La inminencia de una cerrada pugna electoral en las próximas elecciones presidenciales de EE.UU., previstas para noviembre próximo, donde el llamado “voto hispano”, en Florida, podría cumplir de nuevo el rol de fiel de la balanza que la inclinará, según muchos analistas, en uno u otro sentido, en última instancia comienzan a soplar otra vez vientos de guerra. Y esta vez no es en Medio Oriente ni en la zona cercana a los Balcanes, sino en América del Sur, que se ha mantenido durante largo tiempo –y no sin esfuerzo- como zona de paz en el mundo.
Cualquier aficionado al cine debe recordar el filme estadounidense Wag the dog (traducida al español como Mentiras que matan), donde un asesor de la Casa Blanca contrata a un productor de Hollywood para inventar una pequeña guerra, con un país débil y lejano –en este caso, Albania-, para distraer a la opinión pública norteamericana de un escándalo sexual que involucra al Presidente.
Su estreno, en 1997, coincidió con el momento más complejo del llamado Caso Lewinsky y una nueva intervención bélica de Washington, en el Golfo Pérsico. Las “pequeñas guerras”, como se saben, suelen ser funcionales para la tarea de contribuir a la reelección de los mandatarios, provocando el efecto de cerrar filas en lo interno ante reales o imaginadas amenazas externas.
Pues bien, lo cierto es que ante la inminencia de una cerrada pugna electoral en las próximas elecciones presidenciales de EE.UU., previstas para noviembre próximo, donde el llamado “voto hispano”, en Florida, podría cumplir de nuevo el rol de fiel de la balanza que la inclinará, según muchos analistas, en uno u otro sentido, en última instancia comienzan a soplar otra vez vientos de guerra. Y esta vez no es en Medio Oriente ni en la zona cercana a los Balcanes, sino en América del Sur, que se ha mantenido durante largo tiempo –y no sin esfuerzo- como zona de paz en el mundo.
Veamos los datos centrales de este escenario:
-El viernes 18 de septiembre, el secretario de Estado Mike Pompeo visitó la ciudad de Boa Vista, capital de Roraima, en la frontera brasileña con Venezuela. No fue, claro, una simple visita de cortesía, sino la tercera de cuatro paradas que el ex jefe de la CIA realizó en Latinoamérica para fortalecer la presencia de EE.UU. en la región. Antes, estuvo en Surinam y Guayana, y después de Brasil partió a Colombia, para reunirse con el Presidente Iván Duque. Esta fue la segunda visita oficial de Pompeo a Brasil. La primera fue en enero de 2019, cuando representó a Donald Trump, en la asunción de Jair Bolsonaro como jefe de Estado.
-En Roraima, atacó con dureza a Nicolás Maduro, mandatario venezolano: “No debemos olvidar que está destruyendo su propio país y también es un narcotraficante. Está impactando la vida de Estados Unidos. Pero lo vamos a sacar de allí”, declaró. Pero la maniobra agresiva contra Caracas no se quedó en lo meramente declamatorio: hubo hechos concretos que marcaron la gran sintonía que se vive hoy entre Brasilia y Washington con respecto al régimen bolivariano. A saber: “Se movilizaron tres mil soldados brasileños, satélites y baterías de cohetes, llevadas desde 4.600 km, en una simulación de guerra convencional en la frontera Norte”, como lo relató el columnista José Casado de O’Globo, haciendo alusión a la denominada “Operación Amazonia”, que concluye el miércoles 19 de septiembre, en Manaos. En consonancia, vaya casualidad, con la “Operación Poseidón”, que ocurre paralelamente en el Caribe, y que es conducida por el Comando Sur de EE.UU. y el apoyo de tropas colombianas.
-Este verdadero cerco que busca estrangular al madurismo quedó cerrado, como ya fue dicho, con las escalas previas en Guyana y Surinam, dos naciones que tienen disputas fronterizas en el Atlántico con Venezuela y en las cuales han sido descubiertas recientemente ingentes reservas de petróleo. En estas paradas previas, Pompeo consiguió garantías para el libre tránsito de aviones del Pentágono por el espacio aéreo de ambos países.
-En Boa Vista, Pompeo fue recibido con entusiasmo por el canciller brasileño Ernesto Araújo, quien llegó a ese cargo sin haber ejercido nunca como Embajador, detalle que compensó escribiendo encendidos artículos contra el “globalismo” de la ONU, que le valieron los aplausos –y con ellos, el espaldarazo para asumir ese puesto- de Jair Messias Bolsonaro y sus hijos. Araújo dijo en esa ocasión, sin medias tintas algunas, que el régimen de Nicolás Maduro debería “desaparecer” de la faz de la Tierra.
-Todo habría andado de maravillas de no ser porque este gesto, expresado en el hecho de que el gobierno de Bolsonaro diera su aval tácito para que un diplomático extranjero atacara a un gobierno vecino, generara fuertes anticuerpos que fueron manifestados por el presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, el cual manifestó que la reunión en Boa Vista, a un mes y medio de las elecciones estadounidenses, “no se corresponde con la buena práctica diplomática internacional y atenta contra las tradiciones de autonomía y orgullo” de la política exterior de Brasil.
