Mientras queda claro que para la amplia oposición el desafío siguiente y más apremiante es que gane el Apruebo en octubre, no podemos bajar la guardia y subestimar los procesos que vienen, al no reconocer que son parte de un cardumen de acciones democráticas que serán determinantes para el país de las próximas décadas. Urge entonces que la amplia oposición no solo entienda la magnitud del momento histórico, sino que también esté a la altura. Ya hemos tenido demasiado con el espectáculo de acusaciones cruzadas, la fobia a la diversidad política y la mezquindad de agendas propias que sigue generando desorden.
La pandemia y el movimiento del 18 de octubre han puesto de manifiesto las grandes desigualdades existentes en el Chile post dictadura y el fin al pacto social que le dio gobernabilidad y estabilidad a la nación durante 30 años. Un ciclo de 12 meses que puede parir un Chile que tendrá una nueva Constitución y la esperanza de un cambio.
Actualmente, la frugalidad de sucesivos estallidos se mantiene de la mano con incertezas económicas, sociales y sobre el sistema mismo de representación política. Si bien estas condiciones aumentan la incertidumbre, nos han entregado la certeza de que el modelo económico y político actual ya caducó. Este contexto obliga a generar nuevas alternativas de gobernabilidad y en consecuencia, a que la oposición desarrolle un nuevo acuerdo programático amplio, atractivo y aplicable que de sostenibilidad en el tiempo.
El desafío es enorme e instala una cuota de responsabilidad ineludible frente a la ciudadanía. El momento es además épico, al darse bajo un proceso democrático que se inicia con la decisión respecto a si cambiaremos o no la Constitución heredada de la dictadura, seguida de la elección, por primera vez, de autoridades regionales junto a las municipales, luego de elecciones parlamentarias y finalmente presidenciales. La magnitud de lo que está en juego es de similar transcendencia a lo que enfrentamos con un plebiscito hace ya 32 años.
[cita tipo=»destaque»]No hay margen para que las candidaturas, alianzas y pactos se definan solo con la calculadora electoral en mano. No podemos abandonar y renunciar al debate de ideas que decante en propuestas y alternativas, menos en momentos tan cruciales como los que vivimos hoy. No hacerlo, sería profundizar la crisis, pero por sobre todo abandonar la responsabilidad sobre el rumbo del país. Volver a caer en el cálculo pequeño e inmediato, es retornar a las victorias superficiales que en el fondo se transforman en derrotas insondables.[/cita]
Mientras queda claro que para la amplia oposición el desafío siguiente y más apremiante es que gane el Apruebo en octubre, no podemos bajar la guardia y subestimar los procesos que vienen al no reconocer que son parte de un cardumen de acciones democráticas que serán determinantes para el Chile de las próximas décadas. Urge entonces que la amplia oposición no solo entienda la magnitud del momento histórico, sino que también esté a la altura. Ya hemos tenido demasiado con el espectáculo de acusaciones cruzadas, la fobia a la diversidad política y la mezquindad de agendas propias que sigue generando desorden.
Es gravitante para avanzar, que la amplia oposición logre aglutinar y articular fuerzas para responder al país con una alternativa común que construya esperanza en torno a ideas y proyectos compartidos que forjen una alternativa. El escenario para esto, no puede ser el parlamento ni limitarse solo a los partidos, sino un espacio mucho más amplio e inclusivo, que logre la apertura necesaria para dialogar, criticar y luego construir.
Dentro de este amplio espacio, se hace indispensable definir los mínimos comunes y retornar con una propuesta a los territorios para ponerse al servicio como articuladores de movimientos muchos más grandes que los partidos mismos y que hoy, ya tejen en silencio una resistencia social con la identidad del nuevo Chile.
El proceso para definir los mínimos comunes programáticos debe partir por identificar los elementos que nos unen y que no se tocan, para luego identificar los disensos e iniciar un proceso de trabajo en un espacio nacional compartido. Este es un ejercicio relevante y necesario, que además debe revindicar la importancia de las ideas sobre cálculos electorales vacíos en si mismos.
Es así como particularmente los centros de estudio deben ponerse al servicio avanzar en este proceso y ofrecer sus capacidades para articular los contenidos que permitan, si las fuerzas políticas así lo determinan, elaborar un programa común. Desde Chile 21 y cumpliendo nuestro rol de centro de estudios, ya iniciamos este proceso tanto con presidentas y presidentes de partido, decenas de líderes políticos, ciudadanos y actores sociales.
Posteriormente y junto a otros centros de estudio, sistematizaremos los resultados para dar paso a diálogos y debates amplios y públicos que permitan ir decantando sobre los límites formados por los puntos que nos unen y son intocables, como las diferencias salvables e insalvables. Este ejercicio es por sobre todo una acción de generosidad, pragmatismo, sinceridad política y amplia participación que busca además recuperar la importancia de las ideas.
No hay margen para que las candidaturas, alianzas y pactos se definan solo con la calculadora electoral en mano. No podemos abandonar y renunciar al debate de ideas que decante en propuestas y alternativas, menos en momentos tan cruciales como los que vivimos hoy. No hacerlo, sería profundizar la crisis, pero por sobre todo abandonar la responsabilidad sobre el rumbo del país. Volver a caer en el cálculo pequeño e inmediato, es retornar a las victorias superficiales que en el fondo se transforman en derrotas insondables.