Ya no se le puede echar la culpa al binominal, o nada que venga del pasado. En abril tendremos, de no mediar algo inusual, elecciones de constituyentes que redactarán la nueva Constitución, y soslayar por cálculos miserables esta oportunidad histórica, no tendrá perdón. La unidad se siembra hoy, antes del plebiscito. Un solo comando, un solo lugar común para la noche del 25 de octubre y comunicar fidedignamente quiénes están verdaderamente por terminar con la Constitución del 80 y quiénes se suben al Apruebo por sobrevivencia electoral. Esa es la tarea.
Todas las señales son negativas, salvo acuerdos puntuales en determinadas votaciones de proyectos de ley en el Parlamento, no se observan gestos o signos de unidad en la oposición, ni siquiera en torno a la realización de primarias para alcaldes o gobernadores regionales un mes después del plebiscito.
En la práctica, la ausencia de unidad en torno a la campaña del Apruebo, ya nos muestra de qué están hechas las oposiciones (¿solo egos?), pues aún no se observa un punto político insalvable que alguien pueda decir que se está frente a posiciones irreconciliables. De hecho, en el Comando del NO de 1988, existían diferencias de verdad profundas, no solo en lo político, sino también en las tácticas recientes de la lucha contra la dictadura.
En el posplebiscito de octubre 2020, y luego de las celebraciones, habrá cierta confusión en la opinión pública, pues aparentemente el triunfo del Apruebo tendrá rostros de todo el espectro político, desde la UDI por la derecha, hasta los más mañosos y críticos de izquierda al acuerdo de noviembre pasado. Y en ese contexto, hacer la diferencia desde un principio entre quienes están genuinamente por los cambios y quienes no, es clave para sellar ese triunfo junto a marcas y personas relacionadas con la oposición. En otras palabras, la disgregación opositora licúa tanto como el apoyo de Longueira al Apruebo.
El punto político es que no se puede regalar la elección de convencionales (o delegados constituyentes) a Chile Vamos solo por diferencias infantiles y desprovistas de fondo político real. El sistema plurinominal es feroz con la dispersión de listas y terrible con las iniciativas personales. En la historia distrital de Chile, entre el antiguo sistema binominal y el actual, no son más de 12 los electos como independientes en ocho elecciones (32 años).
Actualmente, con más de 25 partidos constituidos, 9 en formación y decenas de movimientos sociales y territoriales, con intenciones de competir por los 155 cupos (de ganar la Convención electa en un 100%), el panorama no se ve auspicioso, pues los cuatro o cinco partidos de la derecha estarán de seguro en un solo pacto, acumulando sus votos, al mismo tiempo que les sacan provecho a sus remantes distritales (decimales de votos, que frente a la dispersión de listas se transforman en un escaño).
En la última elección de diputados de 2017, Chile Vamos con el 38,7% de los votos, logró 74 escaños (47,7% de los 155 totales), en otras palabras, casi 15 cupos más solo por el hecho de haber competido en una sola lista. Situación que en el Senado fue algo más cruel (para la oposición), pues con el 37% de los votos país, eligió 12 de 23 cupos, es decir, el 52% de lo que estaba en juego.
Un ejemplo concreto. En el distrito 8 (Maipú, Pudahuel, Quilicura, Cerrillos y otras) votaron en la última elección válidamente 424 mil personas; Chile Vamos con 164 mil votos obtuvo tres diputados. Todo muy normal y proporcional. Pero esto se produjo porque había solo seis listas en competencia y casi todas obtuvieron votos en abundancia (la menor, Unión Patriótica, solo 9 mil), repartiéndose los ocho escaños en forma más o menos proporcional. Pero si ese escenario varía a nueve listas, Chile Vamos aumenta con la misma incidencia a cuatro diputados electos. Y con once listas, pasa a cinco de ocho diputados elegidos. Es decir, es el triunfo de una coalición que es capaz de llegar a acuerdos, frente a la dispersión en estado puro, más toda la crueldad que pueden tener las matemáticas frente a la política amateur.
Ya no se le puede echar la culpa al binominal, o nada que venga del pasado. En abril tendremos, de no mediar algo inusual, elecciones de constituyentes que redactarán la nueva Constitución, y soslayar por cálculos miserables esta oportunidad histórica, no tendrá perdón.
La unidad se siembra hoy, antes del plebiscito. Un solo comando, un solo lugar común para la noche del 25 de octubre y comunicar fidedignamente quiénes están verdaderamente por terminar con la Constitución del 80 y quiénes se suben al Apruebo por sobrevivencia electoral. Esa es la tarea.