Al morir Allende falleció también la UP junto a sus dos almas. La de la dictadura del proletariado, el avanzar sin transar, y la que buscaba Allende, la de avanzar ocupando, paso a paso, espacios de la institucionalidad burguesa, para ir cambiándola desde dentro a través de sus propios mecanismos. Salvador Allende nunca buscó la dictadura de una clase para oprimir a la otra dominante. A horas de que el viernes 4 de septiembre se cumplan 50 años desde que la Unidad Popular llegara al poder, en esta crónica se esbozan los sucesos históricos que marcaron a fuego el sueño de una República Socialista.
La Unidad Popular murió con dos almas el día que murió Allende. Una fue la del asalto al poder total para destruir la institucionalidad del Estado burgués, como se lo llamó entonces. Su fin no fue solo la construcción de la patria socialista, sino la dictadura del proletariado. Quienes levantaron esa estrategia consideraron la posibilidad de combatir con las armas para alcanzar el objetivo final. Fue la vía del avanzar sin transar.
La que no se conformó solo con ocupar el sillón de la burguesía en La Moneda, sino que lo quiso todo en pocos años. Allende la rechazó, y por eso le gritaron traidor, lo mismo que a los comunistas. Los acusaron de reformistas y traidores a la clase obrera y al pueblo.
Pero Salvador Allende nunca creyó en la dictadura del proletariado, la dictadura de una clase para oprimir a la otra dominante, la burguesía y sus aliados.
La otra alma fue la que invariablemente sostuvo Allende, que al final terminó solo respaldado por el Partido Comunista y la fracción del MAPU que, tras el quiebre de ese partido en marzo de 1973, quedó liderando Jaime Gazmuri. El fraccionamiento de ese partido ocurrió marcado exactamente por esas dos líneas irreconciliables en la UP.
Esta otra estrategia buscó ir, gradualmente, consolidando los cambios que se alcanzaban con el programa de Gobierno. Avanzar ocupando, paso a paso, espacios de la institucionalidad burguesa, para ir cambiándola desde dentro a través de sus propios mecanismos.
Y cuando la situación política se tornó grave y el país se polarizó entre amigos y enemigos, Allende y sus aliados dentro de la UP buscaron ampliar la base social de apoyo, abriéndose al diálogo con la Democracia Cristiana para intentar además consensuar con esta algunos cambios al programa de Gobierno.
Con este diálogo se trató, a la vez, de sumar fuerzas políticas y sociales que estaban en la oposición para evitar el golpe de Estado, que en los últimos meses galopaba. Aunque este siempre estuvo en la mira de la derecha y de algunos militares para derrocar a Allende y la UP, incluso evitando que asumiera como Presidente. Los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de EE.UU. así lo demuestran.
Fue la acción que terminó en el asesinato del comandante en Jefe del Ejército, general René Schneider, el 22 de octubre de 1970, quien murió tres días después a causa de sus heridas de bala.
Frente a la tesis de la conquista del poder total que conducía muy probablemente a un enfrentamiento, como lo sostenían el Partido Socialista, la fracción del MAPU que tras el quiebre lideró Óscar Guillermo Garretón, y la Izquierda Cristiana que finalmente también se sumó a esa vía, además del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) desde fuera de la UP, la opción de Allende y el PC levantaron la consigna no a la guerra civil. Que más que palabras sueltas, reflejaron el corazón de la alternativa que se negó a destruir la institucionalidad burguesa para instalar la dictadura del proletariado al estilo bolchevique.
«En este proceso, un enfrentamiento le parece ¿eventual, soslayable o ineludible?», le preguntó en febrero de 1973 la periodista de la revista Punto Final, María Eugenia Saúl, al secretario general del PS, Carlos Altamirano. «¡Ineludible!», fue su respuesta. «No se puede construir una nueva sociedad sin destruir la vieja, y desde un punto de vista ideológico, hasta las cenizas de esta última deben ser aventadas», afirmó Altamirano.
Unos meses después de asumir Allende, el filósofo y escritor francés Régis Debray, que estuvo con el Che Guevara en Bolivia desde mediados de los años 60, y luego en 1985 fue miembro del Consejo de Estado del Gobierno socialista de François Mitterrand en Francia, vino a Chile a conocer el proceso al socialismo y habló largo con Allende. En aquella entrevista insistió mucho en la cuestión para él de fondo:
-Con Frei Montalva se acabó el reformismo en Chile, fracasó. Con usted en el Gobierno, el pueblo chileno ha escogido la vía de la revolución. Pero ¿qué es revolución? Es sustitución del poder de una clase por otra. Revolución es destrucción del aparato del Estado burgués y su reemplazo por otro. Y acá no ha pasado nada de eso. Entonces, ¿dónde estamos? Aquí sigue intacta la democracia burguesa porque usted tiene solo el Poder Ejecutivo. ¿Cuándo y cómo van a conquistar el poder?».
