (Fernando Henrique Cardoso de Brasil, Ernesto Zedillo de México, Ricardo Lagos de Chile, Juan Manuel Santos de Colombia y Julio María Sanguinetti de Uruguay), todos estadistas sobresalientes y cordiales amigos de los Estados Unidos, emitieron una fuerte declaración en oposición a esta candidatura. Hace unos días, Sebastián Piñera, el Presidente de Chile, pidió aplazar la elección hasta 2021. La Unión Europea les ha pedido a sus países miembros que sean integrantes del BID que apoyen esta postergación.
El gobierno de Trump presiona a los países latinoamericanos para que mantengan la fecha se septiembre y apoyen su candidatura. Para ello ofrece como estímulo la inminente renovación de capital del Banco, y como castigo la posibilidad de no conceder préstamos en la pospandemia para aquellos que no respalden a su candidato.
Sin embargo, la oposición a la candidatura de Estados Unidos ha ido creciendo, especialmente en Argentina, México y Perú, en tanto Chile ya la ha anunciado. Esto no tiene que ver con el candidato del Presidente Trump. Este posee antecedentes relevantes en asuntos económicos, financieros e internacionales, aunque, a diferencia del presidente actual del BID (y los anteriores) no ha ocupado cargos de nivel ministerial, no aportando la dignidad que ello conlleva.
Con todo, la principal objeción a esta candidatura es que pasa por alto un compromiso y una costumbre establecida por sesenta años. Ella se inició bajo los auspicios del Presidente Eisenhower, estipulando que el banco tendría su sede en Washington, que el presidente sería latinoamericano y el vicepresidente un estadounidense.
Esta fórmula ha funcionado bien durante seis décadas. En estos años, los países latinoamericanos aumentaron su aporte de capital y su sentido de propiedad del Banco, e hicieron que los préstamos y los programas de la entidad fuesen cada vez más eficaces.
Estados Unidos es el mayor contribuyente y mayor accionista del BID, pero la decisión del Presidente Eisenhower de acceder a una conducción latinoamericana del banco corresponde al enfoque estadounidense tradicional de posguerra hacia los organismos multilaterales por los que él abogaba: influencia, sí; dominio de un solo país, no.
Algunos piensan que el esfuerzo sin precedentes del gobierno de Trump para colocar a un estadounidense en la presidencia del BID es una forma de contrarrestar la creciente influencia china en América Latina. Sin embargo, la forma de refrenar la influencia china no es secuestrando una exitosa institución multilateral, sino fortaleciendo la cooperación interamericana para responder a las necesidades económicas y sociales.
Nombrar a un estadounidense como presidente del BID poco antes de una elección presidencial en los EE.UU., conlleva el riesgo de marginar y politizar a la institución, sobre todo si los votantes de ese país escogen seguir otro rumbo.
La pandemia ha demorado o trasladado al plano virtual muchas reuniones multilaterales. El Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo, por ejemplo, pospuso su reunión anual debido a la pandemia. El BID debería postergar su reunión de septiembre por la misma razón, hasta marzo de 2021, y elegir entonces a un nuevo presidente. Ello sería lo prudente.
Y el gobierno de los Estados Unidos, ya sea dirigido por el Presidente Trump o el Presidente Biden, debería volver a la norma consagrada de que el presidente del banco sea un latinoamericano. Si las cosas funcionan, déjenlas como están.