-En un comunicado, Maia expresó que “me veo en la obligación de reiterar lo dispuesto en el Artículo 4 de la Constitución Federal, en que son listados los principios por los cuales Brasil debe orientar sus relaciones internacionales. En especial, cabe resaltar los principios de: (I) independencia nacional: (III) autodeterminación de los pueblos; (IV) no intervención; y (V) defensa de la paz”.
-Seis ex cancilleres, que sirvieron a los gobiernos de Collor, Itamar Franco, Fernando Henrique Cardoso, Lula y Michel Temer se manifestaron también en el mismo sentido, recordando que la Constitución brasileña, de 1988, pone énfasis en la integración latinoamericana de manera explícita. Siguiendo de este modo la tradición del Barón de Río Branco, figura fundacional de la diplomacia brasileña, que aportó, como uno de sus principales legados, resolver pacíficamente todos los problemas limítrofes que Brasil tenía pendientes con algunos de sus nueve vecinos sudamericanos.
-El canciller Araújo respondió, a su turno, que estos comentarios eran “infundados”, que no se podía hablar de una afrenta a la diplomacia brasileña por parte de Pompeo y que “sólo teme a la asociación (con EE.UU.) quien teme a la democracia”.
¿Cómo salir de esta compleja situación que parece entrampada y en tren de agravarse, antes que de resolverse, al menos en el futuro cercano?
Como señala Cristina Serra, en Folha de Sao Paulo, “es imperativo encontrar mecanismos de mediación entre gobierno y oposición para una plena restauración democrática en el país fronterizo. La diplomacia brasileña tiene historia y reputación internacional en la construcción de la paz. Pero, bajo Bolsonaro, prefirió adoptar la postura indigna y cobarde de sumisión a los señores de la guerra”.
Un ex embajador brasileño en Washington (1999-2004), Rubens Barbosa, propone, a su vez, en una columna en Estado de Sao Paulo, que un eventual camino de resolución de esta impasse, que afecta principalmente al triángulo EE.UU., Brasil y Venezuela, pero que tiene efectos colaterales que van mucho más allá de estos tres países, podría ser el ejercicio discreto pero efectivo de una suerte de diplomacia o “canal militar”, en pro de propiciar la búsqueda de acuerdos.
“Cabe resaltar –apunta Barbosa- que nunca fue interrumpido el relacionamiento entre las Fuerzas Armadas de los dos países. La última visita de alto nivel a Venezuela fue en el gobierno Temer, cuando el ministro de Defensa estuvo dos veces en territorio venezolano para encontrarse con su contraparte para examinar la cuestión de los refugiados (que ingresan a territorio brasileño por el estado de Roraima, principalmente) y de la provisión continuada de energía (eléctrica) a Brasil”. Dado que Roraima recibe el suministro energético en su mayor parte desde suelo venezolano.
“Lejos de los reflectores- subraya Barbosa-, el canal militar privilegiado y preservado, tal vez con la discreta ayuda de Cuba, podría sondear la posibilidad de iniciar conversaciones apuntando a una transición pacífica en la política venezolana”. Conviene destacar, por otra parte, que el vicepresidente de Brasil, el general retirado Hamilton Mourao, fue agregado militar en Caracas, cuando vestía uniforme, y mantiene vínculos personales con destacados miembros de la cúpula de la Fuerza Armada Bolivariana (FAB), lo que también podría contribuir a destrabar un eventual diálogo de alto nivel entre las partes.
Si la situación no se descomprime a la brevedad, se corre el riesgo de que una pequeña chispa, un incidente menor, incendie la pradera, y la escalada bélica se torne irreversible, complicando a países vecinos como Colombia y Ecuador, en lo inmediato, y a potencias extrarregionales, como Rusia, China e Irán, que también poseen intereses en juego en este complejo entramado geopolítico.
No está de más recordar que los ministerios de Defensa y los estados mayores del Ejército, la Marina y la Aeronáutica brasileña nunca fueron favorables a escalar las tensiones con Venezuela. De hecho, Brasil tiene más efectivos, tanques, naves y aviones que el país vecino. Pero los venezolanos cuentan, por su parte, con 24 cazas SU-30, helicópteros Mi-17, tanques T-92 y misiles tierra-aire SU-30 (todos de fabricación rusa), que se encuentran entre los mejores del mundo en sus respectivas categorías.
Por último, tampoco es ocioso traer a colación que en la propuesta de la Política Nacional de Defensa, enviada por el gobierno de Bolsonaro al Congreso, para su tramitación y discusión, por primera vez, desde la Guerra de Malvinas, Brasil admite la hipótesis de una confrontación militar con un país vecino.
En suma, el cuadro de situación es explosivo y no debe menospreciarse a priori, como si sólo se tratara de amenazas retóricas, tendientes a intimidar al adversario. Aquí está mucho en juego, incluyendo, desde luego, pero no exclusivamente, a los hidrocarburos, telón de fondo de todas las principales crisis de los siglos XX y XXI.
Como bien señala Cristina Serra, en la columna ya mencionada anteriormente: “La cruzada persistente de Trump contra nuestro vecino (Venezuela) trae ecos de la de Bush hijo contra Irak, que resultó en la invasión del país, en 2003, en nombre de las armas de destrucción en masa de Saddam Hussein, nunca encontradas. Coincidencia que los dos países tengan inmensas reservas de petróleo? Curiosa es la preocupación democrática selectiva de EE.UU., aliados inquebrantables de Arabia Saudita, uno de los regímenes más represivos del mundo”.