Allende le contestó que primero se debían realizar profundas transformaciones en diversas áreas, en especial en la economía y la tenencia de los medios de producción. También debían ocurrir varias nacionalizaciones de bienes que se encontraban en manos de Estados Unidos.
-Entonces ya vamos a llegar allá –le dijo, refiriéndose a la cuestión del poder total, pero no entró en detalles.
Debray volvió al ataque:
-Pero, compañero Presidente, no se puede reducir el problema del socialismo a la cuestión de la propiedad de los medios de producción y usted lo sabe. Usted conoce la frase de Lenin: «El socialismo es la electrificación, más los soviets”.
Allende admitió que Debray tenía razón, y le explicó que por cierto la institucionalidad burguesa debía ser cambiada, aunque no le precisó bien cómo hacerlo.
El intelectual francés, que ya tenía experiencia política en revoluciones y era un estudioso de ellas, se adelantó entonces al conflicto de las dos almas de la UP. Porque sabía que, más temprano que tarde, era inevitable confrontarse con el problema del poder total en una revolución.
A no ser que en Chile no se tratara de una verdadera revolución, sino más bien de un Gobierno y un programa popular que abrían espacios relevantes, para llegar a construir un socialismo que no se planteaba el poder absoluto para oprimir a sus opositores.
La entrevista de Debray, reproducida en el libro Conversación con Allende (Siglo XXI Editores, 1971), se convertiría en un documento histórico no solo por la oportunidad en que fue hecha, recién asumido Allende, sino también por lo extenso y profundo sobre la cuestión de la revolución socialista.
La verdad es que Salvador Allende nunca creyó en la destrucción del Estado burgués. No quiso destruir la institucionalidad que, con inequidades, Chile se había dado a través de su historia regada de sangre. Tampoco optó por transformarse en un dictador de partido o bloque único para oprimir por la fuerza a quienes no lo seguían. De ello dio múltiples ejemplos.
Si bien en la entrevista con Debray, Allende no fue categórico para rechazar la asunción del poder total y la instalación de una clase por otra, como lo demandó el sector más radical de la UP y el MIR, sí lo fue después en la “Carta a los jefes de los partidos de la Unidad Popular” (julio 1972, Revista de la Universidad Técnica del Estado, número 9, julio-agosto 1972, pp, 121-125), escasamente divulgada.
La carta se originó con motivo de la “Asamblea del Pueblo”, que el sector de extrema izquierda de la UP y el MIR organizaron en Concepción el 27 de julio de 1972.
A esa altura del proceso, la estrategia rupturista del avanzar sin transar ya había conformado desde la base los órganos de Poder Popular. Aquel se fortaleció en las acciones de respuesta al paro de octubre de 1972 de los camioneros y gremios contra Allende y el Gobierno.
Sus principales órganos fueron los Cordones industriales, Comandos comunales y Consejos comunales campesinos. Además de otra serie de organismos, como las Juntas de Abastecimiento y Precios (JAP) y Comités de producción y autodefensa.
Incluso alguna militancia comunista de base participó entusiastamente en esos organismos.
Así nacía el Poder Popular, paralelo al sindicalismo tradicional y reivindicacionista que representaba entonces la Central Única de Trabajadores (CUT), según criticaba el alma del ¡poder total ahora! Aquella sostuvo que ese sindicalismo tradicional jamás se había planteado más allá del economicismo ciego de sus demandas, olvidando su rol de clase para construir el socialismo y asumir el poder total.
En la “Carta a los jefes de los partidos de la Unidad Popular”, Allende fue duro. Quizás por primera vez atacaba con pasión la estrategia rupturista de sectores de la UP y del MIR.
«Rechazo cualquier intento de diseñar tácticas paralelas espontaneístas, so pretexto de que personas o grupos se sientan depositarios de la verdad, y persistan en su afán de desviar la marcha del pueblo para colocarlo frente a riesgos, en los cuales la vida de hombres, mujeres y jóvenes está innecesariamente expuesta».
Y dejó claro su pensamiento sobre la institucionalidad del Estado.
«El Gobierno de la UP es resultado del esfuerzo de los trabajadores, de su unidad y organización. Pero también de la fortaleza del régimen institucional vigente, que resistió los embates de la burguesía y el imperialismo para destruirlo. Por eso, para continuar gobernando al servicio de los trabajadores, es mi deber defender sin fatiga el régimen institucional democrático. Y no concibo que ningún auténtico revolucionario responsable pueda, sensatamente, pretender desconocer en los hechos el sistema institucional que nos rige y del que forma parte el Gobierno de la Unidad Popular. Si alguien así lo hiciera, no podemos sino considerarlo un contrarrevolucionario».
Y agregó, para criticar el doble poder pretendido por la izquierda ultra del poder total ahora:
“Pensar en algo semejante en Chile en estos momentos es absurdo, si no crasa ignorancia o irresponsabilidad. Porque aquí hay un solo Gobierno: el que presido. Y que no sólo es el legítimamente constituido, sino que, por su definición y contenido de clase, es un Gobierno al servicio de los intereses generales de los trabajadores. Y con la más profunda conciencia revolucionaria, no toleraré que nadie ni nada atente contra la plenitud del legítimo Gobierno del país”.
Luego fijó su posición sobre la única forma que concebía para cambiar esa institucionalidad del Estado:
«El régimen institucional actual debe ser profundamente cambiado porque ya no se corresponde con la realidad socioeconómica que hemos creado. Pero será cambiado de acuerdo con la voluntad de la mayoría del pueblo, a través de los mecanismos democráticos de expresión pertinentes».
Sus palabras no dejaron duda. Allende rechazaba absolutamente la vía insurreccional, más o menos armada, para alcanzar el poder total e instaurar la dictadura de la clase obrera. Y cerraba filas con los comunistas, y después también con el MAPU de Gazmuri tras el quiebre de ese partido, para defender el camino de revolución chilena con sabor a empanadas y vino tinto.
Este fue el sello del Gobierno de Allende, el que lo hizo internacionalmente atractivo y objeto de estudio: un socialismo con un programa marcadamente a favor de los más humildes, pero que se estaba construyendo con las reglas de la democracia pluralista, y con todos los poderes del Estado y sus instituciones actuando en plena libertad. Porque se podía hacer.
Por eso, el Gobierno de Estados Unidos y sus servicios de inteligencia entraron en pánico y comenzaron a preparar la asonada final. Porque temían que el modelo Allende se extendiera por el continente americano.
El 24 de mayo de 1972, Luis Corvalán, secretario general del PC, afirmó –en una conferencia de prensa reproducida en el diario El Siglo– que la institucionalidad del Estado chileno «no es un obstáculo insalvable, porque hasta ahora se ha demostrado que se pueden hacer cosas en los marcos de la legalidad, y que lo que se puede hacer no depende tanto de la ley como de la lucha, de la organización y movilización de las masas”.
En absoluta consonancia con Allende, Corvalán agregó: “Hoy no hay ninguna posibilidad para modificar esta legalidad, esta institucionalidad. Por ningún camino, ni a través del camino legal, ni a través de un camino extralegal».
El PC no se andaba con rodeos y lo decía claramente, igual que Allende. Hacia fines de 1972, la crisis táctica y estratégica de la UP era insalvable.
La estrategia del Poder Popular enfrentando al «reformismo» de Allende, el PC y el MAPU-Gazmuri, se extendía por todo Chile. Lo decía Corvalán en la misma rueda de prensa:
«Sería un error creer que las discrepancias están circunscritas a Concepción (en referencia a la carta de Allende a los partidos de la UP a raíz de la referida Asamblea del Pueblo). Porque en mayor o menor medida, las encontramos en todo el país. (…) Y hablando francamente, sin más rodeos, nosotros vemos una crisis muy seria en la Unidad Popular, que está afectando la marcha misma del Gobierno”.
Por todo ello es que una de las grandes mentiras de la dictadura de Pinochet, de las tantas que conocemos, fue culpar a los comunistas, y al propio Allende, del escenario de crisis abierto en Chile, sobre todo en el último año del Gobierno socialista. No eran ellos quienes querían instaurar en Chile una dictadura comunista para aplastar a la clase enemiga.
El último, y probablemente el único extenso debate en que participaron los partidos de la UP y el MIR para analizar descarnadamente el proceso que se vivía, tuvo lugar entre el 24 y 26 de noviembre de 1972. Tres días reunidos discutiendo invitados por el Movimiento Cristianos por el Socialismo, que se había fortalecido bajo el Gobierno de Allende.
«La ultraizquierda ha hecho daño al proceso revolucionario, y no hemos hecho todo lo necesario para dar una batida ideológica a las posiciones del extremismo de izquierda. (…) El revolucionarismo pequeñoburgués se encontró con el sol de la revolución y lo encegueció queriendo hacerlo todo en 24 horas, reemplazando la dirección serena y consecuente de la clase obrera».
La dura crítica fue, en ese encuentro, de la integrante del comité central del PC y exministra del Trabajo de Allende, Mireya Baltra.
El secretario general del MIR, Miguel Enríquez, no demoró en responder:
«Ya no son errores nada más (cometidos por Allende y los comunistas), es el sello de la conciliación, de la debilidad, de quien no acumula fuerzas donde debe y quiere encontrarlas en los pasillos del Congreso, o en la muñeca, o en la maniobra política. (…) El problema es la conquista del poder y que se instaure la dictadura del proletariado».
Claro ataque a la estrategia gradual del proceso y a la búsqueda de la alianza con la DC. Y a la reconocida «muñeca» política de Allende.
En aquel foro el representante del MAPU, José Antonio Viera-Gallo, que después se quedó en el MAPU-Gazmuri, puso el dedo en la llaga:
«Hay que devolver la esperanza a la gente de que realmente somos la mayoría, debiéramos serla, y si no lo somos, perdón que lo diga, pero no se puede hacer una revolución en contra de la mayoría. La revolución es una obra de masas, y si las masas no están en la revolución, no hay revolución. (…) Es iluso pensar en el socialismo en Chile por obra de las minorías. La dictadura del proletariado, pese al proletariado».
En 1970 Allende había ganado con un tercio de los votos, aunque en las parlamentarias de marzo de 1973, con el país convulsionado, la UP alcanzó el 44 por ciento del electorado.
Mientras, al interior de la fracción del MAPU del Poder Popular, se planteaba en un documento de línea estratégica que «el proletariado no puede ejercer su dictadura de clase a través del viejo aparato estatal de la burguesía. (…) Las luchas del proletariado no se pueden plantear dentro de los marcos de la institucionalidad burguesa, eludiendo sistemáticamente su propia ruptura y buscando solo su modificación desde adentro. Esto es dar vida a un camino gradualista, legalista y reformista hacia el socialismo».
Altamirano sostenía en febrero de 1973: «La revolución solo es posible si los obreros y campesinos asumen el control político y conducen el proceso abierto por la Unidad Popular».
Cuando el 29 de junio de 1973 un sector del Regimiento Blindado Nº 2 se sublevó y sacó tanques a la calle en un fracasado intento golpista, Allende convocó a la ciudadanía a la Plaza de la Constitución para informar de los sucesos. La gente enardecida le gritó repetidas veces:
“A cerrar, a cerrar el Congreso Nacional…”, y lo instó a dar un golpe de timón definitivo hacia el socialismo. La respuesta del Presidente silenció a la plaza:
«Compañeros, el proceso revolucionario chileno tiene que marchar por los cauces propios de nuestra historia, de nuestra institucionalidad, y el pueblo debe comprender que yo tengo que mantenerme leal a lo que he dicho. Haremos los cambios revolucionarios en pluralismo, democracia y libertad. (…) ¡Óiganlo bien, y pido respeto, no voy a cerrar el Congreso!».
Los cientos de miles que gritaban respetaron su posición y silenciaron la consigna.
Su Presidente había sido claro. Para él no había espacio para el enfrentamiento, ni para instaurar ninguna clase de dictadura. A partir de ese instante la UP quedó al borde del quiebre formal, porque fraccionada mortalmente en su espíritu, táctica y estrategia, ya lo estaba desde hacía mucho debido a sus dos almas.
Catorce días antes del golpe, en la última reunión de la comisión política del PS, el 28 de agosto de 1973, presidida por el senador Adonis Sepúlveda como subsecretario general del partido, la mayoría de la Copol le puso la lápida a Allende en su búsqueda de diálogo con la DC. Solo 6 de los 14 integrantes que participaron, estuvieron de acuerdo en ese acercamiento, pero fuertemente condicionado, que no reflejaba lo que Allende buscaba.
El plebiscito al que el Presidente iba a convocar fue rechazado.
Y si bien solo cinco de ellos se inclinaron por la vía violenta en un enfrentamiento armado con la oposición para dar el golpe definitivo y asumir el poder total, en general la conducción del proceso de Allende fue duramente cuestionada. Efectivamente el PS estaba en el avanzar sin transar, pero no todos en su interior estaban por conquistar ese poder total a través de las armas. Lo demuestra el contenido de esta, la que fue la última reunión de la Copol socialista.
La reunión había sido pedida por el propio Allende para conocer la postura de la dirección máxima de su partido, pero esta le dio la espalda, como también se la dio al PC.
(Ver aquí, donde también se encuentran los originales de la transcripción del acta de esta reunión).
Al mediodía del lunes 10 de septiembre de 1973, Allende dispuso informar a los canales de televisión y radios para que entraran en cadena al día siguiente. Anunciaría el plebiscito con el que sometería al voto ciudadano sus “Bases para la Reforma de la Constitución Política del Estado”, documento que él y varios de sus colaboradores venían preparando desde inicios de 1972.
Ahí estaba su pensamiento sobre el Estado y la institucionalidad, sobre su revolución, que difería radicalmente del asalto al poder total; de los soviets rusos; de los socialismos reales del Este de partido único y sus policías secretas para reprimir la disidencia; y de la revolución cubana.
«Con o sin acuerdo de la DC o los partidos de la coalición de Gobierno (UP), el Presidente Allende tenía resuelto que el camino a seguir por el país debía ser decisión de todos los ciudadanos», recuerda su más cercano asesor, el español Joan Garcés, en su libro Allende y la experiencia chilena (Editorial Ariel, Barcelona, 1976).
“Lunes 10 de septiembre, una y media de la tarde. En el transcurso de la mañana me ha telefoneado Augusto Olivares (asesor de prensa de Allende y director de prensa de Televisión Nacional, suicidado en La Moneda el día del golpe). El Presidente quiere que vaya a almorzar a La Moneda. (…) En los postres, Allende explica el motivo que le llevó a reunirnos (junto a otros asesores y ministros)».
Y Garcés relata lo que el Presidente dijo:
“Me propongo dirigir al país un mensaje. Les he convocado para que viéramos la posibilidad de hacerlo esta noche. Ya está dispuesta la red oficial de radio y televisión. Es muy importante y hay que prepararlo bien. Por ello quizás sea más conveniente que hable mañana a mediodía. En cualquier caso, quiero hacerlo antes que se reúna el Consejo Nacional de la Democracia Cristiana, mañana por la tarde. Los demócratacristianos deben conocer mis planteamientos antes de que empiecen la sesión”.
En el intento de acercar fuerzas con la DC para salvar la democracia y su proyecto socialista democrático, pluralista y respetuoso de las libertades y los Derechos Humanos, Allende se mantuvo leal hasta las últimas horas de su vida. Por ello fue rechazado por la ultraizquierda. Y al final abandonado por una mayoría democratacristiana en ese intento de diálogo.
“El Congreso estará formado por la Cámara de Diputados y la Cámara de los Trabajadores».
«La Cámara de Diputados es elegida por sufragio universal, directo y secreto. Debe elegirse un diputado por cada setenta mil habitantes”.
“La Cámara de los Trabajadores es elegida en votación nacional , secreta y directa de los trabajadores”.
“El procedimiento legislativo tiene su inicio en la Cámara de los Trabajadores”.
Esta es parte del “Capítulo V: Estructura del Estado y Competencia de sus Órganos”, de las “Bases para la Reforma de la Constitución Política del Estado”, que Allende iba a someter a plebiscito, al que convocaría aquel martes 11 de septiembre de 1973.
El texto de esta reforma permaneció dos décadas perdido, y según sostiene Joan Garcés en la publicación Salvador Allende: un Estado democrático y soberano: Mi propuesta a los chilenos: Texto Póstumo (Edición del Centro de Estudios Políticos Simón Bolívar y de la Fundación Presidente Allende de España, 1992), fue encontrado por el expresidente del Consejo de Defensa del Estado y asesor jurídico de Allende, Eduardo Novoa Monreal.
A esa altura del Gobierno socialista, resultaba muy probable que esta íntegra reforma de la Constitución, en la práctica casi una nueva Carta Fundamental, hubiese sido aprobada por una mayoría. En marzo de 1973, contra todo pronóstico, la UP había obtenido el 44 por ciento de los votos en esa elección parlamentaria.
Allende no había traicionado a los trabajadores, a la clase obrera, como le enrostraba la ultraizquierda. Ahí estarían los trabajadores representados en esa Cámara de los Trabajadores. Y serían quienes tendrían, constitucionalmente, la atribución del inicio legislativo para dictar las leyes.
Pero el domingo 9, Allende informó al jefe del Ejército, Augusto Pinochet, su decisión de convocar a plebiscito el martes 11 y el motivo. La historia posterior ya se conoce.